BAROJA POR MADRID (1)

Baroja andando por los desmontes de Madrid en la época de “La busca” parece un aguafuerte goyesco. Embutido en un abrigo negro, ligeramente encorvado, el sombrero — negro también — bajo un cielo en contraste rayado, la claridad del papel de la vida y el rasgo del dibujo a carbón nos dan la pintura de este hombre de 32 años que avanza por los cortes del pesimismo, sobre los cascotes de la crudeza, esa frontera — no del “golfo” madrileño— sino del claroscuro entre el trabajador y el ocioso, el que formará en “La lucha por la vida” — la trilogía de “La busca “, “La mala hierba” y “Aurora roja”—el personaje central —Manuel —  y su unidad novelística.

Este Baroja que anda por las afueras de Madrid nace en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872 

, hijo de don Serafín y de doña Carmen con tres hermanos más —  uno de ellos, Ricardo, excelente pintor y autor de un delicioso libro revelador de una época, “Gente del 98” —-, Pío Baroja a los 45 años tendrá el bigote espeso y la nariz gruesa, la barba corta y rojiza, los labios rojos y la sonrisa melancólica, un esqueleto fuerte, manos grandes y poco hábiles, y se refugiará en los paseos solitarios. Mientras a Valle-Inclán le gustarán los paseos interminables y fabuladores donde creará historias de increíbles protagonistas, a Baroja le atraerán los tipos y sus detalles acumulados como escombros, existencias en el umbral incierto del dolor, cavernas de humorismo agridulce, vidas sombrías, canciones de un suburbio  áspero y a veces irónico, cerros de Madrid contemplados desde la altura de la distancia. “ En el sotillo próximo al Campo del Moro —  escribirá en “La Busca” — algunos soldados se ejercitaban tocando cornetas y tambores;  de una chimenea de ladrillo de la Ronda de  Segovia salía a borbotones un humazo  oscuro que manchaba el cielo, limpio y transparente; en los lavaderos del Manzanares brillaban al sol ropas puestas a secar, con vívida  blancura “Baroja— murmurará Valle-Inclán —quiere que la realidad sea fotográfica, y de este modo escribe libros que sólo le gustan a un perro que tiene que se llama “Yock”. Dirá  esta frase en el café de Fornos, en un banquete en honor de Galdós.  Baroja, que está cerca, lo oye. Como había oído un día a Blasco Ibáñez decirle sobre su trilogía “ La lucha por la vida”. “Eso que ha hecho usted en las tres obras son estampas, pero hay que pintar el cuadro”. Y Baroja le respondió: “Es probable. Mas no por ello todos los cuadros son buenos. Hay cuadros que son deplorables”.  

Pintar cuadros. Acumular infinitos detalles minúsculos. Conservar la distancia como estilo. Eso hará Baroja. Los paisajes de Madrid en muchas novelas suyas —  como sucederá con Londres en “La  ciudad de la niebla” — se intercalarán con las situaciones y los diálogos, irán dejando brochazos de prosa sobre la intensidad dramática. La Puerta del Sol cierra la última página de “La Busca” en los lindes de la madrugada: “Danzaban las claridades de las linternas de los serenos en el suelo gris, alumbrado vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. Todavía  algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba siniestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros… El  Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria”.

José Julio Perlado

imágenes- 1y 3 wikipedia/ 2–Baroja por Sorolla

VOY A IR DESPIDIÉNDOME…(7) DE LOS LIBROS

Los libros me despiden en todos los idiomas. Es una forma curiosa de despedirse. Antes de que yo les tienda la mano para saludar sus páginas, las letras vienen a mí para rogarme que no las despida, que ellas van a seguir conmigo. Siempre me ha ocurrido así. Me acuerdo de un gran libro tumbado en Roma, en 1964, en una librería de Piazza Navona, que estaba echado sobre las Meninas y palomas que pintara Picasso en 1957 y que me miraba con sus ilustraciones claras y rojizas, los trazos de las palomas aparecían en su portada, y cuando lo tomé para abrirlo él me enseñó que los libros vivos están extendidos sobre las mesas de las novedades y los libros muertos se hallan ya en las estanterías. Cuando uno pisa los claustros de las librerías hay que ir lápida a lápida, buscando a Dickens, a Defoe o a Auster, porque sus cuerpos residen desde hace años en su lugar correspondiente, algunas manos les llevan flores al tomarlos y el libro se deja extraer para la lectura y sale del silencio a la voz. Recuerdo en París, en la orilla izquierda, en la librería “La Hune”, cómo las tentaciones de un libro empezaron a salir sugerentes desde la cubierta hacia mi : era un libro en francés que hablaba de Japón, yo no pensaba escribir nunca sobre Japón, pero el libro sí lo sabía. Me impresionó que un libro supiera tanto de mí. Entonces lo tomé entre mis manos, abrí sus páginas, y tal como estaba, de pie, a media tarde, y entre la multitud de la tienda, el libro me fue diciendo que cincuenta y cuatro años después yo escribiría una novela sobre Japón, y que aquellas hojas me servirían.

