CASAS HECHIZADAS

 

 

Una larga lista de casas hechizadas proporciona Jacobo Siruela en su prólogo  a la “Antología universal del relato fantástico” (Atalanta). Casas de muros con misterio, de puertas con enigma o de suelos apoyados en sueños. “Un escritor indio, Nayer Masud – doctor en urdu y persa, catedrático de literatura y traductor de Kafka y de la literatura persa –  ha descrito en “Lo oculto” – (así lo comenta Siruela) -, cómo un joven de la India contemporánea, que ha conseguido un trabajo relacionado con la inspección de viviendas, descubre asombrado que en ciertas habitaciones hay zonas que provocan miedo o un deseo desconocido. Tan sólo se trata de una sensación, pero es tan intensa que el protagonista le concede una total credibilidad”.

 

 

 

El castillo de Otranto”, la casa Usher, la mansión de “Otra vuelta de tuerca”, el hotel de “El resplandor” de Stephen King o la larga enumeración de casas embrujadas ocupan un lugar central en la literatura fantástica : son casas hechizadas que constituyen un motivo clásico de la literatura vitoriana, herencia de la novela gótica. Siruela añade que la realidad, el tamaño o la forma carecen de importancia. Algunas historias nos hablan de cierta cualidad especial que tienen los lugares, y que los antiguos romanos llamaban “genius loci”.

Entre el fantasma, la metamorfosis, el tema del “doble”, la magia o el autómata, ahí se cuela y adquiere inusitada grandeza y dimensiones profundas la casa hechizada, porque si ya de por sí toda casa es un recinto donde vivió durante largos años el tiempo pasado con su multiplicidad de personajes y de enigmas, ahora, tocada de pronto por la varita del hechizo, los muros transforman su realidad en sueños y los sueños nos envuelven en sombras.

 


 

(Imágenes -1- Ida Outhwaite/ 2-Albert  Lorieux/ 3-  Alexandre Rabine -1989- artnet)

VIEJO MADRID (24) : JARDINES ROMÁNTICOS

Me he sentado en este banco, invisible, abstraído de la polución y de los ruidos: pasan los automóviles detrás de estos jardines, fachadas, portales, ojos de semáforos, se oyen gritos cruzados a lo lejos de los repartidores de civilización, proveedores de básicos utensilios y de inservibles complementos, la infancia camina de la mano rumbo a su escuela, se escuchan pasos precipitados hacia el trabajo, pero aquí, en el silencio de los jardines, apenas hay rumor mientras paso las hojas del libro, «El arte de los jardines modernos«, de Horace Walpole. que, como siempre, me habla entre líneas, y me va explicando » que el roble  venerable, el haya romántica, el provechoso olmo, incluso el perímetro pretencioso del tilo, el contorno regular del castaño, y el casi moldeado naranjo, tuvieron su historia y se vieron rectificados por esos fantasiosos admiradores de la simetría».


Me está hablando así el autor de “El castillo de Otranto”, siempre en voz baja, sentado en este banco solitario, y cuando  él deja de hablar – cuando dejan de pasarse las hojas – el Madrid tumultuoso baja en estrépito de las nubes y ensordece los tejados. En cambio, cuando el libro habla de nuevo conmigo, son las palabras las que conversan entre Plinio y Milton y la ciudad enmudece al escucharnos, los silencios van y vienen por calles desiertas, automóviles quedan detenidos, diálogos diluidos. Es una ciudad enmudecida y límpida cuando el libro se cierra y es un jardín enmudecido y límpido  cuando la ciudad reabre sus ruidos.

Todo esto sucede a media mañana. Es el misterio de la palabra, el conversar de las urbes y los jardines. Y sobre todo, el silencio.

(Imágenes: jardín del Museo del Romanticismo de Madrid, calle de San Mateo.–enero 2011.- fotos JJP)