LA NOVELA DE UNA NOVELA EN SOLZHENITSIN

A veces en Mi Siglo no hay más que reproducir un texto que vive por sí solo, sin necesidad de comentarios. La novela de una novela en la vida de Solzhenitsin y sus asombrosos vericuetos los ha contado minuciosa y excelentemente ayer en el «El Mundo» mi buen amigo desde hace años Daniel Utrilla, corresponsal de ese periódico en Moscú, y aquí está su apasionante relato:

AP)

» Pelotones de letras, millones de caracteres aprisionados sobre fondo blanco. Su monumental historia de los campos de reclusión en la Siberia estalinista permaneció durante casi una década comprimida en una estrecha cárcel de papel antes de ser publicada en Francia en 1973 por la editorial Ymca-Press, en dos volúmenes de más de 1.000 páginas.

En cada folio mecanografiado de forma clandestina por Alexander Solzhenitsin entre 1958 y 1968, las letras se fueron apelotonando sin espacios entre sí, uncidas en un renglón infinito como hilera de reos encadenados sobre el horizonte blanco de la cuartilla.

En 1968 había sido expulsado de la Unión de Escritores de la URSS, y en febrero de 1974 Solzhenitsin fue expulsado de la URSS tras la publicación en Francia de su ‘Archipiélago Gulag’. Sus 8 años de reclusión en Sharashka, su destierro de 3 años en Kazajistán y sus 6 años de escritor clandestino confluían en aquella obra terapéutica sobre las cloacas del estalinismo. Para completar su macabro retablo de mártires, Solzhenitsin recabó el testimonio de 227 represaliados que dieron voz a los millones de víctimas del comunismo que entre 1919 y 1956 fueron barridas bajo la alfombra de la taiga siberiana.

«Sólo en el tercer día de la trinidad supe del éxito. ¡Libertad!, ¡ligereza!, ¡todo el mundo fundido en abrazos! ¿Tengo las esposas puestas?, ¿soy un escritor amordazado? ¡En todas partes son libres mis caminos! ¡Yo soy el más libre de todos los escritores estimulados del realismo socialista!«. Así relata Solzhenitsin en su ensayo El roble y el ternero la sensación liberadora que sintió cuando supo que su obra magna -que había escrito con Rena, como llamaba cariñosamente a su máquina de escribir- había sido publicada en Francia.

Desde las mismas entrañas del monstruo, encorvado como un monje amanuense que multiplicara en secreto terribles herejías, Solzhenitsin se había consagrado a la redacción minuciosa de una obra que abrió una mirilla en el Telón de Acero para que Occidente entreviera la tramoya sangrienta del monoteísmo soviético.

Una elaboración de infarto

La escritura del libro fue una peripecia casi tan sobrecogedora como su lectura. Como un archipiélago de legajos, los capítulos del libro se diseminaron en casas de amigos que encubrieron su redacción y corrección. El carácter soterrado de la obra se materializó cuando Solzhenitsin tuvo que ocultar algunos capítulos bajo tierra, en el huerto de su dacha, una casucha de madera sin calefacción en Rodzhdetsvona-Istie. Allí, con ayuda de su segunda esposa, Natalia Svetlova, y de su ayudante Elena Chukovska (ambas prepararon la copia mecanografiada definitiva) el autor completó su tercera y última redacción, la obra definitiva tal y como llegó a Francia.

A continuación ordenó a todos sus amigos cómplices que quemasen las copias que tenían en su poder. Inesperadamente, el lanzamiento editorial de este sputnik literario hubo de ser adelantado después de que Elizabeta Denisovna, ayudante del autor, fuera interrogada por el KGB, que le sonsacó dónde escondía una de las redacciones del texto que, contraviniendo la orden del autor, no había destruido. Tras el interrogatorio, Denisovna se ahorcó. Pero para cuando el KGB halló el texto, una grabación magnetofónica del libro hecha por su esposa Natalia ya estaba en Francia.

Sobre la cubierta de aquel libro, que afloraba en Occidente como el mensaje de un náufrago, emergía una palabra extraña y críptica a la vez: gulag, un acrónimo que restalló en Occidente como una exclamación gutural susurrada por miles de bocas sin voz desde el vientre de Siberia. Oculta bajo este acrónimo (Glavnoe Upravlenie Laguerei), se escondía la dirección general de campos de reclusión y de trabajo forzado de la URSS, y la palabra se incorporó al vocabulario político de Occidente.

