VOY A IR DESPIDIÉNDOME…(7) DE LOS ARMARIOS

Voy a ir despidiéndome de los armarios. De aquel armario que en sus cajones, en la tibieza entre mantas y toallas, al lado de unas espigas esparcidas para condensar el olor, uno metía la mano y encontraba atado un manojo de cartas antiguas, recientes de palabras, llenas de abrazos, consejos, preocupaciones y amor. La mano, al salir del fondo del armario, se traía con ella las evocaciones de las cartas, su caligrafía azul, el círculo de los besos estampados sobre el papel y todo un tiempo que se hacía vivo desde el pasado. 

Todos los armarios tienen secretos. Yo recuerdo un gran armario de luna que levantaba su cuerpo entero en medio de una habitación semivacía, abría su puerta, y al doblar su hoja empezaban a salir uno tras otro todos los que ante aquel armario se habían acercado a la luna de cristal para retocar su atuendo, faldas, tacones, chaquetas, abrigos, peinados, colores, mejillas, una vuelta en redondo de cuerpo entero antes definitivamente de salir, la mueca última, una sonrisa. Luego se cerraba despacio la gran hoja del armario y éste se quedaba en penumbra durante mucho tiempo como testigo oscuro que ya hubiera cumplido su misión.

Recuerdo también a mi abuela paterna los domingos en una casa del Pirineo donde pasábamos los veranos, cómo iba de armario en armario, con su mano blanca puesta sobre las ropas, como si las acariciara, como si quisiera conservar su calor, y aquellas ropas recién planchadas y con intenso olor, venían hacia nosotros —- hacia mis hermanos y hacía mí —  a la hora en que aún seguíamos en cama y el sol de septiembre entraba alto por los visillos y el domingo se iniciaba con aquella mano que venía entre las camas, la puerta del armario abierta, y una luz en la infancia que acababa de despertar.

José Julio Perlado

Imágenes— wikipedia