Baudelaire, en 1895, recurre a una palabra nueva, “maquillaje”, y subraya su poder misterioso asimilándola a un espectáculo , a un arte. “Ese marco negro de los ojos — recuerda también un historiador francés — vuelve la mirada más profunda y más singular, da al ojo una apariencia más decidida de ventana abierta al infinito; por su parte, el “ rojo” aumenta aún más la calidad de las pupilas y añade a un hermoso rostro femenino la misteriosa pasión de una sacerdotisa”. Recuerdan los historiadores, que las sustancias para maquillarse durante el siglo XlX eran muy numerosas y las herramientas también más diversificadas, desde los cepillos del cabello hasta los cepillos de dientes. Pero la novedad se hallaba en la manera de considerar a los cosméticos. Se encuentra en el efecto de “superación”, que parece sugerir: ya no sólo se los aplica para la corrección de algún defecto, sino para la profundización de los “encantos” de su reconocida fuerza. Para Baudelaire, esa belleza hecha de investigación y de meditación, consumaría “la belleza moderna, que puede surgir a través del encanto fáctico del artificio y de la moda”. Incluso sería una característica central de la modernidad, que obligaría a cada persona a inventarse a sí misma.
“No sé cómo lo vas a conseguir, hijo — me dice mi madre sentada ante la mesa de la cocina—pero me gustaría que en tu película saliera el corazón de Isabel, que lo pusieras en el centro del patio”. “¿Cómo en el centro del patio?”, le digo asombrado. Mi madre está sentada conmigo ante la mesa de la cocina, es primera hora de la mañana, estamos los dos solos, mis hermanas se han ido a trabajar, tomamos un café en dos sencillas tazas sobre el hule que nos hace de mantel. A mi me impresiona que mi madre me hable de estas cosas, que me pida de repente estas cosas, que se fíe de mí, que confíe en mí, sobre todo que me hable de la película, que crea en mí como director de cine, porque para mí eso es siempre un orgullo y una satisfacción. Ella piensa que yo puedo hacer todo en el cine, porque en el cine, me dice, es que se puede hacer de todo, tú mismo me lo has dicho muchas veces, y eso es verdad, pero nunca me había pedido nadie, y menos mi madre, y menos aún se me había ocurrido a mí poner un corazón en el centro de un patio de vecindad y sin embargo, esa imagen es muy fuerte, se me incrusta de pronto en mi mente, me atrae, no sé si será surrealismo o no, tampoco me importa, tampoco sé a qué se refiere mi madre en concreto cuando me pide todo eso, pero sé que Isabel fue la amiga íntima de mi madre durante treinta años, su compañera de vecindad, la belleza del tercero la llamábamos en casa, treinta años las dos juntas, iban al cine o a merendar, compartían las vicisitudes de la vida hasta que ella poco a poco fue envejeciendo, se fue ajando, se cayó un día en la calle y acabó en una silla de ruedas y se dedicó a mirar una y otra vez el patio. Como veo a mi madre ahora que sigue mirándome con ojos esperanzados, me impresiono aún más. Ella espera algo de mí.
