LA GRAN GUERRA (y 2)

guerra.vvggy-Max Beckmann- Declaración de guerra- mil novecientos catorce

«Los regimientos llegaban por la carretera de Allenstein todavía con el impulso que mueve al combate, dispuestos a atravesar la ciudad y seguir adelante, adonde tenían ordenado, pero lo mismo que sucede en el cuento, cuando a los primeros pasos que da más allá de la raya encantada pierde el héroe sus fuerzas y deja caer la espada, la lanza y el escudo, sometido ya por completo al poder del hechizo, en cuanto pisaron las primeras calles algo invadió a los batallones: su paso se

guerra-vdde-Christopher RW Nevinson- mil novecientos dieciseis

descompuso, las cabezas giraron a un lado y a otro, amainó hasta desaparecer el impulso que les hacía avanzar hacia el ruido del combate; dejó de existir sobre ellos la voluntad de la brigada y de los regimientos, nadie les incitaba a seguir, no acudían enlaces con nuevas órdenes. Y los batalllones, Dios sabe por qué

4 T

empezaron a torcer a derecha e izquierda buscando en la ciudad un hueco; también quedó paralizada la voluntad única de los batallones, las compañías pasaron a vivir por su cuenta, desintegrándose a su vez en secciones. Y lo más asombroso, nadie mostraba extrañeza, era como si soplase un viento encantado que hacía perder las fuerzas (…) A un lado, bajo un abeto y sentado en ancho y tosco banco campestre sin respaldo, el comandante en jefe, aunque a la vista de todos, parecía hallarse en un despacho aparte. Tenía sobre el banco el sable dorado y el portaplanos, se había quitado la gorra y se enjugaba de vez en cuando la alta y

guerra-vwwse-Paul Nash- el saliente- mil novecientos diecisiete

desnuda frente, por más que no podía tener calor a la sombra aireada, donde se derramaba el fresco de agosto. Para desesperación de su Estado Mayor, hacía ya varias horas que estaba allí sentado, con el cuello tenso, escasos y pocos movimientos, mortecino mirar y respuestas afables, como siempre, pero monosilábicas. Quizá pensara por todos buscando la salida. Quizá había

guerra-vvbby-Christopher RW Nevinson- mil novecientos diecisiete

olvidado pensar que tenía a sus órdenes todo un Ejército. Apoyado en el banco sobre las dos manazas, podía estar media hora mirando inmóvil el suelo delante de él. No dormitaba, no descansaba, no pasaba el tiempo en espera de noticias: pensaba y se torturaba, y su pensamiento caía sobre su cabeza con el peso de una

4 T

roca, por la cual se enjugaba el sudor (…) Era insólita la mezcolanza de aquellas unidades a las que nadie daba orden alguna. Era insólita la llegada de un general sin que nadie diera orden de formar, de alinearse, sin que doscientas gargantas respondieran unánimes. Más insólito aún era el propio general: con la gorra en la mano desmayada y la cabeza desnuda bajo el refulgente sol, con una expresión no de poderío, sino de solidaridad, de tristeza. Era como una fiesta eclesiástica, pero extraña, sin doblar de campanas, sin los alegres pañuelos de la mujeres del pueblo:

4 T

habían acudido en su carros ceñudos mujiks de las aldeas vecinas y pasaba ante ellos quizá un truhán, quizá un pope a caballo y les prometía tal vez la tierra, tal vez una vida paradisíaca por los sufrimientos en ésta. El comandante en jefe no gritaba a los soldados, no les ordenaba ir a ninguna parte, no les pedía nada. Preguntaba en voz baja y afable a los más próximos: «¿De qué unidades sois, muchachos?» (respondían) ; «¿Son muchas las bajas?» ( respondían),  se persignaba en memoria de los caídos; «¡Gracias por vuestro servicio a la patria!»,

La Mitrailleuse 1915 by Christopher Richard Wynne Nevinson 1889-1946

saludaba con la cabeza a un lado, a otro. Y los soldados no sabían cómo responder; contestaba al general un suspiro o un un gemido de sonidos incompletos, que no llegaba a ser un «¡cumplimos con nuestro deber!» Y así pasaba el comandante en jefe. Más adelante se repetía la escena: «¿ De qué unidades sois, muchachos?… ¿ Son muchas las bajas?… ¡Gracias por vuestro servicio a la patria!».

