EL DISPARO DE HEMINGWAY

«Se había oído el disparo en la casa de la rue de Fleurs, en París. Se había oído el disparo y, a su estampido, habían acudido presurosos Ezra Pound, Ford Madox Ford y Gertrude Stein. Todos estaban en casa. La casa era la novela y el disparo había sido hecho con arma corta, a bocajarro, quemando y destruyendo el cuerpo mismo de la literatura anterior y empujando la bala de un nuevo estilo, seco y sencillo, hasta el corazón del hueso.

Así había disparado Hemingway.

Hemingway había comenzado por estudiar los consejos de Miss Stein. Había quemado y destruido las descripciones hasta concentrarlas y transformarlas en precisión. Había huido del material elaborado y adornado. Había matado a los adjetivos y a las abstracciones y comenzaba a dominar las impresiones y las imágenes hasta encerrarlas en contradicción.

Así había comenzado Hemingway.

Ahora ya estaba preparado para entregar al lector la sección dedicada a Caporetto en «A Farewell to Arms«.

Hemingway pensaba en Gertrude Stein. En lo que ella llamaba los recuerdos, esto es, la experiencia ajena, no la propia: de donde salía un relato ni claro ni veraz. Hemingway pensaba en Gertrude Stein. En lo que la escritora llamaba los bordados, la inclinación a las frases complicadas. La literatura debía proceder directamente de la experiencia personal –decía Hemingway–; la literatura no debía adulterarse y la literatura no había de abandonar la autenticidad con el objeto de lograr el éxito y seguridad económica.

De este modo continuaba educándose.

Más tarde, la violencia y la complejidad destacaron como rasgos de su mundo. La violencia en la naturaleza humana y la complejidad de la sencilla muerte, la muerte, el tema de la muerte desde la guerra a las plazas.

La vuelta de Henry al hotel, bajo la lluvia, después de la muerte de Catherine. La muerte de Jordán en un puente de España.

En 1954, recibe el Premio Nobel por acompañar a un viejo pescador que, después de ochenta y cuatro días sin haber pescado un pez, vuelve derrotado. Pero no vuelve destruido. Vuelve humilde.

Doscientas noventa y siete cicatrices de metralla, dos peligrosos accidentes de aviación, un gravísimo envenenamiento de la sangre, cáncer de piel y diabetes, le acompañan en la mañana del 2 de Julio de 1961, cinco días antes de que se abran, al otro lado del mundo, en un corral de una ciudad española, las puertas que cada año contemplaba Hemingway.

Su disparo, a las siete y media de la mañana, en Ketchum, Idaho, quiebra en dos, trágicamente, la paz en que vivía la novela y el silencio que cubría la comarca.

Entre mis notas de lectura a los cuentos de Hemingway ( y además del excelente libro que le dedica a su mundo Anthony Burgess) – apoyado sobre todo en el estudio que sobre el novelista hace Philip Young – destacar acaso el nacimiento de esa corriente que desvía algunos cuentos contemporáneos más hacia unos trozos de historia novelada que hacia unos relatos con autonomía personal y que se encuentre aquí precisamente, en estas narraciones protagonizadas por Nick Adams, que Hemingway escribió para ir demostrando, historia tras historia, los cambios y variaciones de sus personajes. Más que cuentos con principio y fin, son retazos de una novela. Hemingway lo hizo con plena conciencia, pero quienes lo han seguido han transformado el cuento en algo esencialmente distinto a lo que, en su género, se considera genuino y tradicional.

Interesante y curioso también para anotar: el concepto de des- gracia que Hemingway tiene cuando describe a sus héroes heridos. Tanto en sus relatos breves como en Adiós a las armas, El sol se levanta o Al otro lado del río entre los árboles. Concepto de desgracia tanto físico como interior y espiritual.

*          *          *

Símbolo de El viejo y el mar: la lucha por la existencia y la lucha también por el triunfo en literatura. El enorme pez como símbolo tanto de la vida y como dominio del narrar; explicación muy interesante de Philip Young.

*          *          *

Es curioso el destino de Hemingway a la luz de las explicaciones que da Philip Young sobre su vida y su obra. Al parecer la herida recibida en Italia se le queda grabada física y espiritualmente y se transforma en un casi leiv‑motiv de sus libros; así en Adiós a las armas y en algunos de sus cuentos. En El viejo y el mar se dice que el viejo tiene el cuerpo cubierto de cicatrices: es el último recuerdo a la herida sufrida al principio de la carrera de Hemingway. Por otro lado, en el cuento Las nieves del Kilimanjaro está demostrado que Hemingway sugiere un nuevo rumbo para su vida. Es un cuento amargo por toda la decepción que lleva consigo la mirada al pasado, pero los párrafos finales indican que Hemingway está dispuesto a cambiar su orientación y lograr ser un hombre y un escritor completo. Así lo consigue en los años posteriores. Tras Al otro lado del río y entre los árboles ‑una de sus novelas más flojas‑, parece debilitarse su potencia de escritor. Pero de pronto surge El viejo y el mar y queda totalmente restablecida su supremacía. En El viejo y el mar da la impresión de que Hemingway ha superado la amargura y entra por los caminos de esperanza. Entre otros detalles, su protagonista Santiago, no muere sino que queda, tras su derrota, sumido en la humildad y soñando‑, satisfecho de su esfuerzo, haya o no haya tenido feliz resultado‑ con los leones marinos.

