LOS DOS VALLE- INCLÁN

 

Valle Inclán- ubbg- el escritor en la Granja del Henar- entredosamores es

 

De nuevo Valle- Inclán en una última biografía y de nuevo Valle-Inclán en quienes le estudiaron y representaron. «Fue un bárbaro, magnífico y genial poeta- decía de él Adolfo Marsillach-. No le iban los espacios reducidos, los decorados únicos, las cómodas salitas de estar de las obras naturalistas… Necesitaba intérpretes y directores imaginativos, capaces a su vez de salirse de lo rutinario. A Valle, el teatro que hacían normalmente sus contemporáneos le venía estrecho…» Y  Juan Ramón Jiménez quiso comentar en «El Sol»,  en enero de 1936 : » Ramón del Valle- Inclán era un celta auténtico. Como sus contemporáneos, los

 

 

Valle Inclán- Alfonso Sánchez Portela- museoreinasofia es

 

mejores escritores celtas de Irlanda, George Moore, Synge, Yeats… Los estilos de Valle- Inclán dejan mucho en los escritores que vienen detrás de él : Antonio Machado, Pérez de Ayala, Gabriel Miró, Juan Ramón Jiménez,. Después, en Gómez de la Serna, Basterra, Domenchina, Espina, García Lorca, Alberti…»

 

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Los dos Valle hablaban entre sí:

«Fuimos dos – confesaba en 1932 -, los que escribimos las obras de don Ramón del Valle-Inclán. Yo y el otro yo.  Yo soy el de hoy, y el otro yo el que escribió historias en un estilo acusado de decadentismo. Mis primeras novelas tienen ese ritmo porque más que mías, son obras de colaboración. Hechos de familia inspirados en las hazañas de una vieja casa de conducta arbitraria. Las historias expuestas en aquellas narraciones definen mi casta. Todo fue cierto. Yo era un cronista con sentimientos responsables- Un rapsoda en los pazos familiares. Mi estilo, la plástica de una gesta, una interpretación heráldica. Por los años mozos yo no era un autor español, era el arcipreste familiar de un campeador que veía cómo se iba ensanchando Galicia al paso de su caballo. Ahora no. He roto las amarras de la casta, las responsabilidades del apellido. Me manifiesto libremente con toda la crueldad y la soberbia de un autor español de pura cepa…»

 

Valle Inclán-eybbn -elpasajero com

 

(Imágenes.- 1.- Valle Inclán en la tertulia de «La Granja del Henar»/ 2.- Valle-Inclán en la cacharrería del Ateneo de Madrid, con Manuel Azaña y otros.- 1930-  foto Alfonso Sánchez Portela.- museoreinasofia.es/ 3.-estatua madrileña de Valle- Inclán.-foto JJP/ 4.-Valle-Inclán.- elpasajero. com)

 

RESIDENCIA DE ESTUDIANTES (1) : COLINA DE LOS CHOPOS

«Hay noticias en Madrid, por la España desconocida, que aparecen de pronto, apartando las telarañas del tiempo y haciendo luz –la puerta entreabierta– en la penumbra de una celda olvidada ante la cual quizá pasamos todos los días. España está llena de enterradas noticias, tiempos de tierra pisándolas, campos de novedad dormidos en el tiempo. Un día, la bocanada de aire en la página de un libro, el soplo de una conversación desempolva esa arena acumulada y nos muestra vivo, el hueso descarnado. He ahí, en las revueltas del Madrid gigantesco, el hueso de la Colina de los Chopos, patio de las adelfas bautizado por un gran poeta muerto.

¿Quién no ha subido la calle del Pinar, en la Castellana, alcanzando los altos del Hipódromo, y no ha entrado en el aire –hoy ahogado de casas– allí donde las fronteras lindaban con Levante en una gran parcela de terreno propiedad del conde de Maudes; al norte, solares de distintos propietarios, y a poniente, quedando cortada la línea de un canalillo para bajar en rápido desmonte, los jardines del entonces Palacio de Industria y descender de nuevo a la Castellana?

