PERIODISMO E INTERNET


«A la gente le encanta diagnosticar la muerte de los periódicos. Creo que es ridículo. Los medios tradicionales sólo tienen que darse cuenta de que el mundo de Internet no es un enemigo. Es más: es su tabla de salvación, siempre y cuando sepan adoptarlo con valentía». (Arianna Huffington, directora de un sitio web norteamericano, el «Huffington Post«).

«Si usted ama el periodismo, tiene que amar el tener más herramientas a su disposición y más interacción con su audiencia y la próxima desaparición de las tradicionales restricciones de tiempo y espacio. Nunca ha habido mejores tiempos para ser periodista». (Mark Briggs, autor de «Journalism 2.0.» y profesor de la Universidad de Seattle, actual subdirector adjunto para noticias interactivas del peródico «Tacoma News Tribune«).

«Los medios han de modificar la manera en que informan e incorporar nuevos métodos y tecnologías. Ésta ya es una buena razón para hacer mejor periodismo. Tienen que arriesgar e innovar. Incluso de un fracaso se aprenden lecciones. Para ser más competitivos, los medios tienen que ver lo que están haciendo sus audiencias en la red».( Dan Gillmor, director del Center for Citizen Media de la Universidad de Berkeley (California)).

(Quedan incorporadas estas opiniones al amplio caudal de reflexiones y consideraciones que tendrán hoy lugar en todas partes, con motivo del Día Mundial de Internet).

BABEL A LAS NUEVE DE LA NOCHE


Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche, cuando la sintonía del telediario me trae las primeras imágenes y escucho estas declaraciones de Rosa María Calaf, veterana corresponsal de Televisión Española en Asia: «En estas tres décadas se ha producido un deterioro del periodismo, sobre todo en televisión, ya que prima el impacto sobre lo que importa. Lo que más interesa ahora es la espectacularidad, que sirve para vender tragedias. Además, ha tenido lugar una auténtica revolución tecnológica, que ha propiciado cosas muy buenas, pero también que predomine la velocidad sobre los contenidos, aunque no se cuente nada. El principal riesgo de todo este proceso es que se construyen valores erróneos y, en el telediario, no se distingue entre los niños desnutridos de África y el contrato millonario de un futbolista. Como consecuencia, la gente se acostumbra a consumir sin pensar, lo que es muy grave porque se crea una sociedad descerebrada. Estamos creando una sociedad de consumidores, no de ciudadanos».

Sentado en Mi Siglo pienso en esa verdad sobre el periodismo actual: la primacía de la velocidad sobre los contenidos, algo que está transmitiendo no sólo la televisión sino cuantos instrumentos tecnológicos avanzan a velocidades múltiples, por ejemplo Internet, este milagro de la comunicación instantánea ante el que hay que preguntarse qué se comunica tan instantaneamente y qué contenidos y valores se transmiten cabalgando siempre sobre los lomos de la celeridad.

Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche y recuerdo que escribí no hace mucho que nuestra pupila ve los telediarios y no los mira, los mira y no los comprende. A la pupila le falta muchas veces la comprensión, ese ponerse en lugar del otro, no recibir tan sólo sino aprehender imágenes y sonidos que nos desvelan lo que ese otro lleva dentro. A ese otro, en directo y mientras cenamos, le están acribillando con los ojos vendados ante un pelotón de fusilamiento. Hace años escribí en un libro: Ese hombre, como todos los hombres, va a morir; va a morir por primera y última vez. No me acostumbro a ello. Me lo repito continuamente. Aunque fuera en diferido, los disparos siempre son definitivos porque esa vida es única e irrepetible y el cuerpo de la venda cae doblado sin poderse sustituir. El asombro, sin embargo, nos tienta en la pantalla con el siguiente anuncio de líneas aerodinámicas de un automóvil. Nos tienen necesariamente que tentar con la sorpresa porque la publicidad sabe que nos estábamos quedando adormecidos con tanta muerte. Se nos sacude entonces con los objetos deslumbrantes ya que al parecer los sujetos repetitivos y sangrantes – quizá sólo por ser repetitivos – nos provocan sopor. Entonces pasa y vuelve a pasar el objeto iluminado y musical desde todos los ángulos insólitos y se deja ver, mirar, admirar cuantas veces sea necesario hasta que lo consumamos en vida antes de que la muerte llegue. Cuando la muerte llega de nuevo – ese tanque, por ejemplo, que está aplastando al niño inocente – no sabemos si ello es realidad o ficción, tan maquillada aparece la realidad con su disfraz de afeites. Exclamamos entonces, ¡qué horror! Pero estamos en el segundo plato y continuamos masticando nuestra cena de horrores. La vida sigue. («Necesidad del asombro» en «El artículo literario y periodístico» (Eiunsa).

Después me levanto de Mi Siglo porque ha acabado ya Babel a las nueve de la noche, la apago y me voy a dormir.

