
Hoy hemos filmado una de las secuencias más misteriosas de la película. Creo que ha salido bien. La actriz que hace de mi tía Lola es una mujer pequeñita que, como ella, curiosamente, no se ha querido casar nunca. Anda despacio y a pasitos cortos por el larguísimo pasillo de la casa en la que hemos rodado, un pasillo en donde crujen las maderas, un pasillo de piso antiguo, escoltado de habitaciones vacías, numerosas habitaciones, que guardan las esencias de muchas vidas. Cuando Susana, mi ayudante de dirección, me ha preguntado si vamos a iluminar el pasillo con los focos, le he dicho que no, que quiero este pasillo como ha estado siempre, en penumbra, con sólo la luz de la calle entrando por las rendijas de las ventanas y de las puertas. Entonces he colocado en un extremo del pasillo, junto al comedor, a la actriz que hace el papel de mi tía Lola y he repasado los brillantes de bisutería con los que he recubierto sus manos. Son unas manos pequeñas y gordozuelas, muy carnosas, y en cada dedo le he introducido cuatro o cinco sortijas que son las que llevaba siempre mi tía Lola, la prima segunda de mi madre, unas sortijas enormemente brillantes, de distintos colores, tan ajustadas que no se las podía, o no se las quería, quitar por las noches. Únicamente con esas sortijas, sorprendentemente, hemos iluminado el pasillo.

Entonces la figura casi fantasmal pero entrañable de mi tía Lola ha empezado a andar muy despacio por este pasillo como una sombra iluminada mientras las maderas crujían. Eran sólo unas manos sobrecargadas de brillantes, brillantes baratos como los que se pueden encontrar en cualquier bisutería, pero con colores distintos, y entonces se ve en la película, como flotando en la oscuridad, unas manos a media altura que avanzan lanzando un destello de raro fulgor, solo los dedos de esas manos, y un broche miluminado que también aparece a media altura, un broche prendido del traje oscuro que viste mi tía. Y nada más hay en este pasillo.
No sé en qué momento meteré esta secuencia. Pero es una imagen que me fascina. Me lleva a mis primeros años de juventud. El silencio. El pasillo. La penumbra brillante. Los directores somos así. Bergman no puede desvincularse de la imagen de su infancia ni de su linterna mágica, tan recreada en sus films y en sus libros. Yo tengo este pasillo iluminado en sombras y al fondo, recuerdo, los ruidos que oía de unos perros ladrando. Restos del tiempo. A esa cacería le pondré sonido.
José Julio Perlado
( del libro “Carnet de un director de cine”)
texto inédito
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