VOY A IR DESPIDIÉNDOME…(7) DE LOS LIBROS

Los libros me despiden en todos los idiomas. Es una forma curiosa de despedirse. Antes de que yo les tienda la mano para saludar sus páginas, las letras vienen a mí para rogarme que no las despida, que ellas van a seguir conmigo. Siempre me ha ocurrido así. Me acuerdo de un gran libro tumbado en Roma, en 1964, en una librería de Piazza Navona, que estaba echado sobre las Meninas y palomas que pintara Picasso en 1957 y que me miraba con sus ilustraciones claras y rojizas, los trazos de las palomas aparecían en su portada, y cuando lo tomé para abrirlo él me enseñó que los libros vivos están extendidos sobre las mesas de las novedades y los libros muertos se hallan ya en las estanterías. Cuando uno pisa los claustros de las librerías hay que ir lápida a lápida, buscando a Dickens, a Defoe o a Auster, porque sus cuerpos residen desde hace años en su lugar correspondiente, algunas manos les llevan flores al tomarlos y el libro se deja extraer para la lectura y sale del silencio a la voz. Recuerdo en París, en la orilla izquierda, en la librería “La Hune”, cómo las tentaciones de un libro empezaron a salir sugerentes desde la cubierta hacia mi : era un libro en francés que hablaba de Japón, yo no pensaba escribir nunca sobre Japón, pero el libro sí lo sabía. Me impresionó que un libro supiera tanto de mí. Entonces lo tomé entre mis manos, abrí sus páginas, y tal como estaba, de pie, a media tarde, y entre la multitud de la tienda, el libro me fue diciendo que cincuenta y cuatro años después yo escribiría una novela sobre Japón, y que aquellas hojas me servirían.

Entonces compré aquel libro. Aún no me he despedido de él. Para resistirse a las despedidas, los libros suelen viajar detrás de uno en los automóviles, toman los mismos trenes que nosotros, nos indican los secretos del mundo desde los subrayados y los tatuajes que hicimos durante años en sus márgenes. Eran y son tatuajes cifrados. Algo que nos gustó y que admiramos, acotaciones de lectura, asombros y descubrimientos. Recuerdo también la bellísima y copiosa nevada que descendió en agosto sobre mí desde las páginas de un libro. Estaba sentado en la terraza de un hotel de montaña, “El Rebeco”, a gran altura, a los pies de los Picos de Europa. Hacía calor. De pronto empezó a nevar en el libro que leía. Joyce me iba nevando con su cuento “Los muertos” : “Había comenzado a nevar nuevamente — me decía el libro- . Los lentos copos, plateados y oscuros, caían oblicuamente en el haz de luz. Había llegado el momento de emprender su viaje hacia el oeste. Sí, los diarios tenían razón: la nevada era general. Caía en toda la extensión de la oscura meseta central, sobre las colinas desnudas. Su alma desfallecía lentamente mientras oía caer la nieve sobre el Universo. Caía suavemente, como si se tratara del advenimiento, de la hora final, sobre los vivos y los muertos”. Así me fue despidiendo poco a poco aquel libro.

José Julio Perlado

imágenes- wikipedia