
EL FIN DE LA CIENCIA FICCIÓN
«-¿Y usted cree realmente que es el fin de la ciencia ficción?-preguntó el periodista.
El escritor de las gafas de concha y de las grandes patillas rojizas -un gigante- se inclinó sobre el micrófono.
-Pues sí, yo creo que nada tiene que hacer la ciencia ficción a partir de ahora. Todo está inventado. Y si no, se inventará. Yo llevo toda mi vida escribiendo ciencia ficción. Creo que no escribiré más. Se ha ido a la Luna. Se irá a Venus. Se explorará el universo. Se han conseguido avances inauditos, clonaciones, experimentos, ¿qué se puede contar que el hombre no sepa? ¿cómo se le puede sorprender? Es muy difícil ya sorprender al hombre. La ciencia ficción ha tenido una época, los premios Hugo, Nébula y todo eso. Eso ya ha pasado. Es el pasado. Durante todo ese pasado se escribió sobre el futuro. Pero ahora habría que hablar del futuro del futuro, y eso es imposible. Fíjense ustedes que nosotros cada día inventamos el futuro. Prácticamente hacemos del presente el futuro. No hay presente. Como esas estaciones intermedias del año que casi han desaparecido. O hace frío o hace calor.
Estaba la sala abarrotada, las lámparas encendidas. Bob tomaba notas en su cuaderno, sentado en una silla de amplio respaldo, una silla de ribetes dorados alineada con muchas otras que el Hotel había puesto a disposición de la rueda de prensa. Se le veía al escritor algo fatigado. Miraba a los periodistas desde el cristal de sus gafas y parecían empañadas. O quizá era el cansancio en sus pupilas, unas pupilas de hombre mayor, que ha vivido mucho.
Acabó la rueda de prensa y se levantaron todos de las sillas. Bob pensó que ya tenía suficiente material para su información y que ahora podía irse ya para casa, cenar y meterse en la cama hasta la siguiente jornada No tenía que transmitir nada esa noche. Simplemente ordenar sus notas para la crónica de mañana por la mañana. Sacó su coche del aparcamiento y se dirigió al único supermercado abierto cerca de su casa. Quería aprovechar para hacer la compra del fin de semana. Desde que vivía solo luchaba por hacerse más ordenado: dedicaba un día fijo a abastecer su despensa pero muchas veces el olvido o la pereza le vencían. Compró fruta y carne congelada, tres latas de conservas, helado, vino y dos bolsas de patatas. Cerca de la cajera tomó una barra de pan.

A las nueve y media ya había cenado. Dejó limpia la cocina, llamó a Martin para quedar a tomar algo al día siguiente, contestó a unos e-mails que había recibido, apartó una camisa y un traje y los colocó sobre una silla y luego se sirvió una copa de vino y se sentó en el sofá a ver la televisión.
En la televisión, como siempre, había la rutina de todas las noches. Pasó con el mando a distancia sobre escenas de películas, fugaces documentales, concursos absurdos y programas de entretenimiento. Unas bailarinas se encadenaban con los cigarrillos de Humphrey Bogart y Bogart daba paso a anuncios refrescantes que daban paso a su vez a la voz de un tenor y éste a escenas de guerra : fogonazos, estampidos, carreras y llamaradas. Volvió a pasar aburrido sobre todas las cadenas y de repente vio algo que le hizo detenerse: en el fondo de la pantalla, sentado en un sofá, algo somnoliento, aparecía un hombre que estaba moviendo el mando a distancia. Cerca de él había una copa de vino. Aparecía borroso, no le enfocaban bien. Oyó a su lado a la presentadora:
-¿Se ve usted bien? Quizá es que la cámara no lo recoge exactamente. Ahora verá, enseguida le toma mejor la cámara.
Efectivamente, la imagen apareció ahora algo más nítida. Se vio otra vez a sí mismo, sentado en el sofá de su apartamento, a su lado la copa de vino. La presentadora volvió a insistir:
-¿Ahora se ve usted bien?
El asintió con agradecimiento:
-Sí, gracias, ahora muy bien.
