» A Dickens le horrorizaba estar solo – cuenta André Maurois en su biografía -; hasta en pleno trabajo tenía necesidad de sentir alrededor de él a su familia, deseaba encontrarla en las comidas, le gustaba ser consultado por ella sobre los menores detalles. Todo le interesaba en la casa, hasta lo que de ordinario es trabajo de las mujeres. No se clavaba un clavo sin su consentimiento. Mostraba interés por los juegos de los niños, sus representaciones teatrales, la organización de una comida, un partido de crickter en el pueblo : él era el centro y el alma de todo. Si sus hijos o un criado estaban enfermos, era él el mejor doctor; daba tal
impresión de fuerza, que bastaba que entrase en la habitación del enfermo para que éste se sintiese reconfortado. Era el recinto de su intimidad. Ahora el cine aborda alguna otra intimidad de Dickens y si se repasan las interesantes páginas que a Dickens dedica el gran crítico italiano Pietro Citati en «El mal absoluto» veremos también cómo esa intimidad se abre y se vierte en Londres, esa «inmensa linterna mágica» de la ciudad de la que surgen todos sus personajes. Una vez dijo Dickens – y lo recuerda Citati – «que quien escribe novelas es un enfermo encerrado en casa en una de las pequeñas calles de Londres, obligado a escuchar por las noches todos los ruidos de los viandantes, su continuo pasar de un lado a
otro, aquella incesante agitación, aquel ininterrumpido roce de pies que dejaba lustrosas y pulidas las piedras…» Londres fue uno de los amores de Dickens y Citati recoge lo que algunos han dicho del escritor: que jamás quiso de verdad a ningún ser humano y que su relación con el público fue » la más importante historia de amor de su vida». Los lectores norteamericanos leían los capítulos de sus novelas con algunas semanas de retraso y, en cierta ocasión, cuando un barco inglés atracó en el puerto de Nueva York se encontró rodeado por un gentío que preguntaba ansiosamente a los pasajeros por un personaje: «¿Ha muerto Nell?», interrogaban.
Al final de su vida se quejaba incomprensiblemente de la soledad. Se ha recordado que nadie tuvo más éxito que él con los amigos, entre los cuales figuraban Carlyle, Bulwer Lytton, Tennyson o Thackeray, y el público de todas las clases sociales le adoraba. En Dublín, por ejemplo, en una de sus lecturas públicas, se pagaron las butacas a cinco libras esterlinas en aquella época, y en la primera semana de Boston, en 1867, percibió 9000 dólares.
Dickens dio corporeidad imaginativa a la niebla londinense, a los coches de posta, y al río «rápido y opaco» en el que «se asienta pensativa la noche de invierno.»
«En mis publicaciones – quiso añadir en su testamento – están mis títulos de opción al recuerdo de mi patria.» Y Anthony Trollope dijo de él: Dickens profesaba «una profunda devoción por la literatura en todas sus variedades, y su fe en ella encerraba una verdadera convicción.»
(Imágenes.-1.-Giuseppe de Nittis– Picadilly- 1875/ 2.-Walter Riddle– 1871/ 3.-William Logsdail-St Paul – 1884/ 4.-Frank Reynolds- ilustración para David Copperfield- musson books/ 5.-John Tomson- 1877/ 6.-William Fraser– 1898/ 7.-Londres- Camille Pisarro– 1890)







