CRIMEN Y CASTIGO

«En esa iglesia, me dice un amigo, -va contando Claudio Magris en un viaje que hizo por Varsovia en 1989 -, se ve de vez en cuando a un viejo cura que confesó a Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, antes de su ejecución. Me maravillo de que Höss se confesara; pocas semanas antes había escrito su libro autobiográfico sobre Auschwitz, un libro tremendo y grandioso donde el horror se cuenta con imperturbable objetividad, sin arrepentimientos ni reticencias, sin buscar atenuantes y sin esconder nada, sin comentario ni juicio, como si quien canta ese infierno fuera la naturaleza indiferente e impasible, que no esconde ni justifica nada y no se arrepiente de nada. La confesión duró trece horas, divididas en tres sesiones. No entiendo por qué fue necesario tanto tiempo. Si uno de nosotros no se confiesa durante muchos años – sigue diciendo Magris -, necesitará después horas y horas para hacer la lista de las innumerables, pequeñas y mezquinas culpas con las que se mancha cada día. Pero a Höss le habría bastado medio minuto, el tiempo de decir: «He asesinado a millones de personas.»
Todo esto lo cuenta Magris en el Corriere della Sera, a través de cuarenta crónicas de viaje que reúne en su libro «El infinito viajar» (Anagrama). Aquella pregunta que queda formulada en «Enrique de Ofterdingen«, la gran novela de Novalis, interrogando «¿Adónde os dirigís?» y contestando, «Siempre hacia casa«, nos lleva a ese gran retorno en el que el viaje aparece como odisea o metáfora del recorrido atravesando la vida. Se ha escrito mucho sobre el viajar, pero aquí el gran autor triestino contrapone en su soberbio prólogo las dos formas de entender el viaje: la concepción del viaje circular, que implica el retorno final al hogar o a la patria ( desde Homero hasta Joyce), y la otra forma, en la que el desplazamiento es rectilíneo y cuya meta final no es otra que la muerte, que se intenta diferir gracias al «infinito viajar«, a la transformación conforme nos vamos desplazando, una transformación que se procura lograr mediante la escritura.

Magris viaja no solamente sobre la piel de las ciudades o los paisajes sino que entra en las vidas gracias a un viaje naturalmente culto, como un Danubio que surcara conversaciones, reflexiones e historia, tal como él hizo hace años con el célebre río. También aquí hay microcosmos, otra de sus obras más relevantes. Cuando entra en el apartamento del primer piso de la calle Kaznachéiskaia 11 en Leningrado, se encuentra con los cuartitos abuhardillados y las escaleras mal iluminadas donde vivía Raskólnikov y donde se escribió «Crimen y castigo«. «Con un genio en el que la caridad cristiana se entrelazaba con la más turbia experiencia del nihilismo moderno – dice Magris -, Dostoievski mostró cuán trágica y al tiempo ridículamente banal es la seducción transgresora, que invita a infringir la ley moral en nombre del insondable y fangoso fluir de la vida; sus héroes, como Raskólnikov o cada uno de nosotros, son grandes en el sufrimiento y a la postre en la protervia que induce a dejarse deslumbrar por la bazofia del mal, interpretando al pie de la letra los primeros libros que se ponen a tiro, devorados apresuradamente y mal digeridos. Tal vez sólo Dante haya logrado en igual medida hacer hablar a sus personajes desde el interior de sus dramas, sin arrollarlos con el decálogo de valores en que creía firmemente. Dostoievski no impone ni siquiera a sus figuras más abyectas, a la voz de su desgarrada depravación, el Evangelio; es más, es precisamente éste el que le intima a escuchar, sin censuras, las expresiones más disonantes del corazón humano. En esa Divina comedia moderna que es su narrativa, los cercos dantescos se han transformado en las escaleras y los pasillos oscuros de los barrios populares de la metrópoli, el paisaje más verdadero de nuestra poesía, nuestro teatro del mundo».
Se sabe que hay lectores más inclinados a la epopeya homérica de Tolstoi que al drama abierto siempre por Dostoievski, y al revés. Steiner lo estudió muy bien trazando su distinto paralelismo. Pero se esté o no más inclinado a Dostoievski que a Tolstoi, estas páginas de Magris nos hacen viajar no sólo por la epidermis de los paisajes sino por las alcantarillas del ser humano. Ahí está, entre otros, Rudolf Höss con su castigo y su crimen y ahí también Raskólnikov con su crimen y castigo.
(Imágenes: Rudolf Höss.-law.umkc.edu/ «Raskólnihov y Marmeladov», por Klodt Michail Petrovich, upload.wikimedia.org/ Rakólnikov, adaptación de «Crimen y castigo», director Lev Kulidzhamov.)