Torturas sobrecogedoras

Con un estilo apasionado (abundan las frases exclamativas de estupor), Solzhenitsin presenta un cuadro de El Bosco de lectura torturadora donde los reos son enterrados hasta el cuello en cubículos excavados en la tierra, son pasto de los piojos en nichos de piedra, o sometidos a torturas para lograr confesiones, como la aplicación de un rallador por la espalda o de agujas bajo las uñas.

El purgatorio de este camino hacia el infierno blanco lo representaba la Lubianka, la mítica sede de los servicios secretos en Moscú (un edifico de fachada amarilla que hoy acoge a los herederos del KGB, el FSB), dónde él mismo fue recluido tras ser arrestado en 1945 cerca de Konigsberg (hoy Kaliningrado).

Fue trasladado a Moscú. Mientras era conducido por dos agentes a la Lubianka, en la estación de metro Belaruskaya, el autor se contuvo de gritar para pedir ayuda porque «presentía vagamente que un día podría gritar a 200 milones» y no sólo a los que en ese momento subían por las escaleras mecánicas.

Condenado a trabajos forzados, en 1950 Solzhenitsin fue a parar a Sharashka -un campo especial de investigación científica para prisioneros políticos-, donde pasó ocho años, experiencia que le inspiró su obra ‘El Primer Círculo’ (1968). En 1953 fue desterrado a Ekibastuz, en Kazajistán, donde pasó tres años como minero, albañil y fundidor en un campo de trabajos forzados.

Superación milagrosa de un cáncer

No lejos de allí, en aquellas mismas estepas semidesérticas de Kazajistán donde la URSS levantaba en ese mismo momento el cosmódromo de Baikonur (la plataforma R-7 de donde despegó el sputnik en 1957 que encendió la carrera espacial), Solzhenitsin superó una experiencia traumática que contribuyó a su ignición religiosa: se sobrepuso milagrosamente de un tumor e inspiró ‘Pabellón de Cáncer’ (1969).

Después vinieron los seis años de escritor clandestino, periodo en el que criticó la persecución censora del Estado soviético y halló refugio durante algún tiempo en la dacha de su amigo, el compositor Mstislav Rostropovich. En 1970 le fue concedido el Premio Nobel, pero no lo recogió hasta 1974, ‘año cero’ del exilio desencadenado por la publicación de Archipiélago Gulag y que se prolongó dos décadas.

Su anticomunismo nunca cedió. Solzhenitsin pensaba que el marxismo engendraba violencia en sí mismo allí donde fuera aplicado, y rechazaba que las características del alma rusa tuvieran que ver con la deriva sangrienta del comunismo soviético.

En junio de 2007 recibió de manos de Putin el Premio Estatal. ¿No suponía una contradicción que el sumo disidente aceptase un premio de un ex agente del KGB? «Nadie le reprochó a Bush padre que su pasado en la CIA fue negativo», esgrimió entonces Solzhenitsin, no sin antes puntualizar: «Si bien Putin fue el oficial de los servicios especiales, no fue el juez de investigación del KGB ni jefe de un campo de trabajos en el gulag».

Aquí termina el relato de Daniel Utrilla y pienso que no hay nada más que añadir.

(Imágenes: «Solzhenitsin.-solche.pravaya.ru/Solzhenitsin, en una imagen de archivo de 2007, cuando recibió de manos de Putin el Premio Estatal (Foto: Ap) .-elmundo.es)

SOLJENITSIN O DECIR LA VERDAD

«Lo que más me sorprende en este escritor – dijo de  Soljenitsin  Heinrich Böll en 197o   – es la calma que emana de él, de él, que ha sido discutido y amenazado más que ningún otro sobre la tierra. Se diría que nada puede arrebatarle esa sereniidad: ni los terribles insultos a los que está expuesto en su propio país, ni el «marcharse simplemente» que se le propone sin rebozo alguno, ese destierro que él rechaza. La calma de Soljenitsin no es la de un olímpico, sino la de un contemporáneo alcanzado por el curso de los acontecimientos, no la de un monumento viviente marcado ya por la pátina de la gloria». 