Entonces abro un cajón de la mesa de la cocina, cojo el primer papel que encuentro y me pongo a dibujar lo mejor que puedo el contorno de un corazón. Yo dibujo muy mal, no soy como Fellini que inundaba de dibujos sus guiones; yo en cambio encargo los dibujos a ilustradores, aunque en este momento ya he empezado a dibujar torpemente en un papel y de manera muy tosca los contornos de un corazón, y voy trazando como puedo, poco a poco, las arterias y las venas tal y como yo me las imagino, porque no soy médico y nunca me he fijado cómo puede ser un corazón por dentro, lo he visto por fuera, en revistas, en libros, dibujado con sus válvulas y sus conductos, y siempre me ha parecido un órgano en forma de cono, palpita siempre, es verdad, está palpitando debajo del tórax de Isabel y entre sus dos pulmones, es el corazón de la amiga de mi madre, es el homenaje que mi madre quiere hacerle a su recuerdo, yo creo que quiere seguir hablando con ella pero no sabe cómo, quiere hablarle a su corazón, pero mi imaginación, como siempre, conforme voy trazando este dibujo, se escapa a una escena que quiero filmar, y de pronto se me aparece el suelo gris metálico de nuestro patio interior,
allí donde suelen arrumbarse los cubos vacíos de basura todas las noches, y también unas rejillas metálicas, y unos tubos que están apartados a un lado y unas bicicletas antiguas apoyadas en un rincón, en fin, todo lo que puede ser un patio viejo pero ordenado. Y veo de pronto esta casa en la noche, son ahora las dos y cuarto de la mañana cuando filmo esta escena, me he levantado en pijama para rodarla, la casa está apagada, todos duermen, nuestra casa tiene seis pisos, Isabel vivía en el tercero y nosotros desde hace años en el sexto, me asomo entonces con mi cámara en la oscuridad del patio y veo arriba un cielo azul y gris en la altura, donde están las antenas de televisión y las azoteas, se mueven las ropas tendidas en los pisos como si fueran fantasmas, y después apunto con la cámara hacia abajo, y ¡sí!, ¡ahí está!, ¡ahí está el corazón de Isabel descansando en el suelo del patio!, está desnudo, es un corazón palpitante, asciende y desciende despacio, a un ritmo continuo, yo creo que este corazón le está contestando a lo que le va diciendo mi madre desde la cama, porque con otra cámara voy filmando también a mi madre, que está en su cama con los ojos abiertos, no consigue dormir, le han despertado los latidos del corazón de su amiga que está en el patio, y entonces mi madre empieza a hablar en voz alta con ella, con ese corazón, “ el barrio, Isabel, le va diciendo mi madre, ha cambiado mucho, tú no lo reconocerías, han quitado el supermercado de siempre, donde íbamos las
dos juntas a comprar, han cerrado muchos cines y hay más mendigos en los bancos”. A la vez, filmo también en primer plano el corazón de Isabel que permanece inmóvil en el suelo, pero que ante las palabras de mi madre responde de vez en cuando con un movimiento rítmico, acompasado, como si la escuchara y se afirmara, creo que esos movimientos
los médicos los llaman sístole y diástole, no sé si es así, pero esto es el cine, Bergman, de pronto, en “El séptimo sello” presenta a la Muerte como personaje jugando al ajedrez con Max von Sydow y lo hace con toda naturalidad, y yo presento aquí este corazón en el fondo de un patio interior dialogando con su íntima amiga, mi madre, que le habla. Es una secuencia que me gusta, un coloquio nocturno inesperado, pero un coloquio real en medio del silencio de la noche.
El expresionismo es un vocablo extremadamente vago —decía el pintor francés Marcel Gromaire —. De hecho, hay pocos pintores que sacrifiquen todo al único frenesí de expresión. Yo no veo ninguno en el pasado. Por grande que sea la violencia de Grünewald, usa un lenguaje singularmente reprimido. Los mejores Van Gogh son obras de ardiente equilibrio. Únicamente Goya puede ser, en alguna de sus pinturas fantásticas y debido a un cierto “relajamiento”, el antecesor de los expresionistas alemanes. El expresionismo moderno no se concibe sin ese gusto, a menudo mórbido, por la deformación. El expresionismo niega el estilo en provecho de la estilización instintiva. Los mejores cuadros expresionistas son gritos desesperados. Cuanto mejores son, menos analizables. La deformación me parece una desviación de la experiencia cotidiana. La deformación moderna es una tentativa exacerbada de evasión. Yo no creo en la evasión. Toda materia es contacto intenso. Corresponde a nosotros descubrir la espiritualidad de ese contacto. Yo opongo la afirmación del objeto a su deformación.
José Julio Perlado
imágenes- 1 Marcel Gromaire/ 2 – Kandinsky- wikipedia
La política — decía Juan de Mairena — es una actividad importantísima …Yo no os aconsejaré nunca el “apoliticismo”, sino, en último término, el desdeño de la política mala, que hacen trepadores o cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Debéis “hacer política”, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros, y, naturalmente contra vosotros. Sólo me atrevo a aconsejaros que lo hagáis a cara descubierta; en el peor caso con máscara política, sin disfraz de otra cosa; por ejemplo: de literatura, de filosofía, de religión Porque de otro modo contribuiréis a degradar actividades tan excelentes, por lo menos, como la política, y a enturbiar la política de tal suerte que ya no podamos nunca entendernos.
