UNA FOTOGRAFÍA

Con este «click» que ha hecho la cámara frente a mí acaban de robarme un átomo de tiempo, han cristalizado un instante, lo han solidificado, no se han dado cuenta, no me he dado cuenta, pero este movimiento imperceptible con el que acabo de agrandar las pupilas o las he empequeñecido, no lo sé, no lo recuerdo, ha sido atrapado para siempre, ya no volverá, ya no lo repetiré, no sé repetirlo exactamente, aunque me pidan ahora repetirlo no lo sabré hacer, será otro momento, otro movimiento, otro átomo de tiempo, casi pondré el mismo rictus y el mismo pulso en la mirada, una ligera y leve sonrisa, pero ya no será la misma, será muy parecida pero ya nada igual, la cámara, el ojo de la fotografía ha absorbido a mi ojo que la mira intentando divisar dónde se ha ido aquel instante que acaban de quitarme y que ya no volverá.

Es así la fotografía. Toda imagen cuenta una historia y esta imagen atrapa el segundo de esa historia cargada de pasados y presentes que será enmarcada y colocada encima de una repisa, quizá en un comedor, al principio en una primera línea de retratos, pasados los años en una segunda, después vendrá una mano anónima que la pasará a la fila tercera y por último llegará una voz y una pregunta que dirá: ¿y quién es éste?.

«Leo textos, imágenes, ciudades, rostros, gestos, escenas», decía Roland Barthes. Habría que añadir que esta fotografía que acaban de hacerme también intenta leer mi vida. ¿ Pero es verdad que con una sola fotografía una vida puede leerse?

( Pienso todo esto en el día en que un periodista español, Publio López Mondéjar, es acogido como académico en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y pronuncia su discurso sobre «La fotografía como fuente de memoria»).

FOTOS EN EL METRO

Cuando entra ese negro ciego en el metro y le llevan de la mano para que pueda sentarse en el vagón, la niña que está enfrente se le queda mirando de pronto y empieza a fotografiarle instantáneamente, velozmente, sus pupilas de once años captan una, dos, cien, mil fotografías precisas, está formando la imagen de ese negro ciego que se ha sentado hierático con su bastón mirando al vacío desde su vacío, viajando en su habitual negrura, y la cámara de los ojos de la niña deja que se impresione mediante la luz esa superficie sensibilizada llamada clisé, placa o película, y esas fotografías sucesivas no las olvidará nunca porque son las preguntas de los cómos, de los porqués, del por qué ese negro es ciego y además sonríe, cómo es posible que sonría, por qué parece tan feliz, de dónde viene ese negro con gafas oscuras, a dónde va, los flases y fogonazos de las interrogantes eternas en unos ojos de once años que guardan todos los destellos que emite el mundo.
No sabe esa niña que fotografía que yo la estoy fotografiando. Ella reproduce en sí misma la imagen de ese negro ciego y yo la reproduzco a ella. Ella lo representa en sucesivas instantáneas y yo la retrato en parpadeos constantes.
Mientras tanto corre el vagón con sus luces, entra en el tunel de las sombras, sale de nuevo a la claridad, entra otra vez en la ceguera.

"PETITE POMME"

-Para parecer hermosa – le dice ahora el fotógrafo a esta mujer antes de disparar-, lo que tiene usted que hacer unos segundos antes de mi destello es articular las siguientes sílabas misteriosas en francés, aunque usted no sepa el significado. Diga muy despacio: «Pe-tite-pomme». Verá como por arte de magia, su boca, en lugar de formar una mueca ansiosa, se hará un círculo, sus cejas se arquearán ligeramente y el óvalo de sus mejillas se alargará. Repita otra vez muy despacio «petite pomme» y obtendrá una dulzura distante en su rostro, se refinarán sus facciones…
Efectivamente así es. Suenan diversos «clics» en la terraza y la pequeña manzana de la cabeza de esta mujer recostada en una esquina es movida por el sol y las sombras, los recortes de la tarde captan toda la superficie de la piel, la cámara encuadra la belleza. Ella apenas silabea «pe-tite-pomme», «pe-tite-pomme» muy despacio pero la tristeza velada o su infinita melancolía al creer que ya no verá más a ese hombre, al creer que nunca más será amada, no consigue que la fotografía la recoja. El criterio fundamental de valor en la fotografía, que es que la imagen sea inolvidable, no abraza al olvido. El temor a ser olvidada está en los ojos de esta mujer, está en los labios que repiten «pe-tite-pomme»,»pe-tite-pomme» muy despacio…
Luego ella queda en soledad y el fotógrafo se aleja. Cree que ha cumplido con su oficio.