VIEJO MADRID ( 70) : ALEJANDRO SAWA

 

 

«Ir a Madrid, vivir en Madrid; no ser un oscuro provinciano embrutecido en la tarea de poner en circulación los chismes de la localidad  – así escribe sobre la capital Alejandro Sawa en «Declaración de un vencido» -; pertenecer a la redacción de un periódico de esos cuyas afirmaciones y doctrinas constituyen un capítulo de fe para los que las leen a veinte kilómetros de distancia; formar parte también de los ateneos y academias que ilustran en todas las cuestiones la opinión de España; hacerme amar de una de esas duquesas cuyos fáciles amoríos habían sido la comidilla constante de mi imaginación, cuando mi imaginación le pedía jugos prestados a las de los novelistas a destajo que entonces se estilaban en España, sin otra misión que la de difundir mentiras por todos los espacios poblados en que se hablara lengua castellana; tomar activa y musculosa participación, toda la que fuera posible, en las batallas constantemente renovadas del pensamiento contra la barbarie, de los espíritus emancipados contra las panzas esclavas; ir al Congreso de los Diputados todas las tardes, al Ateneo Científico y Literario todas las noches, a la Biblioteca Nacional todas las mañanas; saber por el testimonio de mis propios ojos cómo es la Librería de Fe, si es un salón muy amplio, artísticamente decorado, como yo me lo figuraba, o una librería cualquiera, o un almacén de libros, mejor, de esos que me sabía de memoria, por haber dejado en ellos montones de tristeza siempre que en Cádiz me asaltaban las melancolías y las desesperaciones del porvenir, haciéndome salir escapado de mi casa para pedir consuelo y olvido a las heterogéneas impresiones de la calle ¡Todo eso y mucho más, más…¡ la fantasía trotando por los espacios del delirio como un caballo furioso! ¡Ah Madrid, Madrid (…) ¡Cisterna, antro, sima, que mientras más devoras, más sientes aumentarse tu apetito!

-Pues bien: ¡yo te he amado!».

 

 

(Imágenes -1- casa en la que vivió Alejandro Sawa – foto jjp/ 2- Arco de Cuchilleros – foto  jjp)

EL GOZO DE ESCRIBIR

escribir.-u7unn.-EB White escribiendo

«Necesito ocuparme de la literatura cada día – decía el escritor turco Orhan Pamuk -. La literatura es tan necesaria como una medicina. Y en primer lugar, la «medicina» tiene que ser buena. Un fragmento de novela que pueda ser y que sea denso, intenso y profundo, me hace más feliz que cualquier otra cosa, me une a la vida. Si la dosis de literatura que debo tomar a diario la escribo yo, la cosa es distinta. La mayor fuente de felicidad es escribir cada día media página bien hecha. (…) La vida es dura cuando no se escribe porque no se es capaz de escribir. Y también lo es cuando se escribe porque escribir es difícil.

escribir.- laij.-Alexa Meade.- boqueo del esritor.-2010

Voy a describirles lo que me ocurre si ese día no he escrito bien o si, como consuelo, no he podido perderme en un buen libro. En muy poco tiempo, el mundo se convierte ante mis ojos en un mundo insoportable. Por ejemplo, mi hija comprende al instante que mi expresión de infelicidad significa que no he podido escribir bien. No quiero hablar con nadie y nadie, viéndome así, quiere hablar conmigo.»

Estas palabras de Pamuk asoman al otro lado del espejo de lo que se ha llamado «el gozo de escribir«. Siempre me han hecho reflexionar estas cuatro palabras. Escribir es un gozo, o debe ser un gozo, y no un sufrimiento. Escribir debe ser un remanso, no una crispación. Cuando uno cierra la puerta de la soledad y se adentra en el parque de los pensamientos, abre la llave del silencio y pasea y fraterniza con sus personajes, uno está inventando un mundo, levanta los muros de ese mundo, ajusta los ventanales, hace discurrir senderos y carreteras, talla rostros, alienta conversaciones, cruza diálogos, y en el fondo está creando un espacio personal inventado que posee una fuerza en sí mismo, que trasciende y puede llegar a ser universal. Esto – con sus dificultades normales, como en todos los oficios, para ajustar ventanas, allanar caminos, iluminar conversaciones entre los personajes – es sencillamente «el gozo de escribir.»