Una obra — decía Henry Moore — debe ante todo extraer su vitalidad de sí misma. No me refiero a un reflejo de la vida, del movimiento, de la acción de las figuras que danzan y retozan. Quiero decir que una obra puede tener una energía acumulada y una vida intensa, independiente del objeto que representa.
El primer trozo arrancado de una piedra es ya una revelación. La forma de un fragmento puede tener tanta significación como lo de una masa sólida. Es posible una escultura “en el aire”: en ciertas obras sólo cuenta la forma del espacio vacío.
La figura humana es lo que más profundamente me interesa; pero yo he encontrado las leyes de la forma y del ritmo en el estudio de los objetos naturales, tales como guijarros, huesos, árboles y plantas. Guijarros y rocas muestran la manera en que la naturaleza trabaja la piedra y revelan principios de asimetría; las rocas indican el tratamiento sufrido por la piedra, que se diría tallada a golpes de hacha y cuyas vivas aristas poseen un ritmo nervioso. Los huesos tienen una estructura de fuerza y tensión maravillosas, pasan súbitamente de una forma a otra… las conchas demuestran que existen en la naturaleza formas duras y excavadas, y de ahí mis esculturas en metal…
Sentados en la tribuna de una nube, algunos de los grandes intérpretes de la Historia, entre ellos Toynbee, Jaspers y Bergson, que viven con nosotros en la eternidad, nos han ido explicando esta mañana en qué consistiría lo que hoy veríamos en el desfile. Yo nunca había visto desfilar acompasadamente a un siglo entero. Pero esta vez, sustituyendo a la infantería uniformada con su ritmo preciso y perfecto y al trote rítmico de la caballería con la sonoridad de sus trompetas, ha aparecido de pronto al fondo, viniendo hacia nosotros y sostenido en el aire, un mueble precioso, que era, según nos ha explicado Bergson como especialista en el tiempo, el escritorio del Rey Luis XV de Francia, ornamentado cilíndricamente y perfectamente rematado por un ejército de ebanistas. Le daba el sol en el volumen y en los contornos, y aquel mueble lo habían extraído del pequeño apartamento que el Rey tenía en el palacio de Versalles para poder desfilar hoy ante nosotros y mostrarnos esta pieza deslumbrante del siglo XVlll, más destacada que muchas guerras y contiendas. En ese escritorio del Rey hemos descubierto una cabeza de marquetería del Silencio, que nos ha impresionado porque tiene el índice en los labios y también nos han maravillado las estatuillas, bustos y jarrones en miniatura y los candelabros de bronce dorado. Muy superior todo ello, como nos ha comentado Toynbee, a la creación de los Estados Unidos de América y a la época de la Revolución Francesa y de Napoleón que tuvieron lugar en el XVlll, pero que la pequeña y gran Historia de las costumbres y de la vida privada revela muchas veces con mayor claridad. La vida privada, las costumbres, los espacios de intimidad, los muebles, las habitaciones, los pasatiempos, el ocio, los trajes, retratan a veces mucho mejor la fisonomía de un siglo que todas sus contiendas y enfrentamientos.
Después del mueble del Rey ha aparecido en el desfile un vestido plateado que venía flotando en el aire. Todo él era hueco, es decir, era invisible quien lo llevaba, pero eso era lo que menos importaba, porque el vestido, según nos explicó otro historiador de la vida privada, había pertenecido seguramente a la duquesa de Devonshire o a Madame Pompadour, y eso era lo interesante.
