CONVERSACIONES CON UN HIJO

 

“Ayer por la tarde, mi hijo me dijo:

– Me gustaría leer ese libro cuando lo hayas terminado, si no te importa.

Yo contesté ( así  lo anota William Saroyan enLo importante es no morir”) :

– Desde luego, no me importa, pero creo que sería mejor que yo lo leyese antes, después de haberlo dejado reposar un mes o dos, o un año o dos,  porque hasta que un escritor no lee lo que ha escrito y no lo corrige, lo recorta, le saca un mucho y le mete un poco no puede decirse que el libro está escrito. La primera vez que se escribe un libro no se hace más que reunir el material de trabajo que después habrá que moldear y pulir. Lo que estoy escribiendo es un ensayo, un intento dirigido a descubrir si se puede escribir sin un programa especial. Y en este libro, que tiene aún una identidad desconocida, he puesto toda la libertad que hay en mí, pero, al mismo tiempo, he tratado de darle cierta forma. Hasta ahora, no lo he conseguido, y antes de decidir hasta qué punto he fracasado o si importa mucho que haya fracasado, tengo que arrinconarlo, olvidarlo, recobrarme de la lucha y, luego, un día, cuando esté restablecido, volver a él, estudiarlo, trabajar en él, y entonces darme perfecta cuenta de lo que tengo, en primer lugar para mí y, después para ti y para cualquiera que pueda sentir interés. Cuando esté dispuesto a volver a ello, ya no seré sólo el escritor, que es lo que soy mientras lo escribo; seré también el lector, seré tú y seré yo, seré el otro lector y seré cualquiera.  Cuando erais pequeños, tenía que pensar dos veces antes de escribir algo, porque era padre y no os conocía muy bien y no quería escribir algo que resultara embarazoso, sobre vosotros o sobre mí, pero ahora que sois mayores y os conozco mejor, y ahora que sé que no os sentiréis violentos por el esfueerzo que alguien pueda  hacer para llegar a un significado, me siento libre y puedo creer que no os enfadaréis conmigo por lo que escriba.

 

 

(…) Un escritor habla a sus hijos y empieza a escribir para ellos mucho antes de conocer a la madre, mucho antes de verlos por primera vez y de volver a verlos una y otra vez en su primera infancia y hasta que alcanzan una identidad, si no del todo completa, por lo menos, bastante desarrollada. Por lo menos, yo hablo a los míos, y después de hablar por espacio de cinco o seis minutos me paro un momento, preguntándome qué diablos les habré dicho, y les doy una oportunidad para que tanbién ellos digan algo.

– Y después – digo a mi hijo – están también todos los demás escritores, y me refiero únicamente a los mejores, los que escribieron realmente, los que sabían escribir. Bueno, pues ellos no se apartaron de las formas de escribir en las que todo escritor encuentra mayor seguridad, fuerza y equilibrio, no se aventuraron hacia un lenguaje libre, no salieron a la zona en la que las formas no cuentan, sino que estorban. No nos contaron de la peripecia humana las cosas que nosotros sabemos que sabían, y esto me hace sentirme estafado. No quiero seguir con la estafa. Por ello escribo lo que escribo, una  cosa sin forma. Quiero ver si puedo decir cómo vivo y cómo trabajo, cómo he vivido y trabajado y cómo voy permaneciendo sin morir, eso es todo.”

 

 

(Imágenes – 1-Mary Cassatt/ 2-Margorie Mostyn/ 3-Abigail Halpin)

SAROYAN CENTENARIO

Hoy  hace cien años que nació William Saroyan en Fresno, California, en aquel 31 de agosto de 1908, y hoy me ha venido a ver el autor de «Mi nombre es Aram» para repasar el oficio de escritor. Nos hemos sentado en las butacas del blog, como hicimos el pasado 11 de enero durante aquella charla que recogí en Mi Siglo encabezada como «Lo importante es no morir«, el título de uno de los mejores libros suyos.

-¿Qué es lo que se le puede aconsejar al escritor? – me dice Saroyan-. Es probable que, en su afán de buscar más, el escritor caiga en el ridículo, pero creo que vale la pena intentarlo, y el ridículo nunca me dio miedo. De todos modos, escribas lo que escribas, no podrás evitar ponerte en ridículo, por lo menos hasta cierto punto. Si tienes miedo será mejor que recapacites sobre tu vocación de escritor. No deben importarte cosas tan triviales como parecer ridículo a otros, o serlo realmente si quieres ser un creador al que no interese únicamente adquirir la necesaria habilidad para que todo lo que salga de tus manos sea absolutamente seguro, sin riesgos ni molestias, todo muy bonito, muy pulido y no mucho mejor que una reluciente bandeja que colocar junto a otras cien bandejas iguales.

