VIEJO MADRID (105) : LOS BODEGONES

En los bodegones — escribía Ramón Gómez de la Serna en su “Elucidario de Madrid”—palpita el elemental apetito primero. El que lo tenga perdido, sólo con asistir al espectáculo del bodegón lo irá recobrando mejor que con otros estimulantes, entre ellos la copa amarga, que parece el recurso último y supremo. Ya quedan pocos bodegones con ese aire sin engaño del verdadero bodegón; pero de vez en cuando se inicia alguno o se realza la taberna que llevaba vida oscura, y su lombarda vuelve a ser la lombarda enajenadora— por el ajo que la sonríe— y el chico del bodeguero —- ¡nada de menús escritos! —repite toda la tirada del verso de lo que hay, repitiendo la lista en todas las mesas y evitando así que la cartulina se manche de aceite y vino. El mediodía es la hora típica del bodegón, cuando se observa la espera típica del hambre, que es espera sin lectura, echado de manos el que espera, con los ojos fijos en el horizonte por el que ha de aparecer el cocido. Ya no hay en el escaparate del bodegón aquel barreño con fuego en que se iban haciendo y recociendo los pucheros del cocido.


Los días optimistas busco mi bodegón y me mezclo a los arrieros, que comen con el látigo abrazado al cuello, y observo a esos tipos con mirada de perro que no acaban de saber quién es el prójimo. El bodegonero me trae la olla con la misma prisa y cuidado que a los demás, y cogida la tapadera contra el cuello y el asa del puchero, como si abriese una castañuela, deja salir sólo el caldo , para que después figure en vez aparte lo que es más sólido en el cocido.

José Julio Perlado

Imágenes- 1- wikipedia/ 2- arte rural / 3- bodegón- paseos Madrid com)

OJO GALDOSIANO SOBRE MADRID

 El ojo galdosiano comienza su paseo en la Plaza de Oriente para contemplar el Palacio Real y al otro extremo de la Plaza, el Teatro Real. El ojo camina por la calle del Arenal para llegar hasta la iglesia de San Ginés donde los personajes de Galdós acuden a oír misa. Se adentra luego el ojo en la Puerta del Sol y toma la carrera de San Jerónimo, hace un alto en La Fontana de Oro, donde existe una placa que recuerda la novela del mismo título. Sigue el ojo hacia “Lhardy”, y luego se dirige a la calle de los teatros, la calle del Príncipe, para encontrarse con el Teatro de la Comedia y el Español , donde Galdós estrenó sus obras y fue recibido entre vítores y aplausos. Sigue el ojo galdosiano por la Plaza de Santa Ana y luego va por la calle de San Sebastián hasta llegar a la de Atocha. Allí está la iglesia de Santa Cruz, donde tenía su sede la cofradía de la Paz y Caridad y que se encuentra situada en el solar que ocupaba el convento de Santo Tomás. Continúa el ojo galdosiano hasta la plaza de Provincia, emplazamiento de la Cárcel de Villa, ahora convertida en sede del Ministerio  de Asuntos Exteriores. Después el ojo pasa por la calle Imperial, que le lleva a la de Cuchilleros, momento para tomar un refrigerio en la  casa de comidas Sobrino de Botín. El ojo galdosiano  llega así a la Cava de San Miguel, donde Fortunata tenía su domicilio y desde donde oía el piar de los pajarillos que tenían su cuartel general en los árboles de la Plaza Mayor y en las crines de bronce del caballo de Felipe IIl. Aún el ojo se distrae con los ecos de la antigua plaza, con sus tiendas de gorras y paños del Reino, como las de Albert o Estupiñá,  salidas de la pluma de Galdós, y los ilustres cafés del Gallo y de Platerías, ambos desaparecidos. 

Y aún el ojo recuerda  la Posada del Peine, El Botijo, el Teatro de la Zarzuela, la Academia de San Fernando, Conde Duque, el Congreso y el Museo Del Prado antes de retirarse a descansar.

 

Es todo un Madrid encerrado en unas grandes novelas, abierto a una época y a unas costumbres.

José Julio Perlado

Imágenes- 1- comercio del mundo de Galdós/ 2- la ilustración española y americana-1875/3 – Plaza Mayor

SOBRE FAULKNER

 En el “William Faulkner”, de Millgate, hablando de sus dos libros mejores para él, “El  ruido y la furia” y “Luz de agosto”, y comparándolos con otras obras suyas, Faulkner dice: “ Un día pareció como si se hubiera cerrado una puerta para mí y todos los teléfonos y direcciones de las editoriales”. Me dije: “Ahora puedo escribir:  ahora puedo hacerme un florero como el que aquel viejo romano mantenía al lado de su cama y lentamente consumía el borde besándolo. Así yo, que nunca había tenido una hermana y fui condenado a perder a mi hija en mi infancia, me dispuse a crear una niñita hermosa y trágica.” Y prosigue Millgate: “la niña fue Candy, la heroína de “El ruido y la furia”. Faulkner declara también que “El ruido y la furia” es la única entre las novelas que tenía entonces terminadas y ello se debía a que él la había escrito sin ninguna sensación de obligación o esfuerzo, sin ningún sentimiento interior de cansancio, alivio o disgusto. Cuando la comencé no tenía plan alguno. Ni siquiera  estaba escribiendo un libro. Sólo pensaba en libros o publicaciones de una manera negativa, diciéndome que no debería preocuparme si las editoriales aceptarían el texto o no. Únicamente “El ruido y la furia”, dice Faulkner,  me proporcionó “esa emoción definida y física y sin embargo difícil de describir: ese éxtasis, esa ávida y jubilosa fe y anticipación de la sorpresa que la inmaculada  hoja mantenía esperando ser desencadenada”. Una vez rechazada y al fin admitida por los editores, Faulkner vuelve a caer en la tentación de especular sobre los libros como posibles fuentes de ingresos y escribe “Santuario” en unas tres semanas, que bien pudieron ser cinco meses. Pero sin esa sensación vivida al escribir “El ruido y la furia”. Esta novela se vendió  mal en una época en que Faulkner estaba muy necesitado de dinero para mantener a su nueva familia,  aunque hubo críticos que la acogieron calurosamente.

 “Por ser artista — decía Faulkner— entiendo a cualquiera que ha tratado de crear algo que no se encontraba allí antes, sin otras herramientas y materias primas que aquellas, no comerciales, del espíritu humano.”Declaraba asimismo que el artista siempre tiene que fracasar en su esfuerzo por llegar a la perfección, pero “aún el fracaso es meritorio y admirable, siempre y cuando el fracaso sea espléndido,  inalcanzable y sin embargo valioso, ya que es el sueño de la perfección. Tal vez lo que necesitamos es un puñado de mártires pioneros que entre el éxito y la humildad, opten por lo segundo.”

