(Copio aquí el artículo que hace algunos años publiqué en Alenarterevista.- Mi pequeña evocación y recuerdo al ilustre académico y gran especialista de EL Quijote, Martín de Riquer, que acaba de fallecer. Descanse en paz)
-”Yo apostaré – dijo Sancho – que antes de mucho tiempo no ha de haber bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero, donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas”.
Y así ha sido, así se ha cumplido esa sentencia de Sancho que asoma en la Segunda Parte del Quijote, en el capítulo setenta y uno.
Las dos figuras – Don Quijote y Sancho – asaltan los caminos desde anuncios inesperados, bailan sus carteles en puertas de restaurantes y tahonas, presiden plazas del mundo, con su nombre son bautizados enclaves decisivos y quedan dibujados en portadas y en cuadernos. Como dice Edward C. Riley, uno de los más reconocidos estudiosos cervantistas, si uno puede vender literalmente su imagen, es porque ha alcanzado las condiciones para la celebridad en el siglo XX. Ahora, nosotros añadiríamos, también en el siglo XXl.
¿Quiere esto decir que se lee “El Quijote” lo mismo que se reconocen a distancia sus figuras de forma inmediata? Lamentablemente no. Si Cervantes ha realizado el sueño de cualquier publicista – crear un símbolo ampliamente reconocido para su producto – no ha conseguido que se le lea con la misma amplitud.
Yo me he ido esta noche a conversar con él, a entrevistarle – como solía hacer Papini sin salir de su casa pero a la vez saliendo de ella para escribir su “Gog” -, he atravesado el gran portón, he aderezado mi rocinante andariego y me he ido a buscar a Cervantes a campo abierto, más allá de las ventas y entre molinos, preguntándole bajo el cielo raso cuestiones que a muchos interesan y atendiendo a lo que Don Miguel me iba diciendo, sobre todo en lo referente a libros.
Deseaba su opinión sobre las traducciones que han hecho de sus obras y así me ha contestado:
-”Me parece que traducir de una lengua en otra -me ha dicho mientras cabalgaba -, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las oscurecen y no se ven con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel; y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre y que menos provecho le trajesen”.
Viajamos los dos despacio, Cervantes y yo cambiando de vez en cuando de animal, él montado a veces en mi Rocinante y yo en su mulo, otras se sube él al lomo flaco que llevaba Sancho y yo me encaramo de nuevo a los huesos del bisnieto de Babieca.
-Y entonces, Don Miguel, – le pregunto -, ahora que se publica tanto y que se lee tan poco, ¿es que todos deben escribir?
-”Bien sé – me dice Don Miguel – lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama”.
Doblamos por un campo entre unos cabreros. Cervantes y yo marchamos solitarios tras el olor de unos tasajos.
-¿Y qué me dice de los críticos? – le pregunto a Don Miguel en una de las revueltas.
– “Las obras impresas se miran despacio – me contesta -, fácilmente se ven sus faltas, y tanto más se escudriñan cuanto es mayor la fama del que las compuso. Los hombres famosos por sus ingenios, los grandes poetas, los ilustres historiadores, siempre, o las más veces, son envidiados de aquellos que tienen por gusto y por particular entretenimiento juzgar los escritos ajenos, sin haber dado algunos propios a la luz del mundo”.
Después pasamos por un prado en el bosque y entramos ya por un camino real.
– Don Miguel, y ahora que estamos todos en Internet y hay otro tipo de atención, ¿cree que se aprende como antes?
– “Las lecciones de los libros hacen más cierta la experiencia de las cosas que no la tienen los mismos que las han visto, a causa que el que lee con atención repara una y muchas veces en lo que va leyendo, y el que mira sin ella no repara en nada; y con esto, excede la lección a la vista”.
Lo más curioso de este viaje es que el tiempo se nos va pasando entre montañuelas, nos abre a las entrañas de Sierra Morena, atravesamos las llanuras y los mozos de mulas de la realidad se cruzan con otros venteros de la imaginación.
Le insisto a Cervantes sobre la enorme cantidad de novedades que hoy pueblan las librerías y sobre esa desmesura de tantas publicaciones, y estoy atento a ver qué me dice.
-”Decir gracias y escribir donaires – me responde, poniendo mucho cuidado de que su cabalgadura no se dañe en las piedras – es de grande ingenio; la más discreta figura de la comedia es la de bobo, porque no la ha de ser el que quiere dar a entender que es simple. La historia es cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad, está Dios, en cuanto a verdad; pero, no obstante esto, hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos”.
( Don Quijote vestido de fiesta. Ed. F. Rico)
Ahora ya estamos en la Parte Segunda de nuestro viaje, camino del Toboso. Cruzamos por un prado y cerca de una cueva.
-”El que lee mucho y anda mucho – oigo murmurar a Cervantes pensativo -, va mucho y sabe mucho”.
Guardo silencio para no interrumpirle y aún le oigo meditar en voz alta:
-”El ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres”.
Luego marchamos camino del Ebro, hacia Zaragoza. Se ve que Don Miguel aún le da vueltas a lo de los escritores y los críticos porque me habla un momento de los fallos y aciertos en la composición.
-”Considere – me dice hablando del escritor – lo mucho que estuvo despierto, por dar la luz de su obra con las menos sombras que pudiese; y quizá podría ser que lo que a ellos les parece mal fuesen lunares, que a las veces acrecientan la hermosura del rostro que los tiene; y así, digo que es grandísimo el riesgo a que se pone el que imprime un libro, siendo de toda imposibilidad componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que le leyeren”.
Después ya cabalgamos otro rato silenciosos. Palacios, ínsulas y aldeas. Por los atajos, hacia Barcelona. Posadas. Llega la hora de nuestro retorno.
-”Nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza”.- oigo decir a Cervantes.
Aún quiero preguntarle si es gran trabajo escribir un libro.
-”¿Pensarán vuesas mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro? ¿Pensará vuesa merced ahora que es poco trabajo hacer un libro? Para componer historias y libros, de cualquier suerte que sean, es menester un gran juicio y un maduro entendimiento”.
Ya nos vamos a casa de Don Quijote pues anochece. Hay pesadumbre. Acude el médico. Recobra Don Quijote el juicio. Retorna a la realidad. Se siente a punto de muerte y quiere morir de modo que resalte la bondad de su vida. Cervantes y yo nos acercamos al lecho. Ordena su alma confesando. Arregla su hacienda dictando testamento. Pide perdón por el error de sus locuras.
Luego nos vamos.
Al volver, aún escucho a un locutor de radio: “Molinos, viejales antiguos a lomos de caballos raquíticos”.
(Imágenes:- 1.- Francisco de Goya.- Don Quijote acosado por monstruos.- The British Museum/ 2, 3 y 4.- imágenes procedentes de Alenarterevista/ 5,- Don Quijote.– Richard Parkes Bonnigton.- 1825)