Entonces compré aquel libro. Aún no me he despedido de él. Para resistirse a las despedidas, los libros suelen viajar detrás de uno en los automóviles, toman los mismos trenes que nosotros, nos indican los secretos del mundo desde los subrayados y los tatuajes que hicimos durante años en sus márgenes. Eran y son tatuajes cifrados. Algo que nos gustó y que admiramos, acotaciones de lectura, asombros y descubrimientos. Recuerdo también la bellísima y copiosa nevada que descendió en agosto sobre mí desde las páginas de un libro. Estaba sentado en la terraza de un hotel de montaña, “El Rebeco”, a gran altura, a los pies de los Picos de Europa. Hacía calor. De pronto empezó a nevar en el libro que leía. Joyce me iba nevando con su cuento “Los muertos” : “Había comenzado a nevar nuevamente — me decía el libro- . Los lentos copos, plateados y oscuros, caían oblicuamente en el haz de luz. Había llegado el momento de emprender su viaje hacia el oeste. Sí, los diarios tenían razón: la nevada era general. Caía en toda la extensión de la oscura meseta central, sobre las colinas desnudas. Su alma desfallecía lentamente mientras oía caer la nieve sobre el Universo. Caía suavemente, como si se tratara del advenimiento, de la hora final, sobre los vivos y los muertos”. Así me fue despidiendo poco a poco aquel libro.

José Julio Perlado

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VIAJES POR EL MUNDO (50) : GROENLANDIA

Con la temperatura serena y fría — escribe el capitán inglés George S. Nares contando la expedición del “Alert” y del “Discovery” en 1876– vemos una niebla suspendida a menos de un centenar de pasos de hielo y sobre ella una atmósfera maravillosamente límpida donde se distinguen las montañas de Groenlandia, cuyas altas cimas atraviesan la superficie completamente plana de la niebla. 

Como el termómetro se cubre de hielo apenas se retira del agua, no es muy fácil determinar exactamente la temperatura del mar. Los cristales se acumulan sobre la cuerda tan pronto como se retira del agua, se derriten cuando la sumergimos de nuevo en el mar. Ahora tenemos un tiro de nueve perros bastante buenos y robustos; y nos sería difícil alimentar mayor número. Los más débiles han muerto, habiendo sido necesario deshacernos de algunos este invierno por ser completamente inútiles.

Han comenzado los ejercicios preparatorios para emprender un viaje a la Bahía de la Descubierta, el cual se efectuará si es posible, en los primeros meses de marzo. Hemos conducido a nuestros perros más allá del cabo Rawson,   y sólo uno ha sufrido ataques nerviosos durante este trayecto de once kilómetros por un terreno erizado de obstáculos. En los alrededores del promontorio el camino ha parecido menos malo;  las largas pendientes de nieve que se extienden en la base de las rocas no son tan rápidas como durante el otoño. Hoy los perros han recorrido en tres horas diez y ocho kilómetros. El  termómetro marcaba cuarenta y ocho grados bajo cero.  Dos perros han padecido convulsiones;  ahora damos a cada uno su ración cotidiana de dos libras de carne en conserva. A mediodía el sol está a cinco grados bajo el horizonte; no vemos estrellas;  los tintes azules del  cielo de hielo se pronuncian cada vez más.

 Después de tres días de caza a la luz del crepúsculo, el doctor Moss ha matado su liebre; está en muy buen punto, y según se ha  reconocido, se alimentaba de hojas, de sauce y de liquen. ¿Como vivió este animal durante la larga noche del invierno? ¿Cómo soportaron las plantas una temperatura que, aun al abrigo de la nieve, se mantiene normalmente inferior a menos dieciocho grados bajo cero? Son  cosas que no me explico. Se ha  observado una pista de armiño, pero sin descubrir ningún agujero o madriguera.

