
No es Salamanca la única capital cuya grandeza realza un ancho río y un soberbio puente, pero pocas hay a quienes impriman más imponente carácter — así lo escribe José María Cuadrado en sus “Recuerdos y bellezas de España” —. El Tormes, no inferior en caudal a otros de mayor nombradía, describe a sus plantas una obsequiosa curva reflejando sus torres y fecundando su vega aunque en este vasallaje ocurren también de siglo en siglo días de insurrección y de amenaza y de lamentable estrago que han mermado notablemente su arrabal. El puente hace venerable su romana antigüedad, ya que ha cesado de ser célebre por su toro de piedra y pintoresco por las almenas que lo ceñían. La ciudad asentada majestuosamente sobre tres colinas despliega su dilatado recinto, en medio del cual descuellan la gran mole de la catedral y la de la Compañía su competidora, a un lado la cuadrada y rojiza cúpula de San Esteban, al otro las ruinas de la Merced y del Colegio del Rey; pero en sus monumentos no prevalece la fisonomía de la Edad Media. Antes del siglo XVI nada de esto existía: sólo asomaba la vieja basílica, bella y grave,sí, mas no colosal; las torres de sus innumerables parroquias apenas se elevaban sobre la humilde nave; los conventos en su mayor parte, los colegios, los palacios, aún no habían nacido o tomado incremento ; y si algo sobresalía entonces, era a la izquierda del espectador el formidable alcázar demolido por el pueblo con aprobación de Enrique IV. Todo lo grandioso, todo lo culminante de Salamanca, diferente en esto de las demás ciudades de León y Castilla, lo debe a la grandeza de los tres últimos siglos.
José Julio Perlado

imágenes-1- clase en la Universidad de Salamanca en 1614/ 2 – Palacio de Monterrey