JERUSALÉN, JERUSALÉN

– No veo ningún nexo necesario entre la angustia y la experiencia judía – decía el escritor norteamericano Bernard Malamud -. No creo que exista una angustia nacional, aun cuando haya algunos judíos ciertamente angustiados. No creo que una encuesta realizada en varios países permita determinar una angustia específicamente judía. No todos los judíos tienen una experiencia idéntica. Si existe algo que se parezca al «carácter» nacional, no creo que la psicosociología haya probado aún que existe una angustia internacional específicamente judía.
Por su parte, Saul Bellow comentaba:
– No tengo ningún deseo de hablar de la literatura judía . A mi entender se trata de una cuestión de sociología a la que el mismo escritor sea incapaz de responder.
Truman Capote quería terciar también en el debate:
-Me siento completamente extraño a Bellow y a Malamud y a todo lo que hace furor en Nueva York…Ellos son quienes hacen la ley. La ley literaria. Controlan el Establecimiento literario. Y yo me encuentro solo, completamente solo en el frío…
Viene todo esto en relación con la polémica suscitada por el Salón del Libro de París que se celebrará en esa ciudad del 14 al 19 de marzo y donde Israel es invitada de honor coincidiendo con el sesenta aniversario de la creación del Estado de Israel.
Ya en Italia, Israel también ha sido invitada de honor a la Feria del Libro de Turín y ha estallado la misma polémica que parece ahora situarse entre quienes reciben con calor a los 39 escritores israelíes que van a la capital francesa y quienes protestan por su presencia, muchas de esas protestas provenientes de países árabes.
A la vez, una de las más interesantes revistas de Francia dedicadas a autores y a libros, «Le Magazine littéraire«, cambia su apariencia y su fondo en el número que saldrá a la calle precisamente el día 14 y publica un especial Documento sobre «los judíos y la literatura». Malamud, Bellow y Mailer, entre otros, dice uno de sus artículos, no se han reconocido, como muchos han pretendido, dentro de la «escuela judía de Nueva York«, aunque el «signo judío» impregna a pesar de todo sus diversas obras de manera muchas veces enigmática y secreta. La vitalidad literaria israelí – señala Pierre Assouline -es aún más sorprendente puesto que ella está silenciosamente cercada por la muerte.
A París, entre otros, van Amos Oz y David Grossman para hablar de «la literatura y el mundo», pero la lista de grandes narradores judeonorteamericanos nos llevaría por ejemplo hasta el polaco que emigraría a Estados Unidos, Isaac Bashevis Singer, o a la célebre y extraordinaria novela, Herzog, de Saul Bellow.
Si ahora siguiéramos la estela de agua que fue dejando aquel histórico barco en el mar escucharíamos la voz de León Uris diciéndonos:
– Existe toda una escuela de escritores judíos norteamericanos que se pasan el tiempo maldiciendo a sus padres, detestando a sus madres, torturándose el alma y preguntándose porqué han nacido. Yo escribí Exodo porque estaba cansado de excusas y del sentimiento que nos impulsa a buscar excusas. La comunidad judía de este país es proporcionalmente mucho más fértil que cualquiera otra en el campo del arte, de la medicina y sobre todo de la literatura.

MARCA DE AGUA


Este fin de semana he estado en Venecia. He ido a ver el puente de Calatrava. ¿Se tambalea? ¿No se tambalea? El agua no me ha respondido. Mi ojo miraba la ciudad del agua y la góndola llevaba a mi lado el ojo del poeta Joseph Brodsky que me acompañaba. Había pasado por el Hotel Gritti Palace con los recuerdos de tantos escritores: Ruskin, Dickens, Hemingway, Somerset Maugham, Malraux, Greene, Montale, Dos Passos, Simenon, Sinclair Lewis, Capote, Dino Buzzati, Saul Bellow…

– En Venecia – me iba diciendo Brodsky al compas de los remos -se puede verter una lágrima en varias ocasiones. Admitiendo que la belleza es la distribución de la luz en la forma que más congenie con nuestra retina, una lágrima es una confesión de la incapacidad de la retina, así como también de la lágrima, para retener la belleza. En general, el amor llega con la velocidad de la luz; la separación, con la del sonido. Porque el ojo no se identifica con el cuerpo al que pertenece, sino con el objeto de su atención. Y para el ojo, por razones puramente ópticas, la partida no es el abandono de la ciudad por el cuerpo, sino el abandono de la pupila por la ciudad. Igualmente, la desaparición del amado, especialmente cuando es gradual, causa dolor, sin que importe quién, ni por qué peripatéticas razones, sea el que realmente se mueve. Tal como va el mundo – concluía Brodsky -, esta ciudad es la amada del ojo. Después de ella, todo es decepción. Una lágrima es la anticipación del futuro del ojo.

Los remos iban y venían. La góndola, como un ataud flotante, cabeceaba su negrura entre recuerdos. Venecia subía y bajaba según yo iba leyendo aquel libro bellísimo de Brodsky, Marca de agua (Siruela), que me hacía creer que navegaba acompañado. Pero, no; viajaba solo. Venecia venía sola conmigo y en la noche unas luces iluminaban mi lectura.

-La ciudad es estática – me seguía diciendo Brodsky -, mientras nosotros nos movemos. La lágrima es prueba de ello. Porque nosotros partimos y la belleza queda. Porque nosotros vamos hacia el futuro, en tanto que la belleza es eterno presente. La lágrima es un intento de permanecer, de rezagarse, de fundirse con la ciudad. Por eso va contra las reglas. La lágrima es una reversión, un tributo del futuro al pasado. O es el resultado de sustraer lo mayor a lo menor: la belleza al hombre. Lo mismo vale para el amor, porque nuestro amor, también, es más grande que nosotros.

Y así, poco a poco, fuimos doblando- suave, rítmicamente-, el Gran Canal.