-Hemos procurado filmar su apartamento, Bob… ¿Me permite que le llame Bob? ‑preguntó ella con una sonrisa y él asintió- Le decía que hemos procurado filmar su apartamento sin causarle demasiadas molestias ; ya sabe usted que este programa respeta lo más posible la intimidad. O al menos lo intenta. Pero al mostrar una vida a los espectadores no tenemos más remedio que entrar en el espacio vital de la personas, como suele decirse. En su mundo. Usted lo entiende, ¿no es cierto?
-Sí -dijo él-, naturalmente.
-Perfecto. La televisión es así. Y nosotros- dijo ella con una amplia sonrisa- le damos las gracias.
Era una rubia oxigenada, una mujer alta, de unos veinticinco o treinta años: vestía unos pantalones azules ajustados y un jersey azul con florecitas blancas sobre el que colgaba un collar que quería ser deslumbrante.
-Usted es periodista, ¿verdad Bob? -preguntó ella con otra gran sonrisa.
-Sí -contestó Bob-, soy periodista.
-Pero es usted un periodista poco común, es decir, un periodista al que le gustan los hechos insólitos.
-Bueno, a todos los periodistas nos gustan los hechos insólitos -respondió Bob-. Eso forma parte del oficio.
-Bueno, me refiero -continuó la presentadora- a que usted, de manera especial, se dedica a cubrir acontecimientos, llamémosles singulares, ¿no es así?
-Sí -contestó Bob-, de alguna forma es así.
Ahora le estaban molestando algo los focos, tanto giro blanco y azul en los techos y en los ángulos. Veía con dificultad al público invitado que estaba en el plató y las caras se le aparecían lejanas y borrosas. A la vez le tiraba un poco el maquillaje, sobre todo en las comisuras de la boca. Notaba un sudor en el labio.
-¿Podría usted, Bob -dijo la presentadora-, comentar a nuestros espectadores algún hecho insólito y reciente que haya vivido, algo que como profesional le haya causado más impresión cualquiera de estos días?
Bob se arrellanó más en el sillón y miró con sorpresa a la mujer.
-¿Reciente? -preguntó.
-Sí, algo reciente. ¿Qué ha hecho usted hoy, por ejemplo, de interesante? Algo que le haya llamado la atención…
Bob intentó hacer memoria.
-Bueno, hoy me ha llamado precisamente la atención una conferencia de prensa a la que he tenido que asistir. Precisamente esta tarde.
-Una conferencia de prensa ¿sobre qué, Bob?
-Una conferencia de prensa sobre ciencia ficción.
La presentadora casi palmoteó en el sofá.
-¡Oh, qué interesante! -dijo entusiasmada- ¿Y de qué trataba esa conferencia de prensa?
Bob se resistía a contestar.
-Bueno -respondió de mala gana-, del fin de la ciencia ficción. De que ya no habrá más ciencia ficción.
-¿Y eso por qué, Bob? -le preguntó la presentadora con voz cantarina- ¿No cree usted en la ciencia ficción?
-Bueno, yo no creo ni dejo de creer -contestó un poco aburrido-. Es lo que le oí al conferenciante.-Hizo una pausa y al fin se decidió-: Y me da la impresión de que tenía razón.
-¿O sea que nunca más podremos leer ya una de esas novelas de ciencia ficción, una de esas novelas tan divertidas? ¿Ya no podremos leerlas?
-Bien, yo no las llamaría precisamente divertidas. A veces son intrigantes, desasosegantes-dijo Bob.
-Yo no soy ninguna experta en esas cuestiones -se excusó la presentadora mirando a la cámara-, pero estoy segura de que aquí hay muchos invitados, y por supuesto muchos espectadores en sus casas, a los que sí les suele gustar ese desasosiego -rió muy nerviosa-, ¿A qué es verdad, señores?
Las cámaras recorrieron las filas del público que estalló en aplausos. La presentadora esperó a que acabara el aplauso para continuar:
-¿Y no querría usted, Bob, que viéramos esa conferencia de prensa?- dijo con una mirada pícara y con los ojos muy abiertos- Nuestras cámaras estaban allí.