Y nada más pasar el vestido, apareció en el desfile que contemplábamos el interior de una cocina burguesa del siglo XVlll, un cuadro de Jean Baptiste Lallemand donde figura una cocinera preparando la comida, un perro observando al niño que está a los pies de su madre, y los utensilios de cocina colgados de la pared, muy cerca de la gran chimenea. Era una cocina espaciosa. Ha pasado ante nosotros en el desfile no sólo con los trazos de su pintura sino desprendiendo el olor de su intimidad y también el sonido que cualquier cocina de ese siglo transmite en su quehacer y movimiento. Ha sido un regalo para todos los que estábamos allí porque nos hemos visto muy dentro del XVlll, en la pequeña Historia — tan importante— del hambre y de los alimentos. Uno de los historiadores nos ha recordado que en el XVlll había en las cocinas una gran variedad de coles, cebollas y raíces, servidas tanto en las mesas aristocráticas como en la burguesía y el vulgo. Pero sobre todo la albahaca, el tomillo y el laurel junto a los estofados, caldos y potajes y a una gran variedad de carnes.Todas esas costumbres eran quizá más importantes que muchas otras cosas ocurridas en ese siglo, que nos parecen muy esenciales, y lo son, como por ejemplo la toma de Montréal por los ingleses en 176O o la Declaración de la Independencia americana en 1776. Pero la pequeña historia de la moda, el espacio privado, la intimidad y tantas otras cosas más, descubren mejor el rostro de un siglo. Parecen pasar inadvertidas y se extienden en un segundo plano pero retratan muy bien el ritmo de los tiempos. Ha sido, en resumen, un desfile el de hoy muy aleccionador y brillante.
Bajamos. Parecemos dos sombras huecas, sin espacio. A veces, Juan Ramón desde 1915 me ayuda a soslayar una piedra; a veces yo mismo tiemblo que Juan Ramón caiga en las profundidades de este 2023. Ha paseado, lenta y virgen, la mirada del poeta por miles de ciudades fundidas en Madrid, por Rosales, por la bruma y el oro del Retiro, por entre las violetas y los mirlos, apoyando el oído en el agua, escuchando la densidad del viento…
¿Ve usted? —me dice al fin, casi al pie de la Castellana, atrás la altura del Hipódromo —“ este cerro del viento, está hoy, Colina de los chopos —, que paran el viento con su nutrido oasis y nos lo entretienen humanamente ya —! cómo acerca el cenit! Están fijamente confundidas, noche de primer abril, en su meseta, las luces de arriba y las de abajo, las descolgadas, grandes estrellas blancas y encandiladoras y las farolas verdes del agudo gas, las redomas malvas eléctricas y la enorme luna amarilla; como si salieran unidos al campo raso vecino, en plebeya en y aristocrática confusión, arrabales del cielo y de la tierra.
Soledad, silencio por todas las aristas, planos y rincones del promontorio. ¡Y qué grato todo— en su variación, en su avance, en su incorporación— en esta subida mía nocturna, después de tantos días! ¡Cuánto presentido verdor nuevo en la misma sombra azul, realización profusa, saludable, sensual, de aquellos dibujados pintados, cantados, anhelantes sueños por lo yermo con nieve sola, con sol solo, con solísimo huracán corrido ! Cómo ahora, sobre el entrevisto canalillo, el canto del pájaro frecuente y el crujido de la rana amistosa se corresponden, en guirnaldas dulces y frescas, por el laberinto de troncos, hojas y flores! ¡Qué parecido, de pronto, después de enfrentamiento, el viento de hoy entre los rectos chopos de redonda pierna plata,al viento de entonces, por la descampado ilusión!
Sí—respondo—.
Me da su mano de 1915, le doy mi mano en el siglo XXI. No nos tocamos. Ni nos vemos siquiera. Somos dos sombras invisibles, dos columnas de humo que rozan, al pasar, velozmente la locura del tráfico
José Julio Perlado
imágenes- 1- primera edición de Platero/ 2- casa museo de Juan Ramón
Ahora sí, ahora desciendo ya de esta colina y lo hago en la noche. Madrid como polvo de luces. Ahora sí, ahora voy tanteando, del brazo de Juan Ramón — la barba negra, la barba blanca, las sensibilidades enfermizas, las depresiones que al final de su vida rozaron la locura, o como diría Zenobia antes de morir de silencioso cáncer, rozaron el corazón.
Vamos los dos — Juan Ramón y yo —serpenteando el tiempo: la oscuridad nos impide ver si el suelo es de 1913 o de 2023. Marchamos del brazo, ambos invisibles, ambos sin conocernos. La colina de los recuerdos entre asfalto y arbustos. Él me habla desde su prosa de hace muchos años, con voz pausada y lenta, recreándose en su propia voz.
