CIEN AÑOS DE ALBERT CAMUS

escritores.-43.-Albert Camus

«Se podría pensar en él – escribe Jean Daniel en «Los míos»(Galaxia Gutenberg) – evocando un pequeño mendigo de Murillo (…) He aquí un  muchacho que no puede leer en casa y que no sabe nada de literatura. Pero que cuando visita a su tío, devora a los más grandes, Balzac, Victor Hugo, Zola, pero también a Paul Valéry o a Charles Maurras. Cuando este jovencito, en fin, puede creerse disponible para todos los fervores se le anuncia que está atacado por la tuberculosis. Y se le pronostican crisis y recaídas.» ¿Cuándo nace Camus como escritor? En 1959 le decía el autor de «La Peste» a Jean-Claude Brisville: «Vocación no puede ser una buena palabra. Yo he tenido deseos de ser escritor hacia los diecisiete años, y, al mismo tiempo, yo sabía, oscuramente, que lo sería.»

escritores.- 9988.- Albert Camus.- por Henri Cartier Bresson

Oscuramente, pues, conocía que sería escritor. El último capítulo de su último libro inacabado – «El primer hombre» – lleva por título «Oscuro para sí mismo». «Oh, sí, era así – se lee-, la vida de aquel niño había sido así, la vida había sido así en la isla pobre del barrio, unida por la pura necesidad, en medio de una familia inválida e ignorante, con su sangre joven y fragorosa, un apetito de vida devorador…» En 1959, en el prefacio a una obra de Jean Grenier ( que fue su profesor y más tarde su amigo) confesaba: «Alguna cosa, algo se agita en mí, oscuramente, y quisiera hablar de ello.» Y en el prólogo a la edición de su ensayo «El revés y el derecho», al hablar del artista, desea certificar nuevamente: «Para ser edificada, la obra de arte debe servirse de entrada de las fuerzas oscuras del alma.»

escritores.-Albert Camus.-Camus facepalm

Oscuridades de la creación y claridades diversas en la ejecución. Ambas hoy debatidas a los cien años de su nacimiento. Sobre la muerte de Albert Camus he escrito en dos ocasiones en Mi Siglo. Y ahora, en su centenario, las opiniones sobre sus obras quedan enfrentadas. Jean Daniel, como muchos otros -como, por ejemplo, Bernard- Henri Lévy – reconocen «La caída» como una novela excelente (« para mí su obra maestra – dice Daniel – o lo era en todo caso antes de mi lectura de «El primer hombre«). Y si «El extranjero» había sido certeramente analizado por Roger Quilliot en «La mer et les prisons» (Gallimard) ( la influencia, por ejemplo, de Steinbeck en la primera parte de la novela, su estilo despojado y ascético), Urbain Polge, gran amigo del escritor y que conocía muy bien al hombre y al artista, declaraba que Camus se retrataba con más facilidad en las confesiones calculadas de «La caída» que en las declaraciones crípticas de «El extranjero». La gran especialista en Camus, Jacqueline Lévi- Valensi, recordaba igualmente que en «La caída» el escritor «innova y desconcierta, por la ambigüedad de su personaje y de su palabra, y por su tono insólito. Aquí se trata de una «confesión» que exhibe su ritmo oral, y no de una narración; utilizando las técnicas teatrales del «monólogo dramático», el protagonista, «comediante trágico», no renuncia sin embargo a los procedimientos narrativos, creando así una forma original adaptada al sentido mismo de los discursos

Camus- fgh-Albert Camus mil novecientos cuarenta y cuatro- Henri Cartier Bresson

Y en cuanto a la novela «El primer hombre», cuyo manuscrito no pudo releer el autor, Lévi- Valensi añadía que «sin duda él lo habría corregido. Puede que hubiera deseado contener la pasión y el lirismo que estalla en las largas frases, a veces anhelantes, que muestran el ritmo de una vida, los grados de una historia personal, la historia de una familia, la historia de un país. Quizá porque él había llevado consigo mucho tiempo el proyecto de esta novela, y porque esta novela se alimentaba de toda su experiencia, vivida y soñada, parece que Camus liberara en ella una serie de escenas, imágenes, recuerdos y sentimientos que no podían ser canalizados

La muerte en la carretera cortaría de golpe todos esos proyectos el 4 de enero de 1960.

