EL HÉROE QUE SURGIÓ DEL FRÍO ( y 3)

Se ha reducido lo excepcional, ha variado el sentido de la ‘aventura’. Hoy la ‘aventura’ no es tanto modificar una circunstancia como procurar defenderse de ella. El río de las circunstancias nos empuja, nos lleva;  las circunstancias forman remolino. Sobre ese cauce,dos perfiles:  el hombre que lucha o que resiste agarrado a las rocas, y el que se aleja inmerso en la corriente. Ambos han sido aceptados como protagonistas. La literatura de nuestro tiempo nos ofrece la efigie del primero en esas obras viriles y violentas que alguien ha bautizado “de la condición humana”: en ellas se yergue un “heroísmo’ pleno, el ‘heroísmo’ retratado en los gestos y en esos actos tan secos muchas veces, pero que justifican impecablemente el ardor del hombre frente a la vida. En este caso, el héroe es ‘heroico’ por cumplir ese esfuerzo de voluntad y abnegación que le anima a realizar un hecho extraordinario;  su hazaña está nutrida de resistencia y de exigencia, y su misión  es sacudir a cuantos incapaces no logran ser conscientes de su destino.

 Pero la literatura de nuestra época refleja también a la figura anónima, al hombre- masa, al solitario en sociedad, al hombre- número, al héroe, nuestro hermano de todos los días. Si este individuo pudiera gozar de auténtica comunicabilidad con sus semejantes, si no tuviera que vivir aislado al propio tiempo que arrojado en la aglomeración, o bien  si disfrutara menos de la cortesía impersonal y más del amor verdadero, podría decirse simplemente que en nuestra tierra existe un hombre sin nombre, casi feliz,  que por ser tan vulgar o tan corriente es difícil que alcance el ‘heroísmo’. Pero este héroe de tantos libros contemporáneos es ‘heroico’ por más de un motivo. Su andar errante atravesando calles con una mezcla de rebeldía y tedio, su sombra sin relieve, incluso sus gestiones sin éxito, hacen que se levante sobre el mundo un nuevo ‘héroe’ antes desconocido, cuya aventura es continuar anónimo y vivir lo ordinario en silencio 

Poco. Acaso valga poco.  Tal vez sea mediocre, o áspero y salvaje, o triste,  o ingenuo. Pero ese mudo charlar que se le escapa, monólogo interior y extraño soplo, es su sonoro pensamiento. Quizá no llegue el héroe a poeta, ni a rector de asambleas, ni a líder político. Su  fatiga, sin embargo, le delata:  marcha sin brújula como si hubiera olvidado el esqueleto. 

Bien. Mirémosle de cerca ya que avanza dormido. Sonámbulo, sueña con superhombres, esos brillantes caballeros del mito. Ahora se sienta en la butaca, se transforma y se evade: James Bond le atrae en la pantalla; el astronauta, en los cielos  vacíos.  

 Pero más tarde sale: entra en su mundo. Sigue posada el ala de la duda sobre su vida, quietas las garras de la costumbre:  dos ojos de rutina le miran fijamente retando a su “heroísmo”. El hombre da  unos pasos:  se estremece. Ese temblor que siente es el frío del siglo. 

José Julio Perlado

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