
Entonces la cámara va lentamente hacia atrás, tal como me señaló mi madre al contármelo, y va dejando a un lado las mesas de la “brasserie” Lipp con sus asientos de piel púrpura, las cristaleras, los techos pintados por Garrey y los rincones que ocuparon hace siglos Verlaine y Apollinaire, pero sobre todo el olor a chucrut mezclado con el codillo de cerdo que humea en las mesas, aunque el olor no pueda transmitirse al cine, yo no podré, nadie puede, el cine es visión, sonido, pero no olor, aunque mi madre decía que aquellas noches, al salir de Lipp en compañía de mi padre, llevaba consigo durante mucho tiempo aquel olor crudo, ácido, de la col, que tanto le gustaba, y el sabor espumoso de la cerveza en sus labios. La cámara recoge, retrocediendo un poco, apartando al gentío que se asombra de que estemos rodando a estas horas una película, y ya vamos, lentamente, poco a poco, hacia la salida, hacia la calle, yo dirigiendo los enfoques que hace David, el fotógrafo, que retrata ahora el cercano mostrador dorado de Lipp donde un denso grupo de gente aguarda a que le designen mesa, porque esto está abarrotado como siempre, no tan abarrotado como me contaba mi madre en aquel viaje de novios de mis padres en París, con el bulevar Saint Germain iluminado, los cines repletos, la plaza de Saint- Germain con su histórica iglesia tan dibujada, las terrazas y toldos de “Les Deux Magots”, el blanco cruzar de las chaquetas de los camareros, el cielo azul y oscuro de París, pero cuando se está de viaje de novios, hijo, me dice mi madre, uno no ve más que manchas generales de las ciudades, no se acuerda de muchos detalles porque desaparecen enseguida, son sombras, zapatos, luces y sonrisas, yo tenía ganas de sentarme en un cine cercano para ver con tu padre “Un hombre y una mujer” de Claude Lelouch y oír la música de Francis Lai, con Anouk Aimée y Jean- Luis Tringtignant , una música cadenciosa, que me ha devuelto imágenes durante muchos años, me ha hecho bailar yo sola en la cocina, movía las piernas, movía la falda, olía otra vez la atmósfera de aquel París, y yo creo que todo esto tu lo sabrás crear muy bien en tu película, porque los directores, aunque seáis jóvenes, acertáis con las notas para conmover a la gente, así que olerás tú también Paris, olerás la atmósfera de aquel París que yo olía entonces, y que no venía del Sena, venía quizá de las profundidades, no sé, en un viaje de novios, hijo, no se aprecian los detalles, pasan rapidísimos, son manchas agrupadas, los tienes que descubrir tu como director, tienes que esforzarte para recrear el ambiente, y sobre todo mostrar en tu película, la somnolencia de una ciudad en un viaje de novios, una nube, ir de aquí para allá al lado de tu padre en volandas de la vida, tu padre entonces tenía un bigotito fino porque así era la moda, y yo, me acuerdo y no me acuerdo, no sé, no sé si te lo explico bien, iba con un vestido blanco vaporoso, aún no me había obsesionado con la idea de llevar pantalones, y entonces mi cámara sigue ahora a esa falda blanca de mi madre, que había cumplido el mes anterior veinticuatro años y era joven, rubia, despreocupada, recorría, cogida de la mano de mi padre, la noche de París, con unos tacones altos y elegantes como se llevaban entonces, y por eso filmo todo esto, así, con soltura, pero,también despacio, voy apartando a la muchedumbre que sale de Lipp y avanzo detrás del tiempo de mis padres, tan jóvenes, por Saint Germain des Pres, ruedo al fondo las casas de los intelectuales, las fachadas y la librería “La Hune” , a la que mi padre iba tanto y que ya no existe.
José Julio Perlado
(del libro “Carnet de un director de cine”)
relato inédito
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