José Julio Perlado

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EVA Y LA SOLEDAD

Entonces Eva entró mientras yo estaba trabajando y se sentó en una silla de mi despacho con ánimo de contarme algo. Venía con una de esas historias de sus amigas tan importantes para ella y por las que necesitaba desahogarse. Y yo dejé todo, me incliné un poco en mi sillón  de orejeras, y presté atención. Se trataba de Inés, que cruzaba medio sonámbula la calle con riesgo de que la pillara un coche, la cabeza abarrotada de pastillas anti depresivas. para superar el tema de su marido. Pero Eva no lo contaba así ; tiempo después pude recuperar su voz: “¿Inés?, no te imaginas cómo estaba hoy, iba con el carrito de la compra como si lo arrastrara, no miraba los semáforos, yo la llevé casi de la mano de una acera a otra, porque un día, le dije, te mata un coche, tienes que reaccionar, hay gente en la vida mucho peor que tú, no puedes ir como una borracha de pastillas, pero ella no me escuchaba, seguía y seguía hablando del infierno que vive con  su marido.“Ahora tengo dos enfermeros, me decía, pero aún así no aguanto más,  un día se me escapa de casa, mi hijo mayor no me apoya, se ha puesto de parte de su padre. “ Yo creo, ¿ sabes  que pasa?, me decía Eva, que ella siempre se ha ocupado de sus nietos, ellos han sido su salvación, años y años trayendo y llevando a sus nietos al colegio, pero eso ya se acabó, los nietos han crecido como todos los nietos del mundo, no quieren saber nada de su abuela, son mayores, vienen los domingos a darle un beso y a pedirle dinero, y eso se acabó, todo ese tiempo en que ella se refugiaba en sus nietos ya no existe”. “Tengo que ir al psiquiatra,me decía Inés esta mañana, y yo le he dicho, No, Inés, tú no tienes que ir al psiquiatra, lo que te tienes que ir pensando es cómo internar a tu marido en una residencia, hay residencias buenas por aquí, algunas son un poco caras, pero encontrarás una cercana y barata, allí tienes que meter a tu marido, pero no por egoísmo sino por él, por él y por ti, tienes que quitarte de las pastillas… “ Y la voz de Eva proseguía en una historia que yo ya conocía porque la había oído muchas veces y entonces puse menos atención y ladeé un poco la cabeza en una de las orejeras del sillón, y pensé que si algún día me quedo  solo en este piso  me arrepentiré de no haber escuchado bien, porque ¿a quién le va a contar todo esto Eva si no a mí? , y ahora, cuando abro las puertas de las habitaciones vacías, y veo lo larga que se hace la tarde en este piso sin nadie, y veo el sillón de orejeras, pienso en aquellos momentos desperdiciados, en la voz de Eva contándome las mismas historias de siempre, la voz , la voz de Eva, la voz…, y doy una vuelta  más por el pasillo interminable y apago la luz. 

José Julio Perlado

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EXTRAÑOS EN UN TREN

Patricia Highsmith — así lo ha destacado Fereydoun Hoveyda— ha conseguido realizar la síntesis entre la novela y la  historia policiaca. Fue el cine lo que la hizo célebre, cuando Hitchcock adaptó para la pantalla su obra “Encuentro en el tren”. Se interesa ante todo por el comportamiento del criminal,  sin descuidar por eso las necesidades externas del relato policiaco. Sus  personajes son generalmente desequilibrados o, al menos,  inadaptados. El tema de la usurpación o del intercambio de identidad, que constituye la base de su obra “Extraños en un tren”, vuelve a aparecer en “A pleno sol”, obra de la que René Clément extrajo su película. Se sale casi por completo de la novela policiaca y, aunque sus libros tengan algún nexo de unión con este género, hay que reconocer que prefiere moverse cerca de las fronteras , un poco como el Charlot de nuestra infancia andaba a caballo  sobre la frontera de México.

¿Cuál es el valor de este llamado género psicológico? Las obras de Patricia Highsmith  se leen sin aburrimiento, pero en el fondo uno tiene la impresión de que , al querer adquirir cartas de nobleza, la novela policiaca ha venido a relevar a la novela psicológica de finales del siglo XlX, dejando de lado por completo una psicología más profunda. 

José Julio Perlado

Imágenes. -1- extraños e un tren/ 2- Isquia- basada en la obra “A pleno sol”

“MEMORIAS DE ÁFRICA” Y SYDNEY POLLACK

“Nunca elegí hacer películas — confesaba Sydney Pollack—y, en cierto modo, sólo empecé a aprender cine después de haberme convertido en director. Así que, de alguna manera, lo hice al revés. Llevaba  unos cuatro años dando clases de interpretación cuando alguien sugirió que me hiciera director y, antes de saberlo,  ya estaba haciendo películas para la televisión y, más tarde, para la gran pantalla. Me di cuenta que hacer películas es, fundamentalmente, contar historias, aunque yo no diría que hago películas para contar historias. El interés principal que tengo son las relaciones. Para  mí las relaciones son una metáfora de todos los aspectos de la vida: la política, la moralidad… todo. Así que básicamente hago películas para aprender más cosas sobre las relaciones, pero no para decir algo, porque no sabría qué decir. Creo que, fundamentalmente, hay dos tipos de cineastas: los que saben y conocen una verdad que quieren comunicar al mundo y los que no están muy seguros de qué respuesta tiene algo y hacen la película como medio para tratar de averiguarlo. Esto es lo que hago yo.

En “Memorias de África”, me enfrenté a un gran problema de iluminación, porque descubrí que, cerca del Ecuador, la luz es muy fea. Es una luz directa y desnuda, con un enorme contraste. Era espantoso ver las pruebas que hicimos con el material habitual. De modo que decidimos experimentar y retrocedimos, es decir, utilizamos la película más rápida que encontramos. Tuvimos  que subexponerla bastante. Y, los días nublados, usamos la película más lenta que teníamos, con lo que conseguimos una imagen más rica.

Una cosa importante que creo hay que saber es que la interpretación no tiene nada que ver con la intelectualidad. Un actor no necesita entender lo que está haciendo de una forma convencional, simplemente tiene que hacerlo.  De modo que hay que distinguir la dirección que produce comportamiento y la dirección que produce entendimiento: esta última es completamente inútil. Muchos jóvenes directores se pasan horas hablando sobre el significado de una escena y nunca dirigen el comportamiento. Eso no va a hacer que un actor esté más enfadado o más conmovedor en la escena. Sólo  necesita entender lo que tiene que vivir con sinceridad en un conjunto de circunstancias imaginarias. Lo que te impulsa a hacer algo es lo que quieres, no lo que piensas.” 

