AUTOSTRADA DEL SOLE

New York.-taxi 1947.-foto Ted Croner.-Michael Hoppen Gallery

«Voy conduciendo en la noche por una autopista amplia, de MilánRoma, la autostrada del Sole. Vuelvo del Congreso de Literatura en que hemos hablado de Pirandello. Todos los faros se proyectan. Todos van en la misma dirección, hacia el infinito: todas las rectas, las curvas, los vaivenes suaves del volante, todas las subidas y bajadas en los montes oscuros, entre los pueblos aislados y dormidos, entre los oasis de las estaciones de servicio. Ráfagas de velocidad rozan en haz de vértigo mi ventanilla. Son bramidos. Zumbidos. Escapan su ahogo en fuga de estrellas. Va conmigo este cuadro de mandos, los relojes, el cuentakilómetros encendido, los pedales, las marchas: una intimidad iluminada. Cada vez que toco muy ligeramente la rueda del volante, la tierra gira sus ruedas en el espacio y me deja ver a la derecha la noche curvada, luego la noche enderezada, la noche rectilínea, la noche plana y sin fin. ¿A dónde vamos? Recorremos la orografía del mundo como gusanos de luz que van y vienen velozmente, clavadas las vidas tras los cristales. Ahora empieza a llover y las gotas son barridas en curva por un parabrisas con media luna de humedad. Conduzco. Recuerdo que conduzco. Sigo conduciendo deprisa y de noche por la autostrada del Sole. He dejado atrás Florencia. Por las luces debo estar acercándome a Arezzo, una ciudad que queda en la vasta oscuridad. Mis faros blanquean la negrura. He puesto hace un rato música suave, jazz solitario, un ritmo que va golpeando muy cadenciosamente al motor. De pronto, como en un arrebato de fuego, roza un bólido junto a mí, veo sus rojos pilotos traseros alejándose, adivino su tremenda velocidad, no me da tiempo a asombrarme del vértigo porque le veo y no le veo hacer un zig-zag, se levanta el bólido en el aire, vuela, desaparece. Suena un horrendo estampido de hierros, intento frenar deprisa, viene una nube de gas que se amplía, que avanza mientras sigo frenando, no consigo frenar, no puedo frenar, voy a estrellarme contra esta nube de gas que se extiende, recuerdo, recuerdo que al fin freno. ¿Qué hay detrás de esta nube de gasa que es ahora lento polvo blanco, polvo que vaga iluminado ante mis faros inmóviles, proyectados sobre la muerte, proyectados contra esta puerta de niebla, niebla de lo desconocido? Recuerdo. Recuerdo que sigo agarrotado al volante, clavado contra este umbral.

Lo desconocido toma entonces la vida que he vivido, estos huesos aún articulados, esta cabeza poderosa y pesada, todas las venas rumorosas y azules de mis manos, mi memoria, los latidos de mi corazón, este respirar acompasado de toda mi vida, lo desconocido toma mi sonrisa, mis dedos alargados al hojear el periódico, mi timbre de voz, mis carcajadas, todas las veces que he subido y bajado escaleras por tantos trabajos, mis emociones, los labios, esa mirada cálida y entrañable cuando he reprochado algo, lo desconocido lo toma todo – mis movimientos, la temperatura de mi cuerpo -, lo aquieta, lo enfría, lo deja absolutamente quieto, casi como una madera, igual que un objeto. Mi cuerpo cruza lo desconocido. Atraviesa lo desconocido. Lo desconocido me toma de una mano y me saca así de la autostrada del Sole«.

José Julio Perlado: del libro «Vida contemporánea» ( relato inédito)

(Imagen: foto de Ted Croner- 1947 .-Collection Miami Art Museum)

AUTOMÓVIL Y LITERATURA

bergman.-7

 «Apenas salgo de la ciudad me doy cuenta de que ha oscurecido. –escribe Italo Calvino en un cuento de 1967 -Enciendo los faros. Estoy yendo en coche de A a B por una autovía de tres carriles,de ésas con un carril central para pasar a los otros coches en las dos direcciones. Para conducir de noche incluso los ojos deben desconectar un dispositivo que tienen dentro y encender otro, porque ya no necesitan esforzarse para distinguir entre las sombras y los colores atenuados del paisaje vespertino la mancha pequeña de los coches lejanos que vienen de frente o que preceden, pero deben controlar una especie de pizarrón negro que requiere una lectura diferente, más precisa pero simplificada, dado que la oscuridad borra todos los detalles del cuadro que podrían distraer y pone en evidencia sólo los elementos indispensables, rayas blancas sobre el asfalto, luces amarillas de los faros y puntitos rojos». («La aventura de un automovilista» en «Los amores difíciles«) (Tusquets)

El automóvil – como tantas otras cosas – ha sido motivo literario en muchos autores, y la exposición «Auto. Sueño y materia» que se celebra en la ciudad española de Gijón hasta el 21 de septiembre nos puede evocar creaciones diversas, entre ellas el viaje de Kerouac » En el camino» o – retrocediendo muchos años – las descripciones que Corpus Barga hizo en su visita a Rodin, en Meudon, en 1916: » El poderoso automóvil me lleva en volandas al retiro del escultor. Sube por una carretera que se desliza curiosa, aquí y allá, dando vueltas. A los pocos minutos, por el camino de una finca humilde, diríase de obrero enriquecido, avanza el auto, poderoso señor mecánico y movilizable, nieto de una gran dama recatada y portátil: la litera». («Entrevistas, semblanzas y crónicas») (Pretextos) noche en automovil.-foto Alex Prager.-Michael Hoppen Contemporary

El automóvil avanza pues por la literatura. Atraviesa las novelas con sus largos faros y los giros de sus neumáticos pisan celéricamente el borde de las frases, recorren velozmente capítulos enteros.  Dentro del automóvil va conduciendo el mensajero, al volante sus ambiciones, sospechas, celos, los amores difíciles que desean encontrar facilidad y felicidad. Llenan la carretera mensajes amorosos cruzados. Así escribe Calvino mientras conduce: «el mensaje amoroso dirigido exclusivamente a mí se confunde con todos los otros mensajes que corren por el hilo de la autovía, y sin embargo, no podría desear de ella un mensaje diferente de éste». El narrador va en busca de Y para intentar salvar su relación amorosa con ella pero aún no sabe si además se encontrará con Z, su contrincante u oponente.  «Entre los centenares de coches que la noche y la lluvia reducen a anónimos resplandores – sigue escribiendo Calvino -, sólo un observador inmóvil e instalado en una posición favorable podría distinguir un coche de otro, reconocer quizá quién va a bordo. Esta es la contradicción en que me encuentro: si quiero recibir un mensaje tendré que renunciar a ser mensaje yo mismo, pero el mensaje que quiera recibir de Y – es decir, el mensaje en que se ha convertido la propia Y – tiene un valor sólo si yo a mi vez soy mensaje; por otra parte el mensaje en que me he convertido sólo tiene sentido si Y no se limita a recibirlo como una receptora cualquiera de mensajes, sino si es el mensaje que espero recibir de ella».

Así van los escritores ( a veces sencillos, a veces complicados) lanzados bajo la lluvia, en la noche, conduciendo por las carreteras sus textos, en velocidad de aventuras, deseando llegar al final.

(Imágenes: 1.-escena de un film de Bergman/ 2.-foto: Alexander Prager.-2008.-Michael Hoppen Gallery)