Pocos. Acaso muchos. Posiblemente, nuestros abuelos o nuestros padres. Ahora hemos ido nosotros. Como a un cementerio de recuerdos, el patio de las adelfas que Juan Ramón Jiménez plantara allí está, con sus tres grandes adelfas rojas y con su adelfa blanca, desierto, rumoroso de pájaros; esos cuatro anchos marcos de bojes traídos desde El Escorial, esos cuatro arbustos de hojas lanceoladas, coriáceas, persistentes, a veces venenosas: flores grandes de varios colores y fruto en folículo. Flores que crecen a orillas de los ríos y que pueden alcanzar cinco metros de altura. Aquí están. A orillas de ventanas, a la ribera de pisos bajos: en el claustro de arenas y de hojas, silenciosa y retirada meditación para crear versos.

Juan Ramón, García Lorca, Antonio Machado, Claudel, Paul Valéry, Max Jacob, Alfonso Reyes, Valle‑Inclán, Alberti, Pedro Salinas. Estos y muchos nombres más han paseado por aquí. Hoy no queda sino sentarme y escuchar. Es Alberti quien habla: Casi una celda, alegre, clara. Cuatro paredes blancas, desprovistas. A lo más, un dibujillo a línea de Dalí, recién fijado sobre la cama del residente de aquel cuarto. Porque estamos en la Residencia de Estudiantes, sobre los altos del Hipódromo madrileño. ¿Una celda?. Quizá más bien una pequeña jaula suspensa de dos adelfos rosados, abrazada de madreselvas piadoras, vigiladas por largos chopos tembladores, hundido el ancho pie en el Canalillo de Lozoya. Y todo al alcance de la mano: flor, árbol, cielo, agua, la serranía sola, azul, el Guadarrama ya sin nieve.

Todas con el cabello desparcido

lloraban una ninfa delicada…

Pausa. Dislocadora interrupción admirativa, la mil y una del que lee en voz alta las octavas reales del poema. (Y mientras, desde la ventana: dos gorriones estridentes atacándose, ocultos, sacudiendo el olor a enredadera que gatea por el muro; el jardinero espolvoreando de plata, hasta doblarlos, los rosales, y el “manso viento” siempre..)

cuya vida mostraba que había sido

antes de tiempo y casi flor cortada.

Silencio. Nuevo silencio apasionado, casi ahogada la voz de quien recita ahora, fuera los ojos de la página, más verde aún su baja morenez contra el blanco extendido de las almohadas.

Muy pocos años tendría entonces Federico García Lorca. Apenas veinticinco. Y, desde aquella tarde, la égloga del poeta de Toledo, oída al de Granada, se me fija por vez primera, estampada sobre aquel paisaje de Madrid, ya para toda la vida.

Ha terminado de escribir Rafael Alberti su paisaje. A mí no me queda sino levantarme de esta piedra donde estoy sentado y caminar. Que marche mi mirada hacia las lejanías del Guadarrama. Pero Madrid lo impide. Y la puerta que ha abierto la noticia parece entrecerrarse».

(José Julio Perlado .-«El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes«.-páginas 156-157)

(Breve evocación a los cien años de la Residencia de Estudiantes: 1910-2010)

(Imagen:.-La Residencia de Estudiantes.-wikipedia)