José Julio Perlado

Imágenes- Memorias de África- wikipedia

FILMAR A UNA FAMILIA (2) : RODAR LOS EXTERIORES

 Y luego están los exteriores. Mi madre me dice de repente: “No pensarás hacer una película sólo con interiores, sólo con esta casa. Tienes que buscar “exteriores”, o lo que vosotros llamáis exteriores que no sé bien lo que es,  los exteriores vuestros o nuestros, los que yo he vivido con tu padre y luego con vosotros, exteriores de luz, de mar, de amaneceres, de montañas”. Yo no imaginaba que a mi madre le gustara tanto el cine, pero sí, le gusta, yo creo que le gusta sobre todo porque oye rumores y ve que su hijo un día podría ser director de cine, quizá ahora mismo, se enorgullece, se pavonea, “mi hijo va a ser director de cine”, le dice orgullosa a las vecinas mientras cuelga la ropa en el patio.  La ropa, ahora que me doy cuenta, conforme mi madre la va colgando e intenta sujetarla con pinzas, podría ser muy bien uno de esos “exteriores”, no sé, no hay que forzar las cosas,  esas pinzas nos podrían llevar volando una a la otra, como pajaritos de madera que van piando por el patio de la casa hasta el cielo del tejado donde están las buhardillas y las antenas de televisión. Desde que murió el portero, esta casa no tiene fantasía, el montacargas sube y baja, sí, lo hace lentamente, trae enseres y comida, pero carece de fantasía. Vittorio De Sica, en “Milagro en Milán”, hacía volar a los hombres por los aires, grupos de hombres, sombras, y aquí podría yo perfectamente hacer volar a las pinzas de tender de mi madre, una tras otra, que nos fueran llevando al exterior del cielo, a ver qué pasaba. Pero yo sé que mi madre quiere cosas distintas. “Yo me voy a morir, hijo”, me dice muchas veces. “Sí, madre, ya sé que te vas a morir, no me lo digas tantas veces, te vas a morir como todo el mundo, todo el mundo se muere, te morirás como todo el mundo.” “No. Es que yo me voy a morir personalmente, no como todo el mundo”, me dice. “¿Y qué?, le pregunto, ¿qué me quieres decir con “personalmente“? “Pues que me gustaría despedirme de sitios curiosos en los que he estado con tu padre, y también con vosotros,  sitios que me gustaron en su día y me gustaría recordarlos, verlos por última vez”. Entonces no hay más remedio. Nos metemos todos en dos coches, uno desvencijado, no desvencijado por completo pero sí muy antiguo, nos lo ha prestado el mecánico del barrio, un coche de segunda mano,  que es el que preside de algún modo nuestra comitiva familiar. “Tendrá que ir su madre con las piernas algo levantadas, me dice el mecánico, porque no tiene suelo ese coche, le he puesto una madera gruesa para que apoye los tacones, no irá muy cómoda” “¿ Y yo? ¿Para conducir?”, le pregunto. “Usted para conducir irá perfectamente, me dice el mecánico. Porque usted tiene el suelo normal, el que tienen todos los coches. Lo malo es la parte de su madre, que no la he podido arreglar, la parte del copiloto.” Nos metemos todos en dos coches, dos SEAT antiguos, parecidos a los Fiat Italianos, nos dividimos. Mi madre va conmigo porque tiene que señalarme el camino y todos nos vamos a buscar “exteriores”.  Ella nos dirá. “Tú sigue recto, hijo,  dice mi madre, tenemos que atravesar media España, pero ten paciencia. Tú sigue recto. Yo te indicaré”. Tardamos bastantes horas en llegar a Asturias, que está lejos, en el norte, es el primer exterior que queremos ver para hacer la película. “Allí me besó tu padre por primera vez”, me comenta mi madre. “Eso no me lo habías contado nunca“, le digo. “Como ya eres mayor y estamos solos pues te lo puedo contar.” Estas confidencias de mi madre las agradezco, me hacen más mayor, un recipiente de secretos. No diré nada. Son secretos de mi madre y se nota que los lleva muy dentro, que la han marcado. Cuando llegamos a Asturias tenemos que preguntar por una playa que es donde ocurrió todo aquello, pero el nombre de la playa no lo recuerda mi madre. “Es una playa que tiene un camino que baja hasta el mar, un camino pequeñito, dice mi madre, que sale de la carretera”. “Pero, señora, le dice un campesino al que preguntamos, todos los caminos llevan hasta el mar”. “No. No. Este es un camino inconfundible, dice mi madre, es un camino pequeñito, de piedrecitas, que va bajando y bajando, que tiene muchas hierbas y matorrales, un camino que no se puede olvidar”. “Pero perdona, madre”, me atrevo a decirle, “ reconoce que tú lo has olvidado”. “No. Yo no lo he olvidado. Es un camino inconfundible, todo el mundo lo conoce. Es un camino que al final lleva a una especie de mesa y de silla como de arena, que imita a la arena, imitando la arena. Allí toca con el mar.” “¿Pero en qué carretera está eso ?”, le dice el campesino, “¿ usted recuerda de qué carretera sale el camino? Porque Asturias es muy grande”. “No. Yo no me acuerdo ahora de la carretera, le dice mi madre al campesino, porque han pasado muchos años, pero el camino sí que lo recuerdo, que iba bajando y bajando entre matorrales. Es que no tiene pérdida.” Entonces bajamos como podemos por uno de esos caminos polvorientos, llenos de arena y matorrales, el primer camino que encontramos, las ruedas de los coches parecen harina, dan vueltas y vueltas entre el polvo, somos coches fantasma.”Si es por aquí, madre, le digo a mi madre, pues muy bien. Y si no es por aquí, pues hacemos los exteriores aquí, que será prácticamente igual.” Mi madre va callada, erguida, apoyada sobre la madera donde reposan sus pies, su traje gris de florecitas se va cubriendo poco a poco del polvo que entra por las ventanillas.  Como hace mucho calor, yo no me arriesgo a cerrarlas. Mi madre tiene setenta y un años, está bien para su edad, está activa, no sé por qué ese empeño de que se va a morir, porque yo creo que no se va a morir por ahora, está llena de recuerdos, a su manera quiere irse despidiendo de la vida. “Otro sitio que quiero que filmes, me dice mi madre, es la bajada de los caballos.” “¿Dónde es la bajada de los caballos? ¿Por aquí?”, le pregunto. “No. No es por aquí. Es en los Picos de Europa Fue de noche. Cada noche tu padre y yo, después de cenar, salíamos a ver la bajada de los caballos que bajaban del monte. Era precioso. Eso quizá podría servirte también de “exteriores”. “Pero no podemos estar a la vez en Asturias y en los Picos de Europa, madre”, le digo. “Eso es carísimo. ¿Sabes cuánto cuesta una película?  Un millón. Una película sale carísima.” “Pero lo de los caballos, si yo te lo pido, me lo harás, ¿verdad? Es un recuerdo profundo”. Entonces me callo. Los recuerdos profundos de mi madre, cuando los suelta, es como si soltara parte de su corazón, como si se le desgarrara el corazón. Me estoy acordando, mientras bajamos por el camino polvoriento, de la escena del coche en “Fresas salvajes”, cuando al viejo profesor Borg, es decir, al actor Víctor Sjöström, le llevan en el coche hasta la casa de su infancia, allí donde encontrará sus fresas salvajes. Y así llegamos al borde del mar. Se sienta mi madre en el suelo, cerca de la orilla, en la arena, y el mar está bravío, ondulado, hasta llega la espuma a los pies de mi madre, que se ha quitado los zapatos y es feliz, y el mar es un tumulto. Me acuerdo al ver las olas y oír la voz de mi madre que sigue evocando la bajada de los caballos, me acuerdo de los caballos azules de Franz Marc, un pintor expresionista alemán  que dibujó  caballos preciosos, unas grupas onduladas azules como si fueran olas, las que ahora veo, las que ve mi madre, los remolinos de las crines azules subiendo y bajando y caracoleando. Yo no quiero hacer una película de culto, pero cuando oigo la voz de mi madre evocando los caballos, parece que viera la belleza que pintó Franz Marc, que aplicaba el azul a la austeridad masculina y a lo espiritual, el amarillo a la alegría humana y el rojo a la violencia. Me he colocado detrás de mi madre, a pocos metros de ella, sentado en el suelo, he guardado silencio. Lo único que le he dicho es que me cuente cosas. He tomado luego mi cámara y así, tranquilamente, la voy filmando y la dejo hablar. Está mi madre sola ante sus recuerdos y ante el mar, y ante los caballos que bajan del monte, e incluso ante los caballos de Franz Marc que nacen de las olas, y que ella no ve porque no los puede ver, pero que yo, como director, sí los veo como fondo, y los meteré indudablemente en la película. Tarkovski, cuando rodó “Nostalghia” metió, casi como una obsesión suya, “La Madonna del Parto” de Piero della Francesca y yo meteré esos caballos azules y estas olas blancas. “Pues yo no sé, dice mi madre mirando el mar, si aquello fue por aquí, porque todo parece igual, las orillas del mar siempre son iguales, por eso a veces pienso que me gusta más el campo, tiene más variedad, pero bueno, si fue o no exactamente aquí, da lo mismo. Lo importante fue la cena, una cena maravillosa con tu padre y yo aquella noche. Cenamos un “bollo preñao” con un vaso de vino, yo no sabía lo que era un “bolllo preñao”, me dice, no lo había oído nunca, me hacía gracia el nombre, pero lo cierto era que era un simple bocadillo con un bollo y un huevo duro dentro, encajado en la miga, un huevo al que había que sacar del bollo, quitarle la cáscara y tomárselo con un vaso de vino.” “¿Lo pasaste bien?”, le pregunto mientras la voy filmando. Sé que lo pasó bien aunque no me contesta.  Mejor. Hay que respetar esos momentos. Yo no he sabido felizmente lo que es el Alzheimer, mi madre no tiene Alzheimer, razona, va a la compra, sobre todo le obsesiona la fruta, compra mucha fruta, sabe perfectamente cuál es la fruta de verano y la de invierno, eso lo sabe todo el mundo, pero no sé si lo saben los que tienen Alzheimer, ella no lo tiene, se pone sus guantes en el mercado, toca los melocotones, la dureza de los plátanos, la dulzura de los higos, ella no tiene Alzheimer, abre muy bien las puertas y se acuerda de cerrarlas perfectamente, por eso ahora, cuando veo que no me ha contestado, no me preocupo, pienso que el Alzheimer se aleja de ella, el Alzheimer debe ser una gran gasa que se expande entre  las algas, se pierde azul, gaseosa, dramática, se lleva las memorias deshilachadas, las tritura, y al final las devora.

