EL ALMA DEL ARTE ABSTRACTO

Siempre ha sido un enigma el arte abstracto.

Si se considera que la naturaleza es una realidad — decía el pintor italiano Alberto Magnelli — el ser humano es, en sí mismo,,un miembro de esa realidad, y su espíritu un elemento y una prolongación de esa naturaleza. Ese espíritu actúa necesariamente en el seno de lo real. Todo es real en los límites de la creación artística, puesto que todo forma parte integrante, de la suerte más honda,de la vida y del hombre. Cualquier gesto del hombre es humano,  y los pasos de la imaginación creadora del hombre no lo son menos. En sus formas, por sus formas, un asunto inventado de modo natural expresa un mito;  quiero decir inventado por el artista que se abre camino a través de la naturaleza. Así el cuadro abstracto lleva la marca de signos venidos desde lejos. El artista tiene un poderío que llega, poco a poco, a valorar, y en el que, en definitiva deposita su confianza. Es a este poderío al que debe confiar la misión de comunicar y de convencer. 

 José Julio Perlado

Imágenes: 1- Alberto Magnelli-/ 2-Magnelli- pintura)

VOY A IR DESPIDIÉNDOME…(2) DEL MAR

Voy a irme despidiéndome del mar. Hay tantos mares en España que mis manos los tienen que recorrer uno a uno.  Tengo las manos limpias, la piel tersa, sin manchas de ancianidad,mi madre siempre me decía que lo más bonito que yo tenía eran mis manos, y es verdad. Como han tenido la suerte de no tener que entrar nunca en las cocinas y han hecho pocos esfuerzos de cargamento, la piel y los dedos no presentan grietas,  quizá porque han trabajado únicamente sobre el papel durante muchos años;  entre mis dedos he ido transportando de aquí para allá mi pluma, escribiendo largos o cortos libros, y después las yemas de mis dedos se han ido acostumbrando a oprimir las teclas de la tecnología moderna como si de  pianos metálicos se tratase. Por eso saludo ahora al mar con estas mis manos, y luego, voy con ellas, y con los brazos y con todo el cuerpo, nadando y nadando, hasta abrazar al mar en el Norte de España, en Puerto de la Selva, en el Alto Ampurdán, en el lado norte del Cabo Creus.

Cuando me ve llegar, el mar se pone inmediatamente en pie, se levanta en sí mismo y con enorme  fiereza y también exquisita ternura me abraza  intensamente, como siempre lo ha hecho, pero esta vez quizá con una mayor delicadeza porque sabe que esto entre nosotros es una despedida. Él me cubre de algas y de gotas de espuma, me atrae hacia sí cubriéndome las manos y sobre todo los hombros de diminutos cangrejos multicolores y de pececillos igual que lenguas resbaladizas que se mezclan con hilos de medusas. Son los afectos del mar, algo inexpresable. Porque el mar es más alto que yo en cuanto se pone en pie, domina a las rocas y a Figueras, y a la ‘cala’ de Portaló, e incluso a la sierra de Rodas. Nunca he sabido dónde tiene  los pies el mar, ni si el mar tiene pies, pero no me importa. Me basta este abrazo intenso de los dos, empapados de agua, que yo no quisiera soltar nunca.

Entonces empezamos a nadar. El Mediterráneo nada muy bien, es un gran nadador. Su mar lanza muy suaves ondas conforme va avanzando en cada brazada. Nada a mi lado tranquilamente, rítmicamente, y mientras los dos vamos bajando lentamente  por los lindes de la Costa Brava, él me va narrando sus relaciones familiares, su  historia, de la que presume por su agua antigua, por la calidad de sus peces, por sus países y batallas. Yo le cuento mientras nadamos que tengo predilección por el mar Cantábrico porque allí frente al mar, en el cementerio de Getxo, reposa el cuerpo de un amigo mío del alma, un cuerpo que anduvo conmigo por toda Europa, que se rió, nos reímos, escribimos, trabajamos, vivimos la salud y la enfermedad de la vida, nos intercambiamos la amistad. El Mediterráneo, con sus grandes brazadas, me escucha y me dice que él suele ser un mar caliente por las palmadas que el sol le da en la espalda, en el lomo de las olas, mientras que el Cantábrico es un mar más frío, bellísimo me dice, pero que todos son mares, porque es el mismo mar extendido por la Tierra, por las tierras, un enorme mar que quizá no lo tengan otros planetas, no se sabe, algún día, me dice el Mediterráneo,lo sabremos. Y de repente, ya al final de la costa de España, el Mediterráneo deja de nadar,se pone en pie y el poderío gigantesco del mar me abraza, sus aguas me rodean los hombros, no me sueltan y los dos sabemos que esto sí que es una despedida.