“¿Ve usted? — me dice —como aquí me acuesto tan temprano, a las seis ya estoy en pie. Cojo en el negro de mis ojos la rica luz intacta, verde, sombrío y cárdeno, y en mi pecho la pureza fría y sensual de la mañana de invierno que se acaba, y, aún con la luna útil — una luna menguante, como mal partida con las manos, ruborizada un poco de aurora —, contesto sonriendo una bella carta de ayer. “
¿Ve usted? —vuelve a decirme muy lentamente apoyándose en el humo de mi brazo vacío, descansando su fatiga de ojos hundidos en mi propia fatiga — “algunos niños, azules ya las tersas mejillas, con bufandas, boinas, polainas y guantes, la cartera a la espalda, van trotando —eses y ángulos por bancos y árboles— al colegio. Un vendedor de molinillos de papel anda manchando la tranquila vaguedad de plata de la tarde primera con su violento abanico rojo, amarillo, verde y morado. “
José Julio Perlado.
imágenes- 1- Juan Ramón por Juan Echevarría/ 2-Juan Ramón por Sorolla
Resultan innumerables — señalan los historiadores— los estudios que respecto a la mano femenina se presentan en los dibujos del siglo XVI, y es abundante también su presencia en las descripciones literarias. Es preciso, se dice en muchos de esos documentos, tener la mano alargada, blanca, liviana. Alguno de esos textos se detienen recordando a María Estuardo y “el laúd que tan bien tocaba con su mano blanca y sus hermosos dedos, tan bien formados.” . El mismo documento evoca igualmente a Catalina de Médicis, estudiando la semejanza entre las manos de la reina y las de su hijo. Enrique VIII , por su parte, le encarga a varios emisarios que evalúen la belleza de la duquesa de Nápoles con la que se va a casar y les pide: “Le verán la mano desnuda y repararán muy exactamente la mano, cómo está formada, si es rubia o fina, si es gorda o delgada, si es larga o corta, tomarán nota de cómo son sus dedos, si son largos o cortos, gruesos o delgados, anchos o finos en la punta.” En el siglo XVI la mano era un objeto de belleza y revelaba un estado del cuerpo que permanecía oculto. Los emisarios de Enrique VIII no se equivocaron cuando destacaban que la mano que habían comprobado era suave y eso, al parecer, le dejó al Rey muy tranquilo.
José Julio Perlado
James Coignard- 1999- foreman fine Art- artnet /2 Henry Moore- 1979/ Janine Antoni – 2004- artnet)
La memoria se desarrolla más cuando ya no se ve Ahora puedo dictar conferencias de treinta o cuarenta minutos sin acudir a notas. — decía Borges—He sido profesor de inglés y dictaba mis cursos sin notas. Después, cuando he perdido la vista, el tiempo discurre de una forma distinta. Quisiera uno leer todo el tiempo, por ejemplo durante un viaje en ferrocarril. Yo también hacía eso hace años. Ahora sueño. Soy un poco distraído para aquello que me rodea y apenas veo: no distingo una forma ni un color, si es gris o azul. Respecto a dictar, eso me obliga a estar muy atento. Mi madre, por ejemplo, a la cual yo dicto mucho, tiene gustos literarios y hace falta que yo le explique que esto que le estoy dictando no es más que un borrador y que lo voy a mejorar. Por eso me gusta más dictar a las jóvenes secretarias de la Biblioteca Nacional: ellas no dicen nada, quizá piensan que aquello debía estar mejor, pero no dicen nada. Escribo poemas en cualquier parte, en el metro, en mi casa, en la Biblioteca de Buenos Aires… Y cuando los poemas están ya acabados y compuestos, entonces los dicto.
