
La mirada se hace beso escribe el gran poeta español. Estamos, pues, en el otro extremo del espacio del ojo. “ Al ojo por ojo” del Antiguo Testamento se le procura reemplazar con “el amor es ojo”, en expresión de Ricardo de San Víctor. Pero hay que preguntarse si en las enormes urbes hostiles, con sus calles de precipitación y sus grandes superficies de consumismo, ante las aceras de inmigrantes y en los portales del paro, bajo ventanas de violencia y chillido y también en las plazas ociosas de los bostezos, el amor llega a ser ojo, el amor es ojo, de tan cargada está la pupila de comprensión. ¿ O estamos aún en el ojo por ojo, no hemos salido aún del ojo por ojo en el cruce sesgado de los rencores?
La luz de la pupila del hombre no puede dirigirse tan sólo a los objetos y a las acciones sino mirar profundamente al propio hombre. “El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo ves/, es ojo porque te ve”, dirá Machado. ¿Qué se ve entonces cuando se mira al hombre? ¿Se mira algo realmente? En el hombre “los conocimientos fundamentales — decía un pensador contemporáneo—derivan del asombro suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales comparte el destino. De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro del hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal.”
Lo más curioso es que estamos llamados a perpetuarnos en el asombro.
Nosotros,que vivimos en él ‘deja vu’, en la costumbre de creer haberlo visto todo, la frase de San Pablo “ ni ojo vio, ni oído oyó , ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman” nos proyecta a una sorpresa sin cansancio, nos conduce a un asombro infinito cuyo secreto está en que nunca dejaremos de asombrarnos.
José Julio Perlado

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