José Julio Perlado

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LA ÚLTIMA CLASE DEL MAESTRO AZORÍN

Estamos en una vieja escuela de España. Bajo los sacros techos de esta pobre aula, se han oído cientos de lecciones. 

Hoy va a dar su última lección un escritor anciano, el maestro Azorín.

Y por la puerta, atropellándose los unos contra los otros, entra el auditorio.

Aquí, en los primeros bancos, acaba de sentarse la familia del escritor. El tío Antonio, la tía Bárbara, María Rosario, el abuelo de Azorín…En la segunda fila están los profesores de su niñez en Yecla, el padre Carlos, el padre Peña, el padre Miranda. En un grupo, con los ojos humedecidos de lágrimas, sus amigos, sus hijos, nacidos y acunados en los libros, Ahí están Félix Vargas, el poeta; Menchirón, Tom Grey…

Y atrás, revueltos y confundidos entre la muchedumbre, autores amigos y compañeros. Están Cervantes, Góngora, Garcilaso, Teresa de Jesús. Está Manrique, Berceo,  Jovellanos. Atrás, Juan de Yepes, Lope,  Tirso,  Gracián. Humilde y escondido está Tomás Rueda, el inmortal personaje del Licenciado Vidriera. Juntos, cogidos de la mano, Melibea y Calisto. Cerca de ellos, el Arcipreste. Después Feijoo, Villegas. Con las cabezas inclinadas bajo la capucha los dos Luises,  el de Granada y el de León.

Está Garcilaso y Quevedo. Detrás, Becquer. En un grupo, Segismundo, Plácida y Rosaura. Un poco más alejado, Calderón. 

Está también el caballero don Alonso Quijano, Pablos, el Buscón, y Juan Tenorio. En un rincón, Saavedra Fajardo, Cienfuegos y Menéndez Valdés. Después, Menéndez Pelayo. Y casi al final, discutiendo acaloradamente, gente del 98: Unamuno, Maeztu, Valle-Inclán, Baroja.

También están en otro grupo Galdós y Pereda, Clarín y don Juan Valera

Y casi al final, apoyado en la puerta, estoy yo, escuchando la última lección del maestro Azorín. Pensando que le veré muerto en su casa de Madrid en marzo de 1967, y que acompañaré a su cuerpo por las calles hasta enterrar su pequeño ojo azul.

José Julio Perlado

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NOTAS DE LECTURA : ANALIZAR E IMITAR

En “La vida de Raymond Chandler“ escrita por Frank MacShane leo lo siguiente: Chandler “debía aprender a escribir como cualquier otra cosa” Como no tenía fe en ayudas externas, creía que “ a un escritor que no sabe enseñarse a sí mismo, tampoco pueden enseñarle los demás”. Siguió el mismo consejo que daría después a otros: “Analiza e imita; no es necesaria ninguna otra escuela” . Comparto su consejo: analizar primero, es decir, estudiar. Lo que él haría con su admirado Dashiell Hammett : estudiarlo. Todo lo que signifique “estudio” en cualquier aspecto — estudiar a los grandes pintores de las grandes épocas en los grandes museos, estudiar a los clásicos en la literatura, música, etc —, es decir, analizarlos, ver “cómo hicieron” lo que hicieron, me parece siempre acertado. Es el aprendizaje. Después viene la palabra segunda, no primera, que es “imitar” ; por tanto, tras el análisis y el estudio llega la posible imitación, porque esa imitación no es el final. En el caso de Chandler él estudia seriamente a  Hammett en lo que él creía que podía aprender, y como ante los grandes cuadros suelen hacer los “aprendices“, él lo “imitó”. Pero poco a poco, uno va adquiriendo la personalidad propia, y  en sus obras maduras el vigor y la fuerza de Chandler nada tienen que ver con Hammett. Ya no era sólo uno. Eran dos. 

