«EL QUE NO INVENTA NO VIVE»

«Una nariz paseando en carroza por San Petersburgo, Gregorio Samsa intentando avanzar como insecto por el pasillo de la casa de Praga, las dos mitades del vizconde separadas en Italo Calvino, un barón que ya no bajará nunca de los árboles, nadie ‑es decir, Agilulfo‑ dentro de una armadura… Estamos, no en las autopistas de la información, sino más bien en las autopistas de la invención, o mejor dicho ‑por usar aquí otro título anterior de Calvino‑, en el sendero de los nidos de araña de la imaginación, en ese recorrido inesperado y sorprendente que le hacía decir a Nabokov al dictar sus cursos universitarios en CornellLa verdad es que las grandes novelas son grandes cuentos de hadas (…) La literatura nació el día en que un chico llegó gritando el lobo, el lobo, sin que le persiguiera ningún lobo (…) La literatura es invención. La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador, como lo es la architramposa Naturaleza. La Naturaleza siempre nos engaña. Desde el engaño sencillo de la propagación de la luz a la ilusión prodigiosa y compleja de los colores protectores de las mariposas o de los pájaros, hay en la Naturaleza todo un sistema maravilloso de engaños y sortilegios. El autor literario no hace más que seguir el ejemplo de la Naturaleza

Por el sendero de los nidos de araña de la embaucación, las gentes entran en las librerías y pagan por llevarse mentiras encuadernadas que les hagan escapar unas horas de la chata realidad del metro, de la oficina, de la cocina, del tráfico y del comedor para sumergirse en esa otra realidad del metro, de la oficina, de la cocina, del tráfico o del comedor que cuenta cada escritor a su manera, algunos imitando mucho la realidad pero entregando la esencia impalpable de una atmósfera familiar de interiores (como Chejov, como Cheever, como Carver) o enriqueciendo también lo auténtico con la inserción de lo fabuloso en la vida real, modificando así esa realidad hasta hacerla pasar sencillamente por los anillos del asombro.

En el fondo lectores y escritores hacen lo mismo. Como si se citaran en ese punto equidistante que es la historia imaginada, la historia de ficción (encuadernada o bien proyectada en una pantalla), cada uno ha salido de la casa de su realidad, que tiene ya muy vista y habitada, para marchar en busca de otra casa diferente y nueva, la mansión de la ficción. Calvino lo explica claramente:» yo me puse a escribir de la manera que me era más natural, es decir, siguiendo los recuerdos de lecturas que me habían fascinado desde mi infancia. En lugar de esforzarme por construir el libro que yo debía escribir, la novela que se esperaba de mí, he preferido imaginar el libro que a mí me hubiera gustado leer, un libro encontrado en un granero, de un autor desconocido, de otra época y de otro país«. El escritor deja su carga de inventiva en medio de los bosques narrativos y al poco tiempo llega el lector a buscarla paseando entre los árboles. Cada uno retorna luego a su casa. El lector, ya en la suya, se sienta ante el libro y escucha:«Relájate. Recógete ‑le está diciendo el escritor nada más empezar, desde las primeras páginas‑ Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: “¡No, no quiero ver la televisión!”. Alza la voz, si no te oyen: “¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!” Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita (…) Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado. Acostado de espaldas, de costado, boca abajo. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama. También puedes ponerte cabeza abajo, en postura yoga. Con el libro invertido, claro».

El lector está así, en su casa de la lectura, sumergiéndose, disfrutando de cuanto le va diciendo ‑le va escribiendo‑ el escritor».

El ojo y la palabra«, páginas 86-.87)

En el día en que Ana María Matute ha recordado al recibir el Cervantes: «El que no inventa no vive»

(Imagen:-1- Ida Outhwaite.– en la espesura del bosque/2.-Ana María Matute en la ceremonia de rececpción del Premio Cervantes en Alcalá de Henares.-elpais.com)


CINE Y CRISIS

estrellas-cine-1962-por-peter-phillips-artnet Leo estos días en Le Figaro el fenómeno de la afluencia masiva de espectadores al cine, huyendo, sin duda alguna, de la cruda realidad económica para refugiarse en el mundo de las bellas apariencias. De la apariencia  y de la realidad ya hablé en Mi Siglo en otra ocasión.

Pero ahora, según el estudio anual del Observatorio europeo de lo audiovisual presentado en Berlín a principios de febrero, este fenómeno de la asistencia al cine es mundial. De Estambul a Oslo, pasando por Bombay, Dubaï y Tokio y, naturalmente Estados Unidos, largas colas se concentran ante las taquillas. No así en España donde por causas distintas las últimas noticias informan de la desaparición de 150 cines y del abandono de las salas por 9 millones de espectadores.

