CABALLOS DE DEGAS

degas-3-foto-frank-horvat«Entre 1866 y 189o – cuenta John Berger -, Degas realizó una serie de pequeños caballos en bronce. Todos ellos revelan una observación intensa y lúcida. Nadie antes que él – ni siquiera Géricault – había representado los caballos con un naturalismo y una expresividad tan magistrales. Pero hacia 1888 tiene lugar un cambio cualitativo. El estilo sigue siendo exactamente el mismo, pero la energía es distinta. Y la diferencia es flagrante (…) Los primeros bronces son de caballos vistos, maravillosamente vistos, ahí fuera, en el mundo que pasa a nuestro lado, el mundo observable. En los últimos, los caballos no son sólo observados, sino degas-2-foto-frank-horvattambién temblorosamente percibidos desde dentro. El artista no sólo ha percibido su energía, sino que se ha sometido a ella, la ha sufrido, soportado, como si las manos del escultor hubieran sentido la terrible energía nerviosa del caballo en la arcilla que estaba manipulando».

Estamos lejos del ballet de medusas, de las bailarinas, de las catedrales de seda flotante de las que hablaba Válery. Estamos lejos de las largas cintas envueltas en ondulaciones, etéreas en sus movimientos, danzando entre la luz y la sombra de los escenarios de Degas. Ahora es el caballo, el trote y el ritmo del galope y también la quietud.degas-4-foto-horvatland

«La fecha de este cambio – sigue diciendo Berger en «El tamaño de una bolsa» (Taurus) -, coincide con su descubrimiento de las fotografías de Muybridge, que mostraban por primera vez en la historia cómo se mueven realmente las patas de un caballo al trote o al galope. Y su uso de estas fotos concuerda perfectamente con el espíritu positivista de la época (…) La naturaleza pasa de objeto a sujeto de la investigación. Las obras tardías parecen acatar todos los requisitos del modelo más que la voluntad del artista. degas-6-1860-metropolitan-museum

Pero tal vez, podríamos equivocarnos con respecto a la voluntad del artista. Por ejemplo, nunca esperó que sus esculturas se exhibieran: no estaban hechas para ser acabadas y presentadas al público. No era eso lo que le interesaba.

Cuando Ambroise Vollard, el marchante de los impresionistas, le preguntó que por qué no fundía en bronce algunas de sus pequeñas esculturas, él contestó que se sabía que esa aleación de cobre y estaño conocida como bronce era eterna y que nada odiaba más que lo que quedaba fijado para siempre. De las setenta y cuatro esculturas de Degas que existen hoy en bronce, todas menos una fueron fundidas después de su muerte. En muchos casos las figuras originales, modeladas en arcilla o cera, estaban deterioradas o medio deshechas. Otras setenta estaban demasiado estropeadas para poder salvarlas.

¿Qué podemos deducir de todo esto? Las estatuillas ya habían cumplido su objetivo. No eran bocetos o estudios preparatorios de otra cosa. Habían sido modeladas por ellas mismas, pero habían cumplido su objetivo: habían alcanzado su punto culminante y, por consiguiente, podían ser abandonadas».

Así quedaron aquellos caballos modelados en arcilla o en cera, estampas de animales que iban siendo creadas por las manos de Degas y que en su minuciosa menudencia, mientras eran trabajadas por los dedos, escuchaban quizá en el silencio del taller aquel  viejo himno de los indios de Asia:

«La cabeza corresponde a la mañana;

Los ojos representan el sol;

La boca abierta designa el calor natural;

El cuerpo entero representa todo el año;

Los miembros son las estaciones;

Las articulaciones indican los meses;

La carne sugiere las nubes;

La crin indica los árboles;

El lomo es el paraíso;

Los huesos son las estrellas fijas;

Los vasos sanguíneos significan los océanos;

El hígado y el bazo representan las montañas;

El bostezo es el rayo;

Sus espumarajos representan el trueno;

El sudor de su piel evoca la lluvia;

Y su relincho, la palabra».

(Imágenes: 1.-caballo encabritado.-cera roja.-foto Frank Horvat/ 2.-caballo al paso marcado.-cera roja.-foto Frank Horvat/ 3.-caballo encabritado.-cera roja.-foto Frank Horvat/ 4.-caballo en el abrevadero.-Metropolitan Museum)

DALÍ, VEINTE AÑOS DESPUÉS

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«Mi primera imagen natural era la de la tela, que era también mi última imagen antes de acostarme. Intentaba dormirme pensando en ella (…) Durante todo el día, sentado delante del caballete, mi mirada se fijaba intensamente en la tela, como si fuera un médium, para ver surgir de ella los elementos de mi propia imaginación (…) Pero a veces tenía que esperar horas y horas, ociosamente, con el pincel inmóvil, antes de que imaginación alguna apareciera», escribe Dalí.dali-c-morphologicalecho-1936-museumsyndicatedali-i-the-little-theater-1934-museum-of-modern-art-musseumsyindicate

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«Al entrar en la sala de exposiciones, Dalí acariciaba a un gran pájaro multicolor que reposaba sobre su hombro izquierdo.