José Julio Perlado

imágenes-1- Chandler/ 2- Hammett- wikipedia

FILMAR A UNA FAMILIA ( 8) : LAS ACTRICES

Han venido como en  bandadas, los han sentado en las sillas del salón, mi madre ha acercado dos sillas más de la cocina y dos taburetes. Deben ser diez o doce. Pocos hombres — tres o cuatro — y muchas mujeres. ¿”Pero quién los ha traído aquí?”, le pregunto algo enfadado a mi hermana Paula en el pasillo. “Es que quieren ser actores y actrices.”, me dice algo confusa. “Como se han enterado de que quieres hacer una película, pues han venido  a presentarse a una prueba.” “¿Pero quién los ha llamado?, le digo. “Yo nos los he llamado. ¿Por qué no han ido a mi despacho o al plató?”, le insisto. Paula sigue confusa. No me quiere decir la verdad. Yo creo que se le ha escapado en el mercado, al hacer la compra, o también en la oficina de impuestos municipales donde ella trabaja, que su hermano es director de cine y que  está en trance de hacer una nueva película, y han acudido sus amigos como moscas, atraídos por la curiosidad y el interés de lo insólito, porque creen que participar en el cine es una escapatoria a su trabajo monótono, y otros también porque se ven quizá con ciertas cualidades para ser actores. Sueñan. Les gustan las aventuras. En el fondo están hartos de hacer siempre lo mismo, de vender pescado o de tramitar papeles, y han venido de repente precisamente hasta mi casa cada uno por su lado y luego se han juntado aquí todos, en el comedor,  para conocerme y esperar.  

Yo he entrado despacio en el comedor, he dicho buenos días lo más amablemente que he podido y no les he mirado demasiado a los ojos porque ya habrá tiempo, no me gustan estas cosas improvisadas, no me gusta escoger actores así, de pronto, sin previo aviso, porque si ya es difícil el trato con actores consagrados, no digamos nada el encuentro con desconocidos, que parece muy fácil pero que exige un especial tratamiento y una constante  atención. Y sobre todo no me gusta que se haya metido mi hermana en esto sin avisarme ni consultarme. Es mi película. Soy el responsable.  Por eso sigo algo enfadado con Paula. 

A pesar de ello he entrado despacio en el comedor y he  cruzado delante de cada uno de los visitantes, me he  detenido un segundo ante cada uno evitando su mirada, he puesto la mejor de mis sonrisas, y también he ofrecido una mezcla de naturalidad y sencillez porque sé que estas personas están viendo de cerca por primera vez en su vida a un director de cine y no sé qué pueden pensar. El trabajo de un actor , o de un posible actor, requiere paciencia desde el primer momento, también para esperar lo que le diga el director, y aquí el director soy yo, que busco ( porque hace días que lo busco) el  rostro de una actriz de carácter, una actriz mayor, que pueda hacer el papel de mi abuela materna, la madre de mi madre, la mujer de aquella mandíbula suya ligeramente torcida hacia la izquierda como ella tenía, y sobre todo con sus ojos azules, bellísimos, intensamente azules, ojos de bondad, ojos húmedos del Norte, porque ella había nacido en las nieblas del Norte, y también aquel masticar suyo, o aquel rumiar, tan propio de ella, un masticar y rumiar incesante de diminutas migas de pan que iba buscando aquí y allá por las mesas, una costumbre que era muy suya, un especial rumiar silencioso que le acompañó toda su vida. 

