MIGUEL HERNÁNDEZ (y 6) : TESTIMONIOS Y RECUERDOS

En Mi Siglo he ido evocando en varias ocasiones al poeta cuyo centenario – su nacimiento-  se celebra hoy. «Su castellano comido de ces – decía de él José Domingo en 1961 – estaba más próximo a la eufonía murciana que al dulce alicantino bilingüe. Su rostro irradiaba una luminosidad que se efundía por aquellos ojos tan claros, por la nariz respingona, por una boca de cierre imperfecto que no podía contener el secreto a voces de su dentadura tan blanca».

«Lluviosos ojos que lluviosamente

me hacéis penar: lluviosas soledades,

balcones de las rudas tempestades

que hay en mi corazón adolescente.

Corazón cada día más frecuente

en para idolatrar criar ciudades

de amor que caen de todas mis edades

babilónicamente y fatalmente.

Mi corazón, mis ojos sin consuelo,

metrópolis de atmósfera sombría

gastadas por un río lacrimoso.

Ojos de ver y no gozar el cielo,

corazón de naranja cada día,

si más envejecido, más sabroso«.

«Calzaba entonces alpargatas – escribió a su vez Vicente Aleixandre en «Los encuentros» (Guadarrama) -, no sólo por su limpia pobreza, sino porque era el calzado natural a que su pie se acostumbró de chiquillo y que él recuperaba en cuanto la estación madrileña se lo consentía. Llegaba en mangas de camisa, sin corbata ni cuello. (…) Unos ojos azules, como dos piedras límpidas sobre las que el agua hubiese pasado durante años, brillaban en la faz térrea, arcillla pura, donde la dentadura blanca, blanquísima, contrastaba con violencia como, efectivamente, una irrupción de espuma sobre una tierra ocre. La cabeza, de la que él había echado abajo el cabello sobrante en otros, era redonda y tenía un viso acerado en su pelo corto, con un signo de energía en el remolino de la frente, corroborado en los pómulos saledizos, pero desmentido en su entrecejo limpio, como si quisiera abrir una mirada cándida sobre el mundo entero que con él se correspondiese».

«Conocí a Migueldecía también el poeta Manuel Molina en 1960 – diciendo gorgoritos gongorinos en la tribuna del horno, con toda una risa inmensa saliéndosele por la boca, de ruda carnosidad varonil, saltándole por los ojos de verde agua madurada por los ríos que trabajan las norias del sudor, danzándole desde su cabeza semicalva de tan pelada, hasta sus pies duros de trepar entre cheroles y peñas crudas y desnudas. Desnuda era la risa de Miguel aquella mañana de sol alto, reflejando en su tez sonrosada por la proximidad de la sangre sana que inundaba toda la luz de su presencia, el imán de su alegría juvenil…»

«¡Ay viento-viento de por la mañana,

viento de por la tarde! : ¡ay viento – viento!

Me da el viento, Señor, me da la gana

el viento de volar, de hacerme ave«.

(Imagen: Miguel Hernández.-dibujo de Benjamín Palencia. (atri) -hacia 1935.-elcultural.es)

MIGUEL HERNÁNDEZ (5) : AÑOS EN ORIHUELA

« Leía mucho Miguel, sí, – revelaba Vicente Hernández, el hermano del poeta -, pero ocultándose de mi padre. Leía sobre todo, por la noche, cuando todo el mundo estaba acostado, en el cuarto aparte, en el patio, que nosotros ocupábamos. A veces mi padre lo sorprendía y se levantaba para apagar la luz. (…) A menudo, también, Miguel se llevaba libros a la huerta y leía mientras cuidaba las cabras. Lo que me asombraba a mí, que era de salud más bien delicada, era que él se sentara no importaba dónde, casi siempre con la cabeza descubierta, a pleno sol, y que no pareciera sufrir el calor…. Leía a los poetas: Machado, Verlaine, San Juan de la Cruz. También las novelas de  Gabriel Miró. Y además «La Eneida«, en una traducción de Fray Luis de León, de la cual le divertía recitar de memoria ciertos pasajes (…) Se aislaba para escribir. Me acuerdo muy bien cómo trabajaba cuando tenía diecinueve o veinte años. El sábado, antes de ir a acostarse, mi madre le preparaba una comida fría que metía en un gran pañuelo anudado. Al día siguiente, al alba, llevando en la mano su atadito y máquina de escribir, Miguel trepaba por las rocas detrás de nuestra casa, hasta la Cruz de la Muela y se pasaba el día solo, allá arriba, componiendo sus poemas. Tenía una vieja máquina de escribir que había comprado de ocasión a uno de sus amigos, Eladio Belda…»

Escuchaba todo esto el hispanista e investigador francés Claude Couffon en 1962, en lo profundo de las calles de Orihuela, cuando intentaba dar voz viva a los recuerdos. Hablaba  con Vicente, el hermano de Miguel Hernández, y la memoria poco a poco afloraba. Couffon reunió luego estas conversaciones en su libro «Orihuela y Miguel Hernández» (Losada) y en aquellos paseos abarcó confidencias no sólo de familiares sino de amigos del poeta.

Un año antes, en 1961, en la Revista «Oleza«, un amigo de Miguel Hernández, Álvaro Botella, trazaba este retrato del escritor:

«Diré que era alto, de huesos muy fuertes y, en consecuencia, ancho de hombros; con brazos inmensamente largos y siempre pegados a las caderas, casi inmóviles cuando caminaba; avanzaba con el cuerpo muy derecho; sus manos eran grandes, rústicas -ése es el término -, con movimientos indecisos. Su cabeza se erguía animosamente sobre sus hombros; miraba derecho a los ojos y del conjunto de su rostro se destacaba una mirada infantil, un poco tímida, procedente de dos ojos redondos y muy movedizos; cuando un hecho impresionaba su corazón o su inteligencia, en sus mejillas se encendía cierto rubor. Era descuidado en el vestir, libre en su conversación, valeroso y decidido en sus juicios y apasionado hasta la temeridad…»


De aquel rostro y de aquella figura saldrían, entre muchos otros, estos versos:

«Fuera menos penado si no fuera

nardo tu tez para mi vista, nardo,

cardo tu piel para mi tacto, cardo,

tuera tu voz para mi oído, tuera.

Tuera es tu voz para mi oído, tuera,

y ardo en tu voz y en tu alrededor ardo,

y tardo a arder lo que a ofrecerte tardo

miera, mi voz para la tuya, miera.

Zarza es tu mano si la tiento, zarza,

ola tu cuerpo si lo alcanzo, ola,

cerca una vez, pero un millar no cerca.

Garza es mi pena, esbelta y triste garza,

sola como un suspiro y un ay, sola,

terca en su error y en su desgracia terca».

«El rayo que no cesa»

(1910-2010: el año en que se conmemora al poeta)

(Imágenes:- 1.-Miguel Hernández celebrando el Primero de Mayo en la Casa de Campo de Madrid.-foto Manuel L. Moreno.-Orihueladigital/2.-Miguel Hernández.-Bibliotecas municipales.-Cartagena)