Recuerdo una tarde viniendo de Navarra en automóvil por una carretera mirando el cielo lejano y azul. Entrando en la provincia de Aragón los montes se tornan ásperos, rocosos, parece como si la naturaleza se pelease hasta ofrecerse descarnada. Es entonces cuando la tierra toda en el crepúsculo recuerda esas fotos de la luna que muestran la inexpresiva corteza de nuestro satélite. Hondonadas planicies, una cadena de extrañas montañas. Mi pequeño automóvil devoraba kilómetros y dejaba aquí y allá tonalidades y matices continuando su carrera por la epidermis. En vez de contemplar el paisaje miré hacia el cielo tenuemente rojizo. Fue un instante bello y profundo, más importante que lo que estaba ocurriendo bajo el techo de mi pequeño vehículo, en el secreto de un corazón que viajaba y que como el automóvil intentaba huir de sí mismo devorando kilómetros.
José Julio Perlado
imágenes-Aragón- : 1-paraje de los Monegros/ 2 bosque del Moncayo en otoño
Estamos, según me dice mi guía — cuenta Gómez Carrillo — en el famoso Bazar de Damasco donde se amontonan desde hace más de mil años los tesoros del comercio y de la industria árabe. Aquí vienen, en caravanas interminables a través del desierto, los perfumes de Bagdad y los bálsamos de Basora; aquí llegan de Persia, envueltos en telas brillantes, los bordados de oro y los collares de filigrana; aquí se conservan las últimas hojas de alfanje damasquinadas por los artistas de otro tiempo;aquí está el depósito de las sedas del Líbano y de Alepo;aquí se venden los encajes de Galilea;aquí, en fin, se encuentran los productos de los diez mil telares que aún funcionan en la ciudad como en tiempo de los califas. ¡Oh, estas sedas de Damasco, estas sedas cuya riqueza asombra y cuya belleza encanta, estas sedas que parecen hechas para mantos de reyes legendarios!…
No sé cuántas horas llevo en esta tienda, dejando que los mercaderes de blancos turbantes y de amplias túnicas expongan ante mis ojos las maravillas de las estanterías. Y son brocados en los cuales toda una flora de ensueño abre sus corolas en fondos de colores violentos, púrpuras, anaranjados, violetas. Y son amplias mantas tejidos de plata, sin más adorno que el reflejo del metal blanco mezclado con el de la seda blanca, mantas para ideales desposadas de rostros invisibles. Y son largas tiras de crespones a rayas multicolores, como los que se ven en los cojines de los palacios. Y son sederías negras, severas, que parecerían paños de luto con sus sequedades algo rudas, a no ser por los hilos de oro que pasan, de trecho en trecho, entre sus mallas sombrías. ¡Cómo se comprende aquí la embriaguez de los viejos cuentos árabes cuando se apodera de las hijas de los bajás, cuando los mercaderes recién llegados de Basora o de Samarkanda, de Bagdad o de Damasco, abren ante ellas las cajas de sus caravanas!”
José Julio Perlado
imágenes- 1- zoco Medhat mashka/ 2- zoco de Al- Buzurie / 3 seda de Damasco
La creación del espacio novelesco es semejante a la del espacio sagrado en cuanto implica transformación del caos en cosmos e imposición de un orden —— recuerda Ricardo Gullón en ”El arte de contar” — Es un acto creador y el primer impulso para realizarlo una fundación, el trazado de un contorno, de una reserva (en el sentido norteamericano de la palabra) en donde el acontecer novelesco se realiza.
Por eso los fantasmas duermen y se comportan con normalidad que hace olvidar su condición mientras los vivos alzan los vuelos sin que nadie le dé al hecho mayor importancia. Unos y otros comunican. ¿Por qué no, si conviven en un ámbito que los cobija sin discriminación y los iguala? En ese espacio tienen idéntica verdad los sucesos demostrables y los fabulosos; todo es verdad y todo es mentira, como ha ocurrido siempre en las grandes ficciones, desde las “Mil y una noches” hasta hoy.
Las sirenas son en la “Odisea” ni más ni menos reales que Ulises. La naturalidad en la presentación de los hechos( es decir, el ‘tono’) le permitió a García Márquez ahorrarse explicaciones y justificaciones. No hay por qué justificar el que personaje muera, o parezca morir, y después resucite, o parezca resucitar, veinte, cien, quinientos años después; no hay por qué atenerse a la cronología del reloj o del calendario cuando lo único de verdad importante es el tiempo propio de la novela