Como mi madre no tiene Alzheimer, lo que está recordando ahora vivamente son las crines de aquellos caballos plateados que miraba en la noche en los Picos de Europa, cómo bajaban al trote por el monte y, excitados, se desbordaban luego al galope ante la mirada extasiada de mi padre y de ella. Tengo que buscar un color para colocar todos esos recuerdos. Spielberg, en “La lista de Schindler”, dejaba que apareciera de pronto, en medio de la fotografía en blanco y negro, el abriguito rosa de una niña que corría entre la fila de prisioneros. Lo importante no era el abriguito sino la sorpresa del color. La ventana de luz. El color invade los recuerdos de mi madre aunque ella no lo sepa. Sigue sentada en el suelo en blanco y negro, con los pies descalzos, los zapatos a un lado, su vestido gris de florecitas recibe la espuma de las olas que ya no son olas sino hileras de agua que se esparcen. Pero todo aparece en blanco y negro, y sin embargo yo filmaré en color sus recuerdos. En el cine se puede hacer de todo. Y entonces el color de los recuerdos de mi madre lo iré alternando con este blanco y negro que ahora veo. No me gustan las voces “en off”. A veces hay que aplicarlas, eso sí, pero prefiero siempre que la imagen sea la que hable, no necesita voz, y entonces haré hablar a la imagen de los caballos al galope, sus pezuñas, sus cascos, a pesar de ser de noche en los Picos de Europa pondré un resplandor en esos recuerdos que será el resplandor de las grupas bajo las luces de los pueblos cercanos, o bajo las estrellas, sí, quizá sea mejor recurrir a las estrellas, mi madre se acuerda que eran noches de estrellas las que vio con mi padre. Si la cámara la acerco más y afino el sonido, se oirán los relinchos de los caballos salvajes y brillará el sudor de sus cuerpos. A mis padres todo aquello les fascinaba porque  era la naturaleza misma como espectáculo después de cada cena.  Como ir al teatro. Mi madre recuerda que los dos cenaban en un hotel pequeñito, rústico, familiar, donde se hospedaban unos días en vacaciones, y luego, después de cenar, salían a ver el espectáculo. Aquí sí pondré color. Estos hotelitos de montaña tienen el techo rojizo, unos cuartos pequeños, unos balcones de madera que dan al monte. ¡Qué paz!, está pensando ahora mi madre junto al mar. No dice nada pero se acuerda de aquel comedor de mantelitos rojos y servilletas dobladas, todo muy cuidado, donde había sitio para veinte personas, muchas sillas alineadas el primer día, menos sillas el día segundo, muchas menos el tercero, y poco a poco se iban retirando sillas y mesas hasta quedarse solos los dos porque la gente no acudía, mi padre y mi madre, en medio del comedor vacío, como dos novios. No se cogían de las manos, pero aquellas vacaciones tranquilas se mezclaban con las tensiones que tiene todo matrimonio. Todo se mezcla. Ellos tenían naturalmente discusiones, y luego venían las trifulcas con Sofía, con Irene o con Paula y los desplantes míos. El matrimonio, me decía un día mi madre pero yo no la escuchaba, es una carretera en zig-zag, hijo, y a veces te sales y te das un golpe o mil golpes, ya lo probarás. Yo no me he casado. He tenido mil novias distintas y he probado algún que otro golpe pero aquí estoy, buscando exteriores para la película y buscando actores. Buscar actores es muy complicado. Hay que dejarles en libertad cuando hablan, darles las mínimas instrucciones, que se quiten la timidez. Sorprendentemente los actores son tímidos. La gente los ve en las pasarelas,  parecen dioses, se creen dioses, van envueltos en ropajes carísimos y prestados, dan una vuelta a su cintura para que se les vea bien de perfil, hacia adelante, hacia atrás, nuevamente de perfil, sonríen, sonríen siempre, las actrices llevan tacones y los actores gafas de sol. Se creen los reyes del universo al menos por una noche, la pasarela es el tapiz de su gloria. Pero son tímidos. Cada vez que los veo en el trabajo cotidiano me acuerdo de Susanna Pasolini, la madre de Pasolini en “El evangelio según Mateo” cuando hizo de madre de Jesús. ¿Cómo la convenció su hijo? ¿Cómo convenzo yo a mi madre para que haga aquí de madre en la película, a orillas del mar? 