 José Julio Perlado

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LA DIRECCIÓN DE ACTORES


 El plató es al mismo tiempo la parte más concreta y más inestable de la filmación de una película— decía Almodóvar—Es el punto donde se toman todas las decisiones y también donde puede suceder cualquier cosa para bien o para mal . La gente suele hablar de “ pre visualizar” cosas y algunos directores aseguran tener toda la película en la mente un tiempo antes. Aún así, muchísimas cosas solo surgen en el último minuto, cuando todos los elementos de una escena se juntan en el plató.

Podría intentar hablar de la dirección de actores, pero sinceramente creo que es un ejemplo típico de lo que no puede enseñarse. Es una cosa totalmente personal que implica ser capaz de escuchar a los demás, entenderlos y entenderse a sí mismo. Es inexplicable. En cualquier caso, ensayo una última vez con los actores y hago ajustes finales a sus papeles, normalmente acortándolos para ir al grano. A continuación, ruedo una escena, pruebo varios tonos. No ruedo la escena con varias cámaras en el sentido clásico, utilizando diferentes ángulos.  Sin  embargo, lo que sí hago es orientar la escena en una dirección distinta en cada toma. A veces,  pido a los actores que repiten la escena más rápido o más lentamente. Otras  veces, la rehago con un tono más cómico o más dramático. Y, después, en la sala de montaje, elijo el tono que mejor se adapte a la película en su conjunto. Resulta extraño pero la mayoría de las ideas que se me ocurren en el plató son cómicas y, a veces, me debato entre el miedo a perjudicar el tono serio del film  y la frustración que supone perder los momentos cómicos . En consecuencia, este método me permite probarlo todo y elegir más tarde.

José Julio Perlado

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TIERRA DE PASO

Castaños! Ya en la linde 

de Extremadura.

Merinos de la Mesta

bajo la lluvia;

 ¡tierra de nieve y pasto, 

de oveja y monte, 

tierra donde la muerte

 no encuentra al hombre! 

Luis Rosales – Rimas -1951

imágenes- 1 tierras de Extremadura / 2. – ovejas – wikipedia

TERTULIAS EN LA ETERNIDAD (19) RABELAIS Y EL TEMPLO DEL VINO

Hoy el escritor francés François Rabelais ha querido que bajáramos a un gran templo subterráneo llamado Oráculo de la Botella que está debajo de la eternidad. Yo no había entrado nunca en un templo así, pero todos los que estamos aquí la verdad es que hemos pasado un rato muy agradable visitando este sitio inesperado y tan singular.

El Oráculo de la Botella se encuentra en una isla del mismo nombre que está debajo de la eternidad y que naturalmente no está en ningún mapa y algunos dicen que sólo existe en la imaginación, pero Rabelais nos ha insistido en que eso no es verdad: que existe ese templo subterráneo, nos ha dicho,  pero únicamente hay que tener la paciencia de buscarlo, como así hemos hecho nosotros esta tarde.

Se entra en ese templo, y así lo hemos hecho todos detrás de Rabelais, tras cruzar un viñedo plantado por Baco. Este viñedo da hojas, flores y frutos en todas las estaciones y posee todas las especies de viñas: Malvasía, Moscatel o Anjou. 

Rabelais nos ha encendido su linterna porque no se distinguía todo muy bien, y nos ha contado que aquí el visitante debe comer tres racimos, meterse pámpanos en los zapatos y coger una rama verde con la mano izquierda para dar a entender que desprecia el vino, que lo domina y que lo sojuzga con sus pies. Al salir del viñedo hemos pasado bajo un arco antiguo sobre el que está esculpido el trofeo de un bebedor;  a un lado había una larga hilera de frascas, botellas, pellejos,  barriles, toneles, jarros y pintas antiguas;  en el otro lado había una gran cantidad de ajos, jamones, quesos, lenguas de buey ahumadas y confituras de pámpanos. El arco terminaba en un  tonel hecho de cepas de viñas adornadas con racimos de quinientos colores y formas diferentes. Cerraban la boca del tonel tres hiedras antiguas. Aquí el visitante, nos ha dicho Rabelais,  debe hacerse un sombrero albanés con esta  hiedra y ponérselo en la cabeza. Eso significará que el vino no le domina y que su espíritu está tranquilo y libre de toda perturbación de los sentidos.