Es difícil encontrar una persona así para meterla en una película. Pienso,acordándome de ella, en Naima Wifsfrand, una actriz sueca, que participó en varios films de Bergman, como “El rostro” o “Sonrisas de una noche de verano”.  Veo sus lentes, su mirada penetrante, sus ojos azules, su fuerza dramática, y cuando voy a salir ya del comedor para dar por terminado el repaso a las personas, distingo entre los aspirantes unos ojos intensamente azules en una chica rubia que me mira. Me detengo ante ella y le pregunto:  “¿Cómo te llamas?, “Eva Gálvez”, me contesta. “¿A qué te dedicas?”, le digo.  “Vendo quesos en el supermercado”, me responde. Está impresionada de que yo pueda hablarle y me mira muy nerviosa. Hay un silencio total en el comedor mientras se escucha nuestro diálogo.  “¿Cuántos años tienes?” “Veintitrés”, me dice confusa. Entones le suelto lo que quería soltarle: “¿Te interesa hacer cine?”. Me contesta con una firme inclinación de cabeza, sin dudar. “Entonces — le digo sin rodeos—tendrás que hacer de mujer de setenta años, que es el papel que estoy buscando, la figura de la madre de mi madre, mi abuela materna. ¿Estarías dispuesta?”. 

Por la tarde viene Eva Gálvez al plató. La  pongo en las manos de Alicia, la maquilladora, que la sienta en un sillón rodeada de bombillas, frascos  y cremas y pronto le corta el pelo, estudia sus pómulos, estira sus cejas, le pone una peluca, le calza provisionalmente unos lentes. Yo estoy sentado detrás de ella y poco  a poco voy viendo a mi abuela materna mientras hace las camas en esa casa de campo que nosotros tenemos en el Norte, va acompañada de un niño que soy yo,  con mi pantalón corto a rayas, un niño de ocho años que va repitiendo las palabras sagradas que le va diciendo esta mujer, para que él las repita y se las aprenda. Sin aprenderme yo estas palabras sagradas no puedo salir de esta habitación, esto no es un castigo, es un acompañamiento y una lección.  Todo está en la infancia.¿Por qué escojo este momento de mi infancia y no otro? ¿Por qué el sabor de la magdalena de Proust se queda empapado en los sentidos  y no el movimiento de un visillo o un resplandor en el campo? Todo está en la infancia dentro de la literatura y del cine, una idea, una música, un olor, una canción, todo lo extraen las pinzas de la memoria y lo van separando de otras muchas cosas, de cualquier otro movimiento. Y entonces mi abuela materna, a la que le sigue obediente este niño de ocho años por la habitación, estira bien las colchas de las camas, ahueca las almohadas, me repite una y otra vez las palabras sagradas para que yo las aprenda, Eva Gálvez se va pareciendo poco a poco a mi abuela materna  gracias a la transformación que le están haciendo, ahora la han vestido con  un traje gris de florecitas blancas, de esos trajes de andar por casa, la han calzado con unas zapatillas cómodas  y yo he aprovechado ese momento para meterle en la boca diminutas migas de pan para que las vaya rumiando, como hacía mi abuela Cecilia. Le digo a Eva Gálvez que debe andar ligeramente encorvada, no mucho, lo suficiente para representar los setenta años que debe tener, y ahora oigo en la lejanía el vozarrón de mi abuelo Domingo, su marido, que enarbola en el aire un enorme bastón cuajado de nudos y le dice a voces que la espera en el monte, que no tiene tiempo que perder. He de rodar todas estas escenas matrimoniales de mis abuelos, las tensiones y los temperamentos, tensiones y temperamentos que todos tenemos, pero que mi abuela Cecilia recibe con enorme paciencia y con una sonrisa sigue rumiando sus migas de pan. 

José Julio Perlado

 (del libro “Carnet de un director de cine”) 

relato inédito

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LA IMPORTANCIA DEL NÚMERO CUATRO

Recuerda Umberto Eco que el número cuatro se convierte en un número central y resolutorio. Porque   cuatro son los puntos cardinales, los principales vientos, las fases de la luna, las estaciones, cuatro es el número del tetraedro mágico del fuego, cuatro las letras del nombre ‘Adán’. Y cuatro será, como enseñaba Vitruvio, el número del hombre, porque la anchura del hombre con los brazos totalmente extendidos corresponderá a su estatura, formando así la base y la altura de un cuadrado ideal. Cuatro será el número de la perfección moral, de modo que se llamará tetrágono al hombre moralmente fuerte. Ahora bien, el hombre cuadrado será a la vez también el hombre pentagonal, porque el cinco también es un número lleno de correspondencias secretas y es una entidad que simboliza la perfección mística y la perfección estética. 