Según recoge Le Figaro, Jeanine Basinger, historiadora del cine y directora del departamento del Séptimo Arte de la Universidad de Wesleyan en el Connecticut, asegura que está sucediendo «exactamente lo mismo que durante la crisis de 1929 y que en la Segunda Guerra Mundial. Entonces las gentes se echaron a la calle para ver cine, puesto que el público buscaba cambiar sus ideas. Los espectadores estaban ávidos de films de puro divertimento, pero también deseaban ver películas serias que les permitieran comprender mejor el mundo en el cual vivían. Se sabe que el número de espectadores va a aumentar, ¿pero verán éstos el cine en las salas de proyección, en el VOD de sus casas o a través de su teléfono móvil?».

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El cine – como la literatura – es ficción. Todo gran escritor – recordaba Nabokov en sus cursos universitarios en Cornell – es un gran embaucador. No hay más que reemplazar literatura por cine y tendremos – como he dicho en alguna ocasión – que » por el sendero de los nidos de araña de la embaucación, las gentes entran en las librerías (en los cines) y pagan por llevarse mentiras encuadernadas que les hagan escapar unas horas de la chata realidad, del metro, de la oficina, de la cocina, del tráfico y del comedor para sumergirse en esa otra realidad del metro, de la oficina, de la cocina, del tráfico o del comedor que cuenta cada escritor a su manera, algunos imitando mucho la realidad, pero entregando la esencia impalpable de una atmósfera familiar de interiores (como Chejov, como Cheever, como Carver) o enriqueciendo también lo auténtico con la inserción de lo fabuloso en la vida real, modificando así esa realidad hasta hacerla pasar sencillamente por los anillos del asombro» («El ojo y la palabra«, pág 87)

(Imágenes: 1.-«Stard card table», 1962.-por Peter Phillips.- artnet / 2.-Scarlett Johansson en «Lost in translation»)

MUJERES Y HOMBRES

Una mujer siempre está sentada a la derecha de ese hombre que escribe, pinta, compone o esculpe y que va y viene por su estudio y por las páginas sorteando sus dudas creadoras y ensimismado en su soledad. La aparición simultánea de dos libros femeninos sobre el escritor norteamericano Raymond Carver -«Así fueron las cosas«(Circe), de Maryann Burk Carver y «Carver y yo» (Bartleby), de Tess Callagher -, supone la entrada en la habitación de los recuerdos de dos miradas distintas, las dos enamoradas, que acompañaron a este hombre de los relatos minimalistas, sumergido durante años en el alcohol, hasta llegar a su irrevocable decisión de cruzar para siempre el umbral del mundo abstemio en la mañana del 2 de junio de 1977 , a los treinta y nueve años de edad. Gracias a su segunda mujer, a la poeta Tess Callagher y a la meditada y comprensiva lectura casi cotidiana de Chejov, nació un Carver nuevo, mucho más humano y profundo, un camino que iniciaría con su relato «Catedral».
Pero no fue sólo Tess Callagher la que le ayudó hasta su muerte vencida por el cáncer. Maryann, su primera mujer, descendió con él las escaleras de los abismos y convivió con Carver todas las alegrías y las tristezas en un sótano de fatigas y de intentos.
Fueron dos amores intensos. Como amores intensos, pacientes y escondidos a la vera de tantos artistas nos llevarían a evocar, en el caso de Solzhenitsin, a su primera mujer Natalia Reschetovskaya – «Mi marido Solzhenitsin» (Sedymar)- y a su segunda y actual mujer, Natasha. Amores comprensivos y callados los de Katia Mann -«Memorias«- escuchando y paseando con el tantas veces atormentado Thomas Mann. Hay una dulzura en Katia, una mirada sosegada, un gran silencio. Dulce también, sonriente y práctica para resolver la intendencencia de la vida fue Zenobia Camprubí en su vida con Juan Ramón. Inteligente y profunda se reveló Raissa Maritain – «Diario» y » «Las grandes amistades«- siempre al lado de su marido.
La lista sería numerosa. Los vacíos que han dejado ciertas mujeres al irse de este mundo – Marisa Madieri, por ejemplo, la autora de «Verde agua«- han intentado cantarse por quienes las acompañaron en el matrimonio, en este caso Claudio Magris.
Quedan siempre grandes mujeres en las penumbras de la creación. Muchas veces también ellas crean y en muchas ocasiones superan al hombre. Quedan allí, entre años y paredes, en una vida escondida y llenas de fe en un proyecto. Quedan sus largos esfuerzos comunes, sus diálogos de ojos, el aliento de una constante comprensión.