«Yo creo que ser escritor es una muestra de gran humildad – dice Elio Vittorini en «Diario en público» (Gadir)-.
Lo veo como lo fue en el caso de mi padre, que era herrador y escribía tragedias y no consideraba que su escritura de tragedias fuera superior a su herrado de caballos. Es más, cuando estaba herrando caballos, nunca aceptaba que le dijeran «Así, no, sino así. Te has equivocado». Miraba con sus azules ojos y sonreía o reía y meneaba la cabeza, pero, cuando escribía, daba razón a cualquiera a propósito de cualquier cosa.
Escuchaba lo que cualquiera le dijese y no meneaba la cabeza, daba la razón. Era muy humilde en su escritura; decía que la tomaba de todo el mundo y, por amor a ella, procuraba ser humilde en todo: tomar de todo el mundo en todo.
Mi abuela se reía de lo que él escribía.
«¡Qué tonterías!»
Y mi madre, igual. Se reía de él por lo que escribía.
Sólo mis hermanos y yo no nos reíamos. Yo lo veía ponerse colorado, cómo agachaba, humilde, la cabeza y así aprendía yo. Una vez, para aprender, me escapé de casa con él.
De vez en cuando mi padre lo hacía: escapaba de casa a escribir en la soledad. Yo lo seguí una vez: caminamos ocho días por el campo de alcaparras, entre las flores blancas de las soledades, y nos detuvimos bajo una roca para estar un poco a la sombra, él, con sus azules ojos, que escribía, yo, que aprendía, y al regreso mi madre me apaleó por mí y por él.
Entonces mi padre me pidió perdón por los golpes recibidos en su lugar.
Recuerdo cómo fue. Yo no le respondí.
Y él me dijo con una voz terrible: «¡Responde!» ¿Me perdonas?» Parecía el espectro del padre de Hamlet cuando quiere venganza. No es que quisiera perdón.
Pero de ese modo aprendí lo que es escribir (…)».
(Esto cuenta de su infancia y de su aprendizaje el gran escritor italiano Vittorini, el autor de «Conversación en Sicilia» y, sobre todo, de ese delicioso libro, «El Simplón giña un ojo al Fréjus» (Gadir) . Aprendizajes siempre nuevos, infancias siempre aleccionadoras, oficios – herrador y escritor -llenos de paciencia y de cuidado, artesanos de las manos o del pensamiento.)
(Imagen.-Antonio J. «Camino de leña».-Flickr)
























del pintor-escritor, muerto en 1945 a los 59 años de edad que entre Santander y Madrid, su hermano Manuel y el café «Pombo», cantaba a voz en grito y no con mala voz, rociando de vez en cuando la existencia con el sabor de la botella. Los principales biógrafos y comentaristas de Solana dejan fuera de duda su derecho deseo sin ninguna concesión a «ser leal consigo mismo», honrado en su quehacer de artista, y, sobre todo, en presentar desnuda su verdad, sin afeites ni arreglos, monda y lironda, aunque a muchos desagradase.
leque, Calatayud, Ávila o tantos otros- en su libro «España negra». Esa España pobre, oscura, bastante ignorante y olvidada, encerrada en sí misma porque otros la hubieran encerrado en sus pueblos vacíos: toda esa faz negra de España – sin agregar moralejas, sino simplemente con pintarla con la pluma desnuda y denunciadoramente (ella se denunciaba con sus hechos) -, Solana la describió más que la escribió; y lo hizo a través de un viaje por nuestras tierras». («La muerte en la obra literaria de José Gutiérrez Solana», Tesis Doctoral, inédita).