ROMA, FELLINI, RECUERDOS

 

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La primavera vez que llegué a Roma, en 1963, tras dejar mi equipaje en un hotel  de vía del Babuino y cuando me senté a comer al aire libre en una trattoria de Corso Vittorio Emanuelle, estaba muy lejos de imaginar que aquella ciudad fuera a ser mi residencia durante más de dos años. Aquel mi primer viaje estaba previsto como viaje rápido y consistía en principio, y así lo creí en aquella primera semana, en una visita provisional, urgida de exigencias periodísticas, y nunca pensé, disfrutando como estaba de aquel amable mediodía en la trattoria romana, que Roma me fuera a acompañar luego habitualmente. Pero los giros de la vida son inesperados, y dos meses después volvía a Roma con un contrato profesional y tendría que recorrer ya diariamente en razón de mi trabajo calles como vía Condotti o vía Frattina, vía della Mercede o vía del Tritone y tantas otras más. Tenía mi despacho en Piazza di San Silvestro, no lejos de Piazza di Spagna, y cada mañana venía desde lejos con mi pequeño automóvil, en concreto desde un sencillo lugar llamado Piazza Navigatori, al costado de la larguísima vía Cristoforo Colombo. Venía conduciendo y pensando en mis tareas y admirando al pasar las Termas de Caracalla que eran paisaje habitual en mi trayecto. En ciertos días de primavera o simplemente de tiempo espléndido solía detener mi coche cerca de las Termas, y como he hecho en tantas otras ciudades, establecía mi despacho durante una media hora dentro del vehículo y me ponía a escribir o a tomar notas antes de entrar en el centro de Roma y ser devorado por el caos del tráfico. Roma ha sido, todas las veces que la he visitado, una especie de continuación de mi casa madrileña. Es como si al salir de mi portal en Madrid diera unos pasos y ya me encontrara con la prolongación natural de la acera que no era otra que la de vía Margutta, via della Fontanella y, torciendo a la derecha, la Piazza del Popolo. Y en esa Piazza del Popolo, en «Canova», en uno de sus cafés bajo los toldos, recuerdo perfectamente cómo podía contemplarse a última hora de la tarde, las reuniones variadas de gentes del cine y la literatura, directores, actores, poetas y novelistas, Giorgio Basani, por ejemplo, o Visconti, o Carlo Emilio Gadda, o Antonioni, o Mónica Vitti. Y allí acudía de vez en cuando Federico Fellini.

Tengo en la memoria con claridad aquel «Canova» iluminado en la noche frente al obelisco de Piazza del Popolo, con sus mesas de manteles blancos en la terraza, lleno de gente pintoresca, debatiendo con gestos italianos y acento romano proyectos dispares y mil cosas de la vida. Y no podría asegurar si fue en ese café o fue en un libro suyo cuando Fellini quiso preguntarse precisamente: ¿qué es Roma? Y él mismo se respondió: pienso, dijo, que Roma es un rostro confortante porque Roma se permite todo tipo de especulaciones en sentido vertical; Roma es una ciudad horizontal, de agua y de tierra, tendida, y por consiguiente plataforma ideal para lanzarse a vuelos fantásticos.

José Julio Perlado .- ( del libro inédito «Relámpagos»)

 

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(Imágenes- 1-Roma- Cartier Bresson- 1951- Magnum/ 2.-Piazza del Popolo-segwayfuncomecon)

INSPIRACIONES Y OFICIOS

«La vida del escritor es muy desembarazada y libre- recuerda Patricia Highsmith -, y si hay estrecheces proporciona cierto consuelo el hecho de que no seamos los únicos que las padecen y nunca lo seremos mientras siga existiendo la raza humana. La economía suele ser un  problema y los escritores siempre andan preocupados por su culpa, pero esto forma parte del juego. Y el juego tiene sus reglas: la mayoría de los escritores y artistas necesitan tener dos trabajos en sus años jóvenes, uno que les proporcione dinero y otro consistente en realizar su propia obra. El noventa y cinco por ciento de los escritores norteamericanos necesitan tener otro empleo durante toda la vida para que les cuadren los números«. Más o menos sobre todos estos temas habla Daria Galateria en «Trabajos forzados» (Impedimenta) cuando se refiere a las distintas ocupaciones que los escritores se han sentido obligados a tener: Kafka, como es sabido, en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales ocupado hasta las dos de la tarde; Eliot en el Lloyds Bankes el trabajo más interesante del mundo – decía el gran poeta -. Es tranquilo y me permite vivir en Londres, continuar mis trabajos y ver a los amigos; el banco es acogedor y estimulante«),

En alguna ocasión he hablado en Mi Siglo de la soledad y de los oficios de los escritores. Los viajes en avión del piloto Saint- Exupery; el recorrido por diversas pensiones y en diversas ciudades del italiano – de profesión ingeniero y luego corrector de textos-  Carlo Emilio Gadda; la dura responsabilidad de George Orwell en la policía birmana; la profesión de empleado de Banca del francés Jean Giono (he estado en el banco -decía – no un día o unos meses, sino dieciocho años : y entre un cliente y otro escribía, sin equivocarse nunca en las cuentas), todo ello nos lleva al aprendizaje en otros quehaceres y tareas que, además de proporcionar alimento a los escritores, les transmiten indudables experiencias. En ese libro en donde se recogen varios consejos útiles – «Suspense» (Anagrama) -, Patricia Highsmith recuerda que « si uno intenta escribir, y al mismo tiempo tiene un empleo, es importante que cada día o cada fin de semana se reserve cierto tiempo para crear, tiempo que deberá ser sagrado y sin interrupciones».

