
Anualmente visito Sevilla y el centro de la ciudad—- las Sierpes, Abades, el barrio Santa Cruz — todo despide un aroma tranquilo, de otro tiempo, de un tiempo de flores y de espacios, con rememoranza de escritores y poetas, con rincones de sorpresa que continúan la sombra y la luz. Estamos lejos de las metrópolis gigantescas y hay otro ritmo, al menos por donde yo suelo ir, y ese ritmo y esas pausas se imponen incluso en el vino, en el “tapeo” frecuente que lleva en Sevilla un compás especial. Una ceremonia tan específica y singular como pueden ser las corridas en la Maestranza o el “paso” de las procesiones . Para algunos sevillanos parece casi una blasfemia hablar con desenfado de determinas figuras del toreo. Sevilla, desde el hotel Doña María, parece tener otra dimensión, una alternativa más humana, menos tensa, acaso más superficial y a la vez con una profundidad propia de la que muchos sevillanos han hecho un rito que atrae como un imán de un mundo casi desconocido. He ahí el sol recogido en la bellísima plaza de Doña Elvira, a la que tantos turistas de todos los países gozan en esa serena belleza, cada vez más imprevista, de esta hermosísima ciudad.
José Julio Perlado

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