-¿Ah, sí? -dijo Bob sorprendido.
-¡Sí! ¡Eso es lo que tiene la televisión! -exclamó triunfante la mujer- Que estamos en todas partes. ¿Quiere que lo veamos de verdad?-añadió entusiasmada.
-Bueno, está bien -respondió Bob.
-¡Fíjese en esa pantalla! -le indicó la presentadora girándose.

Entonces Bob también giró en su sillón y distinguió en un extremó del plató, cerca de los invitados, una gran pantalla de televisión.
De repente apareció en ella la sala en que esa tarde había tenido lugar la conferencia de prensa con el novelista. Vio las sillas abarrotadas, las lámparas, el estrado y se vio a sí mismo inclinado sobre sus papeles, trabajando con atención.
En ese momento estaba diciendo el escritor gigante de las gafas de concha a los periodistas.
-Pues sí, yo creo que nada tiene que hacer la ciencia ficción a partir de ahora. Todo está inventado. Y si no, se inventará. Yo llevo toda mi vida escribiendo ciencia ficción. Creo que no escribiré más.
El video se desvaneció y la presentadora cortó sonriente.
-Y bien, Bob, ¿qué le ha parecido?
Él aprobó con la cabeza.
-Asombroso -comentó.
-¡Muy bien! -dijo la mujer satisfecha-. Pero ahora vamos, Bob, si no le importa, un momento, tan solo un momento, a publicidad. Sólo unos minutos. Luego veremos otras cosas. No le importa, ¿verdad, Bob?
-No -dijo él -. No me importa.
Empezaron los anuncios de publicidad y él, como siempre, se levantó del sofá y aprovechó para darse una vuelta por su pequeño piso. Fue al baño, picó un poco de fruta de la nevera, buscó una corbata que le entonara para el traje del día siguiente y la colocó en la silla junto a la camisa. En ese momento llamaron al teléfono.
Era Martin. Estaba muy nervioso.
-¿Estás viendo la tele? -le preguntó- ¿La estás viendo?
-Sí -contestó Bob.
-¡Yo no sabía que habías estado en esa conferencia esta tarde! ¿Fue interesante? ¡Debió ser muy interesante!
-Sí, realmente fue interesante.
-Lo dices como si no tuviera importancia, como si te diera igual.
-Bueno, es mi trabajo. Es mi trabajo de todos los días.
-¡Pero tu trabajo de todos los días no sale siempre en televisión! -protestó Martin- ¡No sales en televisión todos los días!
-Bueno, eso da igual -añadió Bob sin demasiado interés.
Estuvieron hablando un gran rato sobre la oficina y los jefes. Martín quería pedir un permiso y no sabía cómo exponerlo. Se lo preguntó a Bob y él le dio su opinión, le dio además algunos consejos y colgaron.

Luego Bob se sirvió un poco más de vino blanco de la nevera y volviendo al sofá se sentó ante el televisor. Acababan en ese momento los anuncios y la presentadora apareció en primer plano mirando a la cámara.
-¡Bueno, ya estamos aquí de nuevo! -exclamó con una gran sonrisa y luego se dirigió a los espectadores-: ¿Pero quieren que les cuente -añadió con una mirada pícara- qué es lo que ha hecho nuestro invitado mientras pasaban la publicidad? -Luego miró a Bob sentado a su lado-: ¿Me permite usted, Bob, que lo diga? -dijo en tono cómplice.
-Sí, naturalmente -contestó él.
-Pues ha estado hablando con un amigo suyo, Martin, un amigo suyo de la oficina.- dijo mirando a la cámara, y luego se giró hacia él -: Bueno, también un amigo de hace muchos años, ¿verdad Bob?
-Sí, realmente nos conocemos desde hace muchos años.
-Por cierto, Bob -dijo la presentadora- tiene usted un piso muy bonito. -Luego añadió encantadora dirigiéndose al público-: Fíjense, señores, qué piso tan bonito y tan bien arreglado tiene nuestro invitado de hoy.