José Julio Perlado

( del libro “Carnet de un director de cine”)

relato inédito

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CONOCIMIENTO DE MALRAUX


 Conocí a Malraux en 1968 en el palacio del Elíseo, en una de las conferencias de prensa del general de Gaulle y vuelven a mi memoria  muchas palabras suyas: “ los hombres han de escoger entre los dioses y los muertos. Si apartan a los dioses no pueden apartar a los muertos. Es un problema de nuestro tiempo”. Y estas palabras pronunciadas por aquel Malraux de toda suerte de experiencias: aviación, guerra, arte, amores, acción, pensamiento, fama política… y que como cada hombre — como a usted y como a mí—  sólo una experiencia le quedaba al final de su vida por ser encarnada:  morir.  Malraux vio morir a los demás. Pero,  igual que cada hombre,  nada, absolutamente nada, sabía sobre la muerte hasta morir él mismo.  André Malraux estuvo siempre obsesionado por la muerte, obsesionado por la vejez.” “Y sin embargo el sentimiento de haber envejecido me era desconocido”,  había escrito. Obsesionado por la antesala del sepulcro, que para él fue la parálisis: “ Se sabe que la muerte es impensable:  nadie tiene de ella conciencia, me repiten la fiebre, el hospital, el profesor”,  confesaba en 1974 en su libro “Lázaro”. Obsesionado por el sufrimiento: “cada hombre es igual a su sufrimiento” declaraba este ser que terminó sufriendo. Y me vienen a la memoria pensamientos de Gabriel Marcel: “ nunca se espera de mejor modo que cuando se sufre:  paradoja que sólo  puede ser iluminada con la luz de una ontología concreta”. Y de nuevo Gabriel Marcel, en una frase sellada a fuego : “No hay más que un sufrimiento: es estar solo”.

Paso sobre la vida de Malraux, por aquel capellán de la brigada del coronel Berger, el canónigo Pierre Bockel  a quien Malraux no olvidaría nunca, también por aquella “Madonna con el niño” del siglo XV pintada por Domenico Veneziano, paso por ese “Jesús expulsando a los mercaderes del templo” de la juventud del Greco, ante los que Malraux quedaría extasiado. ..

 Paso sobre Rembrandt con tres Cruces,  los Cristos del arte bizantino, un Juan Bautista del gótico de Reims, por la Virgen en los frescos de Tavant…y por “Notre- Dame de la Belle Verriere” contemplando a Malraux desde Chartres.

Es el momento del crepúsculo. Y pienso, cuando murió Malraux, que  por la cama de Creteil hubiera pasado un gran pequeño fraile, conocedor de muertes y dolores. “A  la tarde de la vida te examinarán en el amor”,  le habría dicho San Juan de Juan de la Cruz en aquel suave y silencioso aviso.

José Julio Perlado 

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TRUCOS DE LA ESCRITURA

 Ante los trucos de la escritura, cuando se lee la biografía de Rilke de Angelloz,  se explica cómo el poeta comenzó a escribir los “Cuadernos de Malte Laurids Brigge” ” imaginando un diálogo entre un joven y una muchacha; pronto el joven habla de un amigo danés, Malte J. Brigge, que le absorbe cada vez más y que luego muere, dejándole todos sus papeles. Son los primeros esbozos de los “Cuadernos”. Entonces, alcanzando ya el objeto, el diálogo se interrumpe y Rilke comienza a escribir su obra. Esta creación de una distancia había sido ya empleada por Rilke más de una vez (por ejemplo en el “Libro de las horas”)

 Angelloz nos recuerdo también que este procedimiento lo han usado los románticos alemanes, entre ellos Hoffmann, así como en otro plano, Kierkegaard, quien al parecer todo lo publicaba con seudónimos.

Por su parte, Kafka se servía del mismo truco: recurría al “Diario” para comenzar algunos de sus obras literarias.  Trozos de ellas figuran como auténticos fragmentos de sus “Diarios”. “A  Kafka — dice Max Brod en sus anotaciones — los “Diarios” le servían como una especie de balancín que le permitía saltar a la creación literaria.”. 

José Julio Perlado

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PELIGROS DEL AMOR

 “Porque si ausente está el objeto amado, 

vienen sus simulacros a sitiarnos,

y en los oídos anda el dulce nombre.

Conviene, pues, huir los simulacros,

de fomentos de amores alejarnos,

y volver a otra parte el pensamiento,

y divertirse con cualquier objeto; 

no fijar el amor en uno solo,

 pues la llama se irrita y se envejece

con el fomento, y el furor se extiende

y el mal de día en día se empeora.

Si no entretienes tú con llagas nuevas

las heridas que te hizo amor primero,

y haciéndote veleta en los amores

No reprimes el mal desde su origen 

y llevas la pasión hacia otra parte.”

