BAROJA POR MADRID (y 2)

Siempre en las ciudades hay un cerco indefinido que dibujar, una hora que cabalga en la duermevela, un cinturón geográfico y social que tiñe de dormitorios la zanja de las horas lívidas, el paso de los primeros bostezos. Siempre en los desmontes de las capitales hay un ojo literario enfundado en un abrigo negro, un ojo lúcido que es testigo de cuanto ocurre en la frontera entre vicio y bondad, sobre la línea de un horizonte donde las cercanías del desamparo hurgan en el cúmulo de la miseria.  Los personajes de Baroja en “La Busca” cruzan Madrid sin sentido del tiempo, bajan las calles del espacio entrando por una página, interviniendo en una escena y desapareciendo. La filosofía de Baroja es la del “ transeúnte y paseante en corte” y si Unamuno lucha contra el tiempo y contra la muerte, si Azorín trata de inmortalizar el instante y si Valle-Inclán, al estilizarlo, lo hace atemporal, Baroja consigue la permeabilidad del tiempo, dejar siempre “una ventana abierta”. Los  personajes barojianos del Madrid de “La Busca” bajarán con frecuencia hacia el paseo de las Acacias, hacia el Puente de Toledo, los veremos cerca del Manzanares, saldrán a la carretera de Andalucía. El “Bizco”,  Vidal, Manuel, el señor Ignacio… La Petra se muere y su hijo entra en la habitación de al lado para pedir auxilios: “Manuel entró en el comedor. En la atmósfera espesa por el humo del tabaco, apenas se veían  las caras congestionadas”. Es el paisaje interior, el umbral entre noche y vida, el día y la muerte entre las palmas y las castañuelas del Domingo de Piñata en la casa de huéspedes, pared con pared con la Petra que se muere. Siempre hay esa hora sin agujas del estertor inesperado, el áspero sabor de boca que muestra el contraste definitivo de la existencia.

 Cuando en 1956, acercándose aquel 30 de octubre en que Baroja se fue de este mundo, la Muerte se iba acercando a la calle de Alarcón donde el novelista vivía con su sobrino Julio Caro,  las volteretas de las anécdotas daban su adiós despidiéndose. Una vez, comiendo algo, Pío Baroja comentó desde su ancianidad: “este pescado tiene buen sonido”. Y otro día, mirando a una visita que se reía, viéndolo todo de color de rosa, Baroja comentó a su sobrino: “Oye, eso que hay ahí: ¿ es un plato de arroz con leche?”.

 Iba dejando la muerte como anticipo una huella de comicidad, la socarronería de un viejo escritor desde la última vuelta del camino, antes de desaparecer de nuestra vista.

 José Julio Perlado

imágenes- Eduardo Vicente