DEL CAMPO Y LA CIUDAD

«El hombre es un animal que forma parte del cosmos y que sufre los influjos naturales – me decía el filósofo y pensador francés Gustave Thibon en Madrid, en 1976 -, y al que la vida en las grandes ciudades le es necesaria quizá; de ella le es muy difícil evadirse, pero en gran parte constituye una vida antinatural: el hombre en la ciudad no está directamente influido por las estaciones, no contempla la naturaleza, no recibe entonces esa especial sabiduría que la naturaleza inspira… Los hombres de ciudad viven siempre apresurados, quieren ir muy deprisa, quieren resolver todos los problemas de modo extraordinariamente rápido, quieren recetas para solucionarlo todo…Esto es el aspecto mecánico de la civilización urbana.

Yo vivo en pueblecito – continaba diciéndome Thibon -. Bien. Cuando se vive en un pueblecito, se sabe muy bien que la vida de ese pequeño pueblo no es precisamente idílica, aquello no es el paraíso terrestre: existen los celos, los rencores…Conozco a uno de mis vecinos que sabe mucho mejor que yo mis idas y venidas: cuando yo paseo con una mujer, se cuentan historias en el pueblo: yo no voy a empezar a discernir sobre mis visitas masculinas o femeninas.., pero muchos no ven jamás las visitas masculinas, sólo espían las femeninas… Porque entre los campesinos, a un hombre que se da un paseo con una mujer ya se le considera extremadamente sospechoso. Se vive, pues, a veces en una atmósfera tal, que incluso podría llegar a suspirar por el ambiente de una gran ciudad.

Pero aparte de esto, al menos unos y otros nos conocemos; se habla mal del prójimo quizá, pero a ese prójimo se le conoce; al mismo tiempo, existe una solidaridad, esa solidaridad que es necesaria en las pequeñas comunidades…; los unos a los otros no pueden ignorarse: si un campesino está enfermo, alguien del pueblo le auxilia, se mantiene el lazo humano que permanece siempre, que puede respirarse… Y esto hace que ciertos excesos, que tienen lugar en las ciudades, no tengan cabida en un pequeño pueblo; por ejemplo el «gansterismo», la prostitución.., es la ventaja de las pequeñas comunidades, en contraste con las grandes ciudades donde los hombres se aprietan y aprisionan unos junto a otros y todo parece estar permitido, porque se hunden en el anonimato. En el campo, no; aún queda esa relación humana, el lazo humano… Creo, por todo esto, que es muy importante «ventilar» el aire de la sociedad; cuando los hombres están excesivamente cerca, excesivamente apasionados los unos contra los otros, no se mejoran».

Me decía todo aquello Gustave Thibon en Madrid, en noviembre de 1976, sentados en la madrileña calle de Velázquez ;han pasado los años, y siempre lo recuerdo. («ABC,»  5 de diciembre de 1976)

(Imágenes: 1.- Philipp Klinger.- taringa net/ 2.-Martin Lewis.- «Danza de las sombras».- Nueva York.-Park Avenue.-1930/ 3.-Gustave Klimt.-detalle de «Arttersee  Litzlberg».-1915/4.-T. F. Simon.-1887-1942.-Nueva York de noche.-ordchild-thief livejournal)

SOMBRAS

«Las sombras, una vez que hemos muerto, son los acusadores, los testigos, las puebas de cuanto hemos hecho en vida; y a algunas de ellas se les presta fe total, porque siempre están con nosotros y no abandonan nunca nuestros cuerpos». Eso recita Luciano de Samosata en «Menipo o la nigromancia» mientras veo las fotografías de Bernard Plossu, hombre rozando el muro de la soledad,  perfil negro vencido,  pasos hacia ninguna parte,  sombra que camina de exteriores a interiores y penumbra que llena el vacío de los cuartos.

Ahí, en esa silla, estaba sentada hace años – cinco minutos – la luz con sus nombres y apellidos, con una edad y una cabellera y unos ojos, y también con su sonrisa. Hablaba y hablaba de recuerdos radiantes. Ahora está sólo la sombra: recibe el visillo luminoso, el resplandor abierto en el ventanal.

La sombra, el lado oscuro del rostro, refleja en la pared aquello que no llegamos a controlar, mentón, ceja y naríz que alguien dibuja sobre el lienzo del muro, retrato del otro yo que nos habita y que no conseguiremos conocer. «¿Ha visto usted alguna vez, lector, – pregunta Tanizaki en su «Elogio de la sombra«» – «el color de las tinieblas a la luz de una llama«? Están hechas de una materia diferente a la de las tinieblas de la noche en un camino, y si me atrevo a hacer una comparación, parecen estar formadas de corpúsculos como de una ceniza tenue, cuyas parcelas resplandecieran con todos los colores del arco iris«. Es la sombra perfilada, la segunda naturaleza del ser, la imagen de las cosas fugitivas, aquellas irreales y cambiantes que la luz persigue.

Y luego está la sombra del campo, la mano que va pasando sobre las cordilleras, adormece a las piedras, acuna a los valles, la mano del sueño, del apaciguamiento. La luz escapa al contacto de esa mano y el mundo respira en la noche.

(Imágenes:- 1-Bernard Plossu.-homelesmonalisa.darq.uc.pt/2.- Bernard Plossu.-Níjar 2002.-fomatocomodo.com/ 3.-Sombras.-Andy Warhol/ 4.-Bernard Plossu.- Archipel de Riou.-Bouches -du-Rhôme- institutfrances.org)