Lucrecio 

 -filósofo romano- 55 a de Cristo

“Peligros  del amor, sufrimientos e ilusiones de los enamorados”

(Libro “De la naturaleza de las cosas”)

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COMO MIRAR A MORANDI


Como recordaba Robert Hughes en Time, en 1981, el pintor italiano Giorgio Morandi declaraba cuando le preguntaban: “Aquí están la mayoría de mis pinturas” y señalaba una gruesa capa de pintura seca, acumulada a lo largo de años de limpiar las espátulas en el travesaño de su caballete. Morandi raspaba más cuadros de los que acababa: su autocensura era implacable. Sus pinturas – sigue recordando Hughes— no relatan historias, no señalan ningún tipo de acción exterior, no nos dicen nada acerca de Morandi el hombre, no son dramáticas, y a pesar de estar saturadas sus “naturalezas muertas” de conocimiento histórico, son distintas a la mayoría de las naturalezas muertas anteriores a ellas. Son cuellos de botellas dispuestas en conjunto y a veces recuerdan vagamente las torres de Bolonia o San Gimiano. Parecen frágiles y contingentes, pero perduran durante décadas, cuadro tras cuadro.  Son botellas  lechosas de cuello largo y frascos cuadrados, una lata de galletas, unos cuantos jarros de metal de pico largo. No llevan marcas, dibujos o nombre de fábrica. No se piensan en ellos como objetos manufacturados,  sino como elementos de un titubeante esquema de arquitectura ideal. 


Las  imágenes de Morandi intentan demorar la mirada y piden que no haya falta de atención. Pasó la mayor parte de sus últimos 45 años de vida en un piso pequeño de Bolonia. Era un hombre corpulento, de cabellos grises, que se movía entre  grandes, anticuados y oscuros armarios dedicado a pintar pequeños grupos de botellas y latas o un florero con una solitaria rosa de papel. Para estar seguro de que nada perturbaba la relación que tenía con su trabajo, Morandi dibujaba círculos de tiza alrededor de las bases de sus modelos sobre la superficie de la mesa. No daba concesiones a la prisa y  no utilizaba atajos. Sus pinturas de objetos se filtran deliberadamente en la atención del espectador. Toda la vida de Morandi estuvo dedicada a la búsqueda de la mirada y nos da una lección de cómo mirar.

José Julio Perlado

imágenes: 1- Giorgio Morandi- naturaleza muerta. – el país 2-/ naturaleza muerta- museos vaticanos/ 3- Giorgio Morandi – wikipedia)

LISBOA EN LA MEMORIA

Como si atravesáramos la lluvia, como si nos aterrorizada la tormenta, así vemos Lisboa envuelta en agua, el papel de las casas desprendido de los muros de carne, la calle de la Aduana, la calle del Arenal, la calle de los Doradores, el Terreiro do Paco humedecido por esa poesía que un hombre piensa en el café Martinho da Arcada—  junto a la Plaza del Comercio, en la esquina de los soportales de la calle de la Aduana con la Augusta  —  o en los cafés de la Plaza del Rossío este hombre solitario, insatisfecho atormentadamente introvertido, este hombre mixtificador, amante de la magia y del ocultismo, este hombre que escribirá  luego refugiado en el primer piso de la casa número 16 de la calle Coelho da Rocha y que responde a las voces plurales de la noche bajo un nombre que envuelve muchos nombres y que quiere llamarse Fernando Pessoa.

Lisboa bajo la lluvia, iluminada en la tormenta, cruzada Lisboa por la flecha del rayo. Lisboa acunándose en el Tajo, misteriosa Lisboa. “El cielo negro al fondo del sur del Tajo — dirá Pessoa—era siniestramente negro contra las alas, por contraste, vívidamente blancas de las gaviotas de vuelo inquieto. El día, sin embargo, no estaba ya tempestuoso. Toda la masa de la amenaza de la lluvia había pasado hacia la otra orilla, y la ciudad baja,  húmeda todavía de lo poco que había llovido, sonreía desde el suelo a un cielo cuyo norte se azulaba todavía un poco blandamente.”

Y así podríamos seguir, bifurcándonos, multiplicándonos  en vías de pluralidades cada vez más extrañas, perdiéndonos en la compleja mirada de este muchas veces extraviado escritor que nos puede llevar hacia Lisboas distintas en la Lisboa misma, cuando bajamos hacia la Baixa desde el monumento al Marques de Pombal, andando por la Avenida de la Libertad y el cerebro se nos escapa hacia el Jardín Botánico,  se pierde la imaginación por el Rossío, la voluntad se desmembra por la Rua de Alecrim. Un tranvía célebre va remontando el hombro de Lisboa y su campanilla suena conforme ascendemos. Está cerca el Castillo de San Jorge, abajo la Plaza del Comercio, la red de calles de la rua  del Ouro, rua Augusta y rua da  Prata, las gentes que vienen del Monumento dos Restauradores. Llueve, llueve en Lisboa muchas veces para Pessoa, obsesionado por la lluvia y aterrorizado por las tormentas, depresivo, atormentado, desasosegado, esa personalidad que daba vueltas a lo esotérico, que huía de sí mismo refugiado en su gabán o su gabardina,excitado, con el sombrero calado y sus lentes escrutadores y ensimismados, caminando entre la acera de la locura y la cordura, al borde de una Lisboa empapada de agua, humedecidas sus paredes, como si los papeles en los que la ciudad se envuelve se los quisiera llevar río abajo el Tajo para desembocarlos poco a poco en la Historia.