paisajes.-55ftty.-Magadalena Wanli.-taringa.net

En varias ocasiones me he referido a los paisajes personales en los que se ha encuadrado mi «gozo de escribir». He escrito muchas páginas dentro de mi automóvil (transformado en despacho, con biblioteca, cuadernos y hasta máquina de escribir incluida: podría ahora mismo llegar al mismo sitio del bosque gallego en donde aparcaba en el silencio y allí escribía horas y horas) ; he escrito igualmente ante extensiones de Castilla; he escrito en celdas de Monasterios escondidos; he escrito en mi despacho madrileño casi al amanecer; he escrito libros enteros en pupitres de la Biblioteca Nacional de Madrid; he escrito en habitaciones aisladas de pequeños hoteles en la periferia de la capital. En todos estos lugares «el gozo de escribir» ha extendido su paz y su tensión como atmósfera envolvente que iba rodeando a las palabras, a la vibración de la pluma, al campo del cuaderno. Las dificultades surgían, naturalmente, pero las dificultades se iban diluyendo ante la tenacidad y la paciencia, la atención reposada, la ausencia de prisa, la intensa concentración. El gozo de escribir no puede definirse: avanza y vence, inunda poco a poco la página que emerge y misteriosamente la llena de paz.

paisajes.-ervvb.-René Magritte.-la llamada de las cimas.-salonesarte

(Imágenes:-1.E. B. White escribiendo.- foto Jill Krementz.-painting.box/ 2.Alexa Meade.-2005-/3.-Magadalena Wanli.-traringa. net/ 4.René Magritte.-la llamada de las cimas.- salonesarte)

BOSQUES, BIBLIOTECAS, PÁJAROS, DESPACHOS

Cada vez que atravieso estos bosques del norte de España, en Galicia, entre Villagarcía de Arousa y Caldas de Reis, me veo de nuevo sentado largas horas, hace años, escribiendo un libro, inclinado sobre el folio, dedicando numerosas mañanas a la creación. Durante años transformé mi automóvil en mi despacho y el silencio y los pájaros se alternaban al otro lado de la ventanilla, pájaros que picoteaban antes de asomarse al papel, plumas y picos curiosos por saber qué escribía, sorprendidos ante el habitante desconocido.

Cada vez que atravieso también las salas de la Biblioteca Nacional en Madrid, entre estanterías y retratos, me veo de nuevo sentado numerosas horas ante un pupitre, escribiendo libros, novelas y ensayos, los pájaros de las páginas pasan volando de una a otra hoja, algunos brillantes en el colorido de la imaginación, otros distrayéndome la fantasía con los movimientos de su cola, rumor apenas perceptible de sus patas rojas.

Vienen y van estos pájaros como en conferencia, como en el poema persa, hablando entre sí, vienen siguiendo al escritor, vienen y van entre ideas y  recuerdos que traen en el pico desde una sala a otra y desde uno a otro árbol. Como digo en mi última novela «Mi abuelo, el Premio Nobel» (Funambulista), «oigo muy de cerca este suave rasgueo de la pluma sobre el papel, y lo oigo tan de cerca que parecería que fuera yo mismo quien ahora escribo (…) Me asombro de esta profundidad de las imágenes, de cómo voy asomándome por encima de la espalda de Dante para leer lo que entonces él escribía y de cómo voy asomándome por encima de las líneas que escribo, al otro lado de la tapia de las letras, para ver lo que sucede en el bosque» (…)

«Era la primera vez que le ocurría aquello tan nítido, una visión total por la que él veía el bosque ahora todo entero, desde los diminutos ratones de campo hasta las puntas de las copas de los árboles, por la que él veía la ciudad toda entera, desde la densidad del tráfico y el ir y venir de las gentes aceleradas hasta lo alto de los cielos plomizos con cristales de contaminación y chimeneas y humos entre ruidos y plazas y ajetreos de quehaceres incesantes, pitidos, frenazos y luces intermitentes, insultos, sonrisas, encuentros y separaciones, edades que salían de los colegios, edades que entrelazaban sus manos, edades que se besaban en los labios, edades que se tomaban del brazo para cruzar las calles, edades que se sentaban en los bancos apoyados en la soledad, y en lo vertical y en lo horizontal de la ciudad él era mirado como un hombre entre todos los hombres, un hombre corriente entre todos los hombres y mujeres corrientes que iban espiando escaparates, dándose palmadas, estrechando manos, bajando de autobuses, saliendo del metro, taconeando, tosiendo, fumando, rompiendo de pronto en una carcajada, brilllando los ojos ante una sorpresa, tensos ante una llamada telefónica, conectados a pantallas, sentados en teclados, sentados en automóviles, sentados en restaurantes, vendiendo, comprando, intercambiando, negociando, haciendo transacciones, ofreciendo servicios, pasaban los taxis por encima y cruzaba el metro por debajo, a él se le veía andando y él era visto a la vez, él era contemplado y él contemplaba el mundo al mismo tiempo, pasaban los ruidos, los sonidos, los inventos, los avances del siglo y él pasaba entre elllos, él cruzaba aquel escenario igual que había cruzado el anterior con Dante, igual que había cruzado las gargantas angostas y los suelos descarnados de aquel bosque anaranjado y tostado de líquenes en los troncos y de zonas quemadas y matorrales, igual que había separado los tonos cenicientos y las ramas caídas para ver a sus hijos como padre con una mirada amorosa de corazón enternecido; así era mirado ahora él».

