LA DESAPARICIÓN DE LA CARTA

¿Está desapareciendo la carta?

» El arte, como señala Pedro Salinas El Defensor» (Alianza),  ha hecho que en Vermeer, de cuarenta cuadros, seis traten el tema de la carta.”La mujer que escribe, inclinada sobre su bufete, absorta en su escritura, la mirada perdida en el aire buscando la palabra. La llegada del pliego, entregado por una camarera, que sorprende a la señora en su música. Y sobre todo, la lectura: no se sabe cuál es la más admirable, si la del museo de Dresde o la del de Ámsterdam. Son estos dos cuadros dos monumentos a la atención, dos poemas magistrales a la ausencia. Solas, las dos mujeres, en un ámbito sin más persona que ellas, pero rebosado de sensación de compañía invisible, que emana como callado canto de la carta”. Esto escribía yo no hace mucho en una Revista en la Red.

Y más aún. Desaparecida la carta – tradicional documento histórico para uso de investigadores y de altos notarios de las épocas -, ¿cuáles son los archivos? «¿Dónde conservarán sus documentos esenciales los Estados y las familias?- seguía diciendo yo en ese artículo -. Sin duda en discos surgidos de la pantalla, en los platillos que salen del vientre de los aparatos presentes y  futuros, allí donde la yema del dedo pulsó una tecla y se iluminó el rectángulo del mundo. Dentro de ese rectángulo iluminado que es caja de caudales transportable viajarán no sólo las cláusulas de tratados sino quizá también las confidencias amorosas de dos adolescentes que en otro tiempo escondían sus billetes apasionados dejando constancia de su primera cita o de su primer desengaño».

«El amor y sus reverencias no se ha modificado en la Historia – ahora las reverencias son distintas y el cortejo amoroso se realiza de otra forma, pero siempre  hay unas miradas y unas palabras, una atracción, unos silencios, unos desdenes, una operación de cerco y una conquista -, pero cuando uno lee los pasos y procesos de dos enamorados y cómo esos procesos y protocolos íntimos quedaron reflejados en cartas, uno se pregunta qué testimonio de rondas, melindres, acercamientos y despegos permanecerá hoy. ¿Se guardarán en los archivos tecnológicos? No, por supuesto, en los móviles  Quizá para curiosear cómo se conocieron y enamoraron sus padres los futuros hijos abrirán el  banco de datos que la herencia les dejó como recuerdo y quizá también a la hora de los despechos quieran acudir a carpetas clasificadas en pantallas para encontrar el origen de tantas distancias. Pero no es eso lo probable. Si desaparece ese papel escrito, y ordinariamente cerrado, que una persona enviaba a otra para comunicarle alguna cosa – y eso es esencialmente la carta -, las palabras, no es que se las lleve el viento sino que pueden quedar encerradas en las bodegas de los ordenadores y pasar luego a la condenación de la papelera de reciclaje».

Todo esto supondrá sin duda la desaparicion de la carta.

(Imagen.-Vermeer.-«La carta» .-Flick Collection New York)

HOFFMAN O LA MÁGICA INVENCIÓN

«El estudiante Anselmo se encontró ante la puerta a las doce en punto. Al llegar dirigió la mirada al grueso llamador de bronce; pero cuando, al sonar la última campanada en el reloj de la iglesia próxima, se disponía a cogerlo para llamar, se encontró con que el rostro metálico le dirigía una mirada aviesa al tiempo que una sonrisa asquerosa. ¡Era el rostro de la vendedora de manzanas de la Puerta Negra! Los dientes afilados castañeaban en la boca fláccida, y al castañear decían: «¡Estúpido…,estúpido…,estúpido…., espera un poco, espera! ¿Por qué has salido, estúpido?» Asustado, el estudiante se echó hacia atrás; quiso coger la jamba de la puerta; pero su mano se agarró al cordón de la campanilla, que sonó repetidas veces de un modo extraño, y en toda la casa el eco repetía : «¡Pronto caerás en cristal!» El estudiante se sintió acometido de un terror que le produjo el frío de la fiebre. El cordón de la campanilla se inclinó hacia abajo, convirtiéndose en una serpiente blanca y transparente que le rodeaba y le oprimía cada vez más fuerte en sus contorsiones, hasta que los miembros tiernos, triturados, se rompieron en pedazos, y de sus venas brotó la sangre, penetrando en el cuerpo transparente de la serpiente y poniéndole a él al rojo vivo.  !¡Mátame, mátame!», quería gritar aterrorizado; pero sólo conseguía articular un sonido ronco. La serpiente levantó la cabeza y dirigió su afilada lengua desde la tierra al pecho de Anselmo, y entonces él sintió un agudísimo dolor en el pulso y perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí estaba en su modesta cama, y a su lado el pasante Paulmann, le decía:

Por amor de Dios, querido Anselmo, ¿qué extravagancias son esas?».

No estamos ante el realismo mágico ni ante el moderno itinerario hacia  una  gran experimentación.  Tampoco ante un sueño. Estamos en septiembre de 1813 cuando el escritor – y compositor- alemán Ernst Theodor Amadeus Hoffman escribe su cuento «El puchero de oro «. Lo empezará en septiembre y lo acabará en febrero de 1814. «Una estrella  particular  – dirá E.T.A. Hoffman – reina sobre mí en ciertos momentos importantes y mezcla con la realidad cosas fabulosas, en las que nadie cree, y que a menudo me parecen brotadas de lo más profundo de mí mismo. Pero enseguida adquieren fuera de mí un valor distinto y se convierten en los símbolos místicos de esa categoría de lo maravilloso que, a cada instante, en la vida se ofrece a nuestra mirada». Aquí está la confesión de toda su literatura. «El puchero de oro» transcurre en la ciudad de Dresde y por sus calles el estudiante Anselmo sale a pasear por la Puerta Negra. Todo lo que sucede en ese libro tiene un doble significado: la vieja vendedora de manzanas que maldice al estudiante Anselmo porque le ha tirado su cesta, es una bruja hechicera; las tres doradas serpientes que hablan al estudiante mientras éste se encuentra  tumbado bajo el árbol sauco, son las hijas del archivero Lindhorst; el archivero, a su vez, es una salamandra. En ocasiones las trasmutaciones son tan extrañas que la vieja es simplemente una cafetera o se convierte en el llamador de bronce de la casa del archivero.

¿No estamos, en la primera decada del siglo XlX,  con una audacia literaria total, muy por encima de los aciertos que luego traerán algunas novelas del XX? Hoffman nos dice que si el archivero es una salamandra, su padre es una pluma vieja y su madre una zanahoria despreciable. En este cuento hay hombres que parecen buhos y hombrecillos que son papagayos mientras las mujeres son serpentinas. En Hoffman se integra el mundo irreal dentro de la realidad y se  logra que irrumpa lo insólito en la vida cotidiana. En 1803 se había preguntado en su «Diario«: «¿ Habré nacido para pintor o para músico?». Como ayer comentaba en Mi Siglo al hablar de las «vocaciones múltiples», Hoffman se volcó en la escritura y también en la música. «Cascanueces» y muchas otras de sus obras fueron llevadas  a los  escenarios y transformadas en célebres ballets.

Como él había escrito en «Opiniones del Gato Murr«, «las maravillas mayores acontecen en el interior del hombre, y pueden ser expresadas excelsamente por las palabras, los olores, las formas y los sonidos».

(Imágenes: «Cascanueces», ballet basado en un cuento de Hoffman, música de Tchaikovsky.-petersburgo.info/ retrato de E.T.A. Hoffman)