SCIASCIA, LOS DETECTIVES, LO “POLICIACO”

 

 

“Para mis parodias de ambientes  judiciales y delictivos – decía Leonardo Sciascia –  recurro, a grandes trazos, al género policial. Dosifico así la intriga, como hizo “Crimen y castigo”, como la Historia en general debe hacer en lo posible . Mis “detectives” – quizá testigos – no son como los anglosajones, tan cerebrales, aunque me guste recordar a Poe, y aprecie a un Hammett cuya mirada resulta despiadada. En cambio a Simenon le interesa sobre todo describir una situación complicada, un “contexto”, entre el sueño y la vigilia; además, Maigret no es un detective privado sino un policía, lo que suena más al sur europeo. Cuando hay homicidios no trato de aclarar los hechos concretos. Voy presentando, paso a paso, la compleja verdad que implica lo que acaece. Ni interesa mucho saber quién es el asesino, ni sé quién puede serlo. Me interesa siempre otra cosa. Los indagadores de “El caballero y la muerte” o “Una historia sencilla” actúan en un mundo más abstracto. Además, en libros de indagación histórica – como “Muerte de un inquisidor’, o sobre todo “La bruja y el capitán”- el modelo directo es Manzoni”.

Uno de los grandes conocedores de la obra de Sciascia, Claude Ambroise, recordaba que “la certeza de que el criminal será desenmascarado y castigado es una impostura asumida como postulado de la novela policiaca clásica, pero no puede formar parte del concepto sciasciano de “escritura- verdad”. De hecho, en los libros de Sciascia no es el policía quien proclama artificialmente la solución de un enigma, sino el propio autor el que expresa y denuncia los mecanismos de la sociedad en la que vive”.

 

 

Sciascia planteaba así un enfoque singular para la novela policiaca, desplegaba al escribir sus obras una personalidad especial. Italo Calvino, en una carta de 1971, le comentaba: “ He acabado en este momento de leer “El contexto” y me ha divertido y apasionado muchísimo. La falsa novela policiaca como una partida de ajedrez de sabor stevensoniano – chestertoniano- borgiano es un género que aprecio mucho y que tú has conseguido con pulso perfecto”.

 

 

(Imágenes 1-Dan Adkins/ 2-Arthur Tanner- fox / 3- Siascia – milanocultura it)

DIARIO DE UN ESCRITOR

Se ha dicho del «Diario de un escritor» – editado recientemente por «Páginas de  espuma» – que estos artículos y apuntes podrían pertenecer hoy muy bien a un determinado blog, el blog de Dostoievsi. Descienden a los subsuelos o sótanos de los temas y a la vez se remontan a la superficie de la actualidad. El gran novelista ruso devoraba los periódicos, estaba al corriente de todo.»Tengo nostalgia de todo lo cotidiano –decía -, deseo la actualidad«- En la extraordinaria y minuciosa biografía que le dedicó Joseph Frank al autor de «Crimen y castigo«, en el tomo que aborda «Los años milagrosos 1865 -1871» (Fondo de Cultura), se cuenta cómo Dostoievski, en Florencia, tras la terminación de «El idiota«, se refugiaba en la biblioteca Vieusseux para leer a diario los periódicos rusos y seguir al detalle los acontecimientos y choques de opiniones que tenían lugar en su país. Rusia y el mundo le interesaron siempre. «Escribo sobre lo visto, oído y leído», dice el novelista en marzo de 1876, «menos mal que no me he atado con la promesa de escribir sobre todo lo visto, oído y leído«. Ante lo que ha sucedido después en Rusia – han señalado luego los especialistas -, y precisamente por la extrema atención que el escritor dedicó a su época, es normal admitir que él logró predecir los excesos y sufrimientos hacia los cuales se dirigía su país.

Precisamente en marzo de 1876 recoge en el «Diario de un escritor» un relato que, entre tantos otros, conmueve. Lleva por título «La centenaria» y es la historia de Maria Maksímovna, una mujer de ciento cuatro años que atraviesa muy cansada la ciudad llevando una monedita de cinco kopeks en la mano para entregársela a sus bisnietos y que se queda al fin muerta, con la mano en el hombro de  su bisnieto mayor Misha, un niño de seis años, en el momento de darle la moneda.

«Misha – escribe Dostievski -, por más años que viva, nunca olvidará a la viejecita, cómo ha muerto, con la mano en su hombro, y cuando muera él, no quedará persona alguna en todo el mundo que se acuerde, que sepa que había existido mucho tiempo atrás esa viejecita que vivió ciento cuatro años, no se sabe para qué ni cómo. Por otra parte, para qué recordarla: no tiene importancia, de todos modos. De esta misma manera se van al otro mundo millones de personas: viven pasando desapercibidos y mueren desapercibidamente. Tal vez, solamente el  momento mismo de la muerte de estos hombres y mujeres centenarios tiene algo de enternecedor y apaciguante, algo, incluso, importante y conciliador: los cien años hasta ahora afectan al hombre de una manera rara. ¡Que Dios bendiga la vida y la muerte de gente sencilla y buena!«.

«No era una historia – dirá el novelista – sino una impresión del encuentro con una mujer centenaria  (efectivamente, ¿se encuentra uno a menudo con una mujer centenaria, y además tan llena de vida espiritual?)».

Siempre, siempre Dostoievski en el subsuelo de la memoria del alma y también en la superficie de la actualidad.

(Imágenes:-1.-«La procesión», de Illarion Mikhaïlovitch Prianichnikov, 1893, museo ruso de San Petersburgo/ 2.-«La hora del té», de Alexei Voloskov, 1851, museo ruso de San Petersburgo/3.-Semyon Faibisovich.-2oo8.-Regina Gallery.-Moscú.-artnet)