(Imágenes:- 1.- Albert Camus en su despacho/2 y 4.- Camus por Henri- Cartier Bresson/ 3.-Camus.-facepalm.com)

VIDAS PRIVADAS Y FÚTBOL

«Alrededor del campo de fútbol – escribe el sociólogo Roger Caillois en  su «Teoría de los juegos» (Seix Barral) -, el desarrollo de las grandes ciudades y los medios de transporte colectivos favorece la reunión frecuente, semanal, de muchedumbres apasionadas, si no frenéticas. Al mismo tiempo el cine, la radio, la televisión, permiten un sistema de concesiones y repeticiones sucesivas del menor espectáculo que tiene por consecuencia una infinita multiplicación  de público en el espacio e incluso en el tiempo. En la prensa y en las carteleras la fotografía del campeón está en todas partes presente, inevitable, seductor. El público quiere conocer los detalles más insignificantes de sus vidas. Le informan de sus gustos, y los adopta. Imita a esos ídolos de temporada, vencedores de una competición oscura y difusa, cuya postura es el favor popular. La indentificación con el héroe presenta frecuentemente caracteres desmesurados y a veces dramáticos. Estas apasionadas devociones no excluyen, en efecto, el frenesí colectivo».

En la serie que dediqué en Mi Siglo a las Olimpiadas apareció el poema de Miguel Hernández «Elegía al guardameta». Guardameta fue también Albert Camus en 1930, en el equipo de fútbol R. U. A. en Argel. Desde 1925 el autor de «La peste» toma conciencia, comparándose con sus compañeros de liceo, de la pobreza de su familia y encontrará gracias al fútbol la ocasión de vivir con ellos una fraternidad de equipo. Primero se destacará como portero en el liceo y más tarde en el equipo de Argel de la asociación deportiva de Montpensier.

Entre otros escritores de países distintos – Gerardo Diego, Alberti, Sábato, Cortázar y muchos más – los italianos Eugenio Montale o Umberto Saba dedicaron al fútbol poemas o novelas. Pasolini describía en uno de sus primeros libros a los muchachos de la calle en las explanadas de Roma:» Los chicos, un sábado, ya se habían hartado de jugar en la explanada, al pie del Monte di Splendore -una joroba de pocos metros de tierra que obstruía la vista de Monteverde y del Ferrodebó y, al horizonte, la línea del mar -, cuando algunos muchachotes mayores llegaron y se colocaron ante el arco con la pelota entre los pies. Formaron círculo y empezaron a cambiarse pasos secos y bajos. Al poco rato todos ya estaban empapados de sudor, pero no querían quitarse la chaqueta dominguera o el jersey de lana azul con franjas negras y amarillas, dado el modo casual y burlón con que habían empezado a jugar. (…) Álvaro ensayó una jugada fina, recibiendo de tacón la pelota, pero erró, y la pelota rodó lejos, hacia donde el Riccetto y otros estaban echados en la hierba roñosa».

Fútbol y literatura han ido muchas veces hermanados.  «El espíritu de competición – recordaba Caillois – ha acabado por triunfar».

Quedan los grandes voceríos en los enormes estadios, la incógnita del conflicto, las palpitaciones de la afición.

(Imágenes:- 1- Martin Verges.-2004-2005.-525 Contemporay Art Gallery.-Monntevideo- Uruguay.-artnet/2.-Albert Camus en el centro, en 1930, cuando era guardameta del equipo de fútbol R. U. A. en Argel)

ANTE UN ALBERT CAMUS HORIZONTAL (1)

A las 13, 55 horas del lunes 4 de enero de 1960, a veinticuatro kilómetros de Sens, en la Nacional 5, entre Champigny-sur-Yvonne y Villeneuve-la Guyad, el automóvil conducido por Michel Gallimard camino de París, da un bandazo, se sale de la carretera, totalmente recta, y se estrella contra un plátano, rebota contra otro árbol y se parte. Al lado del conductor viaja Albert Camus que muere en el acto. En el maletero del coche, viaja también su manuscrito de «El primer hombre«, ciento cuarenta y cuatro hojas de una escritura apretada, las sesenta y ocho primeras sobre papel con su membrete, márgenes y añadidos.