 José Julio Perlado

imágenes-wikipedia

FILMAR A UNA FAMILIA (1) : MIS HERMANAS Y MI MADRE


 A mí me  gustaría hablar de todo esto antes de empezar a rodar con Ettore Scola, el director de “La familia”, y que me ayude a a tomar este pasillo con las voces y las puertas y las entradas y salidas para rodar bien  la pelÍcula, es director admirable por su conocimiento de la intimidad y yo puedo también presentar mi pasillo de intimidad con puertas y ventanas, el momento en que entra mi tío Adolfo que suele pasar temporadas con nosotros, las cabezas de los novios de mis hermanas, cabezas distintas porque cambian mucho de novio, cabezas alargadas, rubicundas, sin pelo, con pelo, cabezas asustadas, cabezas sonrientes, cabezas lisonjeras con mi madre, mi madre que entra como una estrella de cine, una Ana Magnani con los ojos fieros detrás de la sopera, “Toma, hijo, que tienes que comer”, le dice mi madre al novio de Sofía, es el tercer novio que come varios meses en casa, los otros dos anteriores ya comían bastante, yo creo que venían a comer más que a enamorarse, “¡qué rico está esto, doña María!, decían, ¿cómo consigue usted estas cosas?”, mi madre adivinaba sus gustos, unas croquetas de jamón para el primer novio, unas chuletas de cordero para el segundo, al tercero lo está engatusando con los dulces, todo esto tengo que rodarlo, hay que poner una cámara en la puerta de la cocina y seguir despacio a las chuletas de cordero hasta el comedor, luego, con otra cámara ya muy cercana a la mesa se une el primer plano de las chuletas con el de los dulces y se da paso con enorme continuidad a la cara del tercer novio, el tercer novio aparentemente es un poco bobalicón, tiene los ojos saltones, pero es muy listo, para la película da muy bien porque es la fantasía celeste, ojos que van del dulce a mi madre y de mi madre al dulce. “Come, Rubén, come, le dice mi madre, que un padre de familia necesita comer. Porque, digo yo, un día querrás ser padre de familia, ¿no?”, Pero no, Rubén por ahora no quiere ser padre de familia, solo le interesa un restaurante que ha montado a las afueras de Madrid, un restaurante donde prueba cosas famosas de la gastronomía y también un homenaje a los grandes gastrónomos de la Historia, porque es un apasionado de la gastronomía,  me lo ha dicho a mí en una esquina del pasillo, un día tienes que venir a ver mi restaurante, me ha dicho, no se lo ha dicho a Sofía, a Sofía la tiene engañada, estas conversaciones entre hermano y hermana en el pasillo son muy inútiles, no llevan a ninguna parte, no sé si las pondré en la película porque son conversaciones muy cortas, apenas nada, más incomunicación que comunicación, Antonioni reflejaba muy bien la incomunicación, lanzaba unos silencios infinitos y las pupilas de los enamorados se quedaban como traspasadas, cada una en su isla, podían estarse mirando una eternidad y a la vez mirar al espectador sin decirle nada, absolutamente nada, yo no sé si el espectador se aburría algo con aquello, pero yo con Sofía no puedo aburrir, Sofía es una chica alegre, encantadora, con el pelo rubio cayéndole sobre los hombros, pero que está engañada, yo se lo he dicho, Bergman no sé qué haría con esta incomunicación de mi hermana conmigo, sin duda haría algo admirable, Bergman lograba una incomunicación con la ciudad, con el universo, con la vida, con la muerte, con cualquier cosa, yo no sé si lograré filmar estas conversaciones de la incomunicación, ella y yo no nos entendemos, Sofía no entenderá nunca mis proyectos cinematográficos y yo no entiendo lo que le pasa con sus novios que van y vienen entre engaños y que la tienen enloquecida el seso.

Otra cosa muy distinta es lo de mi tío Adolfo. Podría ser un personaje interesante en la película.

– ¿Se puede? – pregunta cada vez que viene a casa.

– ¡Claro que se puede, Adolfo, eres mi hermano! ¿Cómo no se va a poder? – dice mi madre.

El tío Adolfo deja su gabardina en el vestíbulo, toma con vigor sus modernas maletas, tiene un perfil elegantísimo, es delgado, con bigotito recortado, presume de su monóculo azul,  el pelo algo ensortijado, alto, enjuto de cara, siempre ha jugado en Bolsa, no se ha casado, tiene dinero.

– Mamá – le susurra Paula a mi madre – ¿cuánto se va a quedar el tío Adolfo? Lo digo por si tengo que cambiar toda mi ropa del armario.

– Sí, naturalmente que tienes que cambiarla. Yo no sé cuánto se va a quedar el tío Adolfo. Esta es su casa. Bueno, no exactamente su casa pero como si lo fuera.

– Es que la última vez se quedó tres meses.

– ¿Y qué si se quedó tres meses? ¡Como si se quiere quedar toda la vida!

– Bueno, pero es por lo de la ropa de invierno y la de verano. Si se queda tres meses, la de verano la tengo que poner en sillas.

– ¡Pues la pones en sillas, Paula! ¡Y ahora no me entretengas que tengo que prepararle la habitación a tu tío!

– Entonces, ¿la ropa de verano la pongo en las sillas del cuarto de Irene?

– ¡Habla con Irene! ¡En las sillas de Irene y también en las tuyas!

– ¿Y los horarios del cuarto de baño?

– ¡Bueno, Paula, ya no me saques más de mis casillas! ¡Ayúdame a vaciar estos armarios!

El tío Adolfo – el hermano más joven de mi madre – necesita dos amplios armarios para su ropa. Trae siempre preciosas camisas planchadas, pañuelos con sus iniciales, media docena de pantalones, dos batas, tres pijamas, numerosos calzoncillos, un gran surtido de corbatas azules y una docena de trajes enteros también azules. Yo creo que, como hizo Alexander Sokurov en “El arca rusa”, se podría empezar aquí empleando una cámara digital de alta definición para intentar filmar en una sola toma toda la vida del pasillo y de la casa, pero haciéndolo despacio y con cuidado, partiendo precisamente de los dos armarios abiertos de mi tío Adolfo, que les de bien la luz de la ventana a toda la variedad de camisas y corbatas y a la gama de colorido de jerseys e incluso de calcetines, para ir retrocediendo poco a poco y a la vez elevándose la cámara para pasar sobre el marco de fotografías de la familia, esas en las que estamos todos durante los veranos en las piscinas, siempre morenos y siempre  sonrientes, para pasar luego sobre los cuadros que nos regaló el tío Víctor, hay un cuadro pequeño pero muy bonito que es un atardecer, no vale demasiado, pero que es misterioso, yo lo considero misterioso, representa una casa de campo y un camino, y junto al camino el mar, y por ese camino anda el perfil de una figura en sombras, y ahí la cámara podría detenerse un momento porque ese perfil siempre me ha parecido extraño, como si nos quisiera decir algo del camino de la vida, y luego, ya en el montaje posterior, se puede incluir algo de música, unos acordes, por ejemplo, del Adagio de Albinoni, o no poner nada, porque Sokurov a veces no pone nada, pero otras veces sí, introduce a Chaikovski mientra giran y giran los bailarines en las salas del Hermitage, giran y giran las luces de las lámparas y también los techos y las molduras de las puertas, y toda la belleza de la historia de Rusia y del gran Museo, también nosotros tenemos nuestra pequeña historia, este es un piso un poco grande, heredado de mis abuelos, la terraza de la cocina da a un patio interior donde cuelga la ropa de mi madre, de mis hermanas y la mía, y aquí está también la belleza de la vida, el color de la fantasía, la luz de la mañana atraviesa la tela de las blusas blancas y azules y el viento las va hinchando, las transforma, el viento ruge desde la cumbre de los trasteros de las terrazas, cerca de las chimeneas, en esos trasteros duermen restos de naufragios de muchos años, regalos inservibles, las ruedas de una bicicleta, tres muñecas antiguas, la primera radio que tuvimos, unas cortinas, un antiguo baúl desvencijado, toda esa niñez y esa primera juventud que suele bajar muchas noches hasta mi imaginación, y eso he de filmarlo en una única secuencia, como cuando el director ruso deja asomar el río Neva por una ventana del Hermitage, una imagen del río nevado atravesando San Petersburgo, así quiero yo que asomen mis sueños, podría hacerse aquí una mezcla de Sokurov y de Fellini, yo amo a Fellini, es un personaje que me sirvió para soñar, y ahora Fellini me hará bajar sobre el aire del patio las ruedas de la bicicleta, las ruedas girando en el aire con música de Nino Rota, la gente de la casa no puede verlas porque es de noche y están todos durmiendo pero toda la terraza del patio se ilumina de pronto y en una luz difusa se mueven las blusas de mis hermanas como si fueran fantasmas femeninos, son los sueños, bailan los sueños en mi cerebro, todo esto es cine, una casa apagada, se oyen los ronquidos en algunas ventanas entreabiertas, las blusas bailan, las ruedas giran, el tío Adolfo duerme con su pijama de seda bordada en la que se destaca su escudo, él no tiene título nobiliario, no sé dónde ha podido encontrar un escudo que no es suyo, la cámara deberá pasar lentamente por su escudo, luego por su frente y por su pelo ensortijado para salir despacio hasta el comedor, hasta las bandejas imitando la plata que hay sobre el aparador, hasta las sillas perfectamente colocadas, hasta la butaca de mi madre y la casa que duerme.