Un monje cartujo del siglo XII razonaba de los antiguos, de este modo: como es en la naturaleza así ha de ser en el arte; pero en la naturaleza en muchos casos se divide en cuatro partes. Son cuatro las regiones del mundo, cuatro los elementos, cuatro son las cualidades primeras, cuatro los vientos principales, cuatro las constituciones físicas y cuatro las facultades del alma.

 José Julio Perlado

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RETRATO DE JOHN HUSTON

John Huston — escribe Truman Capote — tiene una cortesía de jugador de barco fluvial revestida de un barniz de baladronadas de rufián; de su risa sincera pero melancólica que se eleva sin alcanzar nunca sus ojos nada tiernos y rodeados de cordiales arrugas, unos ojos aburridos como lagartos  tomando el sol; la resuelta seducción de sus miradas confidenciales y de su viril camaradería, dirigidas tanto a sí mismo como a su público, para camuflar una gélida ausencia de emociones, ya que, como sucede con todo seductor clásico — o encantador, si se prefiere —,  el éxito de su poder de seducción depende de que jamás exprese emociones, de que jamás se involucre emocionalmente, pues hacerlo significaría perder el control de la situación de la “película”;  así que Huston es un hombre de obsesiones más que de pasiones,  y un cínico romántico que cree que todo esfuerzo, virtuoso o malvado, o simplemente perseverante, recibe el mismo premio: un cheque cuyo importe es cero. ¿Pero qué tiene que ver todo esto con su obra? Algo.  Tomemos, por ejemplo, la trama de su primera —  y aún su mejor— película como realizador, “El halcón maltés”,  en la que el argumento gira alrededor de una valiosa joya con forma de halcón, un tesoro por el que los principales protagonistas se traicionan unos a otros ,matan y mueren…  para acabar descubriendo que el halcón no es el auténtico y enjoyado objeto sino una falsificación de plomo, un fraude. Y resulta que éstos son el tema y el desenlace de muchas de las películas de Huston, de “El tesoro de Sierra Madre” en la que el viento se lleva el oro reunido por el buscador y que tantas muertes ha causado, de “La jungla de asfalto” y ,por supuesto, de “Moby Dick”, esa desesperanzada plasmación de la derrota del hombre. De hecho, Huston parece haberse sentido atraído en muy raras ocasiones por argumentos que no vean el destino humano como una broma pesada, como una estafa sin paliativos. Como muchas obras de arte, las suyas—  cuando quiere, puede ser un artista — son en gran medida el resultado compensatorio de una carencia del creador: ese vacío emocional que le lleva a ver la vida como una estafa( porque el estafador también es estafado)  es el cuerpo irritante que provoca la gestación de la perla; y el tributo que ha tenido que pagar Huston ha sido ser él mismo, en términos humanos, algo parecido a un halcón maltés.

José Julio Perlado


FELIZ 2024 A CUANTOS LEEN “MI SIGLO!

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LOS PLACERES PRIVADOS

Uno de los placeres privados de la lectura personal (como cuando se escucha música clásica no impuesta sino elegida por uno especialmente para ser oída), es buscar y encontrarse con textos y vivencias muy predilectos, que, además de animar a trabajar ( al menos a mí me ayudan), son, en esos momentos de la lectura, enormemente satisfactorios y casi diría que incomunicables y supongo que ininteligibles para los demás. Eso me ha ocurrido cuando he seguido el proceso creativo de “Al faro” y las anotaciones que Virginia Woolf hacía en 1925 y 1926, mientras escribía su novela, en torno a lo que ella llamaba “ el método de los túneles” o de las galerías subterráneas con respecto a las descripciones de sentimientos y personajes, cosa que ya había logrado en “La señora Dalloway”. Como escritor, es una satisfacción encontrar todo esto, es decir, volver a descubrir estas cosas. Como digo, volver sobre todos estos matices y enseñanzas, es igual para mí que escuchar música clásica escogida, un placer intelectual muy personal donde sumergirme, aprender y meditar.