Hoy se cumple medio siglo de su muerte.  Hace cincuenta años, con motivo de ese fallecimiento, pocos días después del acontecimiento, escribí en «La Estafeta Literaria» el texto que aquí reproduzco:

«Sí, ante un Albert Camus horizontal, pero ante un suceso literario sangriento y cruelmente desgarrador. Albert Camus acaso significa ya para siempre – ensalzado por una muerte que como la de Saint- Exupery eleva aún más fantasmagóricamente su figura -, lo que en en el siglo XX, su enfermedad o su morbosa salud, necesitaba: un hombre en pie. Hasta este momento, enero de 1960, los amores, los odios, las guerras, el temor y el temblor se han abrazado, y el mundo ha mantenido en Francia a su escritor reconocido: algo que contaba en los anales del espíritu humano y algo que avivaba inquietud de análisis, espionaje – diríamos – de nuevas y esperanzadas soluciones.

Albert Camus, al morir, desaparece tan vertiginosamente por la escotillas del gran teatro del mundo, como huye acelerada, estremecida y sorprendentemente del reino de la celebridad. Pero la celebridad no importa. La Literatura mundial dedicará a su «Caída«, a su «Mito de Sísifo» o a su «Calígula«, lo que dedicó a Hugo o a Sthendal o a Verlaine. La vida es la que dedicará sólo sus ojos abiertos. Ahí está mirándole, mientras a Albert Camus le recogen y le llevan y le colocan rígido y hermético y solemne y quieto sobre la tabla de la Desconocida que vino a buscarle una noche antes de los Reyes Magos. Al mirar a Albert Camus, se desearía que toda la juventud europea le observase por última vez. Su presencia a oscuras es lo que nos aterra. Que el mundo queda sin otro auscultador, sin otro psiquiatra, sin otro cirujano.

Un escritor como Camus supone un corazón con la ventana abierta toda la noche a la vigilancia. El mundo de las violencias y las envidias abre sus aguas y sepulta los pescados más pecadores, aquellos que el escritor sacaba siempre a flote con la caña de su estilo. Ahora el mundo mira a su escritor y los ojos del escritor ya no saben cómo le está mirando el mundo.

Si algún deseo tuve al pensar en visitar París desde mi trampolín de España, fue aquel constante de conversar al menos cinco minutos con Albert Camus y verle y tocarle. Me parece que los que le han asediado a preguntas desde sus dolores y sus cautiverios sabrán que Camus siempre contestaba. Pronunciaba aquellos largos y nocturnos discursos que, a la orilla del Sena, iluminaban de claridad el pensamiento oscuro y el camino torpe e intransitable. Sé que Gabriel Marcel habrá pensado en él ante los pies de un madero crucificado. Sé que Francois Mauriac habrá alargado su ansiedad ante la desaparición de este hombre, el que era para sí mismo el más sincero y el más despiadado. Y sé también que si Charles Du Bos viviera, anotaría una reseña de cariñosa caridad en su «Diario«, y que el gran Bernanos marcharía delante en su entierro. El mundo entero sabe todo esto, y el mundo sigue mirando aún, absorto y boquiabierto, a este Albert Camus, el hombre de la postura horizontal.

Llevado horizontal, como corresponde al que marcha entre silencios, sin coro, sin ancianos, alejado del pueblo, los designios y los mensajeros, llevado horizontal entre dos ascuas llameantes, dejando en sombras conforme avanza este mudo cortejo cuanta luz y esplendor tienen hasta hoy las letras de Francia, Albert Camus, argelino, vendedor de accesorios, metereólogo, oficinista, aficionado al teatro y estudiante, entra en el reino de los famosos muertos.

El otro Albert Camus, escritor, quedará para siempre en el presente de nuestra biblioteca. Sísifo y Mersault, Tarroú y cuantos jóvenes, niños, enfermos, enamorados, doloridos encuentre en su camino, le acompañan. Estará rodeado de los mancos y ciegos del mundo – sus invitados -, celebrando las bodas de este hombre delgado y serio con la Muerte, esa mujer que llegó en automóvil y lo mató con las mismas armas del Absurdo: reventando un neumático.

(José Julio Perlado:-«Ante un Albert Camus horizontal«, en «La Estafeta Literaria«.-Tercera época.-Nº 185.-Madrid, 15 de enero de 1960)

(Imágenes:-Albert Camus.-foto: Yousuf Karsh.-French Library Aliance/ 2.-tumba de Albert Camus en Lourmarin.-wikipedia)