En la gran pantalla al lado del público apareció ahora el apartamento de Bob. Se vio en primer plano la silla en donde estaba colocado el traje, la camisa y la corbata. Después la cámara fue girando lentamente sobre la mesa de comedor y se adentró en el pasillo hasta llegar a la cocina. Al dar la vuelta para entrar en el pequeño dormitorio se detuvo un momento en unos cuadros colgados de la pared.
La presentadora lo iba comentando todo.
-Esos cuadros, Bob -le preguntó la presentadora -¿son auténticos o son litografías?
-No, son litografías -dijo él.
-Vive usted solo, ¿verdad Bob?
Él asintió.
-Pues tenemos que felicitarle, Bob,- dijo la mujer mirando a la cámara y con una gran sonrisa-, porque tiene usted un piso impecable. Para un hombre que vive solo esto no suele ser normal, ¿verdad, señores? -Se le veía que estaba intentando provocar el aplauso de los invitados y lo consiguió.
Hubo un cerrado aplauso y se vieron las caras encantadas del público sentado en las tribunas.
-¿Y sabe usted -dijo ahora la mujer mirando a Bob- que hemos estado a punto de invitar a su amigo Martin para que viniera hoy al programa?
Él se quedó realmente sorprendido.
-¿Ah sí? -se atrevió a decir.
-Sí -dijo la mujer-, pero al fin no hemos podido -añadió quitándole importancia-. Otro día será. -Luego rió muy nerviosa- Pero tenemos una sorpresa ahora para usted. ¿Quiere verla?
Bob le seguía asombrado.
-Sí, ¿por qué no?
-Es una sorpresa que creo le gustará -dijo la presentadora.

Indicó que entrara el video y en la gran pantalla junto al público apareció la casa de su infancia, el camino por donde iba él al colegio, un plano de sus padres jugando con él bajo unos árboles y luego una panorámica de la pequeña ciudad en donde había pasado su juventud. Después aparecieron testimonios de amigos, Bob vio a su amigo Luis a la puerta del colegio, luego a la rubia María, su primer amor de los catorce años, oyó una conversación entre sus padres y abuelos que él recordaba muy bien en el día de su noveno cumpleaños y enseguida otra vez la casa de su infancia y el patio donde había jugado tantas veces. Después se vio a Tino, su viejo profesor de matemáticas. Apareció su nombre en los rótulos, bajo la imagen.
-Bob era un niño muy listo, y sobre todo muy dócil -estaba diciendo Tino en ese momento contestando a una entrevista que se le hacía-. De los mejores de la clase.
Más tarde se vio a Tino entrar en un aula y detenerse ante un pupitre.
-Aquí se sentaba Bob -indicó satisfecho señalando una de las mesas-. Aquí estudió.
-¿O sea que era un buen estudiante? -se oyó la voz en off de la entrevistadora.
-Sí -respondió Tino-. Sobre todo en mi asignatura. Supongo que se habrá dedicado a las matemáticas…
Siguió un plano de todo el colegio al que acompañó de fondo una suave música. Luego los árboles y de nuevo una panorámica de la ciudad.
El video se desvaneció y la presentadora rubia se giró ahora hacia Bob con una sonrisa.
-¿Es cierto eso? -preguntó cómplice- ¿que estaba usted dotado para las matemáticas?
-Pues no lo sé -dudó Bob procurando también sonreír- Un niño nunca se da cuenta de esas cosas.
-Pero lo dice su profesor de entonces, ¿lo ha visto?…¿Cómo se llevaba usted con sus profesores?
-Bien. Yo creo que bien. No recuerdo haber tenido problemas.
-Pero sin embargo -añadió la presentadora procurando ser encantadora- usted no se ha dedicado a las matemáticas -rió- ¡Si su profesor le viera ahora!- agregó soltando una carcajada- ¡No se lo imaginaría como periodista! ¿A que no? -volvió a reír- Por cierto, ¿ha vuelto a ver a sus profesores?
-No -dijo Bob-. La verdad es que no los he vuelto a ver.
