EL MAGNETOFÓN CHINO

Abro la puerta de Mi Siglo, atravieso el umbral de este blog y entro en esta habitación parisina en donde dicta este hombre a oscuras. Es Gao Xingjian, nacido en Jangsu (China) en 1940, que fue Premio Nobel en 2000, poeta, director de teatro, dramaturgo, novelista y pintor, que vive en la capital francesa desde hace años y que casi no ha notado que yo he entrado en este despacho donde él trabaja. Está modulando su prosa en el oído de un magnetofón, como hacía, tumbado en un sofá y con las luces apagadas, el español Gonzalo Torrente Ballester, según cuenta él en Los cuadernos de un vate vago (Plaza-Janés), obra aleccionadora y divertidísima que cuenta los desahogos y la gestación -a veces cómica, a veces dramática – de muchos otros libros suyos.

Pero Gao Xingjian casi no ha oído que yo he entrado.

Mi primer borrador, ¿sabe usted? – me dice en la penumbra – procede de lo que le he contado al magnetofón, y cuando reviso el texto, lo recito en mi interior en silencio.

Es lo que oigo y lo que veo en este despacho cuando flota la musicalidad de la lengua china entre estos muebles y los caracteres vienen y van de la boca del escritor a la recepción del aparato para tornar nuevamente a este hombre que escribe tan enamorado de los significados como de los sonidos.

El lenguaje vivo, si usted se fija – continúa en voz muy baja -, tiene siempre un tono determinado, y someterlo a la prueba de la audición es un buen método para filtrar y pulir los desarreglos de estilo. Las palabras que el oído no acepta o entiende, o bien no han sido dichas con claridad, o bien no tienen razón de ser. Y ¿qué puede transmitir a los demás un autor que no se entiende a sí mismo? La musicalidad del lenguaje es muy importante. La inspiración que yo hallo en la música supera con creces la que pueda proporcionarme cualquier teoría literaria. Antes de escribir elijo bien la música que quiero escuchar, pues es la que va a ayudarme a adquirir la disposición de ánimo necesaria para la escritura, a encontrar el timbre y el ritmo de la lengua. Si la narración grabada en el magnetofón o las oraciones escritas sobre el papel se tornan frases musicales que se pueden palpar y sentir, la escritura deja de ser un mero conjunto de nociones y conceptos acuñados por el intelecto.

Pasan entre nosotros, en esta atmósfera del despacho de París, los vuelos de los signos con sus ademanes agudos y graciosos, los trazos suaves o vivaces que nacen en los orígenes de la lengua y que se precipitan enseguida sobre el lenguaje escrito.

La lengua está, por naturaleza, ligada al sonido; la escritura es posterior – me dice Xingjian -. El lenguaje escrito es un modo de registro de la lengua, y la caligrafía que evoluciona de los caracteres chinos pertenece a las artes plásticas y no tiene nada que ver con el arte del lenguaje. La búsqueda del tono, por otra parte, es, para mí, lo más importante de la escritura. El tema, los personajes, la estructura e incluso el pensamiento subyacente en la obra deben hallarse diluidos en el tono de la composición. La escritura comienza en la búsqueda del tono, y todo lo demás forma parte de los preparativos previos. Lo primero que yo hago al ponerme a escribir es intentar saborear de nuevo el lenguaje.

Salgo de este despacho parisino sin hacer el menor ruido para no interrumpir ese lazo secreto que está uniendo al magnetofón con la voz, el respirar del aparato con el respirar del escritor. Al entrar de nuevo en Mi Siglo y cerrar la puerta veo lejos, a través de las ventanas, el temblor de esa llama olímpica que es una lengua diminuta camino de China, esa China de la que un día salió Xingjian exiliado y a la que nunca sabe si volverá.

(Imagen: fotografía de Gao Xingjian)

LA MALETA DE MI PADRE

Como dije aquí el 6 de octubre, los lunes, miércoles y viernes asisto a clases de creación literaria y los martes, jueves y sábados acudo a talleres de escritura. Los domingos, en cambio, escucho a los invitados. Antesdeayer conocí a Orhan Pamuk. Entró en la sala con una vieja maleta que perteneció a su padre, la apoyó encima de la mesa, la abrió en canal y fue sacando y colocando en orden perfecto la imaginación, los hábitos, las disciplinas, las invenciones y las costumbres. La maleta tenía la forma de un pequeño libro titulado precisamente «La maleta de mi padre» y dentro se guardaba el discurso que él pronunció en Estocolmo al recibir en 2006 el Premio Nobel. Me impresionó escucharlo.
Pero cuando Pamuk, al final, introdujo su mano y extrajo otros folios, «El autor implícito», entonces aún aprendí algo más:
Lo mejor de escribir, de la escritura creativa – dijo Pamuk -, es poder olvidar el mundo como un niño, sentirse sin responsabilidades al tiempo que nos divertimos como más nos apetece, jugar con las reglas y leyes del mundo conocido como si fueran juguetes y, mientras hacemos todo eso, notar con un rincón de la mente la existencia de una profunda responsabilidad que yace tras todas esas diversiones infantiles y libres y que luego vinculará por completo a los lectores.
Todos tomaban apresuradas notas de lo que Pamuk les iba diciendo pero yo sólo escuchaba con la mirada fija en la maleta de su padre.
Para poder escribir bien – seguía diciendo Pamuk – tengo que aburrirme como es debido, y para aburrirme como es debido tengo que sumergirme en la vida. Cuando estoy en medio de todo ese barullo, de todos esos despachos, teléfonos, amores, amistades, costas soleadas y entierros, o sea, cuando estoy a punto de zambullirme en el corazón de los acontecimientos, de repente siento que en realidad estoy al margen. Empiezo a fantasear. O sea, desde una perspectiva pesimista, se puede pensar que empiezo a aburrirme. En cualquier caso, hay una voz interior que me dice «vuelve a tu habitación, siéntate a tu mesa». No sé qué sistema seguirán otros, pero los que son como yo es así como se convierten en escritores.
Siguió hablando Pamuk durante largo tiempo. Una voz interior me decía : «Vuelve a tu habitación, siéntate a tu mesa, escribe, escribe todo lo que sientes». La voz me empujaba y me atraía y aquí estoy. Voy llenando el papel de silenciosos manuscritos. Voy llenando despacio esta maleta vieja.

UN MUNDO SIN NUBES

Leo hoy en el periódico que la escritora polaca Wislawa Szymborska siempre que sueña pinta como Vermeer de Delft. En su cama ella puede respirar bajo el agua, tener encuentros con pingüinos y se permite el lujo de hablar el griego con fluidez. Pienso que la mujer de la perla la visita por las noches. Recuerdo sus declaraciones en 1996 cuando le dieron el Premio Nobel: «las nubes son una cosa tan maravillosa, un fenómeno tan magnífico que se debería escribir sobre ellas. Es un eterno «happening» sobre el cielo, un espectáculo absoluto: algo que es inagotable en formas, ideas: un descubrimiento conmovedor de la naturaleza. Intente imaginarse el mundo sin nubes».
Una poeta como ella mira por la ventana y persigue siempre la caligrafía del cielo, el hacer y deshacerse de las nubes que escriben.