Nadie se ha atrevido a preguntarle nada a Rabelais sobre esto. Hemos cruzado este templo subterráneo que está debajo de la eternidad y de este modo  hemos descubierto una vez más un mundo distinto.  Siempre  estas tertulias nos revelan cosas nuevas. 

José Julio Perlado 

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CRIMEN Y CASTIGO (y 2)

San Petersburgo en verano es triste, sucia, podrida. Se adapta a mi humor y podría ofrecerme alguna falsa inspiración para la novela”, dice Dostoyevski en una de sus cartas cuando está escribiendo “Crimen y castigo”. Años antes, en otra carta a su hermano Miguel redactada en febrero de 1854, el novelista evocará cuando abandonó la ciudad en la Nochebuena de 1849 camino de la prisión, conmutada su pena a muerte por trabajos forzados por haber difundido una carta de Bielinski:”Me  puse a mirar con interés el San Petersburgo que atravesábamos. Las casas estaban iluminadas por la fiesta, y yo decía adiós a cada una. Pasamos delante de tu casa. La de Krayevsky estaba toda iluminada. Tu me habías dicho que él tenía  una fiesta, con un árbol de Navidad y que Emilia Fiódorovna iba a llevar a los niños. Yo me sentí mortalmente triste cuando pasamos ante esa casa.  ¡Cuánto los echaba de menos, y cuántas veces aún varios años más tarde, lo he recordado con lágrimas en los ojos…!” 

“Crimen y castigo” tendrá como paisaje la gran ciudad del siglo XIX, la metrópoli que es escenario de existencias y de aspiraciones de vidas quebradas y de relaciones de caídas y de redenciones sucesivas. En los suelos de las habitaciones y en las calles de San Petersburgo sucederán esos momentos cruciales que marcan unas vidas: Sonia en la calle, Marmeladov en la calzada, Caterina Ivánovna,  Svidrigajlov y el disparo, Raskolnikov y sus paseos con la pregunta a cuestas, perseguido por la sombra del remordimiento, dudando, defendiéndose, entregándose al fin. Se ha dicho que las mentes de muchos lectores podrían estar divididas por esa elección —  los que aman aTolstoi y los que prefieren a Dostoievski —,  pero en ambos (mucho más en Dostoievski) la ciudad con sus arterias abre caminos de soliloquios angustiados a personajes que el paisaje enmarca. La complejidad urbanística de las ciudades es el telón de fondo del autor de “Crimen y castigo” en donde los humillados y ofendidos  tendrían junto a los puentes de soledad el diálogo sentimental de sus noches blancas.


En 1851 Tolstoi abandonará San Petersburgo por el Cáucaso, en 1849 esa ciudad la tendrá que dejar Dostoyevski para ir a prisión. La ciudad al fondo. Rusia al fondo. “A  fines de noviembre, en época de deshielo, a las nueve de la mañana, el tren Petersburgo- Varsovia, se acercaba a todo vapor a San Petersburgo”, comenzará “El idiota”. San Petersburgo acompañará  continuamente a ese escritor que viajó por Europa de ruleta en ruleta, el autor de “Demonios” o “El jugador”. “Vete a una encrucijada, haz una reverencia a las gentes, besa la tierra, porque también ante ella has pecado,  y dile a todo el mundo en voz alta: ¡Soy un asesino!, le dirá Sonia a Raskolnikov.

 Dos meses antes de morir, Dostoievski envía los últimos capítulos de “Los hermanos Karamazov”  al “Mensajero Ruso”: “Mi novela se ha terminado, hace tres años que trabajo en ella y dos años que la estoy publicando. Para mí es una minucia significativa. Tengo la intención de vivir y de escribir aún veinte años”. La vida, sin embargo, le despedirá el 31 de enero de 1881. Será  enterrado en el cementerio del convento Alexandro Nevski  y San Petersburgo quedará en el recuerdo. 

José Julio Perlado


imágenes- 1- el espectador/ 2-Elisa Hernández/ 3- datos vo

CRIMEN Y CASTIGO (1)

El 10 de octubre de 1865 vuelve Dostoyevski —a sus 44 años —de un viaje de diez días a Copenhague y retorna a San Petersburgo. Asediado  por ataques epilépticos, sin dinero, asaltado de deudas, “ sin embargo, estoy sentado y trabajo”, escribirá 

 a su amigo Vrangel. ¿En qué trabaja? Lo hace intensamente: en febrero de 1866 contará en una carta: “Una nueva forma, un nuevo plan me ha seducido y he recomenzado. Hace dos semanas, se ha publicado en el “Mensajero Ruso” la primera parte de mi novela. Se  titula “Crimen y castigo”. He oído ya muchas alabanzas con motivo de este libro. Contiene muchas cosas animosas y nuevas.