PEQUEÑA CELEBRACIÓN

Al celebrarse un mes de la aparición de este blog me he asomado en este día al balcón de la noche, a la terraza que domina toda la Globosfera – a esos dominios de las pantallas iluminadas- y he contemplado rostros múltiples, anónimas estrellas que tecleaban blancas palabras, ese universo silencioso de los ordenadores y el pálido recuadro que aguarda el misterioso escribir.
Entonces – y para celebrar este mes primero de comunicación – he lanzado un largo grito desde la pantalla, afilado quejido que no conoce el final, frase que atraviesa mundos instantáneos y he visto a las palabras partir como flechas hacia pantallas desconocidas – nunca se sabe si acogedoras o displicentes-, pantallas como portales escondidos, portales al fondo de habitaciones, habitaciones en lo profundo de las casas.

Escribo en este cielo de la Globosfera sin saber en qué cementerio morirán los mensajes y si acaso morirán alguna vez. Internet no es infinito pero su inmensidad envuelve a esta noche del día de la celebración, y no se escucha más ruido a esta hora que el del pestañeo de los ojos sin párpados, ojos que siguen todo lo que se escribe y roce de las yemas de los dedos pulsando las teclas de las preguntas, monólogos en la distancia que vuelan en busca de diálogos, diálogos breves como correos fulgurantes, contestaciones como chispas, respuestas al otro lado del mundo.
¿Hay alguien ahí, al final del pasillo de la tecnología? Sí, siempre hay una luz encendida en lo más hondo de las casas cuando todos creen haber apagado la última luz.
Con esa luz comparto mi pequeña celebración.
En la intimidad de las habitaciones universales y encima de este mantel simbólico de teclas blancas pongo estas treinta velitas de palabras, soplo la llama del misterio y me voy a dormir.

FICCIÓN Y REALLIDAD

Lo más interesante de aquel caso, se decía cada tarde el escritor de novelas policiacas, era que el cuerpo no aparecía, lo habían dicho en las noticias, lo habían subrayado en el telediario, ¿dónde estaba el cuerpo? ¿desaparecido? ¿muerto?. Pero también lo más interesante de aquel caso que tanta conmoción producía en la opinión pública, (se decía cada mañana el autor del suceso – o mejor dicho, los autores, porque había varios autores del misterio-), era que cada mañana se hacía necesario recomponer las piezas, usar nuevas coartadas, disimular los rostros, aparentar más frialdad al salir de la casa, aparecer impertubable al enfrentarse con la prensa, en resumen, adelantarse a lo que se iba a investigar por la tarde, ir por delante de lo que pudiera decir el escritor de novelas policiacas acumulando sospechas.

Porque sospechas sí que las había, se decía el escritor de novelas policiacas, también aseguraba lo mismo la policía, es decir, las dos líneas de investigación paralelas ( ya que había dos líneas de investigación, como también había varios autores del misterio: estaban los protagonistas del suceso y luego estaban los amigos que callaban, quizá que sabían dónde estaba el cuerpo, acaso habían ayudado a desprenderse de él, pero nada decían). Todo esto aumentaba la confusión.

Lo más interesante también para todos los que seguían diariamente aquel extraño y apasionante suceso era la doble velocidad de las investigaciones: el autor, (o los autores) sobre todo y su ritmo desconcertante, el seguimiento minucioso de las facciones de su rostro, cualquier ademán delator, por ejemplo, con las manos, algo que apretaran siempre con las manos o con lo que jugaran con los dedos, la manera de mirar (de frente o de perfil, con los ojos fríos e impasibles o bien huidizos), cualquier detalle que le sirviera al escritor de novelas policiacas para escribir en Internet por la tarde el resultado de sus pesquisas.

Porque el escritor de novelas policiacas se iba adelantando sin querer a cuanto hacían los autores de aquel misterio. Sobre los perros enviados a olfatear restos él tenía su propia teoría. Una tarde había seguido a aquellos perros adiestrados por la policía y había descubierto que el olor a cadáver estaba repartido por varios sitios distintos. Entonces se preguntó: ¿ habían trasladado el cadáver el mismo día de la desaparición? ¿o eran pistas muy posteriores a aquel suceso? Cuando esa tarde escribió esto en Internet no pareció sorpender a la policia, los investigadores no reaccionaron en un principio, y sí en cambio lo hizo inmediatamente el autor (o autores) del misterio, ya que a la mañana siguiente se vió a los supuestos autores (o quizá sólo a uno, porque también se decía que había un único y enigmático autor) con el rostro demudado y distinto, igual que si estuviera a punto de descubrirse todo, aunque era imposible, se decía, las coartadas estaban completamente trazadas y selladas, y sobre todo el silencio, aquel silencio que se habían jurado mantener a toda costa y que era el más profundo de los secretos.

Lo que sucedió después ya se sabe. Una noche, el escritor de novelas policiacas sentado ante su pantalla de Internet, pensó que era necesario actuar. Dejó su ordenador abierto como si trabajara y aprovechando un descuido de la policía subió de dos en dos los escalones de aquella casa donde vivían los autores del misterio. No encontró a nadie. Con los instrumentos silenciosos de la ficción intentó abrir las puertas de la realidad. No estaba el cuerpo por ningún lado. No había nada. Sólo había ficción, ficción, ficción por todas partes. La realidad no se encontraría nunca.