«Si pudiéramos acercarnos más a él  – escribí yo en un libro hace algunos años al comentar una fotografía suya de 1963 en Solotcha, cerca de Riazán, en lo profundo de Rusia – veríamos que este hombre que escribe bajo los árboles es el Premio Nobel ruso Alexandre Soljenitsin, autor de Un día en la vida de Iván Denísovich, de El pabellón del cáncer y de Agosto 1914. Ha escrito hace años entre ratones y cucarachas en la provincia de Vladimir, en lo que él llamó ‑y así tituló otro de sus libros‑ La casa de Matriona; ha redactado sus obras en los más diversos lugares, ha sobrevivido a las guerras, al cáncer y a los campos de concentración, pero cuando muchos años después el periodista francés Bernard Pivot logre entrevistarle para su célebre espacio televisivo, Apostrophes, el autor de Archipiélago Gulag (en su exilio del Estado de Vermont ‑Estados Unidos‑) habrá levantado no sólo una habitación sino una casa propia al servicio de su literatura:

     Recuerdo ‑evocará Pivot el techo de su casa de trabajo construida según las directrices del escritor para que él pueda ir sin perder tiempo hasta el principio de la gigantesca Rueda Roja (el gran plan de sus novelas) ¿Existe en el mundo alguna otra casa construida alrededor de un proyecto de escritura? En el piso bajo, la inmensa sala ‑biblioteca que contiene los manuscritos y las obras de referencia, así como una minúscula y encantadora capilla soleada y con iconos. En el primer piso, sobre enormes mesas, numerosas fichas y notas que corresponden a hechos históricos y a personajes: es ahí donde el escritor pone en escena todo el fresco novelístico. Y es en el piso superior, bajo la luz que entra abundantemente, donde él escribe.

Recuerdo la letra muy fina del antiguo prisionero del gulag, apurando con sus palabras los centímetros cuadrados del papel.

Y cuando el periodista se despida y se aleje mantendrá viva una precisa imagen:

     Saliendo, Natalia [Svetlova] (la segunda mujer del escritor) ‑dirá Pivot‑ nos ha mostrado allá en lo alto, entre los árboles, una luz. Es allí donde trabaja Alexandre. (…) Si hoy tuviera que retener un momento de esta visita a aquel que ha sido expulsado de su país, creo que escogería este movimiento de la cabeza y de mis ojos para mirar esa ventana violentamente encendida que disimulaba a Alexandre Soljenitsin, al que, sin embargo, yo veo.

Lo esencial, sin embargo, no es esa luz alta entre los árboles ‑esa ventana en Vermont‑ ni tampoco trabajar con el ruido de los ratones en la casa de Matriona. Lo esencial es todo a la vez, es decir, aprender a escribir en cualquier parte, con incomodidades o comodidad, con mucho o con poco tiempo, a horas distintas, en lugares diversos, en lugares creados por uno mismo, aprovechando retazos del día o de la noche». («El ojo y la palabra», Eiunsa, 2003, págs 92-93)

Este es el escritor que acaba de morir. (De él recordé en Mi Siglo el 23 de diciembre pasado la célebre entrevista que le hiceron para el canal estatal «Rossia» ) Fue un escritor que siempre quiso decir la verdad. Él escribió sobre la muerte de Tvardovski:

«Hay muchas maneras de matar a un poeta. En el caso de Tvardovski escogieron la de quitarle a su criatura, su pasión: su revista. Eran poco para este robusto caballero dieciséis años de humillaciones, humildemente soportadas: con tal de que viviese la revista, con tal de que continuase la literatura, con tal de que los autores pudiesen publicar, y los lectores, leer. ¡Era demasiado poco! Había que someterlo, además, al fuego de la injusticia: dispersar, aplastar la revista. Y este fuego lo quemó en seis meses; al cabo de este tiempo estaba mortalmente enfermo, y sólo su habitual resistencia le permitió vivir tanto tiempo y conservar, hasta el último momento, su plena conciencia. Sufriendo».

(Imágenes: Soljenitsin, Lefigaro.fr/AFP.-Lemonde.fr)