EL MÉRITO, LA MODA Y LA VIRTUD

 

moda.-88yy.-Se Connell.-maquillaje

 

«Un hombre de moda dura poco – se lee en «Los caracteres» de La Bruyère-, pues las modas pasan; si por casualidad es hombre de mérito, no desaparece, subsiste de algún modo; es igualmente estimable, pero menos estimado.

Lo bueno que tiene la virtud es que se basta a sí misma y puede pasarse sin admiradores, partidarios ni protectores; la falta de apoyo y de aprobación no sólo no la perjudica, sino que la conserva, la depura y la perfecciona; esté o no esté de moda, sigue siendo virtud.

Una persona de moda se parece a una «flor azul» que crece espontáneamente en los surcos, ahoga las espigas, disminuye la cosecha y ocupa el sitio de algo mejor; que no tiene más  valor ni más  belleza que la que le presta un capricho frívolo que nace y cae casi en el mismo instante; hoy es codiciada, las mujeres se adornan con ella; mañana es olvidada y abandonada al pueblo.

Una persona de mérito, en cambio, es una flor a la que no se la designa por su color, sino que se la nombra por su nombre y se la cultiva por su belleza o por su olor; una de esas gracias de la Naturaleza, una de esas cosas que embellecen el mundo, que es de todos los tiempos y de una boga antigua y popular; a la que nuestros padres estimaron y a la que nosotros estimamos después de nuestros padres; a la que nunca podrán derrotar ni por el cansancio ni por la antipatía. Un lirio, una rosa».

(Imagen.-se Conell)

 

¿QUÉ ES LA MODA ?


Dos apuntes en la muerte de Yves Saint-Laurent:
En las «Memorias» de la pintora Marie-Louise Elisabeth Vigée-Lebrun, una de las artistas más apreciadas del siglo XVlll, puede leerse:
«Intenté tanto como me era posible, dar a las mujeres que pintaba la actitud y la expresión de su fisonomía. Como me daban horror los vestidos que las mujeres llevaban entonces, hacía grandes esfuerzos para volverlos un poco más pintorescos, y estaba encantada cuando obtenía la confianza de mis modelos y podía vestirlas según mi fantasía. Entonces no se llevaban todavia chales, pero disponía de amplios écharpes que entrelazaba ligeramente alrededor del cuerpo y de los brazos, y con los cuales intentaba imitar el hermoso estilo de los ropajes de Rafael, así como lo habréis podido ver en Rusia en varios de mis retratos. Además no podía sufrir los polvos de tocador. Obtuve de la hermosa duquesa de Gramont-Caderousse que no se pusiera cuando yo la pintaba; sus cabellos eran de un negro de ébano y se los separaba yo en la frente formando bucles iregulares. Después de mi sesión, que terminaba a la hora de comer, la duquesa no se tocaba para nada el peinado y con él se presentaba a los espectáculos; una mujer tan bonita tenía que dar la norma: esta moda fue arraigando suavemente y luego se generalizó».

El segundo apunte anota que las parisienses, para glorificar a «La Belle Poule» que se hundió el primero de julio de 1778, lucieron por las calles de la capital francesa durante cinco meses complicadísimos peinados que reproducían exactamente la forma de la nave.

(Foto: Yves Saint-Laurent)

RINOCERONTES

Cenamos anoche en la plaza del Callao, en una mesita al aire libre, el chileno Jaime Antúnez, gran entrevistador, y Ionesco que está de paso por Madrid.
Bajo el cielo otoñal Ionesco nos confiesa:
-Los rinocerontes son los totalitarios, los comunistas, los fascistas; pero también son los seguidores de ideas ajenas o recibidas. Y eso ocurre, por ejemplo, con la falta de libertad frente a la moda.
De repente pasa en tropel por la Gran Vía un grupo enorme de rinocerontes negros con su hocico abierto y sus dos cuernos, la piel de color pizarra, llena de pliegues y sin pelo. Vienen del día escondido, de la vegetación de la época, de los arbustos de las discusiones, de los destrozos de la apatía. Son de comportamiento imprevisible y caprichoso, levantan una nube de polvo y provocan un ruido temible con su carga violenta.
Ionesco no se inmuta al verlos pasar y sólo comenta entristecido:
-Es grave, cuando todos siguen una determinada línea de pensamiento, decirse: «¿Cómo puedo tener derecho a pensar lo que los otros no piensan, cómo atreverme a no pensar como los otros?».
Luego la Gran Vía se queda desierta, llena de polvareda, como todo Madrid, como tantos países.
Ionesco y quienes le acompañamos volvemos sin decirnos nada, buscando el silencio.