José Julio Perlado

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VOY A IR DESPIDIÉNDOME… (1) DE LOS MONTES

Voy a ir despidiéndome de los montes porque los infartos llegan a uno sobresaltados y silenciosos. Me han dicho que llegan como una puñalada en un puño, concentrados,cortos, le aprietan a uno en la calle, en un pasillo, al salir del cuarto de baño, el corazón queda apresado en un puño, no se sabe qué pasa, pero uno no puede despedirse de los montes, de los editores, de los intermediarios, de los canales que me ayudaron a a intentar ser alguien porque también ellos querían ser alguien, y apostar, y ganar dinero con su actividad. Una mezcla de ilusión, vocación, empresa y economía. Pero los montes no. Los montes que yo conocí y que me regalaron su vista durante mi vida están ahí, ondulados, perfectos al atardecer. En uno de ellos apareció aquella hermosa cabeza de ciervo que se asomó al cristal de mi coche y apoyando sus cuernos largo rato, me miró atentamente, preguntándose, como me dijo después, qué hacía yo allí, en medio de los árboles, extrañado de verme de pronto en el silencio. De él, de ese ciervo, también quiero despedirme.

Porque huyó monte abajo pero mi memoria le persiguió hasta alcanzarle durante años y aquí lo tengo, encerrado en estas líneas de libertad. ¡Ah, la libertad!, palabra sagrada ante la cual se apartan y se inclinan la luna y los astros, las presiones, los forcejeos, las imposiciones y las sugerencias. También las seducciones. Uno es libre en todo momento, ni el Estado siquiera con su engranaje de presiones indirectas y directas puede con la libertad del hombre. Uno camina sobre su propia libertad como por la habitación íntima de la personalidad. El otro día, al querer despedirme también de un editor y mostrarle esto que aquí estoy ahora escribiendo, me quiso acercar ante un espejo de esos en los que uno se ve de cuerpo entero y el editor se arrodilló como hacen los buenos sastres para tomarme las medidas de mi escritura, y con la tiza en su boca y un ramillete de alfileres colgados de un diminuto cojín en su hombro derecho, me fue preguntado por qué no iba yo a la moda, por qué no escribía novela histórica, o romántica, o de espionaje. “Ahora se lleva mucho — me dijo — la actualidad. A la gente le interesa la tensión, el misterio, las relaciones personales y la actualidad. Sobre todo, las historias”, me dijo tal como estaba, así, arrodillado allí, junto a mí, tomándome medidas. Entonces yo, que seguía de pie delante del espejo, miré hacia el ventanal, y vi a la muchedumbre que pasaba tumultuosa, de un sitio para otro, incansable, acelerada, cada uno a sus quehaceres, y dije: “¿Y quién es “la gente”? “Cómo?”, me dijo el editor asombrado. “Sí, la gente que lee”. “¡Ah, me dijo el editor, la gente que lee es muy poca! Pero nosotros nos defendemos, hay mucha competencia entre las editoriales, indagamos en traducciones, estamos atentos a los premios, a los valores jóvenes, nos especializamos en lo que podemos, es una vocación la nuestra, pero también un negocio, una pequeña cuenta de resultados, pero sobre todo una vocación.” “Yo he escrito, y escribo, multitud de historias”, le dije. “Lo sé. Muchas historias has escrito. Y para tu edad, sigues escribiendo historias. Tienes imaginación. Por eso te animo a proseguir.” “Pero he decidido — le dije— escribir en libertad, en total libertad. ¿Tú eso, tal como te lo estoy contando, lo publicarías?”. “Pues no lo sé. Tendría que verlo. No sé qué quiere decir eso de “escribir en libertad”.