HOPPER

Nunca se sabe con la pintura de Hopper si él ha llegado antes con sus pinceles o han llegado antes sus historias. Las historias de las casas y de los hombres atraviesan ciudades y calles hasta posar su soledad en paisajes urbanos, en decorados interiores o en espacios que parecen islas de conversaciones o de miradas. El relato y la pintura se cruzan contándonos la pintura su relato y sugiriendo cada relato su propia pintura. Nunca se sabe quién ha llegado antes, si nosotros con nuestra historia que Hopper pinta o Hopper con la historia que pinta y cuya escritura leemos nosotros. Lo cierto es que, como tantas otras veces, las artes mantienen  esa correspondencia secreta en la que los hilos de la música se entrelazan con los de la literatura y éstos se trenzan con los de la pintura. Las palabras también. Sobre determinadas novelas se habla de «claroscuro». «virtuosismo»,»polifonía» o «contrapunto», como también se alude a su «arabesco», su «textura» o su «variación». Vocablos del lenguaje musical  se deslizan entre los párrafos de una crítica literaria  y el camino también se hace al revés. Así ocurre de uno o de otro modo en los cuadros de Hopper. ¿Quién vive en esas casas aisladas que él pinta y que fueron aprovechadas luego en el cine por Hitchcock o por David Lynch? ¿De dónde vienen o a dónde van  esas mujeres solas,  sentadas sobre la colcha de una cama o absortas en el silencioso rincón de un café   ensimismado? ¿Qué piensan, de qué se lamentan sin decirlo? ¿ Están dándole vueltas al pasado o al futuro? Todo eso son historias que sólo la protagonista sabe y que el escritor inventa observando mientras observa cómo se desarrolla a su  vez  su invención. Entonces Hopper entra. Pinta. ¿ O ha  llegado él  primero y lo que nos cuenta es lo que aún no habíamos contemplado?

Ahora se acaba de publicar un estudio sobre todo esto –Hopper, por Mark Strand (Lumen) -y de nuevo se habla de ese singular fenómeno de los vasos comunicantes entre las artes. «La poesía – se dijo ya hace tiempo – debería producir una semejanza a través de la imaginación, o bien un retrato que provoque en  el ojo una representación visible de la cosa que describe y pinta en su cuadro». Estamos entonces ante la descripción exquisita de la realidad física – esa casa junto a las vías del tren, un faro solitario, una mujer aislada -y todo ello para evocar una imagen en la mente tan intensa como si el objeto descriptivo estuviera frente al lector. Eso nos ocurre con Hopper. Strand habla de que sus cuadros nos invitan a construir un relato. Y nos tienta mucho el poder comenzarlo. ¿Por qué no ponerle nombre y apellidos a estos personajes? ¿Cuáles son sus vidas? Avanzaríamos en unas existencias que apenas son esbozadas y que nos sugieren nudos de historias. Estaríamos  en ese universo de las artes que dialogan entre sí, cercanos de algún modo a esos creadores múltiples que  tantos recuerdos nos han dejado.  Hay que pensar en el Lorca de los dibujos y la poesía, en Dalí (pintura y escritos), en Alberti (nuevamente dibujos y poemas), y si nos remontamos río arriba,  figuras de esa multiplicidad de «vocaciones dobles» como las de E.T.A. Hoffman,  y aún más arriba, Miguel Ángel.

(Imágenes: Hopper.-int. org/ Hopper: tate. org.uk)

POESÍA PINTADA

«La pintura es una poesía que se ve y no se oye – decía Leonardo -, y la poesía es una pintura que se oye y no se ve«. De vez en cuando la mano de un poeta traza con letras un dibujo, un caligrama, una invención, un experimento, el intento de unir palabra e imagen visual, dar un contorno a consonantes y a vocales, hacer que trepen en el espacio del papel los rasgos de las letras, hacer que bailen, que se distorsionen, que se compongan y descompongan, que jueguen con las formas de la creación. Lo hizo Rabelais en una canción en honor a Baco que compuso en forma de botella, y en el siglo XX Vicente Huidobro, Gerardo Diego, Larrea, Guillermo de Torre, la poesía pintada de Rafael Alberti, quisieron unir lo plástico y lo literario hasta lograr concentración y dispersión en los signos escritos, como prestidigitadores en la pista de la página, los lectores con los ojos abiertos ante el movimiento de las letras y los aplausos de la atención en la penumbra de la lectura.
Ahora la Biblioteca Nacional en Madrid reúne varios de estos caligramas, las valiosas e ingeniosas formas de relación entre el verso y la imagen en el Barroco, las composiciones de laberintos, los acrósticos de diversos tipos, el collage, muchas invenciones realizadas para pintar escribiendo y escribir pintando, juegos malabares de la experimentación que lleva en el sombrero de letras este hombre que nos recita poesía y que al descubrirse y despedirse le empiezan a volar por el aire todos los versos que lleva en la cabeza.