– ¿Surrealismo?

– No, no.

– ¿Cubismo?

– No, tampoco: pintura, pintura, por favor».

J.V.Foix: «Salvador Dalí», 1932dalia-apparition-of-the-town-of-delft-1936-mussey

A los veinte años de la muerte de Salvador Dalí)

(Imágenes: Dalí,. 1.–«The Eye» (1945)/.- 2.-«Morphological Echo» (1936)/ 3.-«The Little Theater» (1934) Museum of Modern Art/ 4.- «Retrato de Mrs Isabel Styler-Tas» (1945)/ 5.-«Dalí a la edad de seis años» (1950)/ 6.-«The Phantom Cart» (1933)/ 7.-«Apparition of the Town of Delft» (1936).-musseumsyindicate.com)

MODOS DE VER

«Cada vez que miramos una fotografía somos conscientes, aunque sólo sea débilmente, de que el fotógrafo escogió esa vista de entre una infinidad de otras posibles. Esto es cierto incluso para la más despreocupada instantánea familiar. El modo de ver del fotógrafo se refleja en su elección del tema. El modo de ver del pintor se reconstituye a partir de las marcas que hace sobre el lienzo o el papel. Sin embargo, aunque toda imagen encarna un modo de ver, nuestra percepción o apreciación de una imagen depende también de nuestro propio modo de ver».

John Berger.-«Modos de ver» ( Gustavo Gili)

COLORES EN LA GRAN GUERRA

«El azul es el color típicamente celeste – dirá Kandinsky -. Serena y calma, profundizándose. El azul profundo atrae al hombre hacia el infinito, despierta en él el deseo de pureza y una sed de lo sobrenatural. Es el color del cielo tal como aparece desde que escuchamos la palabra «cielo». Deslizándose hacia el negro se colorea de una tristeza que sobrepasa lo humano, semejante a aquella en que suelen hundirse algunas personas en ciertos estados graves que no tienen fin y que no pueden tenerlo. Cuando se aclara, el azul parece lejano e indiferente como en el alto cielo. A medida que se aclara pierde su sonoridad hasta no ser más que una quietud silenciosa y blanca. Si se quisiera representar musicalmente los distintos azules, se diría que el azul claro se parece a la flauta, el azul oscuro al violonchelo y, al oscurecerse, cada vez más, evoca la muelle sonoridad de un contrabajo. En su apariencia más grave y más solemne, es comparable a los sonidos más graves del órgano».De lo espiritual en el arte«.-Nueva Visión )

Pero el azul se adensa. Las luces del azul abren las ventanas y de ellas salen cuerpos que miran a  las bombas, expresionismo que extiende los brazos intentando parar las nubes de la guerra, calles que se retuercen donde el azul de Jakob Steinhardt , por ejemplo, no tiene nada que ver con el de Kandinsky, azul inquietante, azul de noche de bombardeos, los artistas oyen silbar a los colores e intentan escapar con trazos de toda la barbarie. No, no es la Gran Guerra. No hay Gran Guerra. Todas las guerras son Grandes en su repetitiva crueldad, todos los pánicos estallan. La exposición que acaba de inaugurarse en Madrid en el Museo Thyssen y que estará hasta el 11 de enero, «¡1914! La vanguardia y la Gran Guerra», lo que hace es presentarnos la creación interpretando los sonidos en la noche, los cuerpos devastados.

Las flechas que caen como pájaros desde el cuadro de Klee apuntan a cada inocente despavorido que huye ante los pájaros cayendo como flechas. Cada pájaro lleva en su alargado vientre la metralla rectilínea y el corazón está debajo corriendo hacia el refugio, buscando a ciegas el amparo. Nadie escapa al poderío de los colores, a las explosiones de Otto Dix, a los caballos de Franz Marc, a los fogonazos de Ludwig Meidner. Los caballlos y los cañones y las columnas de humo siembran de fealdad y de impureza paisajes apocalípticos.  Vemos  perfectamente la velocidad del sonido y oímos perfectamente el trazo del color.  Nadie podía imaginar al lanzar las bombas, que debajo, mirándolas – sobre todo, pintándolas – estaban los artistas.

(Imágenes:»Lírico», 1911.-Wassily Kandinsky.-Óleo sobre lienzo.-Museum Boijmans Van Beuningen, Rotterdam/ «La ciudad», 1913.-Jakob Steinhardt.-Óleo sobre lienzo.-Staatliche Museen zu Berlin, Nationalgalerie, Berlín/ «Pájaros tirándose en picado y flechas», 1919 .-Paul Klee.-Calco de óleo y acuarela sobre capa de lápices grasos.- The Metropolitan Museum of Art, The Berggruen Klee Collection, 1984, Nueva York)