-Pues le recuerdan a usted perfectamente. Y además con gran cariño. Y, eso, Bob, siempre es de agradecer. No crea usted que es lo normal -se inclinó más hacia él-. Y dígame ‑preguntó en tono confidencial-, ¿por qué prefirió el periodismo? ¿Qué le atrajo del periodismo? ! Es lo opuesto a las matemáticas!

A Bob le empezaba a tirar otra vez el maquillaje, sobre todo en los labios y en las cejas. Además le cegaban los focos. Casi no veía al público invitado. Estaba incómodo en el sillón.
-Pues no sé-intentó escabullirse-, la verdad es que no lo sé…
-¿Cree que el periodismo es apasionante?-preguntó la mujer.
-Pues sí, quizá sí ‑dijo Bob-, depende de cómo se tome uno la profesión.
La presentadora dejó de mirar a Bob y miró ahora hacia la cámara.
-Y bien, señores! -dijo de forma espectacular y con voz vibrante-¡Eso es lo que vamos a ver dentro de un momento! ¡No se muevan! ¡Vamos a ver, vamos a seguir en directo las confesiones de un periodista de nuestro tiempo, una profesión realmente apasionante!
De nuevo volvió la publicidad y Bob apagó el televisor con su mando a distancia y se levantó del sofá. Aún tenía que hacer varias cosas, y sobre todo quería arreglar unos papeles para el día siguiente, especialmente ordenar las notas de la conferencia sobre ciencia ficción. Se sentó a la mesa y estuvo trabajando hasta las once. Sonó el teléfono dos veces y no quiso cogerlo. A las once y media tomó un libro para llevárselo a la cama,.estuvo leyendo hasta las once y media y a las once y media apagó.
Al día siguiente le inundaron de trabajo en el periódico. Tuvo que cubrir la rueda de prensa del Ayuntamiento, asistió al almuerzo mensual con el Gobernador de la Banca, estuvo en la presentación a la prensa de una obra de teatro, volvió a la Redacción y se ocupó de completar la información de dos conferencias, entre ellas la de ciencia ficción, revisó una encuesta sobre población activa y tituló crónicas diversas. Acabó muy tarde y hasta las nueve y media no llegó a su casa .Después de cenar se sirvió una copa de vino, se sentó en el sofá y miró qué podía haber en televisión. Como siempre, no había nada interesante. Hoy eran concursos y algún telefilme aburrido y estuvo a punto de apagarla.

Estaba pasando rápidamente sobre unos anuncios publicitarios cuando de repente concluyó uno de ellos y apareció de pronto la presentadora rubia. Esta noche no vestía pantalones azules sino una falda roja estampada y una blusa blanca. Conservaba la misma sonrisa encantadora y el mismo peinado oxigenado. Se giró en su sillón y se dirigió hacia él.
-¡Y bien, Bob, ya estamos aquí de nuevo! -dijo radiante- Nos habíamos quedado en que usted contaría a nuestros espectadores cómo es la profesión periodística, qué tiene el periodismo de apasionante para que muchos jóvenes, ¡y no tan jóvenes! -rió- se dediquen a ello.- Se inclinó hacia él-: ¿Qué tiene el periodismo, Bob, le decía yo antes, que no tengan las demás profesiones? ¿Por qué no nos lo explica usted que lleva tanto tiempo trabajando en ello?
-Bueno -se excusó Bob- no tanto tiempo, tampoco soy un veterano…
-¡Pero trabaja mucho, yo diría que duro, trabaja duro!, ¿no es verdad? -dijo la mujer con su sonrisa.- Hoy, por ejemplo, ha sido un día duro para usted, ¿no es cierto?
-Bueno-respondió Bob-, tampoco un día demasiado duro, un día normal…
La presentadora soltó una carcajada y se dirigió al público de las tribunas.