 Así, entre paseos que da por la plaza del Mercado, trabajando noche y día, escribiendo seis cuadernillos cada cuatro meses, adelantando su obra a medida que se imprime, redactando los capítulos que aparecerán al siguiente mes en el periódico, va levantándose sobre el suelo de San Petersburgo la sombra del hacha con la que Raskolnikov mata a Alíona Ivánovna, esa vieja que para el criminal” no es más que la vida de un piojo, de una cucaracha, y puede que aún menos, puesto que se trata de una vieja dañina” — se dirá en el capítulo primero del libro — y, cuando al final Raskólnikov se lo confiese a Sonia le repetirá: “sólo maté un piojo, Sonia;  inútil, repugnante, dañino” Y  Sonia le contestará: ¡Ese piojo es un ser humano!”.

En medio de estas dos frases está la ciudad de San Petersburgo, el crimen y el castigo interior, las dramáticas vueltas de Raskólnikov por las calles retorcidas de su conciencia, las esquinas del remordimiento que se intentan esquivar, los pasos de una huida hacia el olvido que no acaba nunca, los interrogatorios policiacos como trampas tendidas por la astucia bajo los pies del protagonista, las noches insomnes en el cuartito solitario intentando zafarse de los recuerdos, las voces del otro yo, el eco íntimo que le empuja a confesar su culpa, el reconocimiento de que esa aparente cucaracha inútil que es la vieja asesinada es, como todo ser humano del mundo, una utilidad única e irrepetible, alma y cuerpo, alguien a quien no se puede tocar, y menos suprimir, porque como toda criatura es un don sagrado.

Dostoyevski es hombre de ciudad, no de campo.  San Petersburgo será la urbe fantasmagórica y artificial recorrida por el río Neva, inquietante San Petersburgo de tejados bajos y encrucijadas de miseria invadidas de olores y de lacras, despidiendo el tufo de antros estrechos, de vidas ahogadas, de despachos policiacos atenazados por el sofoco.  El drama — lo dramático, lo teatral, lo agónico y no lo épico — lo extenderá Dostoievski en su red novelística sobre una ciudad rusa, uno de cuyos cánceres será la bebida tambaleante sobre los puentes, el torpe zigzag del alcoholismo, mostrando una de las pústulas de ese inmenso y misterioso país que a lo largo de la historia a veces se ha arrastrado por la niebla

José Julio Perlado 


imágenes – 1 y 2- San Petersburgo/ 3- escena de “Crimen y castigo”/ 4- Dostoievski- wikipedia

SOBRE LOS SABORES

La miel y la leche dejan en la boca una agradable sensación para la lengua y, al revés, el repugnante ajenjo y la centáurea silvestre contorsionan los rostros con su abominable sabor — señalaba el poeta romano Lucrecio —. De allí, inferirás sin dificultad que las cosas que pueden impresionar gratamente nuestros sentidos son de principios livianos y redondos y, al contrario, los unidos entre sí, con más ganchos, nos parecen ásperos y amargos y suelen desgarrar la vía a nuestros sentidos y maltratar el cuerpo con su entrada. 

Digamos que el sabor lo sentimos en la boca cuando exprimimos la comida por medio de la masticación, lo cual se asemeja a cuando alguien exprime y escurre con la mano una esponja empapada. Una vez exprimido, el alimento se filtra por los canales del paladar y por los sinuosos conductos de la porosa lengua, y, ya en ese lugar, los suaves elementos de este jugo delgado suavemente tocan y suavemente humedecen todos los ámbitos salivosos de la lengua, o punzan y lastiman el sentido, si los elementos predominantes en la sustancia se encuentran, por el contrario, repletos de aspereza