José Julio Perlado

(del libro “ Carnet de un director de cine”)

relato inédito

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imágenes- 1- Rothko —wikipedia/ 2- rosa- wikipedia

CINE Y LITERATURA

El film nada tiene que ver con la literatura; el carácter y la sustancia de estas dos formas de arte se hallan generalmente en conflicto. Probablemente esto tiene alguna relación con el proceso receptivo de la mente — señala Ingmar Bergman —. La palabra escrita se lee y asimila por un acto consciente de la voluntad en unión con el intelecto; poco a poco afecta a la imaginación y a las emociones. Con una película el proceso es distinto. Cuando  sentimos un film, nos preparamos conscientemente para la ilusión. Poniendo a un lado la voluntad y el intelecto, le abrirnos paso a nuestra imaginación. La secuencia de tomas actúa directamente sobre nuestros sentimientos.

La música trabaja del mismo modo; yo diría que no hay forma de arte que tenga tanto en común con el cinematógrafo como la  música. Ambos afectan a nuestras emociones directamente, no por vía del intelecto. Y  el cinematógrafo es principalmente ritmo;  es inhalación y exhalación en continua secuencia. Desde la infancia, la música ha sido mi más grande fuente de recreación y estímulo y con frecuencia siento un film, o una pieza de teatro, musicalmente. 

Sobre todo por esta diferencia entre el cinematógrafo y la literatura deberíamos evitar hacer películas extraídas de libros. La dimensión irracional de una obra literaria, el germen de su existencia, es, a menudo, imposible de traducir en términos visuales — y a su vez esto destruye la especial dimensión irracional del film—. Si a pesar de todo deseamos traducir algo literario a términos cinematográficos, debemos realizar un número infinito de complicados ajustes que con frecuencia dan escasos frutos ( o ninguno) en proporción con el esfuerzo gastado.

Por mi parte, nunca experimenté la ambición de ser autor. No deseo escribir novelas, cuentos, ensayos,  biografías, ni siquiera piezas de teatro. Sólo deseo hacer films  — films sobre condiciones, tensiones, imágenes, ritmos y personajes que son importantes para mí — de una u otra forma. El cinematógrafo, con su complicado proceso de nacimiento, constituye mi método para decir lo que quiero decir a mis semejantes. Soy un realizador de películas, no un escritor.

José julio Perlado

imágenes- wikipedia

UN DÍA EN LA VIDA DE MOZART

Siempre me peinan a las seis de la mañana — confesaba Mozart en una carta a su hermana contándole sus días ajetreados en Viena en 1782-,y a las siete estoy completamente vestido. Luego compongo hasta las nueve. De nueve a diez imparto clases. Entonces almuerzo, a menos que me inviten a alguna casa donde almuerzan a las dos o incluso a las tres, como por ejemplo hoy y mañana donde la condesa Zichy  y la condesa Thun.  Nunca puedo  trabajar antes de las cinco o las seis de la tarde, e incluso entonces muchas veces tengo algún concierto que me lo impide. Si nada se interpone,  compongo hasta las nueve. Luego voy a ver a mi querida Constanza, aunque la dicha de vernos casi siempre se ve empañada por los comentarios amargos de su madre… A  las diez y media o a las once regreso a casa. ¡ Depende de los dardos de su madre y de mi capacidad para soportarlos! Como no puedo confiar en que vaya a componer por la noche debido a los conciertos, y también a la incertidumbre de que me llamen o no para estar aquí o allá, me he hecho  el hábito (especialmente si llego temprano a casa)  de componer un poco antes de irme a la cama. A  menudo sigo escribiendo hasta la una… y a las seis estoy levantado otra vez. En general es tanto lo que tengo que hacer que a menudo no sé si estoy cabeza arriba o cabeza abajo”. 

José Julio Perlado

imágenes- 1- la familia Mozart en 1763/ 2- una página del “Réquiem”- wikipedia

PASOS SOBRE SEVILLA

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Anualmente visito Sevilla y el centro de la ciudad—- las Sierpes,  Abades, el barrio Santa Cruz — todo despide un aroma tranquilo, de otro tiempo, de un tiempo de flores y de espacios, con rememoranza de escritores y poetas, con rincones de sorpresa que continúan la sombra y la luz. Estamos lejos de las metrópolis gigantescas y hay otro ritmo, al menos por donde yo suelo ir, y ese ritmo y esas pausas se imponen incluso en el vino, en el “tapeo” frecuente que lleva en Sevilla un compás especial. Una  ceremonia tan específica y singular como pueden ser las corridas en la Maestranza o el “paso” de las procesiones . Para algunos sevillanos parece casi una blasfemia hablar con desenfado de determinas figuras del toreo. Sevilla, desde el hotel Doña María, parece tener otra dimensión, una alternativa más humana, menos tensa, acaso más superficial y a la vez con una profundidad propia de la que muchos sevillanos han hecho un rito que atrae como un imán de un mundo casi desconocido. He ahí el sol recogido en la bellísima  plaza de Doña Elvira, a la que tantos turistas de todos los países gozan en esa serena belleza, cada vez más imprevista, de esta hermosísima ciudad. 

José Julio Perlado

imágenes- wikipedia