(Cuando están a punto de cumplirse los 300 años de la Biblioteca Nacional)

(Imágenes:- 1.-Nikolae Blei- mesteceni.-artpeka.ro/2.-National Geographic/3.-la conferencia de los pájaros.- ilustración del libro de poemas persas-Farid- ud Din Attar/4.-Ansel Adams.-invierno en el valle de Yosemite.-1933- 1934)

JUEGOS DE MANOS, JUEGOS DE PALABRAS

“Hay en la villa de Madridescribe madame d`Aulnoy al contar su viaje por España – varias casas que son como academia, adonde muchas personas van a reunirse, ya para jugar o para entretenerse hablando. Los que juegan, lo hacen muy honradamente, y cualquiera cantidad que se apunte bajo palabra y se pierda, se paga antes de que transcurran veinticuatro horas, y no se prolonga el plazo ni se falta una sola vez. Se cruzan grandes cantidades, y no por esto aumenta el ruido ni se deja ver disgusto en el rostro del que las pierde; el que gana paga el barato

Ahora que tiene lugar una exposición en la Biblioteca Nacional de Madrid sobre la magia y el juego las palabras jugadoras vienen a la memoria desde los clásicos. Palabras como naipes, arrojadas en la lona del Diccionario para triunfar y quedarse, vencer la partida del tiempo. No lo han conseguido todas, pero muchas aún brilllan avaladas por Quevedo o Cervantes, el «Guzmán de Alfarache« o los «Avisos» de Barrionuevo.

Palabras como rentoy, cientos, reparólo, siete y llevar, las pintas, la flor, capadillo, báciga, cuco, matacán, vueltos, quinolas, carteta, la taba, el palmo, el hoyuelo. Los «engaños a ojos vistas» en las calles y en los garitos son ya narrados por Quevedo que avisa que «hay en cada cuadrilla tres interlocutores». Y cuando Deleito y Piñuela habla de «la mala vida en la España de Felipe lV«, sale a relucir el cierto, «por mal nombre fullero«, que prepara varias barajas con trampa, por si una es descubierta o se pierde. Viene después el rufián, a cuyo cargo corre el hacerlas desaparecer cuando el juego acaba, para que ojos profanos no descubran las trampas. El tercero es el enganchador, equivalente al llamdo gancho en el argot moderno; es decir, el encargado de atraer con ardides a los incautos, para que en la timba los desplumen. Es ley guardada invariablemente entre ellos – sigue diciendo Deleito y Piñuela – que finjan no conocerse en el garito; si ven en él a alguno de su calaña (al que llaman entruchón), le tapan la boca con ocho o diez reales; salen mostrando pesadumbre o decepción por los lances del juego, y se reúnen después en cualquier figón próximo, comiendo abundante y bebiendo de lo fino a costa del despellejado.

Palabras envueltas en lances, mezcladas entre la competición y el azar, el mérito y la suerte, barajadas con rapidez y vigor de manos, con memoria, mímica y disfraz, velocidad en gestos y en dedos, fingimiento, a veces acompañadas de talismanes, presagios y presentimientos, simulacros, máscaras y destrezas, las palabras volando sobre los tapetes y Lope que cantaba los juegos:

«Como el sacar los aceros

con el que diere ocasión,

así el jugar es razón

con quien trajere dineros«.

(Imágenes:- 1, 2 y 3.-exposición de la Biblioteca Nacional de Madrid)