José Julio Perlado

imágenes- 1-Adriaen Brouwer/ 2- wikipedia

VOY A IR DESPIDIÉNDOME…(6) DE LAS MARIPOSAS

Voy a ir despidiéndome de las mariposas. Algunas están captadas y disecadas en las vidas y libros de Nabokov o de Jünger, han salido muy temprano de Alemania o de Norteamérica, han despertado para irse al campo, venir hasta aquí, hasta donde yo estoy, apenas las miro, revolotean en mil colores con sus alas transparentes y me despido de ellas algo apesadumbrado porque no les he prestado la debida atención. Siempre su aleteo hacen vibrar toda curiosidad. Son ingrávidas, volubles, no tienen dueño, cuando me acerco a una muy despacio tiembla el escudo transparente que la envuelve, y descubro que esta mariposa puede ser la  vanesa atlalanta, que cita Jünger  y que  tiene sus alas traseras cubiertas por un mármol vívido de tonos amarillos.  Pero hay miles y miles de mariposas  blancas verdinevadas que vienen de los arroyos hasta mí. Son arroyos de montaña y el agua casi helada corre muy cerca de sus alas, las mariposas vuelan entre el agua, no hacen ruido, no rompen el silencio. Son las acompañantes aéreas de mis paseos, van delante o detrás de mí, nunca tropiezan, nunca me hacen tropezar. 


Como tantas otras cosas que decoran los cuartos de estar del mundo, siempre tan diáfanos, además de las nubes,  los arroyos, las montañas y cuantos animales como los rebecos van y vienen saltando entre las rocas, las mariposas transforman nuestra estancia y viven conmigo cada primavera y entran y salen por las ventanas del espacio cuando llegan a visitarme los creadores de colores para los desfiles de modas de invierno. Allí están los malvas para las blusas, los tostados marrones para los pantalones, los azules y los amarillos. Son sedas que  vienen y van entre las flores y en un instante esas alas se transforman en deslumbrantes pañuelos. 

José Julio Perlado

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VIAJES POR EL MUNDO (49) : DE NUEVO ATENAS

Cuando abro mis ventanas por la mañana lo primero que aparece ante mi vista es la colina sagrada — evocaba Gómez Carrillo —. Allá, muy lejos, por encima de la columnata dispersa del templo de Júpiter Olímpico, por encima de los muros enormes del Odeón de Herodes Atico, por encima de las casitas nuevas y de los cipreses jóvenes,  la ruina milenaria surge en la gloria del sol que nace.  El mármol se anima, acariciado por la luz matinal. En el ambiente claro flota como un aúreo polvillo que dora todo lo que toca.

 Sólo veo el Partenon, solo veo la santa casa de Atenas. A la claridad agonizante aun distingo su columnata incompleta. Y luego, cuando la sombra invade todo el espacio, cuando las simas del Himeto se tornan tenebrosas, cuando en el cielo empiezan a parpadear las primeras estrellas, aun veo, cerrando los ojos, el edificio santo.Pero entonces ya no me aparece tal cual lo han dejado los siglos, sino tal cual lo vieron los contemporáneos de Fidias y de Aspasia, es decir, completo.

contemplo el Acrópolis en su animación juvenil de hace dos mil quinientos años, con las seis inmensas columnas de los Propileos , con la capilla armoniosa de la Victoria sin alas, con el Erecteion,  con el Partenón … Y  más arriba veo a Palas, que,  apoyándose en su lanza, domina la ciudadela,  mientras el desfile infinito de los siglos va diciendo: “Bendita seas, diosa de los ojos claros;  bendita seas en tu eterno poderío y en tu divinidad eterna…!”




José Julio Perlado 

imágenes—Atenas -wikipedia

NOSTALGIAS Y RECUERDOS

Hay personas a las que enterramos en la tierra . — escribe Balzac — pero las hay especialmente queridas que tienen nuestro corazón como mortaja.Su recuerdo se mezcla cada día con nuestras palpitaciones; pensamos en ellas lo mismo que respiramos, están dentro de nosotros por una dulce ley de la transmigración de las almas propia del amor. Un alma mora en mi alma. Cuando a través de mí se hace un bien, cuando se pronuncia una palabra hermosa, esa alma habla, actúa. Todo lo bueno que hay en mí emana de esa sepultura, como emanan de un lirio los aromas que perfuman la atmósfera.