Y de repente, sin embargo, el disparo que acaba con Hemingway y que trunca de improviso la línea de esperanza hacia la que parecía dirigirse el escritor. Philip Young recuerda en su libro que el padre de Hemingway se suicidó de un disparo de rifle y anota, creo, alguna frase del propio Hemingway sobre el suicidio.

Por todo esto, el destino de Hemingway ‑y lo sabemos de él en estos últimos años‑, se presenta aparentemente en contradicción. La actitud de Santiago, el viejo pescador, no encaja con el disparo solitario que acabó con la vida del novelista».

(«El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes».-págs 280-282)

(Pequeña evocación a los 5o años de la muerte de Hemingway: 2 de julio de 1961)

(Imágenes: -1.-Hemingway en la caza del búfalo de agua en un safari en África, 1953.-jfklibrary.org/2.-almuerzo en «La Cónsula», en Málaga, España, 1959.-jfklibrary.org/ 3.-Hemingay con unos amigos en Pamplona.-1925.-wikipedia)

EL INFINITO VIAJAR

«Aparte de esas mínimas salidas, era tan poco lo que podía hacerse que las horas acababan por superponerse, por ser siempre la misma en el recuerdo – se leee en «La autopista del sur», el excelente cuento de Cortázar – (…) Por la mañana se avanzó muy poco pero lo bastante como para darles la esperanza de que esa tarde se abriría la ruta hacia París. A las nueve llegó un extranjero con buenas noticias: habrían rellenado las grietas y pronto se podría circular normalmente«. El cuento prosigue pero lo que continúa en el tiempo es esta espera actual en los aeropuertos del mundo, la ruta de humildad del hombre ante el vapor y las cenizas de la Naturaleza, la parálisis en vidas y proyectos dormitando sobre las maletas, meditando la sorprendente impotencia de un mundo que se creía omnipotente, y diciéndose – como recuerda Magris en «Ítaca y más allá» (Huerga & Fierro) -: «dónde estamos yendo, pregunta el héroe de la novela de Novalis a la misteriosa figura femenina que se le ha aparecido a su lado en la antiquísima peña en el bosque, ¿hacía dónde se dirige nuestro camino? «Siempre hacia casa«.

Sí, siempre hacia casa, siempre queremos ir hacia casa, queremos llegar a casa, estar por fin en casa. Eso es lo que dicen los rostros y los labios en los aeropuertos de medio mundo. Es una constante también en la literatura. Laurence Sterne en su Viaje sentimental habla de los viajeros ociosos, los curiosos, los mentirosos, los orgullosos, los presuntuosos, los melancólicos, los forzados, los inocentes y los desgraciados, y también de los simples viajeros. Todos ellos quieren volver a casa. La pista de la velocidad, que creíamos dominar, permanece ahora detenida en el aire, entre la Nube y los aviones, y las peripecias que nos cuentan estos viajeros del XXl parecen volver por un momento a los avatares del XVlll, cuando Felipe V realiza el primer viaje del primer año del siglo: partió el rey de la raya de Francia el 30 de diciembre de 1700 a las once de la mañana, saliendo del viejo alcázar de los Austrias, para llegar en diecisiete jornadas a Irún, antes del 20 de enero de 1701. Cada jornada era de duración desigual, de cuatro a siete leguas ( a poco más de cinco kilómetros y medio la legua), según los accidentes del camino y también la distribución de las casas, torres o palacios donde poder hacer noche. Las jornadas eran de entre 25 y 40 kilómetros, y la velocidad nunca excedía de los 10 kilómetros a la hora.

Llegar a casa, estar por fin en casa. Pero a veces ocurre – como está pasando estos días en el mundo – que «el viajero – como dice Cees Noteboomsiente «las corrientes de aire que se filtran por las fisuras del edificio causal». Y Claudio Magris en El infinito viajar (Anagrama) comenta estas palabras como si glosara lo que estos días sucede en muchos países: » la realidad, tan a  menudo impenetrable, de pronto cede, se cuartea. Lo real se revela probabilista, indeterminista, sujeto a repentinos colapsos cuánticos que hacen desaparecer algunos de sus elementos, engullidos, absorbidos en vórtices del espacio- tiempo, remolinos de la mortalidad de todas las cosas, pero también del imprevisible brote de nueva vida».

El viaje siempre ha acompañado a la literatura y la literatura al viaje. A veces atravesar el agua de los viajes, la edad de los viajes, ha surcado de arrugas los recorridos y el viajero ha llegado al borde de su término exhausto y casi dolorido de cuantos recuerdos ha vivido. John Cheever lo describió magníficamente en su extraordinario cuento, El Nadador– luego llevado al cine .-Neddy Merrill atraviesa las piscinas en su intento de llegar a casa, de estar por fin en casa. «Ned se tiró al agua e hizo un largo, pero cuando intentó alzarse hasta el borde para salir de la piscina, descubrió que sus brazos y sus hombros no tenían fuerza: llegó como pudo a la escalerilla y salió del agua. Al mirar por encima del hombro vio un hombre joven en los vestuarios iluminados. Al cruzar el césped – ya se había hecho completamente de noche – le llegó un aroma de crisantemos o de caléndulas, decididamente otoñal y tan intenso como el olor a gasolina. Levantó la cabeza y comprobó que habían salido las estrellas, pero ¿por qué tenía la impresión de ver Andrómeda, Cefeo y Casiopea? ¿Qué se habían hecho de las constelaciones de pleno verano? Ned se echó a llorar».

(Imágenes:-1. fotografía; ucem-es/2.–Benny Andrews.-1996.-artnet/ 3.-Benny Andrews.-2004.-artet/ 4.-Emiliano Ponzi.-The New York Times)