¿Qué es lo que puede decir el escritor? Chicos, yo estuve ahí, ¿verdad? ¿Así es? Chicos, no me conocéis ni me conoceréis, hace que me he muerto un minuto, cien años; pero estuve ahí, ¿no?  Yo tuve ese cuerpo y viví en él en ese lugar durante algún tiempo, ¿verdad? ¿No respiré con él durante años, y comí y bebí y hablé y me divertí y amé y odié? ¿No me apretaba los cordones de los zapatos y salía a pasear y no miraba y miraba? ¿No era yo como vosotros que ahora leéis esto y aún estáis ahí, no os habéis ido definitivamente? ¿Es esto lo que tiene que decir el escritor?

Siempre es agradable escuchar a Saroyan. Sobre todo los días en que cumple cien años.

LO IMPORTANTE ES NO MORIR

Ayer vino a cenar William Saroyan a casa. A la casa del blog. Las cenas en el blog de mi siglo son distintas a cualquier otras porque nos reunimos muertos y vivos, libros y personajes y cada uno habla con libertad de lo que quiere y así nos pueden dar las tantas sabiendo que nuestras conversaciones las escucha toda la blogosfera.
Le pregunté a Saroyan:
-¿Para quién escriben ahora los escritores?
-¿Para quién escribían antes ?- me preguntó a su vez.
-Para el público, desde luego – le contesté.
-Pues también ahora escriben para el público – me respondió-. Pero, ¿está seguro de que alguna vez se ha escrito para el público? Quiero decir con esta expresa particularidad. El escritor empieza por escribir para sí mismo , probablemente porque no sabe cómo escribir y quiere descubrir ese cómo, o descubrir que no sabe. Por ejemplo, yo siempre he creído que si yo puedo leerme, otros podrán leerme también. Así, empiezas por escribir para ti y, si no fracasas, presumes que escribes también para otros. Pero, si aún no te has casado, te das cuenta de que escribes también para tu mujer, dondequiera que ella esté, quien quiera que sea, como quiera que pueda resultar y, desde luego, ello significa que empiezas también a escribir para los chicos que ella va a tener contigo, o que tú esperas que vaya a tener. Empiezas, pues, a escribir para tu propia especie. No rechazas al resto de la especie humana, aunque todos nosotros lo rechacemos alguna vez. Así que tú escribes para la madre de tus hijos, a la que aún no has visto, que tal vez aún no ha nacido, y para los hijos que vais a tener, tu propia especie humana que tú crees va a ser una especie superior. Pero no acaba aquí la cosa – siguió diciendo Saroyan -. Empiezas a escribir para la mujer y los hijos del otro, y también para su nueva especie. Y aún hay más, y esta es la parte más incómoda, incluso en divagaciones de este estilo. Escribes para Dios, lo cual, creo yo, es otra forma de decir algo más. Trate de recordar, si puede, lo que siente un niño pequeño al salir del sueño que, en cierto modo, puede considerarse el cielo. El niño deja su sueño de mala gana, pero no puede seguir durmiendo. Trate de recordar lo que usted sentía acerca de lo que se aproximaba, sobre las cosas que iban a suceder, sobre el mundo…- y así continuó el gran escritor armenio-americano, sentado tranquilamente en mi blog, paladeando lentamente su copa de coñac.
– Pero, ¿qué puede decir un escritor que no haya sido dicho ya?- le pregunté interesado.
– Bueno – dijo Saroyan -, debe decir lo poco que tenga que decir, por poco que sea. Tiene que decirlo y repetirlo, como han hecho todos los escritores, que han dicho lo poco o lo mucho que tuvieran que decir y luego lo han repetido una y otra vez. ¿Y qué han dicho? En realidad, nada, siempre lo mismo, cambiando el nombre del macho y cambiando el nombre de la hembra, pero cada uno de ellos igual a todos los de los otros libros, cada uno de ellos vivo en el tiempo.
Se nos hacía tarde. Le extendí «El atrevido muchacho del trapecio» (Janés), «Cartas desde la rue Taitbout«(Plaza-Janés), «Me llamo Aram» y, sobre todo, «Lo importante es no morir» (Plaza-Janés) para que me los firmara.
-¡ Pero lo importante es no morir!, recuérdelo – me dijo ya en la puerta muy sonriente.
Muerto en 1981, me sorprendió que estuviera tan vivo.