Alexandr Solzhenitsin.«Agosto 1914»

(Recuerdos de vidas únicas al cumplirse un siglo de la Primera Guerra Mundial)

guerra-vvgu- Cristhoper RW Nevinson- los caminos de la gloria- mil novencientos diecisiete

(Imágenes.-1.- Max Bekmann.- Declaración de guerra- 1914/2.- Christopher RW Nevinson- 1916/3-Paul Nash– 1918- National gallery of Canadá- Otawa/4- Paul Nash.-el saliente- 1917/5- Christhoper RW Nevinson– 1917/ 6.- André Mare– autorretrato carnet 2.- 1916- Historial de la Gran Guerra.- Peronns/7.-Lovis Corinth– retrato de Hermann Struck- 1915/ 8.-Nevinson- la ametralladora-Tate Britain/ 9-Christopher RW Nevinson- los caminos de la gloria- 1917)

SOLJENITSIN O DECIR LA VERDAD

«Lo que más me sorprende en este escritor – dijo de  Soljenitsin  Heinrich Böll en 197o   – es la calma que emana de él, de él, que ha sido discutido y amenazado más que ningún otro sobre la tierra. Se diría que nada puede arrebatarle esa sereniidad: ni los terribles insultos a los que está expuesto en su propio país, ni el «marcharse simplemente» que se le propone sin rebozo alguno, ese destierro que él rechaza. La calma de Soljenitsin no es la de un olímpico, sino la de un contemporáneo alcanzado por el curso de los acontecimientos, no la de un monumento viviente marcado ya por la pátina de la gloria». 

«Si pudiéramos acercarnos más a él  – escribí yo en un libro hace algunos años al comentar una fotografía suya de 1963 en Solotcha, cerca de Riazán, en lo profundo de Rusia – veríamos que este hombre que escribe bajo los árboles es el Premio Nobel ruso Alexandre Soljenitsin, autor de Un día en la vida de Iván Denísovich, de El pabellón del cáncer y de Agosto 1914. Ha escrito hace años entre ratones y cucarachas en la provincia de Vladimir, en lo que él llamó ‑y así tituló otro de sus libros‑ La casa de Matriona; ha redactado sus obras en los más diversos lugares, ha sobrevivido a las guerras, al cáncer y a los campos de concentración, pero cuando muchos años después el periodista francés Bernard Pivot logre entrevistarle para su célebre espacio televisivo, Apostrophes, el autor de Archipiélago Gulag (en su exilio del Estado de Vermont ‑Estados Unidos‑) habrá levantado no sólo una habitación sino una casa propia al servicio de su literatura:

     Recuerdo ‑evocará Pivot el techo de su casa de trabajo construida según las directrices del escritor para que él pueda ir sin perder tiempo hasta el principio de la gigantesca Rueda Roja (el gran plan de sus novelas) ¿Existe en el mundo alguna otra casa construida alrededor de un proyecto de escritura? En el piso bajo, la inmensa sala ‑biblioteca que contiene los manuscritos y las obras de referencia, así como una minúscula y encantadora capilla soleada y con iconos. En el primer piso, sobre enormes mesas, numerosas fichas y notas que corresponden a hechos históricos y a personajes: es ahí donde el escritor pone en escena todo el fresco novelístico. Y es en el piso superior, bajo la luz que entra abundantemente, donde él escribe.

Recuerdo la letra muy fina del antiguo prisionero del gulag, apurando con sus palabras los centímetros cuadrados del papel.

Y cuando el periodista se despida y se aleje mantendrá viva una precisa imagen:

     Saliendo, Natalia [Svetlova] (la segunda mujer del escritor) ‑dirá Pivot‑ nos ha mostrado allá en lo alto, entre los árboles, una luz. Es allí donde trabaja Alexandre. (…) Si hoy tuviera que retener un momento de esta visita a aquel que ha sido expulsado de su país, creo que escogería este movimiento de la cabeza y de mis ojos para mirar esa ventana violentamente encendida que disimulaba a Alexandre Soljenitsin, al que, sin embargo, yo veo.

Lo esencial, sin embargo, no es esa luz alta entre los árboles ‑esa ventana en Vermont‑ ni tampoco trabajar con el ruido de los ratones en la casa de Matriona. Lo esencial es todo a la vez, es decir, aprender a escribir en cualquier parte, con incomodidades o comodidad, con mucho o con poco tiempo, a horas distintas, en lugares diversos, en lugares creados por uno mismo, aprovechando retazos del día o de la noche». («El ojo y la palabra», Eiunsa, 2003, págs 92-93)

Este es el escritor que acaba de morir. (De él recordé en Mi Siglo el 23 de diciembre pasado la célebre entrevista que le hiceron para el canal estatal «Rossia» ) Fue un escritor que siempre quiso decir la verdad. Él escribió sobre la muerte de Tvardovski:

«Hay muchas maneras de matar a un poeta. En el caso de Tvardovski escogieron la de quitarle a su criatura, su pasión: su revista. Eran poco para este robusto caballero dieciséis años de humillaciones, humildemente soportadas: con tal de que viviese la revista, con tal de que continuase la literatura, con tal de que los autores pudiesen publicar, y los lectores, leer. ¡Era demasiado poco! Había que someterlo, además, al fuego de la injusticia: dispersar, aplastar la revista. Y este fuego lo quemó en seis meses; al cabo de este tiempo estaba mortalmente enfermo, y sólo su habitual resistencia le permitió vivir tanto tiempo y conservar, hasta el último momento, su plena conciencia. Sufriendo».

(Imágenes: Soljenitsin, Lefigaro.fr/AFP.-Lemonde.fr)