-¿Ven ustedes qué modesto es este hombre?- y luego miró fijamente a la cámara.- Ustedes en sus casas creerán quizá que los periodistas son unos superhombres.- hizo una pausa. Se le notaba entusiasmada, disfrutando con todo aquello- ¡Pues aquí tienen a uno modesto, excesivamente modesto diría yo, un hombre sencillo, que no se hace valer. !Ya quisieran muchos profesionales ser así.-suspiró-, o al menos intentarlo. ¡Pero no siempre es posible! -y de nuevo le miró a él- : Hoy, por ejemplo, Bob, ¿qué le ha costado más, ir al Ayuntamiento o ir al almuerzo con el Gobernador de la Banca? Porque a lo mejor lo que no es usted es un hombre de Redacción… ¿ Prefiere la calle, no someterse a un horario?… Cuéntenos.
-Bueno -dijo Bob-, a mí me gusta todo…
-Pero algo le gustará más… No me diga que le da igual un trabajo que otro…
-Pues sí – se excusó Bob -, la verdad es que a mí me gusta toda la profesión…
-De todos modos- dijo ella con una sonrisa pícara-, si yo le pongo ahora unas imágenes de usted trabajando en la calle y unas imágenes trabajando en su mesa, usted notaría la diferencia, ¿no es así?
– Sí. Probablemente -dijo él.
-¡Pues vamos a verlas!- exclamó ella triunfante, mirando a la cámara.
Entró el video y en la pantalla junto al público se vio el lujoso comedor iluminado del Gobernador de la Banca. Allí estaba Bob, entre muchos otros periodistas, tomando notas mientras comía y a la vez escuchaba al Gobernador, un tipo grueso que leía su informe tras las gafas. Se oía la voz rotunda del Gobernador en medio de las preguntas de la prensa y se oía y veía a Bob, muy atento, en el momento de intervenir, entre el ruido de las copas, las toses y el cruce de palabras.
-¿Ve usted? -intervino la presentadora comentando la escena-. Aquí está usted, diríamos, en su tarea habitual de esta mañana. Se le ve a usted cómodo. ¿Cuántas veces almuerzan ustedes, los periodistas, con el Gobernador?
-Una vez al mes -contestó Bob-. Es nuestra comida habitual.
-¿Y no le cansa? -preguntó la mujer.
-No, no me cansa.-respondió Bob- Es nuestro trabajo, es decir, es mi trabajo.
-Le he preguntado si no le cansa -añadió ella sonriendo y como disculpándose- y, la verdad, no sé por qué. A lo mejor le divierte ¿Le ha divertido, por ejemplo, la comida de hoy? ¿Ha sucedido allí algo interesante? -se volvió a la cámara y la miró fijamente-. Me gustaría que explicara usted a los espectadores cómo es el oficio de periodista, en qué consiste, cómo discurren, por ejemplo, esas comidas. ¡No todo el mundo -rió- comemos con el Gobernador de la Banca!, ¿verdad, señores?- Se oyó al fondo un largo aplauso y ella se giró hacia él-. A ver, cuéntenos, Bob.
Bob empezó a contar algo de lo que ocurría en esas comidas, muy poco, porque se sentía incómodo con el maquillaje y sobre todo los focos le estaban dando una especie de angustia, además de sudor. No quería sacar su pañuelo porque le parecía inadecuado y tampoco se atrevía a mirar de reojo su reloj para ver cuándo llegaba una pausa. Estuvo contando varias cosas del periodismo y de cómo hacía su trabajo y lo hizo como siempre lo solía hacer él, quitándole importancia, porque pensaba que su trabajo era como el de los demás, no tenía demasiados alicientes. Pero la presentadora insistía en querer preguntarle muchas cosas, la interrumpían a intervalos los aplausos de los invitados y no dejaban de sucederse vídeos sobre la vida de Bob, sus amigos, vacaciones y hábitos. Allí aparecieron de pronto sus padres, ya muy ancianos, a los que se les había hecho una entrevista muy emotiva, emocionándose su madre al recordar la infancia de su hijo. Otro de los vídeos recorría la Redacción del periódico, pasaba junto a las mesas de los compañeros y se detenía en la suya, en la que se le veía a él trabajar muy concienzudamente. Lucas, el Director, también dijo unas palabras desde su despacho y a Bob le sorprendieron los elogios que hacía de él como periodista. Después, en medio de las continuas interrupciones de la presentadora rubia, aparecieron en imagen algunas novias suyas de hacía años, entre ellas Lola, que aún conservaba algo de rabia en sus declaraciones, aunque Ana, y principalmente Beatriz, la última que había salido con Bob, dijeron de él que era un hombre con defectos, sí, pero al menos un hombre sincero.