EPIFANÍAS

Cuando Greta Conroy (Anjelica Huston) se detiene en lo alto de la escalera al fin de la velada en la casa de los Morkan no se da cuenta de que su marido la está mirando. «Gabriel no había salido a la puerta con los demás – escribe Joyce en su cuento «Los muertos«, del volumen «Dublineses» -. Se quedó en la oscuridad del zaguán mirando a la escalera. Había una mujer parada en lo alto del primer descansillo, en las sombras también. No podía verle a ella la cara, pero podía ver retazos del vestido, color terracota y salmón, que la oscuridad hacía parecer blanco y negro. Era su mujer. Se apoyaba en la barandilla, oyendo algo. Gabriel se sorprendió de su inmovilidad y aguzó el oído para oir él también. Pero no podía oir más que el ruido de las risas y de la discusión del portal, unos pocos acordes del piano y las notas de una canción cantada por un hombre.
Se quedó inmóvil en el zaguán sombrío, tratando de captar la canción que cantaba aquella voz y escudriñando a su mujer. Había misterio y gracia en su pose, como si fuera ella el símbolo de algo. Se preguntó de qué podía ser símbolo una mujer de pie en una escalera oyendo una melodía lejana. Si fuera pintor la pintaría en esa misma posición. El sombrero de fieltro azul destacaría el bronce de su pelo recortado en la sombra, y los fragmentos oscuros de su traje pondrían las partes claras de relieve. Lejana melodía llamaría él al cuadro si fuera pintor«.

La escena fue filmada por John Huston desde una silla de ruedas y asistido con una máscara de oxígeno a causa de su salud. «Estoy adaptando un cuento de Joyce – declaró – que tenía pensado llevar al cine desde hace treinta años, pero con tantos filmes que he tenido que hacer para poder pagar a mis ex-mujeres y mis médicos, hasta ahora no ha sido posible».

Esa melancólica melodía lejana, «La joven de Aughrim«, que Greta escucha entre recuerdos en lo alto de la escalera (y principalmente todo lo que la envuelve y la hace inexpresable), intenta ser en Joyce una mini-epifanía, es decir, una visión momentánea, ese instante de misterio que se revela sobre nosotros y que manifiesta el secreto último de las cosas. » Por epifanía – explicó Joyce en otra de sus obras – entiendo una manifestación espiritual repentina, ya sea en la vulgaridad del habla o del gesto o en una frase memorable de la mente. Creía que era propio del hombre de letras registrar esas epifanías con extremo cuidado, considerando que son los momentos más delicados y evanescentes».
En «Dublineses«, en el «Retrato del artista adolescente» y en otros libros, Joyce aspira, por tanto, a revelar esas percepciones de la gracia y esas intuiciones de inmortalidad.
Después, Greta Conroy seguirá bajando la escalera. La epifanía se disuelve y la parálisis de Dublín, con sus calles y sus vidas, parece continuar. Las conversaciones entre Greta y su marido evocando aquel primer amor de juventud que tuvo ella y cuyo desenlace aún le persigue serán envueltos por la musicalidad de la nieve. «Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen, y más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon.(…) Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oir caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos».

LIBRERÍAS "DE ARTE Y ENSAYO"


¿Van a surgir las librerías de «arte y ensayo«, las «LIR» o librerías independientes de referencia?

En un muy interesante artículo del editor Mario Muchnik en el número de febrero de «Revista de libros» se señala que «hace ya muchos años que entrar en una librería es cosa de valientes. La oferta es tan enorme, la preparación media de los libreros de hoy es tan escasa y el afán editorial de vender es tan irrefrenable que cualquier supermercado de alimentación está mejor ordenado y es más amigable con la clientela que la librería media. Ésta parece hecha para ahuyentar al posible lector: intimida. Intimida hasta a quienes estamos fogueados en eso de comprar libros».
Las palabras de Muchnik no tienen desperdicio y hacen reflexionar:
«Preveo -dice – que las librerías medianas o grandes se parecerán cada vez más a los buenos mercados de productos alimenticios. Oferta abundante, pero nada de caos. Las manzanas junto a las naranjas, pero separadas de las coles. Harry Potter separado de Cien años de soledad. Mucha luz, un ambiente acogedor, el bullicio alegre de los mercados. Bien, muy bien.
Estoy refiriéndome, en definitiva, a una separación clara de géneros, que no existe hoy. Es difícil que en un concierto rock intercalen la sonata Claro de luna de Beethoven. Sin embargo, eso es precisamente lo que sucede en las librerías. Una librería, al parecer, debe ofrecer todo lo que tenga forma de libro. Es como entrar en una buena frutería y encontrarse con que también venden tabaco. Creo yo, pero sólo lo creo, que tarde o temprano, aparecerán las «librerías de arte y ensayo». Estas tiendas, a cambio de buenas ventajas fiscales, sólo ofrecerán libros de venta modesta. En el cine, en todo caso en Francia, ya es así desde hace muchos años.(…) En Francia se proponen la creación de la etiqueta «LIR» (Librería Independiente de Referencia) para distinguir los locales que vendan sólo libros que constituyan un fondo literario y, por ello, sean transmisores de cultura, de aquellos otros que, aunque también vendan libros, funcionen como papelerías, quioscos de tarjetas postales, periódicos, jugueterías, etc. Todo nace de la doble constatación de que, por una parte, ciertos libreros se toman la molestia de aconsejar ciertos libros y ciertas lecturas a su clientela, y otros no. Será allí, en las librerías de «arte y ensayo», en las «LIR», donde se ofrecerá la obra de Beckett, como las de Joyce, Proust, Conrad o Góngora. Con la mente despejada y sin inhibiciones, el lector del siglo XXl entrará en ellas sabiendo que, sin problema alguno, encontrará lo que le interesa y no lo que el marketing le imponga. Y descubrirá muchas otras obras de cuya existencia a lo mejor nunca tuvo noticia.»
(A veces un blog – que además se titula Mi Siglono puede hacer más que servir de eco a reflexiones que, si no suscitan la polémica, sí alimentan enormemente la curiosidad).