SOBRE EL SUPERSTICIOSO

El supersticioso es tal —dice el filósofo griego Teofrasto —que lavándose las manos y rociando todo con agua bendita, sale del templo llevando en la boca unas hojas de laurel, y todo el día se pasea sin dejarlas. Si ve que una comadreja atraviesa el camino que él lleva, no lo pasará hasta que otro pase primero o tire tres piedras sobre ese camino. Si ve en su casa una culebra, levantará allí mismo una capilla. Arrimándose  a las piedras ungidas que están en las encrucijadas, derrama sobre ellas aceite, y al retirarse se hinca de rodillas. Si un ratón casualmente roe el saco donde tiene la harina, va a ver al adivino y le pregunta qué es lo que debe hacer. Si acaso le responde que lo dé al costalero para que lo remiende, no se conforma con esto, sino que, mirándole con aversión,  se deshace de él. Purifica su casa con frecuencia. No va a entierros. Cuando tiene algún sueño, va de casa en casa a que los que los  interpretan, los adivinos y los agoreros, le digan a qué dios o diosa debe hacer sus oraciones. Para salir de una encrucijada, el supersticioso se lava la cabeza  y pide que le purifiquen aplicándole una cebolla. Y si ve un loco se paraliza de miedo.

José Julio Perlado

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