El video se desvaneció y la presentadora se giró sonriente hacia él.
-Y bien, Bob, ¿qué le ha parecido? -dijo triunfante.
A él los focos le impedían ver claramente a la mujer y tardó algo en contestar.
-Bien. Me ha parecido bien -respondió.
-¿A que ha sido un pequeño repaso interesante sobre su vida? -dijo la presentadora con su sonrisa encantadora- ¡Bueno, no hemos podido recogerlo todo, naturalmente! Eso es imposible en televisión. Pero al menos -rió- lo hemos intentado, nuestro servicio de Documentación lo ha intentado. -Hizo una pausa- Y ahora me gustaría, Bob, que usted diera algunos consejos a quienes nos están viendo desde sus casas, a quienes quisieran, a lo mejor, ser algún día periodistas. Sobre todo a los jóvenes. ¡Bueno, claro ‑se disculpó riéndose-, naturalmente a los jóvenes! ¿Le parece, Bob?
Bob asintió.
-¡Pues adelante!- exclamó la mujer siempre sonriente. Pero antes de que él lograra empezar a hablar ella anunció mirando fijamente a la cámara -¡Unos breves minutos, señores, y volvemos!- dijo con énfasis- ¡Por favor, no se muevan de ahí! ¡Tenemos aún muchas cosas que contarles! ¡La noche promete ser muy interesante!

Entró la publicidad y Bob apagó su televisor y se levantó del sofá. Ya no pensaba seguir viendo más. Tenía el cuerpo muy agitado, estaba fatigado y sobre todo deseaba dormir. Además le había alterado tanto la televisión que miró su aparato con auténtico terror, como si él fuera nuevamente a encenderse y a ponerse en movimiento. Se metió en la cama casi inmediatamente. Nada quería saber de aquella mujer rubia a la que sin embargo vio esa noche en sueños. Se le aparecieron en pesadillas los focos y los invitados, él no sabía qué responder mientras pasaban por su memoria todo tipo de videos. A la mañana siguiente, al haber dormido mal, rindió poco en el trabajo. Tuvo que cubrir distintos acontecimientos y comió de pie en la barra de un bar procurando ponerse de espaldas al televisor de la pared. Se negaba a mirar a la pantalla. Le parecía que en cualquier momento iba a aparecer aquella mujer rubia y le iba a volver a interrogar. Rehuyó ir a la Redacción, escribió parte de sus crónicas en el banco de un parque, paseó bajo los árboles y cuando volvió al periódico procuró hacerlo cuando ya era muy tarde y muchos compañeros ya se habían ido. Tampoco esa noche, tras la cena, encendió el televisor. Se metió pronto en la cama y al día siguiente comprobó con alivio que no había tenido pesadillas. Le costó no ver la televisión durante varios días. Se entretuvo con mucho trabajo, le encargaron un viaje que le distrajo, tuvo que resolver varios problemas inesperados y sólo dos semanas después pudo pasear solitario por la ciudad procurando relajarse. Quería comprar esa tarde algo de música para sus ratos libres y entró en unos grandes almacenes. Estuvo primero hojeando libros, curioseó las novedades, escuchó algo de música antes de decidirse a comprarla y al fin se acercó hasta la caja, le envolvieron el pequeño paquete y pagó. Cuando ya salía por el pasillo central vio a su izquierda el sector de electrodomésticos y una larga fila de televisores encendidos de todos los tamaños que mostraban diversos programas. Instintivamente procuró no mirar, pero ya desde una de aquellas pantallas le estaba siguiendo y le observaba fijamente la presentadora rubia. Hoy vestía una cazadora blanca y unos pantalones oscuros y resaltaba aún más su peinado oxigenado y brillante. Se giró hacia él desde su sillón, luciendo como siempre su sonrisa.
