
En las familias las visitas son parte del escenario habitual, son el escenario mismo, y cuando cada quince días, los miércoles, viene a ver a mi madre uno de sus primos carnales, el tío Eliseo con Blanca, su mujer, sé que los golpes secos de su bastón contra el suelo, que resuenan como tres tremendas campanadas ( suelen ser tres o cuatro al principio, pero luego van a más), interrumpirán cada vez con más fuerza las frases que vamos a estar oyendo durante una hora en la familia y entonces se hace realmente difícil mantener una conversación normal en la que hablemos tranquilamente de las cosas banales y sin historia que suceden entre nosotros. Porque el tío Eliseo, un hombre alto, enjuto, todo nervio, tostado, con la cara muy curtida por el aire, la camisa blanca abierta y los pantalones de trabajo, que suele estar siempre callado, muy apagado y pensativo y que nos mira a todos desde sus ojos azules con una gran curiosidad, como si nos viera por primera vez cada dos miércoles, de repente, sin moverse de su sitio ni modificar su postura, se le descompone la figura y suelta a voz en grito en pleno comedor, como un energúmeno :“¡¡Me quiero morir!!¡¡Me quiero morir!!”, y luego se queda inmediatamente quieto, callado, tranquilo, totalmente en reposo, como si no hubiera dicho nada y nos mira a todos inmutable, y yo aprovecho para filmar esta escena porque me parece interesante para la película, es una sorpresa, una escena insólita, y por ello también filmo las reacciones de los demás: el estremecimiento de los hombros de mis hermanas, sobre todo de Inés, que se asusta siempre, es la más sensible, y nunca se acostumbra a estas cosas. Pero esto es el cine, estos momentos. Filmo también el rostro de mi madre inalterable, y su paz, como si no hubiera oído nada de lo que todos hemos oído, en ella se percibe que está muy habituada a escucharlo, y yo la voy filmando lentamente, poco a poco, desde un rincón del salón, porque estas cosas hay que aprovecharlas, son la familia, son familia, unas cosas serán intranscendentes y otras no, pero pertenecen a un cuadro; no sé si en otras familias ocurren episodios parecidos, pero en la nuestra sí, es una característica nuestra, un gesto propio. Mi tío Eliseo siempre se ha expresado así, en interiores y en exteriores, en autobuses o en paseos, con gente o sin gente, tiene un vozarrón ronco e imponente, que yo creo que le viene de sus largos años solitarios en el campo, de gritarle tanto a la soledad, o a lo mejor de insultarla, porque él es así, tiene un genio tremendo, lleva completamente solo desde los quince años, cuando ya iba sentado en lo alto de la trilladora o del tractor y permanecía horas y horas en la inmensidad del paisaje, con un botijo cerca de sus piernas y un viejo sombrero gris cubriéndole hasta las cejas. Tanto mirar fijamente a la soledad durante años, con sus vueltas y revueltas de la trilladora, yo creo que le dejaron para siempre ese grito profundo y quejumbroso, igual a un quejido, y él lo suelta de pronto en cualquier parte, también ahora aquí, en la ciudad, en el salón, con su vozarrón y convicción profundas, y con voz muy alta “¡¡ Me quiero morir!! ¡¡Me quiero morir!!”, repite varias veces machaconamente, aunque nadie entre nosotros le hagamos mucho caso. Pero es muy interesante verlo y escucharlo, asistir a este fenómeno familiar cada dos miércoles, es algo sorprendente.

Mi tío Eliseo se ha criado siempre en el campo, y ha estado allí hasta los sesenta años, hasta que vino a Madrid, y seguía gritando mucho, aunque ya a los cincuenta amainó un poco y dejó de gritar y se dedicó entonces a caminar junto a sus ovejas: las hablaba en voz baja, conocía sus nombres y las quería. Yo no sé qué ha podido ocurrirle para cambiar de pronto el timbre de su voz y pasar de la mansedumbre de las ovejas al tremendo grito otra vez, y olvidarse de su antiguo susurro y lanzarse ahora al vocerío incesante, desmesurado y casi iracundo, porque es un grito así, casi iracundo, que hace retumbar las paredes del salón, pero luego se calma, aunque antes suelta esa afirmación de algo en lo que cree y que es como una petición de auxilio. Y después viene lo de las ovejas. Está hablando tranquilamente con mi madre o con mis hermanas en el salón y de repente pronuncia en voz baja, como si rezara, los nombres de los pastores que ha conocido y tal y como los estuviera viendo en ese momento: “ El Joven”, “El Encarnado”, “El Callado”, “El Niño”, dice entre dientes. Recuerda a sus amigos los pastores, y entonces empiezan a pasar las ovejas por el salón, las ovejas pasan entre los muebles, yo lo veo así porque eso es el cine, me acuerdo de “El ángel exterminador” de Buñuel, cuando la reunión elegante de gentes se va quedando apretada y apresada, aislada, retraída, sin poder salir de aquella habitación, y aquí es igual, es el cine, Violeta, Lanas, Aparicio, son los nombres de las ovejas blancas con sus lanas y sus cabezas cabizbajas que pasan y pasan mansamente cerca de las piernas de mi madre y de mis hermanas, conforme mi tío Eliseo las va nombrando, las conoce de memoria, daría su vida por ellas, conoce dónde tienen buenos pastos y qué hierbas están ya húmedas y refrescantes, aún brillantes por las gotas de lluvia, para llevar a los animales a comer, pero aquí no hay pastos, ni hojas brillantes entre los muebles, el perro nervioso y pequeño las va acorralando entre la mesa del comedor y el televisor, impide que las ovejas se lastimen contra los muebles, y cada vez hay más campo, a lo lejos el espectador va a poder ver toda la llanura del campo que es esta extensión de ovejas innumerables, yo no las sabría ya contar, viajan congregadas en busca de los pastos,y lo que vemos al fondo,muy lejos, es nuestro salón, que está empequeñecido y distante, aún se pueden oír las voces y los diálogos de mis hermanas con su madre, que le están contando las últimas compras y dónde han encontrado esa blusa tan barata y qué ofertas hay por las rebajas, y las ovejas que pasan y pasan, el tío Eliseo las sigue nombrando, son innumerables, y el perro recorre con su lengua en zig-zag todo el contorno del salón y casi ya no las abarca.
José Julio Perlado
( del libro “Carnet de un director de cine”)
(relato inédito)
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