José Julio Perlado

imágenes – Montes de Toledo- wikipedia

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EL DULCE Y LA FANTASÍA

El dulce no es propiamente un alimento — dice Alberto Savinio en su “Nueva Enciclopedia”— El dulce estimula más la fantasía que el estómago:  ese ángulo recóndito de nuestra fantasía que se inspira en la voluptuosidad  de los sabores. Los  hombres que carecen de fantasía de este tipo consideran al dulce un añadido inútil, una superficialidad,  Hay razones muy precisas para decir que el dulce se sirva al final de la comida, porque no aceptamos los dulces sino una vez saciada el hambre, la necesidad. Los animales, que no comen más que para alimentarse, rehúsan los dulces. Saborear los dulces exige una inclinación natural por la fantasía y los arrebatos poéticos. El dulce llega al final de la comida de la misma manera que despierta la poesía una vez consumados el drama y la necesidad. El dulce hace olvidar lo que de necesario, y por lo tanto de sombrío, tiene el acto de alimentarse, nos reconcilia con la parte divina de la vida y hace florecer de nuevo en nosotros la risa. Castigo gravísimo es dejar a un niño sin dulces. Y después del dulce viene la fruta: sucesión que está llena de sentido. La poesía del dulce es demasiado intelectual, demasiado cerebral, por lo cual, liberados de esa divina locura, volvemos a la poesía más leve y tranquila de la tierra.

José Julio Perlado

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TERTULIAS EN LA ETERNIDAD (18) : LA TIERRA DE LA ETERNA PRIMAVERA

Esta mañana ha pasado ante nosotros — y Borges se ha quedado fascinado —, Hyperborea, que es la tierra de la eterna primavera. Es un país ideal éste de de los hiperbóreos. con gente de elevada cultura y cuya desaparición por un cataclismo alimentó mitos y leyendas y que ahora aparece de pronto en la eternidad.  Plinio el Viejo en su “Historia natural” —  como así  lo han registrados muchos estudiosos — tomó en serio a unos hiperbóreos de edad avanzada. Era una de las ventajas de vivir en el Ártico,  pero eso ocurría cuando decenas de milenios atrás hacía calor y allí el mar no se helaba. En Rusia — nos dijo esta mañana otro historiador — se cultivó también la idea de un país feliz e hiperbóreo, incluso de una fantástica civilización perdida,  la de Gipogoreya, desaparecida a causa de un cataclismo natural. La  existencia de abundantes laberintos en la península de Kola, y en las islas Solovetski del mar Blanco, es un indicio para algunos de una civilización fantástica.

Pero culturas megalíticas son una cosa, y leyendas hiperbóreas otra. También hay sugestivos y antiguos mitos rusos, como el de Kolo,  la rueda solar o el de la deidad solar Kolo- Kolyada, que es el ritual eslavo del invierno, cuando se cantan canciones alusivas al solsticio.

Todos hemos aprendido mucho con todo esto. Aquí en la eternidad las mañanas son todas iguales pero no las historias. Según Plinio, nos han dicho, los hiperbóreos pudieron haber vivido en las costas de Asia más que las de Europa. Otros, en cambio, nos han asegurado que están entre dos soles, es decir,  en medio del sol poniente de nuestras antípodas y de nuestro Levante. Lo  cual es imposible, nos dice otro, porque hay un gran país de mar entre ellos. Borges seguía todo esto fascinado. Alguien nos recordó que  Plinio no deja de albergar alguna duda sobre la inmortalidad de los hiperbóreos. Ellos no saben de enfermedades, incluso no mueren jamás, salvo cuando se cansan de vivir. Y de hecho los viejos se enfadan por vivir tras una existencia feliz en todos los aspectos, y entonces se arrojan al mar desde una roca dedicada a ese efecto. Sin embargo, los hiperbóreos de Plinio poco tienen que ver con los que algunos imaginan en Kola o en otras  partes boreales de Rusia.

 Borges escuchaba y veía todo esto sin pronunciar palabra.

José Julio Perlado


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El INICIO DE UN CUENTO

Leo en un periódico esta noticia increíble : “Se queja un colegio de determinado país de que una profesora no abre la boca en clase. Esta mujer lleva tres cursos sin pronunciar una sola palabra en su aula, según admiten los testimonios del alumnado. La maestra acude a una clase de doscientos veinticinco alumnos de primero y de tercero. En una de las clases, se sienta, abre el libro, y se concentra en la lectura. En  otras, garabatea únicamente figuras en la pizarra. Así lleva tres años sin abrir la boca.”

 He aquí el inicio de un cuento. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué hace esta mujer en su vida? ¿Cómo han aguantado los alumnos y los padres tres años con esta mujer en silencio? Increíbles noticias de la prensa y del mundo que pueden transformarse en un cuento inolvidable si el escritor aplica su  técnica e indaga y expande todos los detalles y luego se los sirve  al lector entregándole la irrealidad de una historia transformada en una ficción deslumbrante. 