«Los escritores – sigue diciendo la novelista norteamericana -deberían aprovechar todas las oportunidades de aprender cosas sobre las profesiones de otras personas, ver cómo son sus cuartos de trabajo, oir de qué hablan. El escritor debe observar bien todos los nuevos escenarios que se le presenten, tomar notas y sacar partido de ellos. Lo mismo cabe decir de los pueblos, ciudades y países nuevos. O incluso de calles que nunca había visto antes: una calle miserable en alguna parte, llena de cubos de basura, chiquillos, perros vagabundos, es tan fértil para la imaginación como una puesta de sol».

«En cuanto a las pequeñas dificultades de la vida – prosigue -, las hay a miles. ¿Qué escritor no ha tenido que trabajar con dolor de muelas, con facturas que hay que pagar, con un niño enfermo en la habitación de al lado o en la misma habitación, cuando te visitan los parientes políticos, cuando una relación amorosa acaba de terminar o cuando el Gobierno te exige que rellenes más y más formularios?».

Es la vida, la riqueza de la vida, las contrariedades enlazadas con la literatura, hechas a veces literatura, inspiraciones que conviven con distintos oficios, oficios que sin ellos quererlo dan nuevas luces a la creación.

(Imágenes:- 1.- manuscrito de «La tierra baldía» de Eliot con correcciones de Ezra Pound/ 2.-T. S. Eliot.-foto de Ida Kar/ 3.-manuscrito de «1984», de George Orwell/ 4.-manuscrito de Jonathan Edwards.-1703-1758)

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CASAS LITERARIAS

«En cuanto empiezo a escribir – dice Paul Auster -, ya no existe más que el trabajo. El entorno desaparece. Carece de importancia. El lugar en el que estoy es el cuaderno. El cuaderno es la habitación. Esto es la casa del cuaderno«. En Mi Siglo he hablado alguna vez de estos refugios de artistas que son las casas de los cuadernos, pasillos por donde van y vienen los personajes y por donde nosotros nos cruzamos con ellos, casas y libros con sorprendente dureza interior, unión de artesanías, de inspiración y de esfuerzo.

Italo Calvino, en «Si una noche de invierno un viajero«, cierra bien la puerta de esa casa del libro que estamos leyendo, la habitación de la lectura, «adopta la postura más cómoda – recomienda a cada uno -: sentado, tumbado, ovillado, acostado. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama«. Lo importante es leer, lo importante es escribir. El escritor lo hace en la casa de su cuaderno y el lector abre a la vez las hojas de las puertas de su casa, que son las páginas, y entra en las estancias que el escritor le muestra.

Y paralelamente a esas casas personales, llenas de concentración y de intimidad, se elevan en muchos libros las casas literarias, obsesiones y persecuciones en la mente del escritor. Varias podríamos citar: «La casa» , de Mujica Láinez, por ejemplo, o «Casa de campo» de Donoso, tan ferviente enamorado de casas muy distintas a lo largo de sus desplazamientos continuos. Pero quizá queden en la memoria dos más relevantes: la que describe Carlo Emilio Gadda en 1957, en «El zafarrancho aquel de via Merulana» (Seix Barral), calle y casa plena de dialectos, universo de personajes múltiples, arquitectura novelística que se aparta de caminos conocidos, y «La vida instrucciones de uso»»  (Anagrama), de Georges Perec, la casa parisina de la calle Simon-Crubellier con sus noventa y nueve piezas de puzzle, en donde el escritor «imagina un inmueble en el que se ha quitado la fachada… de modo que, desde la planta baja a la buhardilla, todos los aposentos que se hallan en la parte anterior del edificio sean inmediata y simultáneamente visibles», como así lo comenta Perec en «Espèces d`espaces» (Galilée)

«Poco antes de que surjan del suelo aquellos bloques de vidrio, acero y hormigón – escribe Perec en esta novela -, habrá el largo palabreo de las ventas y los traspasos, las indemnizaciones, las permutas, los realojamientos, las expulsiones. Uno tras otro se cerrarán los comercios, sin tener sucesores, una tras otra se tapiarán las ventanas de los pisos desocupados y se hundirá su suelo para desanimar a squatters y vagabundos. La calle no será más que una sucesión de fachadas ciegas – ventanas semejantes a ojos sin pensamiento -, que alternarán con vallas manchadas de carteles desgarrados y graffiti nostálgicos.

¿Quién. ante una casa de pisos parisién, no ha pensado munca que era indestructible? Puede hundirla una bomba, un incendio, un terremoto, pero ¿si no? Una ciudad, una calle o una casa comparadas con un individuo, una familia o hasta una dinastía, parecen inalterables, inasequibles para el tiempo o los accidentes de la vida humana, hasta tal punto que creemos poder confrontar y oponer la fragilidad de nuestra condición a la invulnerabilidad de la piedra».

Especies de espacios, en la casa de la lectura siempre hay un lector junto a la lámpara leyendo un libro y en la casa de la escritura – junto a la lámpara – siempre hay un escritor que está escribiendo un libro para la casa de la lectura.

(Imágenes: 1.-Alexandre Rabine.-1989.-Mimi Fertz  Gallery.-arnet/ 2.-Gerhard Richter.-1994.-Overpainted photographs/ 3.-La soledad-1898.- Albert Lorieux.- Peter Nahum.-Leicester galleries)