¿PARA QUÉ SIRVE UNA RESEÑA?

libros.-ttyyv.-por Hein Gorny.-mayo 1929.-SMB Art Library.-Kunstbibliotek«Yo he aprendido más de los ataques que de los elogios. Aun en los más despiadados hay un toque de plausibilidad. Siempre hay algo embarazoso en los elogios incondicionales. Uno sabe, en el fondo de su corazón, que no se lo merece». Eso le decía uno de los grandes reseñistas de los años veinte, Mencken, en una carta dirigida al novelista americano Theodor Dreiser, y eso lo recoge en un interesante libro «El arte de la distorsión» (Alfaguara) el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez.

También de Vásquez merece extraerse esta otra frase cuando alude a las reseñas de novedades: «Todos tenemos en mente una o dos firmas cuyo elogio de un libro es razón suficiente para no comprarlo, cuyo desprecio nos propulsa de inmediato a las librerías». Palabras sorprendentes pero veraces. ¿Para qué sirve – o debería servir – una reseña? Indudablemente para ser verdadera guía de muchos lectores. Un buen crítico, según Steiner, le dice al público: «Esto es de verdad. La razón es ésta. Por favor, léalo». Por supuesto que la otra tarea del crítico es decir: «Esto es una falsedad, una impostura. La razón es ésta. Por favor, sépalo». Tanto del gran guía que fue Borges con sus reseñas en «El Hogar» («Textos cautivos«) (Tusquets) como el también guía excelente que fue Cyril Connolly («Obra selecta») (Lumen) ya hablé en Mi Siglo.

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Pero siempre es reconfortante volver de nuevo a Borges. Se ve siempre al guía al otro lado de su reseña. Como por ejemplo lo que nos dice en 1939 sobre «Las palmeras salvajes» de William Faulkner: «En las obras capitales de Faukner – en Luz de agosto, en El sonido y la furia, en Santuario – las novedades técnicas parecen necesarias, inevitables. En The Wild Palms son menos atractivas que incómodas, menos justificables que exasperantes. (…) Es verosímil la afirmación de que William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo. Para trabar conocimiento con él, la menos apta de sus obras me parece The Wild Palms, pero incluye (como todos los libros de Faulkner) páginas de una intensidad que notoriamente excede las posibilidades de cualquier otro autor».

Hoy apenas tenemos guías como Borges que nos conduzcan con maestría por los libros. En el volumen «Críticas ejemplares» (Bitzoc) que reúne históricos textos de Proust, Steiner, Lytton Strachey, Edmund Wilson, Manganelli, Raymond Chandler, Benet y el propio Borges, Jean-Francois Fogel se pregunta: «¿Durante cuánto tiempo tendremos que esperar la muerte del crítico? La noticia se demora de una manera inesperada».

¿Hará falta también hacerse la pregunta interrogando a quienes hoy no escriben una buena reseña?

(Imagénes:-1. foto por Hein Gorny.-mayo 1929.-smb. museum. Art Library.-Kunstibibliotek./-2.-libros en la calle)

TEXTOS CAUTIVOS

Leo que hace dos meses una figura literaria de los Estados Unidos, Steve Wasserman, ha publicado en el Columbia Journalism Review un artículo en el que se lamenta del notable declive de las reseñas literarias en los periódicos y revistas y la reducción del espacio dedicado a ellas. «Esta amenaza a la delicada ecología de la vida literaria y cultural» – escribe -«es causa de considerable alarma». Es a través de la calidad de las reseñas de libros -sigue diciendo Wasserman – » que combatimos con las, a menudo, escurridizas fuerzas que nos configuran como individuos y familias, ciudadanos y comunidades, y es a través de nuestros historiadores y científicos, periodistas y ensayistas, que luchamos con cómo hemos vivido, cómo el presente ha llegado a ser, y qué nos puede deparar el futuro». (Wasserman tiene su propia página con reseñas: http://www.truthdig.com/).
Quienes vieron perfectamente la fuerza y el sentido que podían contener esas reseñas literarias bien hechas, limitadas lógicamente por el espacio de la prensa pero afiladamente escritas, con esa precisión que refleja la sabiduría, fueron, entre otros, dos autores relevantes: Borges, en sus reseñas publicadas en «El Hogar», la revista bonaerense ( «Ilustración semanal argentina»), en la que escribió desde 1936 a 1939, y en el campo de la literatura inglesa, Cyril Connolly, que ejerció la crítica literaria en diversos periódicos.
«Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer – dijo un día Borges -. No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector, o, en todo caso, un sensible y agradecido lector «. Por su parte, Connolly diferenció y dividió muy agudamente a los escritores. «Un gran escritor -dijo- crea un mundo propio y sus lectores se enorgullecen de vivir en él. Un escritor inferior podrá atraerlos durante un momento determinado, pero muy pronto los verá marcharse en fila».
Las impecables reseñas de Borges en «El Hogar» fueron publicadas en Tusquets bajo el título de «Textos cautivos». Las extraordinarias reseñas de Connolly aparecieron como «Obra selecta« en Lumen. Ninguna de estas entregas de anotadas y pacientes lecturas son textos cautivos. Vuelan de la cautividad recogida en la mente de Connolly o de Borges hasta llegar al borde de la página del libro que estamos leyendo. En vez de elogiarlo gratuitamente o de condenarlo sin razones, la inteligencia unida a la pluma nos va explicando los porqués de todo ello con toda la variedad de sus matices. Dos sabios. Y dos grandes divulgadores. Parecen ser dos islas únicas en un panorama casi desértico.