LA GRAN GUERRA (1)

guerra- nnddl-Guido Severini- cañones en acción

«El viaje duró una noche, un día y otra noche entera (….) Habiendo llegado el 22 de agosto de 1914 al pueblo de Jamoigneles- Belles, en Bélgica, el regimiento perdió sólo en la jornada del 24 a once oficiales y quinientos cuarenta y seis soldados de un total de cuarenta y cuatro oficiales y tres mil soldados. Tras replegarse durante los días 25 y 26, recibió la orden de desplegarse en la linde del bosque de Jaulnay donde, en el transcurso del combate que libró el 27, las pérdidas ascendieron a nueve oficiales y quinientos cincuenta y dos soldados. Cuando, a las cuatro semanas, el corpulento general con bigotes de hortelano, logró parar y hasta, en algunos puntos, hacer retroceder la muralla de fuego (pasando la mayor parte de aquel tiempo durmiendo, sin despertarse más que para oír la lectura de los despachos, contemplar un momento el mapa, enterarse de las reservas, dar órdenes y volver a dormirse), no quedaba ni uno solo, incluido el

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propio coronel, de aquellos que, oficiales y clases de tropa, una sofocante tarde de agosto y bajo las aclamaciones de la muchedumbre, habían cruzado la ciudad donde estaba de guarnición el regimiento para dirigirse a la estación y subir al tren que había de llevarlos a la frontera (…) Entre los que cayeron en el combate del 27 de agosto se hallaba un capitán de cuarenta años cuyo cuerpo aún caliente hubo de ser abandonado al pie del árbol en el que lo habían apoyado. Era un hombre bastante alto, robusto, con facciones correctas, bigote retorcido y afilado, barba cuadrada y cuyos ojos pálidos color de loza, abiertos de par en par en el apacible rostro ensangrentado, miraban por encima de los soldados el follaje

guerra mundial- ffvg. Roger de la Fresnaye- la artillería- mil  novecientos once

destrozado por las balas en el que jugaba el sol de la tarde veraniega. La sangre pastosa formaba en la guerrera una mancha de un rojo vivo cuyos bordes empezaban a secarse, ya amarronados, desapareciendo casi totalmente bajo la nube de moscas de coseletes rayados, alas grises punteadas de negro, que se apiñaban y se subían unas en otras como las que se abaten sobre los excrementos en el suelo de los bosques. La bala se había llevado el quepis y en los cabellos pegajosos de sangre aún se podía ver el surco dejado por el peine que

guerra-vvgh-Verdun- Félix Vallotton

aquella misma mañana había trazado con esmero la raya en medio enmarcada por las dos ondas. Con gran decepción por parte del soldado enemigo que se acercó prudentemente, agachado, con el dedo en el gatillo del arma, y que, atraído por la vista de los galones, se inclinó sobre el cuerpo, apartando las moscas para registrarlo, los bolsillos de la guerrera estaban vacíos y no encontró ni el reloj de oro con carillón, ni la cartera, ni ningún otro objeto de valor. Más tarde, junto con la cartera, se mandó todo a la viuda, incluida una mitad de la plaquita grisácea que llevaba el nombre del muerto y estaba fijada a la muñeca por medio de una

guerra-vvhhu-Max Edler von Poosch- una escuadrilla- mil novecientos diecisiete

cadenita, conservándose en las oficinas de los efectivos la otra mitad de la placa partida siguiendo una línea de puntos varios hechos ex profeso con embutidera (…) En cuanto al juego de fumador de esmalte decorado con aves chinas de color añil con vientres rosa que volaban sobre nenúfares, había sido cuidadosamente guardado antes del combate en el estrecho baúl de metal reglamentario, pintado de un verde oscuro y sujetado con correas, transportado en los furgones con el equipaje de la compañía.»

Claude Simon.- «La acacia»

(Recuerdos de vidas únicas al cumplirse un siglo de la Primera Guerra Mundial)

guerra-ffcvvb-Sydey Carline- la destrucción de un convoy- mil novecientos dieciocho.- museo imperial de la guerrra- Londres

(Imágenes.-1.-Guido Severini.-cañones en acción/2.- André Dunoyer de Segonzac– preparación de artillerería-1915/3.-Roger de la Fresnaye.-la artillería- 1911/4.-Félix Vallotton– Verdun/ 5.-Max Edler von Poosch– una escuadrilla- 1917/ 6.-Sydney Carline– 1918)

LA ABEJA Y EL OJO

¿Hay algo nuevo bajo el sol? Cuando uno recuerda en la novela francesa de hace unos años las sensaciones visuales que describía Robbe-Grillet o Claude Simon, las sensaciones auditivas trasladadas al libro por Nathalie Sarraute – es decir, el gran ojo fijo del primero de ellos o la gran oreja de los rumores de la última con sus tres famosos puntos suspensivos que intentaban alentar e hilvanar las frases -, uno toma el microscopio y se acerca ahora a observar a esta abeja que permanece quieta detrás de la lente.

«Habiendo de describir la abeja con todos sus miembros, comenzando primero por la cabeza – escribe Francesco Stelluti en 1630 -, la cual en la parte superior muestra la osamenta repartida como en una calavera humana, plumosa, pues tiene en lugar de pelos plumas, como las de los pájaros; hacia el cuello son más abundantes: y son de color blanquecino, tirando a amarillo. De las tres partes de la cabeza, dos están casi del todo ocupadas por los ojos, que son bastante grandes y ovalados, con la parte más aguda por la banda inferior de la cabeza. Son peludos, y los pelos están dispuestos en ajedrezado, o bien a modo de retícula, como son los ojos de los otros insectos que vuelan, que parecen reticulados. En torno a ellos se ven las pestañas de pelos gruesos de color de oro: pero no tienen movimiento, haciendo únicamente un círculo en torno al ojo. Entre uno y otro ojo, hay dos cuernos móviles articulados, llamados antenas por Aristóteles, situados sobre la nariz, cada uno de los cuales nace de un globulito blanco como una perla, sobre el cual hay otro semicircular y de color rojizo: sigue luego un artejo largo de color gris oscuro, y a continuación otro artejillo rojizo, por donde la abeja pliega el cuerno; y luego a continuación otros nueve artejos uniformes, también de color gris oscuro, con unos pelos blancos muy diminutos».

Al final, Stelluti este miembro de la Academia que está leyendo este libro de la naturaleza, las lecciones visuales que le va dando poco a poco la abeja – concluye así:

«Queda la espina o aguijón, llamada por los latinos aculeus, que está dentro de la parte extrema de dicho cuerpo unido a un intestino, tierno y de color blanco. En su comienzo, donde está unido con dicho intestino, es gruesecillo; pero luego se va estrechando y adelgazando poco a poco hasta el final, terminando en una punta agudísima, como se ve en el dibujo, que se ha querido sea exactamente del mismo tamaño con que nos lo representa el microscopio. Y esto es lo que hemos podido observar con nuestra mucha fatiga, estudio y diligencia en torno a un animal tan maravilloso, cuya forma, y la de cada uno de sus miembros aquí descrita, mejor se podrá conocer en la figura aquí impresa».
El ojo y la oreja del lector en cierta novela moderna – «le nouveau roman» como se le ha llamado -, las sensaciones antes que las significaciones, disfrutarían encontrando antecedentes en el siglo XVll. El ojo de Stelluti mira el ojo de la abeja y el ojo de la abeja se deja mirar – y narrar – al otro lado del cristal.