
Como si atravesáramos la lluvia, como si nos aterrorizada la tormenta, así vemos Lisboa envuelta en agua, el papel de las casas desprendido de los muros de carne, la calle de la Aduana, la calle del Arenal, la calle de los Doradores, el Terreiro do Paco humedecido por esa poesía que un hombre piensa en el café Martinho da Arcada— junto a la Plaza del Comercio, en la esquina de los soportales de la calle de la Aduana con la Augusta — o en los cafés de la Plaza del Rossío este hombre solitario, insatisfecho atormentadamente introvertido, este hombre mixtificador, amante de la magia y del ocultismo, este hombre que escribirá luego refugiado en el primer piso de la casa número 16 de la calle Coelho da Rocha y que responde a las voces plurales de la noche bajo un nombre que envuelve muchos nombres y que quiere llamarse Fernando Pessoa.
Lisboa bajo la lluvia, iluminada en la tormenta, cruzada Lisboa por la flecha del rayo. Lisboa acunándose en el Tajo, misteriosa Lisboa. “El cielo negro al fondo del sur del Tajo — dirá Pessoa—era siniestramente negro contra las alas, por contraste, vívidamente blancas de las gaviotas de vuelo inquieto. El día, sin embargo, no estaba ya tempestuoso. Toda la masa de la amenaza de la lluvia había pasado hacia la otra orilla, y la ciudad baja, húmeda todavía de lo poco que había llovido, sonreía desde el suelo a un cielo cuyo norte se azulaba todavía un poco blandamente.”
Y así podríamos seguir, bifurcándonos, multiplicándonos en vías de pluralidades cada vez más extrañas, perdiéndonos en la compleja mirada de este muchas veces extraviado escritor que nos puede llevar hacia Lisboas distintas en la Lisboa misma, cuando bajamos hacia la Baixa desde el monumento al Marques de Pombal, andando por la Avenida de la Libertad y el cerebro se nos escapa hacia el Jardín Botánico, se pierde la imaginación por el Rossío, la voluntad se desmembra por la Rua de Alecrim. Un tranvía célebre va remontando el hombro de Lisboa y su campanilla suena conforme ascendemos. Está cerca el Castillo de San Jorge, abajo la Plaza del Comercio, la red de calles de la rua del Ouro, rua Augusta y rua da Prata, las gentes que vienen del Monumento dos Restauradores. Llueve, llueve en Lisboa muchas veces para Pessoa, obsesionado por la lluvia y aterrorizado por las tormentas, depresivo, atormentado, desasosegado, esa personalidad que daba vueltas a lo esotérico, que huía de sí mismo refugiado en su gabán o su gabardina,excitado, con el sombrero calado y sus lentes escrutadores y ensimismados, caminando entre la acera de la locura y la cordura, al borde de una Lisboa empapada de agua, humedecidas sus paredes, como si los papeles en los que la ciudad se envuelve se los quisiera llevar río abajo el Tajo para desembocarlos poco a poco en la Historia.
José Julio Perlado

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