FILMAR UNA FAMILIA (6) : El OJO DE CRISTAL

Me acuerdo del miedo que nos daba de pequeños mirar el ojo de cristal de la tía Elizabeth cuando venía a vernos el primer domingo de cada mes. Nos agolpábamos mis hermanas y yo en el salón, sin atrevernos a acercarnos nunca a ella, y cuando teníamos que adelantarnos para besarla lo hacíamos muy deprisa, mirando de reojo aquel mechón rubio que le tapaba su ojo de cristal, por el que creíamos ver que asomaban irisaciones extrañas y casi misteriosas. Debía yo tener entonces siete u ocho años. No imaginaba que un día sería director de cine. La tía Elisabeth era la hermana más joven de mi madre, una mujer alta y guapa, delgada, rubia, viuda del que había sido un gran economista y millonario, que le había dejado en herencia una gran fortuna. Vestía casi siempre con una elegante capa color crema, fuera invierno o verano, de mangas anchas, y se anudaba el cuello con pañuelos preciosos. Solía venir a media tarde del primer domingo de cada mes y se sentaba una hora o dos junto a mi madre en el sofá del salón y nos preguntaba a todos con interés cómo nos iba. Creo que quería demostrarnos su gran afecto. Pero a su ojo de cristal no nos acostumbramos nunca ni mis hermanas ni yo.  Fue muchos años después, cuando empecé a dedicarme al  cine, cuando un domingo me atreví: “Tía, ¿me dejarías ver tu ojo de cristal?” Entones, habiendo ella dado su permiso, pude  acercarme a ver su ojo y hasta adentrarme a penetrar en él. Al hacerlo, sorprendentemente y en un instante, pude ver toda una película. Tía Elizabeth se apartó el mechón rubio de su pelo y yo le pedí entonces otro permiso más  : filmar aquel ojo que me estaba deslumbrando. Me contó que aquel cristal ella lo llevaba a causa de un fuerte impacto recibido por la luz al visitar hacía años la catedral de León, un día que fue a verla con su marido. “La luz, me dijo, parece ser que me cegó a través de una de aquellas hermosas vidrieras y ya no recuperé más la visión de ese ojo. Perdí la vista, me añadió con toda naturalidad, pero gané una gran riqueza”.

Imágenes- catedral de León- wikipedia

Entonces me decidí. Enfoqué bien mi cámara frente a su ojo, y comencé a profundizar dentro de él para ver lo que descubría. Aquel era un camino largo. El fondo de su  ojo me llevó enseguida a distinguir, bajo una fuerte luz que casi me cegaba, un inicio de vegetales y arbustos; luego, muy pronto, una serie de enredaderas, vides y flores, hojas de roble , encinas y rosales, cada una con su color distinto. Los colores que mi cámara iba registrando se entrelazaban con figuras de animales que podían parecer dragones. En el fondo, lo que estaba filmando eran las maravillas de una vidriera que habían quedado insertadas dentro del ojo de mi tía Elizabeth. Era lo que tenía dentro de su ojo: el espectáculo de una gran vidriera. Por el silencio también al avanzar, era como visitar una catedral.  Mi cámara, conforme se adelantaba, iba reuniendo colores rojos, azules y violetas y hojas amarillas, verdes y rojas. Me sorprendían aquellos motivos porque por su grosor recordaban a veces esculturas. La tía Elisabeth no se movía, como si aquello no la afectara.  Giré un poco más la cámara y me hirió de pronto la luz de unas rosetas que parecían dedicadas a la actividad del hombre: al hombre terrenal, el que realiza labores con las que conseguir su propósito, y al hombre rodeado de vicios, virtudes, y trabajos, con alusiones a las artes y a las ciencias. Después se extendió un gran resplandor dentro de aquel ojo, como si algo explotara en su fondo, y tuve que dejar de filmar. 

Entonces aparté la cámara y miré a mi tía Elisabeth que estaba frente a mí. Me sonreía y me miraba imperturbable. No me dijo nada.

José Julio Perlado 

( del libro “Carnet de un director de cine”) 

relato inédito 

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imágenes- vidrieras y fachada de la catedral de León- wikipedia