
El literato envidia al pintor — recuerda Proust en “El tiempo recobrado”—,a él le gustaría tomar croquis, notas, está perdido si él lo hace. Pero cuando él escribe no hay un gesto de sus personajes, un tic, un acento, que no haya sido llevado a su imaginación por su memoria, y no existe ningún nombre de personaje inventado bajo el cual él no pueda meter sesenta nombres de personajes conocidos y vivos, del que uno ha tomado el gesto o la mueca, del otro el monóculo, de tal otro la cólera, de otro el movimiento ampuloso de un brazo, etc. Y entonces el escritor se da cuenta de que si su sueño de ser un pintor no era realizable de una manera consciente y voluntaria, encuentra sin embargo que sí lo ha realizado y que el escritor, también él, ha hecho su carnet de croquis sin saberlo.
José Julio Perlado

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