José Julio Perlado

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EN EL JARDÍN, LLENO DE SILENCIO

En el jardín, lleno de silencio, se escucha el chiar de las rápidas golondrinas . El agua de la fuente cae deshilachada por el tazón de mármol. Al pie de los cipreses se abren las rosas fugaces, blancas, amarillas, bermejas. Un denso aroma de jazmines y magnolias embalsama el aire. Sobre las paredes de nítida cal resalta el verde de la fronda; por encima del verde y del blanco, se extiende el añil del cielo. Alisa se halla en el jardín, sentada con un libro en la mano. Sus menudos pies asoman por debajo de la falda ; están calzados con chapines de terciopelo negro, adornados con rapacejos y clavetes de bruñida plata.  Los ojos de Alisa son verdes, como los de su madre; el rostro, más bien alargado que redondo. ¿Quién podría contar la nitidez y sedosidad de sus manos? Pues de la dulzura de su habla,  ¿cuántos loores no podríamos decir?

En el jardín todo es silencio y paz. En lo alto de la solana, recostado sobre la barandilla, Calisto contempla estático a su hija. De pronto, un halcón aparece revolando rápida y violentamente por entre los árboles. Tras él, persiguiéndole, todo agitado y descompuesto, surge un mancebo. Al llegar frente a Alisa, se detiene absorto, sonríe y comienza a hablarla. 

Calisto lo ve desde el carasol y adivina sus palabras.

Unas nubes redondas, blancas, pasan lentamente sobre el cielo azul, en la lejanía

Azorín

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NAVIDAD 2023 (y 3)

”El cuerpo del Niño,

flor de almoradux,

brillaba en la sombra como una luciérnaga,

brillaba en la sombra diciendo su luz”.

Luis Rosales- “”Donde se da debida cuenta de un resplandor que allí había”— “Retablo de Navidad”

(Imagen — atribuido a Jan Joest- 1515)

!FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS QUE LEEN “MI SIGLO”!

CURIOSIDADES DE LECTORES Y DE LIBROS

Cuenta Chateaubriand que el moralista Joseph Joubert tenía el hábito de que “cuando leía, arrancaba de los libros las páginas que no le gustaban, y de este modo iba conformando una biblioteca personal hecha de volúmenes destripados con cubiertas medio sueltas”. Y cuenta también el biógrafo de Emerson que cuando éste empezó a padecer lo que posiblemente fuera el mal de Alzheimer, su casa y su despacho se transformaron en un palacio del olvido. Pero leer, decía, era todavía un “placer intacto”. Su despacho se hizo cada vez más su lugar de retiro. Aferrado a la cómoda rutina de la soledad, leía en su estudio hasta el mediodía y por la tarde regresaba hasta la hora de su paseo. Paulatinamente perdió el recuerdo de lo que había escrito, y le encantó redescubrir sus propios ensayos: “Caramba, le decía a su hija, esto es realmente muy bueno”. 

José Julio Perlado

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LOS ÁNGELES Y RILKE

El sábado 11 de febrero de 1922 a las seis de la tarde Rilke acaba sus “Elegías del Duino”. Le escribe a la princesa de Tous: “Por fin, princesa por fin,  bendito sea el día en que puedo anunciar a usted la terminación de las “Elegías” . Diez. Y todo en algunos días .Esto ha sido gracias a una tempestad sin nombre, un huracán espiritual. Todo cuanto es en mí un tejido y fibra ha crujido . De comer, ni se trató. Dios sabe quién me ha alimentado. Pero ahora esto es. Es. Amén. Me he mantenido hasta aquí a través de todo esto. Era lo que necesitaba. Nada más que esto .

Rilke había comenzado las “Elegías” diez años antes.Había esperado la señal de los ángeles que, que según él, deberían darle el encabezamiento de sus “Elegías”.

Luego escribió:

 “ los ángeles (se dice) no saben a menudo si se mueven entre los vivos o entre los muertos. La eterna corriente arrastra consigo, a través de los dos reinos, todas las edades, y sobre ambos se extiende, acallándolos, el poderío de su voz.”  

José Julio Perlado

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