
Se lee mucho al ir o al volver del trabajo— escribe el francés Georges Perec —. Podríamos clasificar las lecturas según el medio de transporte: el coche y el autobús no sirven (leer produce dolor de cabeza); el autobús es más apropiado, pero aquí los lectores son más infrecuentes de lo que podríamos pensar, sin duda a causa del espectáculo de la calle.
El lugar donde se lee es el metro. Eso podría ser casi una definición. Me asombra que el ministro de Cultura o el secretario de Estado encargado de las universidades, aún no haya exclamado: “Basta, señores, basta de reclamar dinero para las bibliotecas: ¡ la verdadera biblioteca del pueblo es el metro! “ (salva de aplausos en los bancos de la mayoría)
Desde el punto de vista de la lectura, el metro ofrece dos ventajas: la primera es que un trayecto en metro dura un tiempo determinado casi con exactitud (alrededor de un minuto y medio por estación), lo cual permite regular la lectura: dos páginas, cinco páginas, un capítulo entero, según la longitud del trayecto. La segunda ventaja es la recurrencia bicotidiana y pentasemanal del trayecto. El libro comenzado el lunes por la mañana se terminará el viernes por la tarde…

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