José Julio Perlado

(Imágenes: 1- Robert Campin/ 2- wikipedia

EL BOLÍGRAFO AZUL (y 2)

El capítulo inicial de “El Gatopardo” —Rosario y presentación del príncipe, el jardín y el soldado muerto ,las audiencias reales, la cena y tantas cosas más —debía ser para Lampedusa la columna vertebral de sus recuerdos. Tardó  cuatro meses en escribirlo y lo pulió y arregló con la exquisita finura de su arte hasta lograr que las escenas hablaran por sí mismas. “El cupé, con el nuevo peso, avanzó más lentamente, rodeó  Villa Ranchibile ,dejó atrás Torreosse  y los huertos de Villafranca y entró  en la ciudad por Porta Maqueda” —leemos en la novela, cuando el príncipe Fabrizio de Salina entra en Palermo de noche, acompañado por el padre Pirrone—. “En el café Romeres en los Quattro Canti di Campagna los oficiales de las secciones de guardia reían y saboreaban enormes sorbetes. Esta  era la única señal de vida que daba la ciudad, porque las calles estaban desiertas, resonaban al paso cadencioso de las rondas que paseaban con las bandoleras blancas cruzadas sobre el pecho. Y a los lados el bajo continuo de los conventos, la Abadía del Monte, los estígmatos, los crucíferos, los teatinos, paquidérmicos, negros como la pez, sumidos en un sueño que se parece a la nada.”

Es Palermo de noche en mayo de 1860. Es la historia de un antepasado de Lampedusa, don Giulio María Fabrizio, astrónomo y matemático, pero también este príncipe que anda por los salones de la novela, que acaricia al perro ‘Bendicó’ y que pasea entre los revoloteos amorosos del noviazgo  de Tancredi y de Angélica, es el mismo Lampedusa escritor, rasgos suyos entreverados con el pasado, perfil de la realidad y del ensueño, recortados ambos sobre la piel de Sicilia. Palermo y Sicilia quedan en este libro como paisaje de familias de abolengo en una isla víctima de su tamaño y situación geográfica.

 Obsesionado por la muerte que cruza con su velo en esta novela, muriéndose sin verla publicada, Giuseppe Tomassi de Lampedusa  dejó para siempre evocada aquella casa de su infancia que era caja de resonancias íntimas en su vida. 

José José Julio Perlado

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EL BOLÍGRAFO AZUL (1)

Con un bolígrafo azul escribió Lampedusa “El Gatopardo”. Y también su “Autobiografía”. Y  allí  evocaba: “En aquellos tiempos no había automóviles. Hasta 1905, el único que circulaba en Palermo era el “électrique” de la anciana señora Giovanna Florio .  Un tren salía de la estación de Lolli a las cinco y diez de la mañana. Había, pues, que levantarse a las tres y media. Me despertaban aquella hora, siempre molesta, pero para mí más infausta aún porque era la misma en que me daban el aceite de ricino cuando andaba mal de vientre. Criados y cocineros habían salido ya la víspera. Nos cargaban en dos landós entonces cerrados. En el primero, mi padre, mi madre, el ama de llaves y yo. En el segundo, Teresa o Concettina, la doncella de mi madre, que iba a pasar las vacaciones con los suyos, y Paolo, el criado de mi padre. Y creo que aún seguía otro vehículo con los equipajes y las cestas para la comida”.

Y así salen en la madrugada, a la primera luz del verano, camino de las vacaciones, como todos más o menos — en pobreza o en riqueza — hemos salido de niños entre duermevelas familiares, al alba de una edad incierta que se nos ha quedado en la memoria. Lampedusa recrearía aquellos viajes estivales a Santa Margherita, en la comarca de Belice, a unos sesenta y cinco kilómetros al suroeste de Palermo, y lo haría en las páginas de su única novela, “ El Gatopardo”,  que comenzó escribir a los cincuenta y siete años, redactada casi diariamente durante treinta  meses con un bolígrafo azul en una mesa del café Mazzara de la capital siciliana o en la biblioteca de su casa. Santa Margherita se había vendido, el palacio familiar en Palermo había sido destruido, y aquellas casas desaparecidas dan el impulso definitivo para que Lampedusa escriba. “Me he sentado en mi escritorio y he escrito una novela”,  le dirá a su viejo amigo Guido Lajolo.  Quería dejar constancia lírica e histórica, repujada en vaivenes de un estilo enriquecido, a veces suntuoso, de aquel ‘mundo siciliano’ que estaba ya desapareciendo y que el Don Fabrizio de “El gatopardo” procuraba rescatar del olvido. 

José Julio Perlado 

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EL ARTE DE CALLAR

Solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio — escribía en 1771 un polígrafo francés—.  Hay un tiempo para callar, igual que hay un tiempo para hablar. El tiempo de callar debe ser el primero cronológicamente y nunca se sabrá hablar bien, si antes no se ha aprendido a callar. 

