
Baroja andando por los desmontes de Madrid en la época de “La busca” parece un aguafuerte goyesco. Embutido en un abrigo negro, ligeramente encorvado, el sombrero — negro también — bajo un cielo en contraste rayado, la claridad del papel de la vida y el rasgo del dibujo a carbón nos dan la pintura de este hombre de 32 años que avanza por los cortes del pesimismo, sobre los cascotes de la crudeza, esa frontera — no del “golfo” madrileño— sino del claroscuro entre el trabajador y el ocioso, el que formará en “La lucha por la vida” — la trilogía de “La busca “, “La mala hierba” y “Aurora roja”—el personaje central —Manuel — y su unidad novelística.

Este Baroja que anda por las afueras de Madrid nace en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872
, hijo de don Serafín y de doña Carmen con tres hermanos más — uno de ellos, Ricardo, excelente pintor y autor de un delicioso libro revelador de una época, “Gente del 98” —-, Pío Baroja a los 45 años tendrá el bigote espeso y la nariz gruesa, la barba corta y rojiza, los labios rojos y la sonrisa melancólica, un esqueleto fuerte, manos grandes y poco hábiles, y se refugiará en los paseos solitarios. Mientras a Valle-Inclán le gustarán los paseos interminables y fabuladores donde creará historias de increíbles protagonistas, a Baroja le atraerán los tipos y sus detalles acumulados como escombros, existencias en el umbral incierto del dolor, cavernas de humorismo agridulce, vidas sombrías, canciones de un suburbio áspero y a veces irónico, cerros de Madrid contemplados desde la altura de la distancia. “ En el sotillo próximo al Campo del Moro — escribirá en “La Busca” — algunos soldados se ejercitaban tocando cornetas y tambores; de una chimenea de ladrillo de la Ronda de Segovia salía a borbotones un humazo oscuro que manchaba el cielo, limpio y transparente; en los lavaderos del Manzanares brillaban al sol ropas puestas a secar, con vívida blancura “Baroja— murmurará Valle-Inclán —quiere que la realidad sea fotográfica, y de este modo escribe libros que sólo le gustan a un perro que tiene que se llama “Yock”. Dirá esta frase en el café de Fornos, en un banquete en honor de Galdós. Baroja, que está cerca, lo oye. Como había oído un día a Blasco Ibáñez decirle sobre su trilogía “ La lucha por la vida”. “Eso que ha hecho usted en las tres obras son estampas, pero hay que pintar el cuadro”. Y Baroja le respondió: “Es probable. Mas no por ello todos los cuadros son buenos. Hay cuadros que son deplorables”.
Pintar cuadros. Acumular infinitos detalles minúsculos. Conservar la distancia como estilo. Eso hará Baroja. Los paisajes de Madrid en muchas novelas suyas — como sucederá con Londres en “La ciudad de la niebla” — se intercalarán con las situaciones y los diálogos, irán dejando brochazos de prosa sobre la intensidad dramática. La Puerta del Sol cierra la última página de “La Busca” en los lindes de la madrugada: “Danzaban las claridades de las linternas de los serenos en el suelo gris, alumbrado vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. Todavía algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba siniestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros… El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria”.
José Julio Perlado

imágenes- 1y 3 wikipedia/ 2–Baroja por Sorolla