LAS VOCES DEL CAFÉ COMERCIAL

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Escribí aquí sobre él hace cinco años y ahora las voces del café Comercial se expanden de repente por la glorieta de Bilbao, por el barrio, por todos los barrios madrileños, por la gran ciudad, huyen de las mesas y de las cucharillas y de los vasos y de las escaleras y de las chaquetas blancas de los camareros, y emprenden una huida en el tiempo porque el café más antiguo de Madrid acaba de cerrarse y las voces antiguas de escritores perdidos o recobrados no saben dónde sentarse, no saben ya qué hacer. Aquí estaban hablando en noches y épocas distintas las voces de Ignacio Aldecoa y de Josefina, las de Eusebio García Luengo, de Fernando Guillermo de Castro, de Berlanga, de Rafael Azcona, de Manuel Alcántara y de Rafael de Penagos, y en casos excepcionales, de González Ruano, entre tantos otros.

 

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Madrid ha estado siempre poblada de voces en cafés muy célebres, palabras cruzándose sobre mesas en todos los barrios. Sólo en el centro, las voces llegaban en el siglo XlX desde el Café Suizo, en la calle de Sevilla, esquina a la de Alcalá, célebre  café por sus bollos y sus chocolates. Llegaban también voces del Café de Fornos, famoso por su cocina;  llegaban voces desde «El café de Venecia», que servía de punto de reunión de cómicos de la lengua, o desde el Café de Santa Catalina, o el de Iberia, con las tertulias de Sagasta o de Fernández de los Ríos.

 

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El siglo XX es una inmensa voz de café, voz innumerable que casi no se puede controlar porque es un enjambre de gargantas, hay que pasar rozando entre camareros y bandejas, hay que procurar situarse en las esquinas, hay que sentarse, si se puede, en esa última silla vacía, y entre el ardor y el humo de las discusiones, oír cómo se puede arreglar el mundo, porque el mundo puede arreglarse, lo están diciendo las cejas levantadas, los brazos enérgicos, las miradas febriles. El mundo lo están arreglando poco a poco las voces de café y sobre cómo arreglar este mundo, y también adornarlo y exaltarlo, escribe silencioso en un rincón la voz ahogada de un poeta.

 

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Ahora todas las voces del Café Comercial se han apagado.

Vagan voces sonámbulas por la glorieta de Bilbao, por todo el barrio, por las calles de Madrid buscando su mesa.

 

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(Imágenes.- 1.- placa del Café Comercial/ 2 y 3.- ABC es/4 – insidersmadrid com/- 5.-tripwolf com)

MADRID Y LAS MUJERES

 

MADRID.-PLAZA MAYOR«Gustavo Adolfo Bécquer tenía su tertulia de amigos en el café Suizo. – cuenta Emilio Carrere – Eran todos gente de letras, o por lo menos de «chispa» (…), los mismos que, siendo ya viejos, fundaron aquella revista llamada «Gente Vieja«, que trinaba gallardamente con voz joven y enteriza entre el coro de cornejas del 98. Pero si el Suizo era la tertulia – el pasatiempo – de Gustavo Adolfo, este rincón del café del Prado era la íntima soledad. No es muy aventurado decir que aquí escribió sus Rimas. (…) Ante una mesa que hubo aquí escribió sus Rimas, sin pensar que algún dia habrían de publicarse. Eran lo íntimo – los fantasmas internos de su pensamiento -, a los que él sabía poner un nombre de mujer: Julia, Casta, Alejandra. Ninguna de las tres resulta simpática en la dolorosa biografía del poeta. Una se burlaba de su pobreza: «¡Por Dios! ¿Cómo quieren ustedes que yo pueda enamorarme de un  hombre que se abrocha la chaqueta con imperdibles?». Así hablaba la musa de «Las golondrinas«, segun cuenta en un interesante artículo de «El Español» Juan Antonio de Laiglesia. Otra es la que dice que «una oda sólo es buena, – de un billete de Banco al dorso escrita». Y la tercera, la que era «coqueta mudable y caprichosa», tal vez Alejandra, «la que era tan hermosa», una rústica pueblerina de la provincia de Toledo».Becquer.-por Valeriano Bécquer

«En este rincón, día tras día – sigue contando Emilio Carrere en «Madrid en los versos y en la prosa de Carrere» ( Edición del Ayuntamiento de Madrid, 1948) – fue escribiendo sus Rimas con una pluma tosca y un tinterillo de «recado» de escribir. (…) Pero hubo una rima que no está en las Rimas. Conservaba el autógrafo el viejo escritor Eduardo de Lustonó. La más sincera, reveladora y triste:

«Una mujer envenenó mi alma;

otra mujer emponzoñó mi cuerpo;

ninguna de las dos vino a buscarme;

yo de ninguna de las dos me quejo.

Como el mundo es redondo, el mundo rueda;

si, rodando, algún día este veneno

emponzoña a  su vez, que no me culpen:

¿puedo dar más que a lo que a mí me dieron?».

CALLE  DE  TOLEDO.-MADRID

(Vaya este pequeño recuerdo del Madrid antiguo, de los viejos poetas, de las calles estrechas, de las plazas abiertas, cuando acaba de evocar Juan Pedro Quiñonero en «Una temporada en el infierno» el nombre de Carrere, aquel bohemio, que fue gran amigo de mi abuelo materno, José Ortíz de Pinedo)

(Imágenes:- 1 Plaza Mayor de Madrid/ 2.-Gustavo Adolfo Bécquer, por Valeriano Bécquer/ 3.-madrileña calle de Toledo)