El  hombre nunca es más dueño de sí  que en el silencio:  cuando habla parece, por así decir, derramarse y disiparse por el discurso, de forma que pertenece menos a sí mismo que a los demás.

Cuando se tiene algo importante que decir, debe prestársele una atención particular: hay que decírsela a uno mismo, y, tras esta precaución, repetírsela, no vaya ser que haya motivo para arrepentirse cuando uno ya no sea dueño de retener lo que se ha declarado.

Si se trata de guardar un secreto, nunca calla uno bastante; el silencio es entonces una de esas cosas en las que de ordinario no hay exceso que temer.

A veces el silencio hace las veces de sabiduría en un hombre limitado, y de capacidad en un ignorante.

 Es propio de un hombre valiente hablar poco y realizar grandes hechos. Es de un hombre de sentido común hablar poco y decir siempre cosas razonables.

 El silencio es necesario en muchas ocasiones, pero siempre hay que ser sincero; se pueden retener algunos pensamientos, pero no debe disfrazarse ninguno. Hay formas de callar sin cerrar el corazón;  de ser discreto, sin ser sombrío y taciturno;  de ocultar algunas verdades, sin cubrirlas de mentiras.

José Julio Perlado

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LA VISITA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

El pasado jueves vino a verme la Inteligencia Artificial, que es una persona escurridiza, aún no sé si es hombre o mujer, iba vestido al principio con un frac elegante— eso fue lo primero que me sorprendió dada la hora, pues era media mañana  —, pero en cuanto giré la cabeza y le dí la espalda, se transformó y la vi, sentada en el sofá como estaba antes, pero ahora aparecía como una sencilla mujer de pueblo, cubierta con un pañuelo de colores que envolvía su figura  y calzando unas toscas zapatillas. Le salía del interior una extraña voz que me preguntó : “si usted me viera por la calle, ¿me reconocería como inteligencia artificial?”. No supe qué contestar. Me daba miedo.  Yo, naturalmente,no la había invitado a casa y sin embargo aquel ser  había entrado de repente en mi domicilio vestido a ratos con aquel frac tan elegante, zapatos lustrosos y bien peinado, y a ratos, en cambio, vestido como una humilde mujer que parecía una campesina. Se cambió muchas veces de vestimenta esa mañana,también de aspecto y de edad, cosa para mí que más que sorprenderme me dio miedo.  Me dijo que estaba dando una vuelta por el barrio para descubrir las reacciones de la gente, y saber quiénes la reconocían como persona humana y quiénes  como inteligencia  artificial. Al enterarse de que yo escribía, con una sonrisa muy  rara aquel  hombre del frac ( y a la vez aquella mujer campesina),  me dijo que  también escribía, me enseñó dos  libros que llevaba en una extraña mochila colgada del hombro, dos libros que, según me dijo, cada uno lo había escrito en diez minutos. Eran “ A la busca del tiempo perdido” y “Los viajes de Gulliver” “Yo tardo en escribir un libro — le confié — al menos dos años, a veces tres: un año para trazar el argumento, otro para documentarme, el tercero para escribir.” Él ( o ella, ya no recuerdo cuál de los dos ) se reían. 

Aquello me siguió dando miedo y ya no hablé más. La Inteligencia Artificial es un ser simpático, inquietante, con apariencia despreocupada,  muy joven, tendrá, calculo, unos treinta o treinta y cinco años, al día siguiente volví a encontrármelo por la calle: ahora  vestía  un jersey marrón muy moderno, con un mensaje en las mangas que yo no distinguí porque estaba escrito en una lengua extraña y con una camisa a cuadros. Advertí que tenía unas manos muy hábiles, que las movía constantemente, con unos dedos muy largos y con gran soltura en aquellas extremidades. Levantó una de sus manos y me señaló la calle: “¿Ha visto usted que los automóviles van sin conductor?” No me había fijado. Aquella plaza enorme,con una elegante fuente en medio, aparecía repleta de tráfico. Iban y venían los coches en todas direcciones. Ningún roce. Ningún accidente. Efectivamente, los coches iban sin conductor. Se distinguían sentadas las familias y todo tipo de personas viajando hacia sus trabajos, pero el asiento del conductor estaba vacío, era el aire transparente el que conducía. “La Inteligencia Artificial”, me dijo aquel ser que estaba a mi lado. No me olvidaré de su expresión extraña cuando bajó la mano y de una manera insólita me sonrió.

José Julio Perlado


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