-Y bien, Bob -le dijo en tono muy seductor-, vemos que está usted hoy de compras. Le interesa la música, ¿verdad?
Él tardó en responder y trató de esconder el pequeño paquete tras su espalda.
-Sí, sí me interesa -respondió al fin.
-¿Y nos podría decir qué clase de música ha comprado? Aquí estamos muy interesados en todo lo suyo, ¿verdad, señores? -se oyó detrás el fuerte aplauso del público invitado.
A Bob ya le empezaban a cegar aquellos focos.
-Bueno -se excusó Bob con cierta desgana-, un poco de Mozart, unos conciertos de Mozart…
-¡Ah!, ¿le gusta a usted Mozart? -dijo la presentadora de forma encantadora.
Él volvió a asentir.
-¡Qué apasionante! Yo creía, no sé por qué, que un periodista no había de interesarse tanto por la música clásica. ¡Bah -le quitó importancia-, una tontería mía! Creía que le iba a gustar más la música moderna.
-Bueno -puntualizó Bob-, también la moderna me gusta.
La presentadora se inclinó más hacia él.
-Y bueno, Bob -le dijo con una sonrisa pícara y en tono confidencial-. Nos habíamos quedado antes, no sé si usted lo recuerda, en que daría usted unos consejos a los jóvenes, algún buen consejo a los que quieran ser periodistas. ¿Se atreve? -preguntó con coquetería.
-Bueno, la verdad -dijo Bob-, es que no soy muy amigo de dar consejos, los consejos no sirven para mucho…
Pero la presentadora insistió:
-Bueno, Bob , pero alguna recomendación sí, algún consejo…- casi le suplicó – Usted es un buen profesional…
-Bueno, yo soy un profesional muy normal -se disculpó enseguida Bob.
-¡Siempre modesto, siempre tan modesto! -comentó la mujer dándose unas nerviosas palmadas en las rodillas. Y enseguida le animó con su radiante sonrisa-: ¡Vamos, Bob, cuéntenos!
A regañadientes Bob empezó a dar unos consejos generales, unos consejos elementales. Nunca le había gustado dar consejos a nadie y en cuanto pudo se apartó de todo eso y se puso a hablar de otra cosa, de viajes, de experiencias, de recuerdos. No estaba muy animado a todo aquello y le costaba hablar porque los focos le estaban cegando otra vez con intensidad, se encontraba incómodo en el sillón y todo el tiempo tenía que estar volviéndose para contestar a la presentadora. Estuvo recordando sus primeros tiempos en la profesión, pero conforme avanzaba en su relato le empezaba a tirar de nuevo el maquillaje, sobre todo en la parte superior del labio, como si algo fuera a derretirse. Además no conseguía ver bien la tribuna de invitados, únicamente les oía aplaudir y aquello le desconcertaba. Pasaron vídeos de algunos de sus viajes y la presentadora los fue comentando todos, pidiéndole constantemente su opinión. Él mientras tanto procuraba mirar su reloj a hurtadillas cuando creía que no le enfocaban las cámaras y calculaba cuándo podía llegar una pausa para irse. Tuvo que contar varias veces su vida , le seguían deslumbrando los focos e intentó varias veces cambiar de postura. Seguía sudando. Siguió hablando y hablando y contestando a la presentadora constantemente. Pero nunca llegó la publicidad. Nunca pudo salir ya del televisor.»
José Julio Perlado.–«El fin de la ciencia ficción».- (relato inédito) ( perteneciente al libro «Caligrafía«, de próxima aparición)

Imágenes.-1.-Robert Delpire/2.-Kenny Scharf– 1983-artnet/ 3.-Henry Gunderson-Welt Down-2011/ 4.-Lee Friedlander. 2001/ 5.-David Hall.-cortesía de David Hall y Lux.- Londres/ 6.- Nam June Paik/ 7.-Nam June Paik- 1979-Fundación William T Kemper/ 8.-Nam June Paik/ 9.-Janet Cardiff and Georges Bure Miller– 1999)