
No es nuestro héroe James Bond . Tampoco lo es el astronauta. Yo diría que esa precisamente debería ser nuestra gran dicha: mirar la ascensión sin muerte de James Bond, mirar la ascensión al espacio del astronauta, saber que ninguna de las dos nos representa. Convencernos de que en nuestro tiempo los héroes, en vez de urdir hazañas extraordinarias, batallan en la extraordinaria hazaña de lo ordinario. Los verdaderos héroes —esto no puede suscitarnos vanidad, sino meditación — somos nosotros mismos.
Observemos al héroe. Viene del horizonte de la épica, vive en tierras de grave inmensidad, nace en vastas extensiones de tiempo. Lo que arrastra mientras cabalga hacia nosotros es ese resto de decorado antiguo, su aire de fábula, el carácter sagrado que va perdiendo por el camino. Cuando llegue a nuestro siglo XII, el héroe conservará casi intacta su grandeza. Gesto, vestido, movimiento, energía, serenidad, solemnidad en el rito, dimensión exaltada, maravilla: todo esto nos llevará al Cid. Nuestro Rodrigo lleva a cabo proezas increíbles, se recorta entre la tierra y el mito, pone un pie en la realidad y da un paso hacia la fantasía. Sobre todo, ha adquirido humanismo: este héroe español, que puede fascinarnos por su impulso, nos subyuga principalmente por la sobriedad: sus victorias nos dejan más vencidos porque poseen ternura.
Pero pasemos a otro siglo. Estamos en un suburbio: sea en 1599 o en 1540, con Lazarillo de Tormes o con Guzmán de Alfarache, lo cierto es que el aire huele a campo y a arrabal. Al menos es lo primero que se advierte; y enseguida, la insignificancia de una sombra que va trepando como protagonista. ¿Qué es lo que aporta? Nadie lo sospecha, va a ser una sorpresa: para la sociedad, constituirá la rebelión; para las letras, la novela moderna. Se ha derrumbado la épica de la caballería, y el ‘pícaro’ va a suplantarla. A pesar de los triunfos del amor, en contra de los valores de la fama, de la hidalguía y del señorío, el ‘pícaro’ desnuda sus vergüenzas, sabe que son sus glorias y las muestra, con cinismo mordaz se vale de sus hambres para escribir la propia biografía. Naturalmente no llegará a héroe: será su antípoda. Pero esta figura humilde, nacida como reacción del siervo más que del servidor, no carece de peculiar dignidad: su fuerza es el sarcasmo, y su móvil el reverso de la proeza.
José Julio Perlado

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